“El partido fantasma”: el día que Chile jugó 28 segundos contra nadie y ganó 1 a 0 en un estadio convertido en centro de detención

La selección sudamericana salió a jugarse la clasificación al Mundial de Alemania ’74 el 21 de noviembre de 1973. Enfrente debía estar la Unión Soviética, que no se presentó porque alegó que “el estadio estaba salpicado con la sangre de los patriotas chilenos”. La tensión diplomática, la dictadura de Pinochet y la insólita decisión de la FIFA de validar un partido sin adversario

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El partido fantasma entre Chile
El partido fantasma entre Chile y la URSS en 1973 marcó un hito en la historia del fútbol y la política mundial

Un equipo sacó del medio porque imaginó que le correspondería. No se sortearon ni los arcos ni el privilegio de quién tocaría la pelota por primera vez para dar inicio al partido. No hubo moneda al aire. Incluso la terna arbitral provenía del mismo país y portaba la misma nacionalidad que el plantel de un equipo, una condición irregular al tratarse de una competencia FIFA clasificatoria para una Copa del Mundo. Pero no importó. Como no importó que el juez de línea no invalidara por offside la secuencia de pases hacia adelante que dieron los jugadores en esos veintiocho segundos que duró el cotejo. Porque tampoco se cumplieron los dos tiempos de cuarenta y cinco minutos.

Hubo un gol: lo marcó el capitán del equipo, Francisco Valdez. Entre 1961 y 1983, convirtió 215 tantos -es el segundo goleador histórico del fútbol local- y ninguno fue tan fácil como ese. Solo la tuvo que empujar ante un arco vacío. No solo estaba vacío el arco, también la mitad de la cancha y el banco de suplentes visitante. Enfrente no había rival. No es una expresión futbolera: no lo había de verdad. Valdez tuvo el decoro de no festejarlo. Ese 21 de noviembre de 1973, Chile jugó contra nadie. Le ganó uno a cero a nadie. Era una formalidad exigida por el ente rector del fútbol de selecciones. Fue el partido del absurdo. Se lo conoció como “el partido fantasma”.

El perdedor en ese duelo fue la Unión Soviética. El disparate de ese no partido tiene sus razones. El trasfondo, como siempre, es político y el fútbol, un canal de expresión. El mundial del año siguiente se jugaría en la Alemania Occidental. Lo disputarían solo dieciséis equipos. La Confederación Sudamericana de Futbol disponía apenas de tres plazas y media. Brasil, último campeón del mundo, consumiría uno de esos puestos. Las eliminatorias entregaría los restantes. Las compitieron ocho selecciones. Argentina venció en su zona. Uruguay ganó la suya. Y Chile lideró su grupo -solo se enfrentó a Perú por una sanción de la FIFA a Venezuela- pero quedó tercero en la tabla general. Debía jugar un repechaje con la otra media plaza europea. El rival, la URSS.

Durante casi dos meses después
Durante casi dos meses después del golpe del 11 de septiembre de 1973, el estadio fue utilizado como campamento para prisioneros políticos (Reuters)

Los trece mil kilómetros geográficos de distancia se diluían en una fraternidad ideológica. Los dos tenían gobiernos comunistas. Los dos sostenían lazos diplomáticos. Chile era para la Unión Soviética su aliado en la región. Pero pronto esa disputa que dirimiría con civilización y honestidad el enfrentamiento deportivo de dos naciones confederadas, se quebraría. El 11 de septiembre de 1973, quince días antes del partido de ida, aviones bombardeaban el Palacio de la Moneda y el presidente socialista Salvador Allende, atrincherado en el palacio presidencial, pronunciaba en Radio Magallanes su último discurso: “Ésta será seguramente la última oportunidad en que me dirija a ustedes… Sólo me cabe decir a los trabajadores, yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”.

El golpe de Estado conducido por Augusto Pinochet cambió a la región, al país y, de inmediato, alteró las condiciones en las que Chile enfrentaría la posibilidad de jugar su quinto mundial. La situación era de estallido social. La consternación, la agitación, las detenciones, las persecuciones, los fusilamientos, el crimen de Allende: Chile vivía en convulsión. El partido contra la URSS representaba un incordio. Una caída contra la Unión Soviética, favorita en los papeles, sería humillante y debilitaría las ínfulas del gobierno de facto. Pero el fútbol y las ganas de disputar un mundial prevalecieron. El primer partido sería en el Estadio Lenin de Moscú.

La controversia no había dejado exento al plantel. “Muchos jugadores habían hecho pública su afinidad y compromiso con el gobierno de Unidad Popular de Allende y temían represalias contra sus familiares cuando viajasen a Moscú. Carlos Caszely, que desde hacía dos meses jugaba en el club Levante de España, era uno de ellos. La inteligencia chilena –de la DINA o de la Central Nacional de Informaciones- estaba detrás de cada movimiento y declaración suya. El viaje a la Unión Soviética, en medio de una tensión diplomática con ese país, suponía un riesgo para la vida del plantel. Incluso recibieron amenazas para que no viajaran”, describió el historiador Marcelo Larraquy. “Teníamos miedo por nuestras familias, ellos quedarían en Chile y casi todos nosotros nos identificábamos con el gobierno saliente. Uno no sabía que iba a pasar. Igual viajamos, todos queríamos ir al Mundial”, constató años después el mediocampista Guillermo Páez.

El empate sin goles en
El empate sin goles en Moscú fue celebrado en Chile como una hazaña, en medio de tensiones diplomáticas y amenazas a los jugadores

La dictadura chilena había terciado para llevar al mejor equipo posible. La sospecha de que le pagaron siete mil dólares al Inter de Porto Alegre para que cediera a Elías Figueroa, figura descollante de la selección, se eleva a la categoría mito. El defensor viajó con la condición de regresar a Brasil inmediatamente después del partido: el partido era un miércoles; el viernes tenía que estar a disposición. Las autoridades les habían exigido a los jugadores no hablar con nadie ni dar referencias sobre las contingencias políticas.

Llegaron a la capital soviética con cuatro grados bajo cero tras un largo periplo de ocho escalas. Intuían que la recepción iba a ser hostil. Con nula representación diplomática, solo apareció un traductor. Su trabajo fue arduo. Hubo, como bien habían presagiado, tensiones en el control migratorio. La fisonomía de dos jugadores no coincidían con las fotos de los pasaportes. A Figueroa le había crecido el pelo y a Caszely, los bigotes. Los retuvieron porque parecían otras personas. Luis Álamos, el director técnico, condujo las negociaciones. Fue categórico: “Entramos todos o no entra nadie”. Y entraron todos.

El miércoles 26 de septiembre de 1973, Unión Soviética y Chile disputaron el primer partido clasificatorio al Mundial de Alemania ’74. Cuatro días antes, ambos países habían roto las relaciones diplomáticas. La selección local era la vigente subcampeona de la Eurocopa de 1972 y alistaba en sus filas a Oleg Blokhin, delantero ucraniano que sería Balón de Oro en 1975. En el estadio había sesenta mil personas. Las camisetas de las dos selecciones eran rojas. Alguien tenía que usar la suplente: Chile se inclinó por una blanca, en una acción que bien podría graficar su vuelco ideológico. No fue transmitido por radio ni televisión. El partido se jugó a ciegas, para suerte de la lógica chilena que pretendía morigerar los efectos de una derrota presumible.

El gol de Francisco Valdez
El gol de Francisco Valdez en el partido fantasma selló la clasificación de Chile al Mundial de Alemania 1974

Chile apeló a un juego amarrete con una línea defensiva de seis jugadores. Jugó a empatar y ganó. El cero a cero fue una sorpresa. “Me quedó doliendo la cabeza de todos las pelotas que rechacé. Pero lo cierto es que por arriba siempre fui muy bien, así que no lograron hacernos mucho daño”, recordó Elías Figueroa. Aunque el empate no fue solo méritos del esquema defensivo de Chile, también contribuyó la voluntad del juez brasileño Armando Marques. “Por suerte el árbitro era un anticomunista rabioso. Junto a Francisco Fluxá, el presidente de la delegación, lo habíamos convencido de que no nos podía dejar perder en Moscú, y la verdad es que su arbitraje nos ayudó bastante”, acreditó Hugo Gasc, el único periodista chileno que vio el partido.

El cero a cero fue concebido con algarabía del otro lado del mapa. Pero para eso había que esperar que las agencias de noticias informaran el resultado del partido y que las familias se enteraran por teléfono que no habían recibido represalias los futbolistas. “Fue el partido de los valientes, porque los jugadores tuvieron que pasar muchas vicisitudes para poder jugar en Moscú”, definió el periodista Axel Pickett, autor de El partido de los valientes, un relato pormenorizado del duelo inconcluso entre Chile y la URSS.

La dictadura de Pinochet se subió a la épica del empate. Fue idealizado como un reflejo del cambio político: “el gran equipo del comunismo no logró superar a una selección revitalizada por la unión nacional”. Una idea de fortaleza moral y de un hito nacional. Faltaba ahora la vuelta. Una hipótesis crecía: la Unión Soviética había decidido no transmitir el partido de ida porque no quería entusiasmar al pueblo con una eliminatoria que intuía incapaz de completar. Se presumía que los soviéticos no irían a presentarse en Chile.

El duelo de vuelta se programó para el 21 de noviembre en el Estadio Nacional de Santiago de Chile. La designación de la sede fue macabra. En las tribunas se escondía el horror: la dictadura había montado el campo de concentración más grandes del país. “Les habla el comandante a cargo del recinto para decirles que ustedes están presos aquí porque son enemigos de la patria y no merecen ser llamados chilenos. Y ésta que tenemos aquí montada es una ametralladora punto treinta”, decían por altoparlante. En las vísceras del estadio, en pasillos y vestuarios, los reclusos eran torturados. Se calcula que en los primeros dos meses de gobierno de Pinochet pasaron alrededor de 40 mil detenidos por el estadio.

No sin razón, la URSS solicitó un cambio de sede. Se barajaron opciones en Lima y en Buenos Aires. Fueron rápidamente descartadas. Incluso se sopesó la posibilidad de trasladar el encuentro a Viña del Mar, pero Pinochet se negó: se jugaría en Santiago y en el Estadio Nacional, sede del mundial de 1962. La selección europea formalizó su reclamo y provocó que una comitiva de la FIFA acudiera a la capital chilena para evaluar la situación.

Viajaron el suizo Helmut Kaeser, secretario general de la entidad, y el brasileño Abilio D’Almeida, inspector designado por la FIFA. Recorrieron la ciudad y el estadio un mes antes del encuentro. “El informe que elevaremos a nuestras autoridades será el reflejo de lo que vimos: tranquilidad total”, expresaron en una conferencia de prensa. En el informe, suscribieron que “la situación en Santiago de Chile es normal. He recorrido sus calles, visité el Estadio Nacional, conversé con gente de todos los niveles y no encontré nada que impida la realización del encuentro”. Kaeser solo dijo que veía al césped un poco alto. No dijo nada, por omisión o desconocimiento, de los siete mil detenidos que se escondían en el estadio mientras él lo inspeccionaba.

El Estadio Nacional de Santiago,
El Estadio Nacional de Santiago, sede del partido de vuelta, funcionaba como campo de concentración durante la dictadura chilena

La respuesta de la Unión Soviética fue instantánea: “Por consideraciones morales los deportistas soviéticos no pueden en este momento jugar en el estadio de Santiago, salpicado con la sangre de los patriotas chilenos (…) La Unión Soviética hace una resuelta protesta y declara que en las actuales condiciones, cuando la FIFA, obrando contra los dictados del sentido común, permite que los reaccionarios chilenos le lleven de la mano, tiene que negarse a participar en el partido de eliminación en suelo chileno y responsabiliza por el hecho a la administración de la FIFA”.

La tensión se mantuvo. En noviembre de 1973, la selección europea había organizado amistosos en la región. No había confirmado su deceso del duelo. Chile se mantuvo expectante: convocó a los jugadores que se desempeñaban fuera del país. El plantel de la Unión Soviética estaba en Brasil, a un vuelo de distancia de presentarse a jugar el partido. Recién la noche previa al miércoles 21 de noviembre de 1973, los futbolistas chilenos se enteraron del abandono de su rival. En la cena, brindaron por la clasificación al mundial.

Quince mil entradas se habían vendido y el Santos de Brasil había sido citado para jugar un amistoso. La FIFA había obligado a Chile a salir al campo de juego. La puesta en escena fue un mamarracho. Los futbolistas se cambiaron. Se formaron. Levantaron las manos hacia un estadio semi vacío. A las seis de la tarde, un árbitro chileno pitó el inicio del encuentro. Tocaron la pelota entre ellos doce veces como si se tratara de un sketch televisivo y Francisco Valdez pateó centímetros antes de la línea de meta para marcar el único gol del partido fantasma. Para constatar lo surrealista que estaba pasando en el campo, el cartel del estadio apuntó: “Chile 1- Unión Soviética 0”. Una frase acompañaba la información: “La juventud y el deporte unen hoy a Chile”.

Según los registros oficiales de la FIFA, el encuentro terminó dos a cero por el abandono de la URSS. Elías Figueroa dijo: “Fue el teatro del absurdo. Ni con los amigos se juega así”. Después de esa pantomima, la selección jugó contra alguien: el Santos le ganó cinco a cero. De todos modos, Chile ya estaba clasificado al Mundial del año siguiente, donde perdió por la mínima contra Alemania Federal, igualó uno a uno contra Alemania Democrática, empató sin goles contra Australia y quedó eliminado en zona de grupos.

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