
Una sirena corta la noche en Londres. Es el 17 de noviembre de 1972, y en una elegante residencia de Cadogan Square, el espanto se apoderó de todos los presentes. La policía irrumpe, guiada por una llamada de auxilio. Lo que encuentran dentro escapa toda lógica posible. Una mujer, Barbara Daly Baekeland, yace ensangrentado, con heridas mortales, y su hijo, observa en silencio.
En unas horas, la residencia se transforma en epicentro de reporteros, ambulancias y detectives. Mientras suben el cuerpo por las escaleras, los flashes estallan en la vereda. Un detective novato tiembla al mirar el rostro congelado de Anthony Baekeland. Sus ojos parecen no registrar nada. Camina sin rechistar cuando le colocan las esposas, la cabeza ligeramente ladeada, como si en su mundo las reglas de la culpa fueran otras.
La familia Baekeland, venerada en los clubes selectos de Nueva York y Londres, descendía del inventor de la baquelita, el primer plástico sintético que marcó el siglo XX. El apellido Baekeland era sinónimo de ciencia y poder. Pero ahora, iba a sellarse para siempre con tragedia.

Infancia y creación del monstruo
Barbara Daly, nacida en 1922 en Boston, se trasladó a Nueva York tras el suicidio de su padre. De adolescente, se aferró a su belleza. Trabajó como modelo y estuvo en la nómina de revistas como Vogue, pero batallaba con una inestabilidad mental heredada y profundas inseguridades.
En uno de los exclusivos hoteles de Manhattan conoció a Brooks Baekeland, único heredero de una de las fortunas más importantes del mundo. Se casaron en 1942 y, poco después, nació Anthony, el único hijo del matrimonio. Barbara volcó en él todas sus expectativas.
El matrimonio colapsó bajo el peso de los celos, los viajes y el alcohol. Barbara Baekeland comenzó a desarrollar conductas obsesivas, fijándose de manera enfermiza en la vida sexual y afectiva de su hijo.
Las cosas escalaron de modo irreversible cuando Anthony, ya adolescente, mostró signos de homosexualidad. Barbara reaccionó con furia y vergüenza.

De glamour a pesadilla: el quiebre
Los testigos hablaron de una madre que vigilaba sin descanso los movimientos de su hijo en París y Nueva York. Cuando Anthony confesó haber tenido relaciones con otros chicos, Barbara —según registros posteriores— decidió que curaría a su hijo a cualquier costo.
La obsesión se volvió prohibición, y luego, una convivencia destructiva. Los dos viajaron juntos durante años, cruzando ciudades, huyendo de rumores y de la mirada pública. Intentaron terapias, internaciones y tratamientos psiquiátricos. Por momentos, Anthony parecía resignado. En otras situaciones, clamaba por libertad.
En una sesión con su terapeuta en París, Anthony le relató: “Mi madre vigila todo. Me pide que le cuente con quién salgo, que le describa hasta mis sueños”. El terapeuta, perplejo, le preguntó si se sentía en peligro. Anthony apenas susurró: “A veces creo que sí”.
Barbara Baekeland tomó el control absoluto de la vida de Anthony. Decidió que la única manera de salvarlo era “curarlo” de su sexualidad, llegando a extremos incalificables. Las crónicas policiales y los testimonios psiquiátricos documentan un momento abismal: Barbara intentó tener relaciones sexuales con Anthony para “convertirlo” en heterosexual. Un amigo de la familia lo puso en palabras: “Nunca imaginamos que alguien pudiera ir tan lejos. Pero Barbara ya no era la misma.
El impacto psicológico de este incesto agravó el ya frágil estado mental de Tony. En la casa de Mallorca, algunos visitantes encontraron mobiliario destruido, y Barbara explicó que “algo molestó a Tony, le dio mucha rabia y reventó una silla”. Los efectos de la relación incestuosa resultaron devastadores para la salud mental de Tony, quien comenzó a manifestar episodios de violencia cada vez más intensos.
En una ocasión, Tony atacó a su madre con un bastón de madera, dejándola inconsciente. Los psiquiatras del hospital local diagnosticaron esquizofrenia y recomendaron su internación en una clínica privada, pero Brooks Baekeland, su padre, se negó a asumir los costos. Tony regresó entonces con su madre, y su comportamiento se tornó aún más errático. Durante una cena, en presencia de invitados, la amenazó con un cuchillo y trató de estrangularla, provocando que los presentes abandonaran la casa apresuradamente.

La construcción del horror
Para 1972, madre e hijo residían juntos en Cadogan Square, Londres, un departamento forrado de cuadros impresionistas y estantes de licores caros.
Los vecinos relataban gritos. El portero recordaba a Anthony escapando en bata, pidiendo ayuda. El terapeuta familiar que los visitó meses antes del crimen describió una escena de tensión casi insoportable. Uno de los últimos diálogos registrados en consulta ofrece una ventana a la locura instalada:
—Mamá, por favor, déjame salir.
—Anthony, no hasta que prometas comportarte.
—No puedo prometer nada, sólo quiero irme.
—Te amo tanto que no permitiré que te destruyan.
La violencia ya había escalado de manera severa. Tony intentó herir a su madre en el ojo con un bolígrafo y, en otro episodio, la arrojó a la calle con la intención de que fuera atropellada. La policía intervino y lo detuvo por intento de homicidio, pero Barbara se negó a presentar cargos. Tony sufría de esquizofrenia y tenía un comportamiento impulsivo, violento y peligroso. Un intento por internarlo en el hospital psiquiátrico privado The Priory cuando tenía veintiséis años fue descartado por la imposibilidad de costear el tratamiento. Madre e hijo volvieron a vivir juntos, a pesar de las advertencias.
Barbara acordó que lo viera la psiquiatra Lindsay Jacobs, que le había sido recomendada por amigos. Jacobs confirmó que Tony sufría de esquizofrenia, agravada porque Barbara no se había asegurado de que tomara los medicamentos recetados. Jacobs estaba extremadamente preocupada por la seguridad de la madre, al punto que le advirtió: “Tu hijo te va a matar. Corrés un grave riesgo”. Barbara dudó de esa posibilidad, pero la psiquiatra estaba tan intranquila que llamó a la comisaría de Chelsea y les pidió que pusieran un guardia en Cadogan Square 81, porque podía pasar algo grave. Le respondieron que no podían hacer nada hasta que no ocurriera algún suceso.
El suceso no se hizo esperar. El desenlace fatal llegó la madrugada del 17 de noviembre de 1972. Una discusión entre madre e hijo, originada por la visita de un amigo de Tony a quien Barbara no quería recibir, derivó en un nuevo episodio de violencia. Tony golpeó a su madre, quien intentó huir hacia la cocina, pero él la alcanzó, tomó un cuchillo y la apuñaló hasta matarla. Barbara Daly de Baekeland tenía cincuenta y un años. Tony llamó a la policía y esperó en el lugar la llegada de los agentes.
Otra versión que circuló, con menos fuerza, cuenta la historia de manera inversa. No hay argumentos de los hechos que precipitaron la tragedia, pero reconstruyen que después de una feroz discusión sobre una nueva pareja de Anthony, Barbara habría tomado un cuchillo de cocina y apuñalado a su hijo en plena sala. La declaración policial reconstruye los minutos posteriores: " ¿Por qué lo hiciste?“. ”No podía soportar la idea de perderlo. Era mío, sólo mío, y quería salvarlo, aunque él no lo comprendiera", habría dicho ella, mientras la escena mostraba por sangre por todos lados, muebles destrozados, un revistero partido, y el cuerpo inmóvil del joven Baekeland acunado extrañamente por su madre hasta que llegó la policía.

Pero la historia verosímil sostiene el crimen del hijo a la madre. Cuando los agentes arribaron, Tony confesó el asesinato. El tribunal lo declaró culpable de homicidio y lo envió a Broadmoor, uno de los hospitales de seguridad más reconocidos del Reino Unido. La reacción de la familia ante el crimen fue dispar: Nini Daly, la abuela materna de Tony, adoptó una postura compasiva y se convirtió en la principal promotora de una campaña para que su nieto pudiera regresar a Estados Unidos. Nini, convencida de que el afecto y la supervisión familiar permitirían a Tony llevar una vida normal, contrastaba con la visión de Brooks, el padre de Tony, quien se oponía firmemente a cualquier intento de reintegración y sostenía que su hijo debía haber sido condenado por asesinato en primer grado. Brooks, incapaz de reconocer su propia responsabilidad y la de Barbara en la tragedia, desestimaba la intervención psiquiátrica y calificaba a su hijo de “malvado”.
En 1980, la intervención de la embajada estadounidense permitió la liberación de Tony bajo la condición de que quedara bajo el cuidado de su abuela Nini, de ochenta y siete años, en Nueva York. La confianza absoluta de Nini en la recuperación de su nieto, sumada a la actuación negligente de las autoridades británicas y estadounidenses -condicionada por los intereses económicos en juego-, propició un entorno inadecuado para el tratamiento de Tony. Al instalarse en la casa de la madre de Barbara, en el Upper East Side, Tony comenzó a mostrar comportamientos cada vez más perturbadores: construyó un santuario dedicado a su madre y realizaba rituales sobre sus cenizas. Ni la abuela ni el psiquiatra familiar supieron abordar la gravedad de la situación.
Seis días después de su llegada a Nueva York, una nueva discusión estalló entre Tony y Nini, esta vez por una llamada telefónica que él deseaba hacer a Inglaterra y que ella le prohibió. En un arrebato, Tony apuñaló a su abuela ocho veces. A diferencia de lo ocurrido en el Reino Unido, en Estados Unidos Tony no contó con la protección de personas influyentes. Fue condenado a cadena perpetua y enviado a Rikers Island, la principal prisión de Nueva York.
Ocho meses después, mientras se aguardaba la llegada de los registros médicos de Broadmoor para evaluar la posibilidad de concederle la fianza, Tony, que entonces tenía treinta y tres años, fue hallado muerto en su celda el 20 de marzo de 1981, a las tres y media de la tarde. Había utilizado una bolsa de plástico -un invento atribuido a su bisabuelo- para asfixiarse.
Últimas Noticias
La historia de Roya Karimi, la mujer que pasó de un matrimonio forzado en Afganistán a ser campeona de fisicoculturismo en Europa
La atleta afgana logró reconocimiento internacional en competencias deportivas y convirtiéndose en referente del empoderamiento femenino

El día que una tumba habló: la historia del epitafio que acusó falsamente de un crimen a dos hombres
Durante medio siglo, una lápida en Carolina del Norte señaló con nombre y apellido a dos supuestos asesinos. Pero el juicio y la confesión final revelaron otra verdad

El parricidio que expuso años de abuso y sacudió a Estados Unidos en los ‘80
El expediente reveló un entramado de control, amenazas y maltrato sostenido que transformó el hogar en un ámbito de terror. El proceso judicial reabrió el debate sobre los límites de la defensa frente a la violencia intrafamiliar

Operación Flipper: cuando un comando británico intentó asesinar a Erwin Rommel y el detalle que salvó al “zorro del desierto”
La noche del 17 de noviembre de 1941, un comando británico atacó el lugar donde suponía que el mariscal alemán tenía su cuartel general. El detalle de los errores que hicieron fracasar la operación

De mito indígena a monstruo de la televisión: la historia detrás de Pie Grande
Testimonios, noticias sensacionalistas y películas de culto se entrelazan desde hace siglos en la construcción del enigma que desafía la lógica y alimenta la curiosidad en Norteamérica




