
-Hay una pregunta que se hace mucha gente cuando leen lo que usted escribe: ¿cuánto hay de verdad y cuánto es simplemente sensacionalismo imaginado?
-Todo es verdad. Lo que he escrito es cierto, aunque he dejado fuera muchas verdades, precisamente para no pecar de sensacionalista. Te podría contar mil historias de la crueldad y la tragedia humana en las cárceles. Hablarte de los pederastas, de la corrupción, del terror y del dolor de jóvenes infelices que son forzados a ejercer la prostitución en sus celdas. Por eso digo que no he contado toda la verdad...
Corría abril de 1973 y Henri Charrière tenía un año bastante agitado. Se anunciaba el estreno de Papillon, la película basada en su libro con Steve McQueen y Dustin Hoffman en los papeles estelares, y acababa de publicar su segunda novela, Banco que encabezaba los rankings de las más vendidas desde la semana de su aparición. Durante la gira que realizaba para presentarla, el escritor francés recaló en Palma de Mallorca, donde el periodista español Roberto Bennett le tiró sin anestesia el interrogante. Charrière lo respondió sin inmutarse.
Por entonces, el expresidiario devenido novelista tenía 66 años y sabía que tenía los días contados por un cáncer de garganta con el cual ya había perdido la batalla. Murió en Madrid el 29 de julio, tres meses después. Su historia, en cambio lo sobrevivió, no solo por la maestría con que la había narrado sino por el impacto que causan las narraciones de hechos aparentemente imposibles pero protagonizados por personas de carne y hueso. Porque Papillon, el apodo que Charrière debía a la mariposa que llevaba tatuada en su pecho, era eso: un hombre real que había vivido aventuras dignas de una novela y que, además, había sabido contarlas. La novela autobiográfica comenzaba con una frase brutal: “La bofetada fue tan fuerte que necesité trece años para sobreponerme. No fue un sopapo corriente, y para dármelo se esmeraron al máximo”. El enorme éxito de su libro, publicado en 1969, le valió que al año siguiente el presidente francés Georges Pompidou lo indultara, un acto meramente simbólico porque el crimen por el cual estaba condenado había prescripto en 1967, cuando ya llevaba 18 años en libertad.

Por entonces, el mundo creyó sin el menor asomo de duda que la historia que Charrière relataba en Papillon era la de su vida y la de los intentos de fuga –tanto los frustrados como los exitosos– que protagonizó de las cárceles francesas de la Guyana y de la Isla del Diablo. Pasarían más de treinta años desde su muerte hasta que alguien cuestionó la veracidad de sus relatos. En 2005, un exconvicto francés llamado Charles Brunier saltó a la palestra y aseguró que él y no Charrière era el verdadero Papillon. El hombre tenía 104 años y mostraba el tatuaje de una mariposa en su brazo izquierdo. Las declaraciones del anciano Brunier obligaron a revisar la historia contada por Charrière y se llegó a la conclusión que algunos pasajes del libro, si bien eran ciertos, no los había protagonizado él.
Casi al mismo tiempo las autoridades penitenciarias francesas publicaron los registros de prisioneros de la colonia penal de la Isla del Diablo y Henri Charrière no figuraba en ellos. Pero tampoco todo era falso, porque el autor de Papillon sí era un exconvicto que había sido condenado a cadena perpetua y confinado del otro lado del Atlántico. Eso también estaba documentado. Desde entonces hay muchos interrogantes que no han encontrado aun respuesta: ¿Quién fue el verdadero Papillon? ¿Cuánto de cierto y cuánto de falso hay en el libro de Charrière? ¿Es una novela autobiográfica o una obra de ficción? ¿Qué hechos lo tuvieron como protagonista y cuáles inventó o tomó de las historias de otros presos? ¿Por qué Brunier guardó silencio durante tanto tiempo?

La obsesión de escapar
Henri Charrière llegó a este mundo el 16 de noviembre de 1906 en Saint-Étienne-de-Luggdarès, en Ardèche, Francia. Sus padres eran Joseph y Marie-Louise, dos profesores de secundaria, que tuvieron también dos hijas. Un certificado de defunción da cuenta, además, que Henri quedó huérfano de madre en 1917, poco después de cumplir 11 años. Cuando tenía 16 años, se alistó en la Armada, donde sirvió dos años antes de pedir la baja. Su rastro puede seguirse entonces hasta los bajos fondos de Paris, donde se convirtió en un personaje más de ese ambiente donde se mezclar delincuentes, prostitutas y proxenetas.
Ese era su mundo hasta que en 1931 lo detuvo la policía, acusado de matar a un cafisho llamado Roland le Petit. Charrière, que por entonces ya tenía tatuada la mariposa en su pecho y era conocido como Papillon, negó siempre haber cometido ese crimen, pero no le valió de nada: en octubre de ese año lo condenaron a trabajos forzados a perpetuidad en la Guyana francesa. Es allí donde comenzó la extraordinaria historia que lo hizo uno de los presos franceses más famosos, a la par del capitán Alfred Dreyfuss, condenado injustamente años antes por traición y enviado a la Isla del Diablo, la misma de la que Charrière aseguró haber escapado a principios de la década de los ’40.
Los escapes que Charrière relata en Papillon son de novela, o de película, y aquí solo se puede enumerarlas. Su primer destino como recluso fue el Centro Penitenciario de Saint Laurent du Maroni en la Guayana Francesa, desde donde fue trasladado una de las pequeñas Islas de la Salvación. Fingiendo una enfermedad, logró que lo llevaran al hospital, de donde se fugó con la ayuda de un enfermero junto con dos presos, Clousiot y André Maturette. Tenían preparada una pequeña embarcación con la que navegaron a lo largo de la costa de Trinidad y Tobago hasta Riochacha, en Colombia. En la travesía recibieron la ayuda de una comunidad de leprosos. El mal tiempo les impidió seguir viaje y los tres fueron capturados por la policía colombiana. Papillon pudo escapar pocos días después y tras días de caminata llegó a la región de Guajira, donde fue acogido por un grupo de nativos pescadores de perlas, con los que permaneció varios meses. Si algo le faltaba a su aventura era el amor y lo encontró en una joven del poblado. El amor y la paz no le duraron mucho, porque fue recapturado y encarcelado en Santa Marta y más tarde en Barranquilla, desde donde fue extraditado y enviado nuevamente a la Guyana Francesa en 1934.
El castigo por la fuga fue brutal: lo condenaron a dos años de aislamiento en la isla de Saint-Joseph, conocida como “la devoradora de hombres”. Luego de pasar esos dos años en solitario fue transferido a la isla de Royale, desde donde tuvo otro intento fallido de fuga en el que mató a un informante de la prisión, por lo que fue condenado a ocho años de aislamiento. Solo cumplió 19 meses, porque le conmutaron la pena después de un acto heroico: salvó a la hija de un jefe del penal que se estaba ahogando en el mar.

Un salto a la libertad
Charrière no cejó en sus intentos por recobrar la libertad. Su nueva estrategia fue fingir demencia para que lo trasladaran a un manicomio, donde la vigilancia era mucho menos rígida. Volvieron a capturarlo antes de que pudiera alejarse de la isla. Pidió entonces que lo trasladaran a la Isla del Diablo, utilizada como colonia penal francesa desde los tiempos de Napoleón III, desde donde nadie había logrado fugarse. Los presos podían vagar por toda la isla, porque sus acantilados impedían cualquier intento de escapar por mar. Pero Charrière descubrió la manera de hacerlo: después de meses de observar la llegada de las olas que golpeaban contra los acantilados, descubrió que la séptima de una secuencia se alejaba de la costa con más fuerza que las anteriores. Construyó una balsa con cocos y se arrojó con ella al agua.
Pasó varios días en el mar. “De todas formas, muchacho, quemado o no quemado, la cuestión es que te fugas, y estar donde estás bien vale soportar muchas cosas y más aún. Las perspectivas de llegar vivo a Tierra Grande son positivas en un ochenta por ciento, y eso ya es algo, ¿sí o no? Incluso si llego literalmente escaldado y con medio cuerpo en carne viva, no, es un precio caro por semejante viaje y semejante resultado. No has visto un solo tiburón. ¿Están todos de vacaciones? No negarás que tu suerte es bien rara. Esta vez, ya verás, es la buena. De todas tus fugas, demasiado bien cronometradas, demasiado bien preparadas, al final, la del éxito será la más idiota. Dos sacos de cocos y luego, a donde te empujen el viento y el mar. A Tierra Grande. Confiesa que no hace falta salir de SaintCyr para saber que todo lo que flota es rechazado hacia la costa”, escribe en el “décimo cuaderno” de Papillon sobre sus pensamientos mientras flotaba en el mar.
Tocó tierra en Guyana y desde allí huyó en bote a Venezuela, donde fue nuevamente capturado, aunque con una ventaja: al no haber tratado de extradición, evitó ser devuelto a las cárceles de las colonias francesas. Fue liberado el 18 de octubre de 1945 y decidió quedarse en el país. No podía regresar a Europa porque las autoridades francesas seguían reclamándolo. Se casó con una venezolana –más para evitar ser expulsado que por otra cosa– y consiguió fondos para fundar en Caracas el restaurante Gran Café, que pronto se convirtió en sitio de reunión de la bohemia local. Allí, en las mesas de ese café, Charrière comenzó a escribir Papillon. Debió esperar hasta 1967 para que prescribieran todas las causas que tenía con la justicia francesa y retornar a Europa.

¿Realidad o ficción?
Papillon se convirtió en un éxito de ventas y fue traducido a varios idiomas. No solo convirtió a Henri Charrière en un escritor famoso. Pronto se transformó también en la punta de lanza de las denuncias contra la crueldad del sistema penitenciario francés, al que cuestionó tanto dentro como fuera de las fronteras de su país. “Se critica a mi libro porque ataca a las tres instituciones en las que descansan muchas naciones: Justicia, Policía y Sistema Penitenciario. Fíjate, después de tantos años, llego de vuelta a Francia y digo: ‘La justicia está podrida, la policía es corrupta y las cárceles una vergüenza’. ¡Y esto se lo digo al país que promovió la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad y los Derechos del Hombre!”, explicaba cuando le preguntaban sobre el asunto.
Volvió a América latina para hacer presentaciones de su libro. Durante una de esas giras literarias y de denuncia, en 1972, recaló en Buenos Aires y resumió las dos caras que, a su juicio, tenía su país. “Francia, no en vano, es la cuna de los derechos del hombre. Francia puso a mi disposición todos los medios de difusión oral, escrita y visual para que yo hiciera un cara a cara con el sistema jurídico-policial francés. Eso fue extraordinario. Yo soy ahora ciudadano del mundo, pero quien me hizo ciudadano del mundo fue el mismo pueblo francés que me sentenció brutalmente y me trató como una inmundicia de la sociedad. El tratamiento bárbaro y medieval de su policía pesó sobre algunas conciencias”, explicó en una entrevista con el crítico literario Ubaldo Nicchi publicada en Clarín.
Charrière ya estaba enfermo y murió pocos meses después, el 29 de julio de 1973, y durante más de treinta años la historia que había relatado en Papillon fue tomada al pie de la letra, hasta que en 2005 el anciano Charles Brunier, con su mariposa tatuada en el brazo izquierdo, salió a la luz para asegurar que el verdadero Papillon era él. A las declaraciones del viejo exconvicto se sumó la publicación de los registros de la colonia penal de la Isla del Diablo, donde no aparecía el nombre de Charrière. Todo esto despertó el interés del periodista Gerard de Villiers, que investigó a fondo la historia y llegó a la conclusión que publicó en su libro Papillon Épinglé (Mariposa clavada): que solo el diez por ciento de lo que Chárriere cuenta en su novela autobiográfica es verdad y que el resto de los episodios que relata fueron protagonizados por otros presos o surgieron de la imaginación del autor.
El misterio que rodea a Henri Chárriere sigue hoy vigente. De lo que no caben dudas es que, se trate de una novela autobiográfica o de una obra de ficción, Papillon es uno de los relatos de aventuras más apasionantes que se hayan escrito durante el siglo XX.
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