
A lo largo de casi dos décadas, Mehran Karimi Nasseri, conocido como “Sir Alfred” en el aeropuerto parisino Charles de Gaulle, se ganó la atención de quienes pasaban por la Terminal 1 y la curiosidad de la prensa internacional. La transformación de este enclave aeroportuario en su único hogar fue resultado directo de una serie de obstáculos burocráticos y personales, que comenzó con la obtención de asilo político en Bélgica y se agravó por la pérdida —o entrega voluntaria, según relatos alternos— de sus documentos que acreditaban su estatus como refugiado.
El caso de Sir Alfred despertó un interés particular entre los periodistas y cineastas que recorrían los pasillos del aeropuerto. Muchos de ellos buscaban retratar la vida de un hombre que habitaba día y noche el espacio común de viajeros en tránsito, pero ninguno consiguió persuadirlo para abandonar la que él mismo consideraba su pequeña patria adoptiva. Su fama alcanzó tal magnitud que no eran pocos los turistas que, antes de embarcar hacia otros destinos o terminar su visita a París, se acercaban hasta su banco rojo en la sala de espera para comprobar si efectivamente existía.

La biografía de Nasseri presenta una gran cantidad de matices. Su historia familiar empezó a cambiar drásticamente en 1972, tras la muerte de su padre, cuando su familia le confesó que era hijo ilegítimo y que, según insistía él, su madre era escocesa. El joven abandonó su Irán natal para estudiar economía yugoslava en Inglaterra. Sin embargo, su regreso en 1974 coincidió con protestas opositoras al Sha de Irán. En ese contexto, fue arrestado y torturado por el temido ministerio de seguridad, el Savak, y terminó siendo despojado de su nacionalidad y expulsado del país.
Durante los años siguientes, Nasseri peregrinó por distintos países de Europa solicitando asilo, hasta que en 1981 recibió la condición de refugiado en Bélgica, junto con documentos que acreditaban su estatus. Pero poco después, un giro desafortunado —ya fuera el robo de sus papeles o su devolución consciente a las autoridades, según sus versiones— condicionó toda su vida posterior.

De Bélgica viajó a Francia, donde fue arrestado varias veces por motivos migratorios. Finalmente, en 1988, su periplo lo dejó varado en la terminal del aeropuerto Charles de Gaulle: sin documentos válidos y en medio de un conflicto legal, no podía salir del aeropuerto ni Francia podía deportarlo.
El carácter singular de Nasseri se evidenciaba en su cuidado aspecto personal. Aunque dormía sobre bancos que juntaba y utilizaba una mesa de fórmica blanca como escritorio, mantenía la ropa limpia, su bigote prolijo y su equipaje siempre ordenado.
Incluso su único saco quedaba protegido bajo un plástico y colgado en un carrito, mientras que en una valija y en cajas de Lufthansa guardaba el resto de sus pertenencias. En sus primeros años de estadía, empleados y transeúntes solidarios aportaban comida y dinero. Según recogió la prensa, el aeropuerto se convirtió en escenario de una vida autoimpuesta, pero digna.

La notoriedad de Sir Alfred atrajo también a cineastas: el director Paul Berczeller compartió un año con él, documentando su rutina para el film “Here to Where” (2001). En un artículo de 2004 para The Guardian, Berczeller describió el espacio de Nasseri: “El banco rojo de Alfred era el único ancla en su vida. Era su cama, sala de estar y sede corporativa. En realidad, eran dos bancos pegados, de unos dos metros y medio de largo en total y suavemente curvados, lo suficientemente anchos como para dormir si mantenía las manos metidas debajo de la almohada. Pero nunca dormía durante el día, aunque sus ojos a menudo se caían por el aburrimiento; siempre podías encontrar a Alfred sentado en medio de su banco, frente a una desvencijada mesa de fórmica blanca, que utilizaba como escritorio”.
La cotidianidad de Nasseri era rutinaria: un croissant de huevo y jamón de McDonald‘s al desayuno, un sándwich de pescado de la misma cadena por la noche. Nunca olvidaba dejar propina. “Alfred no era, para decirlo sin rodeos, un vagabundo”, dijo Berczeller.
La prensa europea y los curiosos se convirtieron en parte indirecta de sus fuentes de subsistencia, ya que acostumbraba cobrar una propina a quienes solicitaban detalles para reportajes y documentales. La popularidad de su caso también trajo consigo una batalla legal compleja. Junto a su abogado, Christian Bourget, especialista parisino en derechos humanos, buscó durante más de una década regularizar su situación y así concretar su anhelo de emigrar al Reino Unido.
Sin embargo, los laberintos de la burocracia se multiplicaron en cada intento. En 1992, una corte francesa sentenció que Nasseri había ingresado legalmente al aeropuerto como refugiado y por tanto no podía ser expulsado, pero el tribunal no obligó al gobierno francés a entregarle una visa para ingresar en territorio nacional. Bourget declaró entonces a la prensa: “Fue pura burocracia”, refiriéndose a las trabas administrativas que lo mantenían atado al espacio aeroportuario.

Paralelamente, la posibilidad de recuperar documentos en Bélgica se vio frustrada. Las autoridades exigían su presencia física allí para ratificar su identidad, pero la ley belga impedía el regreso de refugiados que hubieran abandonado el país voluntariamente tras obtener el estatus. En 1995, Bélgica cambió su postura y ofreció devolver los papeles si Nasseri volvía a instalarse en dicho país bajo supervisión de los servicios sociales. Aunque eso le abría la puerta a una vida fuera del aeropuerto, Nasseri se negó. Su única meta era ingresar en el Reino Unido; cualquier otra alternativa le resultaba insuficiente. Decidió entonces permanecer en su rincón de la Terminal 1, año tras año, incluso cuando tuvo la posibilidad de regularizar su situación.
Quienes lo trataban notaban su integridad y entereza. “Desde el momento en que me senté a su lado sentí la fuerza de su dignidad. Alfred parecía totalmente satisfecho consigo mismo. No pretendía complacer ni jugar con tu simpatía. No era el vagabundo del metro que cantaba para pedir una copa. Todo en la vida de Alfred se llevó a cabo en sus propios términos. En cierto sentido, era un hombre más libre que la mayoría”, escribió Berczeller sobre su experiencia con Sir Alfred.

El interés sobre su historia trascendió el ámbito periodístico y fue la base para la construcción de relatos de ficción. En 2004, el cineasta Steven Spielberg y el actor Tom Hanks llevaron a la pantalla grande una trama inspirada en su caso con la película La Terminal. En el film Hanks interpretó a Viktor Navorski, un viajero procedente de Krakozhia, país inventado, sumido en una crisis diplomática, que lo deja atrapado en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York, sin ciudadanía efectiva ni posibilidad de ingreso regular a Estados Unidos. Aunque la narrativa hollywoodense se apartó de los hechos y la nacionalidad del protagonista original, la esencia de la peripecia legal y la prolongada estadía en la terminal fue inspirada en la historia de Sir Alfred.
La figura de Nasseri añadía matices a su propia leyenda eligiendo su propio nombre: él insistía en ser llamado Alfred, alegando una madre británica jamás localizada, y exigía el tratamiento de “Sir”, gesto que desconcertaba tanto como aportaba misterio.
La resistencia de Nasseri a abandonar la Terminal 1 persistió incluso después de que en 1999 el gobierno francés le concediera, tras un largo trámite, una visa temporal para que pudiera salir del aeropuerto e incluso mudarse a cualquier lugar del país. No hubo caso. El espacio físico de la terminal, con su banco y su equipaje, ya constituía el único hogar que le resultaba aceptable tras su periplo de casi dos décadas.

La situación solo cambió por la fuerza en 2006, cuando su salud declinó hasta requerir atención médica fuera del aeropuerto. Nasseri debió abandonar finalmente su hábitat y fue ingresado en un hospital. Posteriormente, tras la recuperación, pasó un periodo en un hotel y, desde marzo de 2007, ingresó en el centro de acogida Emmaus, ubicado en el distrito 20 de París.
Murió, como no podía ser de otra manera, en el aeropuerto de París, Francia. El 12 de noviembre de 2022, hace tres años, le dio un paro cardíaco. Había retornado poco tiempo antes al lugar donde había pasado muchísimos días con sus noches. Había nacido en Soleiman, Irán, en 1945 y murió a los 77 años. Allí, en su pequeño reino, donde pedía que lo llamaran Sir Alfred.
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