
Hacía unos meses que una amiga de Theresa Fusco (16), Kelly Morrissey (15), se había evaporado misteriosamente mientras caminaba, alrededor de las 22 horas, por la calle Merrick y la Avenida Earl. No habían sabido nada más de ella. Esto había ocurrido sobre la misma calle donde Theresa trabajaba en la pista de patinaje Hot Skates, ubicada en Lynbrook, Long Island, Nueva York, Estados Unidos. Sin embargo, Theresa no tenía miedo. El lugar solía ser un punto de encuentro frecuentado por decenas de adolescentes que se divertían.
Los padres de Theresa estaban divorciados y ella vivía -con su madre Connie y su hermano Michael- a pocas cuadras de allí, en Windsor Place, y estudiaba en el secundario East Rockaway.
Esa fría noche en la que fue asesinada, el sábado 10 de noviembre de 1984, Theresa tenía planes. Antes de salir de su casa a las 17.30 dejó su bolso preparado al lado de su cama, su padre la buscaría al día siguiente para ir a Queens donde él vivía. Luego del turno laboral, tenía previsto pasar a visitar a su amiga Lisa Kaplan quien vivía a un par de calles de su propia casa y le había anticipado a su madre el posible itinerario.
Planes de adolescente. Planes de vida.
Salió hacia la pista de patinaje con tiempo, su turno comenzaba a las 18. Llegó en minutos a la calle Merrick donde arrancó su media jornada. Esa noche discutió con su mánager y él decidió despedirla. Los planes de Theresa empezaban a arruinarse. A las 21.47 fichó y salió de su ex trabajo llorando. Hubo varios testigos que la vieron marcharse desconsolada.
Fue la última imagen que se tuvo de ella con vida. Porque luego, como su amiga Kelley Morrissey, caminando por la misma calle, se la tragó la noche.

Malas noticias
Mientras su hija moría, su madre Connie Napoli pasaba la tarde de ese sábado y el comienzo de la noche con la tranquilidad habitual. En su casa estaba de visita una compañera de trabajo. Con ella y su hijo Michael se entretuvieron con juegos de mesa. Cuando su hijo se fue a dormir, las mujeres se quedaron charlando y tomando café. Theresa no había llegado todavía cuando Connie se acostó. Estaría en lo de Lisa como tantas otras veces, pensó. El padre de Theresa vendría a buscarla ese domingo por la mañana y la joven tenía el bolso listo. Nada para preocuparse.
Apenas Connie se levantó vio que su hija no había vuelto. Su pequeña valija descansaba intacta en el cuarto al lado de la cama hecha. Comenzó a preocuparse. Llamó por teléfono a Lisa (no había celulares por entonces) quien la sorprendió diciendo que Theresa nunca había llegado a su casa. Nerviosas ambas comenzaron a llamar a otras amigas para rastrear dónde podía estar la joven. Nadie sabía nada. Comenzaba la pesadilla.
En esos primeros dos días Connie recibió varias llamadas de bromistas macabros que le decían, por ejemplo, “Mami, mami, me estoy sofocando” mientras gemían al teléfono y le daban pistas falsas.
La angustia crecía con cada hora que pasaba.
Veinticinco días después, el miércoles 5 de diciembre, dos adolescentes de 14 años, que jugaban en un bosque cercano al lugar de la desaparición, descubrieron algo debajo de una pila de pallets de madera, escombros y hojarasca. Ese algo resultó ser Theresa Fusco, la adolescente de largo pelo castaño y ondeado.
Su cuerpo desnudo reveló el horror. Su cara había sido golpeada de manera salvaje; la habían violado y su cuello mostraba marcas de estrangulamiento con una cuerda de nylon. En la cavidad vaginal de Theresa los peritos policiales encontraron una buena cantidad de esperma que se dividió en varias muestras.

Un auto robado y otra desaparición
Theresa estaba de novia desde hacía poco tiempo, pero nunca había tenido relaciones sexuales: era virgen. Así lo afirmaron no solo su madre sino también sus amigas. Estaba claro que había sido llevada por la fuerza y abusada sin piedad.
El esperma, según los análisis de la época, no coincidió con ninguno de los 86 hombres de la lista -donde estaba incluido su novio- que tenían confeccionada.
Un tiempo después del hallazgo del cadáver, un hombre llamado John French fue a la policía para reportar algo que le parecía podía estar conectado con el crimen: su auto, un Oldsmobile color bronce, había sido robado entre las 21.30 y las 23.05 la misma noche en que desapareció Theresa. Estaba estacionado a poco más de un kilómetro de la pista de patinaje y lo habían encontrado una semana después en Lakeview. El auto tenía una ventana rota y, en el asiento del acompañante, había un jean con una pierna dada vuelta. Además, French reveló que en el asiento trasero él tenía una cuerda de nylon que había desaparecido. Ese hombre sospechaba con lógica que los dos hechos podrían estar relacionados.
El coche habría sido analizado y el pelo hallado allí habría resultado microscópicamente similar al de Theresa. A French le habrían mostrado una soga que habría reconocido, pero que nunca habría sido peritada para ver si contenía rastros hemáticos de Theresa y, lamentablemente, los jeans habrían sido descartados. Notemos el tiempo verbal condicional repetido: habría…
Hoy se especula que esa pista fue mantenida en secreto por el detective Joseph Volpe, quien tenía a cargo la investigación del caso. ¿Por qué? Quién sabe. Podría ser por inoperancia, por ignorancia o para forzar su propia hipótesis. Volpe apoyaba la idea de que Theresa era sexualmente activa y mencionó, con un claro sesgo racial, el hecho de que su novio era un adolescente de color. De hecho, años después, Volpe terminó siendo considerado el responsable de una confesión forzada y señalado como el jefe de un equipo que plantó evidencia, algo que le costaría al estado una friolera de muchos millones de dólares. Pero de eso hablaremos un poco más adelante.
El 26 de marzo de 1985 una tercera joven desapareció, en la misma zona que Theresa y Kelly, mientras caminaba a su trabajo en un Burger King local, a las 19.30: Jaqueline Martarella (19). Apareció asesinada el 22 de abril en el fairway del hoyo 17 del campo de golf del Woodmere Country Club. Como Theresa había sido violada y ahorcada. El patrón era particularmente similar.

Tres hombres van presos
John Restivo (26), Dennis Halstead (31) y John Kogut (21) fueron arrestados en marzo de 1985 en el marco de la investigación, liderada por el detective Joseph Volpe, del caso Fusco. Y a partir de allí, para la sociedad entera, los culpables estaban bajo arresto.
Restivo tenía una camioneta que usaba para su trabajo en una empresa de mudanzas llamada Halstead Moving & Storage que pertenecía al padre de Dennis Halstead quien también trabajaba allí como gerente. Kogut era un amigo de Restivo. Los tres vivían en Lynbrook.
Fueron sometidos a severos interrogatorios y al detector de mentiras. El más presionado fue el más joven de ellos, Kogut, a quien le dijeron que había fallado en el polígrafo.
Bajo presión, luego de 18 horas sin comer ni dormir, Kogut “confesó” lo que no había hecho. Con hambre y extenuado terminó diciendo lo que esperaban que dijera: que eran culpables. Escribió a mano siete páginas con los detalles que le pidieron. Al día siguiente, repitió todo en una confesión grabada donde contó, más bien inventó, que habían ido los tres con Theresa en la furgoneta hasta un sitio cerca de un cementerio donde Restivo y Hasltead la violaron. Ellos, dijo, lo habían convencido de estrangularla para luego descartar sus despojos.
Era lo que Volpe necesitaba. El asesino había hablado. Los resultados de ADN del semen, por esos días, eran bastante rústicos y arrojaron resultados confusos.
Para conseguir incriminarlos (esto se sabrá muchos años después) Volpe o agentes bajo sus órdenes, habían plantado un mechón de cabello de la víctima entre los objetos recuperados de la camioneta que usaba Restivo para los traslados de muebles.
Esa fue “la prueba” física decisiva, junto con la confesión forzada de Kogut, en la que se apoyó la fiscalía para conseguir enviar a la cárcel a los tres hombres. Si bien Kogut no había podido especificar qué tenía puesto la víctima ni había podido señalar el sitio del hallazgo del cuerpo, esas siete páginas con su confesión manuscrita fueron consideradas ciertas por todos.
La teoría policial sostenía: los tres hombres habían encontrado a Theresa saliendo de su trabajo y la joven había subido voluntariamente a la van. Cuando los pretendieron tener sexo con ella y se negó fue atada, golpeada, violada y asesinada.
Calles con tanta vida eran ahora calles con mucha muerte. En la comunidad los rumores corrían a toda velocidad. Se hablaba de que estos sujetos eran parte de una banda satánica que buscaban chicas vírgenes para violar. Un amigo de Kogut, llamado Bob Fletcher, no lo ayudó para nada contando que una vez el joven se había tatuado una cruz invertida en un brazo, que practicaba el satanismo y le gustaba la pornografía. La imaginación iba sembrando las semillas de la injusticia.
El detective Volpe consideró que el caso Fusco había sido resuelto por su equipo. Listo.
Nada que temer de ahora en más.
En marzo de 1986 fue juzgado Kogut mientras que Restivo y Halstead fueron llevados a juicio juntos en noviembre. Ese mismo año Bob Fletcher se suicidó, pero curiosamente la policía no encontró el arma con la que se disparó. Una rareza muy particular.
Los tres jóvenes, que decían ser inocentes, quedaron tras los barrotes. Nadie les creyó. Le creyeron al detective Volpe.
Pasó mucha agua bajo el puente hasta que se hizo algo de justicia. En 1997 Innocence Project (Proyecto Inocencia, una organización sin fines de lucro) tomó el caso. Cuando en 2003 se introdujeron las pruebas genéticas más sofisticadas los defensores pidieron analizar otra vez los hisopados vaginales del cuerpo de Theresa. Se produjo el milagro: encontraron una muestra intacta, que no había sido utilizada nunca en otros tests. Se mandó a comparar.
Resultó que el esperma no coincidió con ninguno de los tres presos en el caso. ¡El ADN no era de ellos! La huella era de un solo hombre desconocido.
En junio de 2003 fueron exonerados y liberados. Habían pasado 18 años presos. Kogut debió enfrentar un nuevo juicio más por su confesión donde terminó siendo absuelto el 21 de diciembre de 2005.
Fue a partir de esto que comenzó la lucha de ellos por conseguir justicia. Algo que demandó esfuerzo, paciencia y dinero.

Reparación, verdad y consecuencia
Restivo y Halstead entablaron juntos un juicio federal por la mala actuación policial. La justicia llegó a la conclusión de que Volpe con su equipo habían fabricado evidencia plantando pruebas. Esto pudieron probarlo gracias al aporte de expertos peritos que revelaron que ese mechón había sido trasladado postmortem. También se supo que Volpe había evitado la divulgación de pruebas que apuntaban hacia otros sospechosos. Esa retención de pistas también fue crucial para el veredicto.
En 2014 un jurado federal (vale aclarar que, para ese entonces, Joseph Volpe ya había fallecido) les reguló un total de 36 millones de dólares: 18 millones de dólares para cada uno quien a su vez debieron pagar unos cinco millones por cabeza a sus abogados. Restivo recibió, además, 2,2 millones más en otro juicio.
John Kogut obtuvo solamente 1,5 millones de dólares porque no fue parte de la demanda federal contra el detective Volpe.
Al salir de prisión, Restivo tenía 44 años. Se instaló en el estado de Florida con su madre quien siempre creyó en su inocencia y había pagado su defensa inicial. Declaró entonces en el programa Good Morning America de ABC News: “Por años, si alguien me preguntaba por la mañana cómo estaba, decía que no estaba bien porque me había levantado del lado equivocado de la pared. Ayer pude decir: esta mañana me levanté del lado correcto de la pared”. Hoy ya tiene 66 años y un artículo de The New Yorker describió que vive modestamente, en una pequeña casa azul con una amiga llamada Marge Neidecker. No trabaja y se mantiene con el dinero que ganó con el juicio. Hasta la actualidad enfrenta problemas para reinsertarse en sociedad debido a que sufre de trastorno de estrés post traumático por lo injustamente experimentado.
Dennis Halstead salió con 48 años habiendo sido el que más activamente participó del litigio contra el agente Volpe. Al recobrar su libertad tenía cuatro nietos nacidos durante su encarcelamiento y aseguró: “Naturalmente habrá amargura y rabia, eso es algo con lo que tendré que lidiar. Pero quiero seguir con mi vida y vivir un día a la vez. Sé que me llevará tiempo reconstruirla”. Hoy, con 71 años, parecería haberlo logrado.
De John Kogut antes de ser encarcelado había sido paisajista; de lo ocurrido después de ser liberado casi no hay información. Al salir en libertad sostuvo que iba a intentar salvar la relación con quien había sido su pareja: “Estamos viendo si podemos estar juntos y ver qué pasa”. No se sabe si lo habrá logrado.

Tecnología justiciera
A 40 años del crimen, y luego de dos décadas de inacción, la policía había vuelto a retomar el caso Fusco. Quizá alentada por otros que habían sido resueltos con la revolucionaria tecnología de la genealogía genética (un campo que combina las pruebas de ADN con los lazos de parentesco y utiliza los bancos de datos genéticos). En el caso de Theresa Fusco tenían las valiosas muestras del esperma recolectado.
Las autoridades no revelaron cómo fue que llegaron, con la ayuda del FBI, hasta el sospechoso llamado Richard Bilodeau. Quizá lo sepamos durante el juicio.
Lo cierto es que allá por 1984 Richard Bilodeau tenía 23 años y vivía con sus abuelos muy cerca del lugar donde fue hallado el cuerpo de la víctima: a un kilómetro y medio. Trabajaba en un coffee truck móvil en el área y los vecinos de entonces lo recordaron como un joven solitario, al que los chicos del barrio temían. Si bien Bilodeau no tenía ningún antecedente policial ni conocía a Theresa ni a su entorno, para febrero de 2024 los detectives llevaban ya un tiempo monitoreándolo.
El hombre de 63 años y abundante pelo gris, residía solo, en Center Moriches, Nueva York, y trabajaba desde hacía doce años como repositor nocturno en la cadena de supermercados Wal-Mart.
Los detectives, en cuanto vieron una oportunidad, avanzaron: recuperaron una pajita de un vaso descartado por él en un local llamado Tropical Smoothie Cafe. La pajita que había sido usada por Bilodeau fue enviada al laboratorio para ser comparada con la muestra del ADN del asesino asesino de Theresa, cuatro décadas atrás.

El análisis de la pajita les brindó a los agentes el resultado que buscaban desde hacía tanto tiempo: una coincidencia del ciento por ciento con el ADN del esperma hallado en Theresa. Por fin tenían al verdadero homicida.
Al ser detenido negó conocer a Theresa Fusco y cuando los agentes le preguntaron por qué creía que su muestra de ADN podría coincidir con la hallada en el cadáver de esa joven, él respondió: “En aquellos tiempos la gente se salía con la suya con los asesinatos”. Por supuesto negó conocer a Theresa.
El fiscal Jared Rosenblat le espetó que le había llegado el momento de rendir cuentas.
El acusado se declaró inocente y su abogado Daniel W. Russo aseveró que han existido numerosas equivocaciones y que su defendido ha vivido 40 años sin un solo problema con la ley.
Pero resulta que el ADN es difícil de desmentir.
Además, muchos se han empezado a preguntar si este hombre no tendrá que ver con las otras muertes de jóvenes en la zona.

La fiscal Anne T. Donnelly, quien presentó el caso, dijo que “Hace cuarenta años que le robaron la vida a Theresa Fusco y, desde entonces, su familia ha atravesado angustias y enfrentado la pregunta sobre quién lo había hecho (...)”. Y aclaró que la reciente resolución ha sido gracias a las nuevas tecnologías que se utilizan en la ciencia forense. En la conferencia de prensa recordó la frase del acusado sobre que antes la gente se salía con la suya y le dijo: “Bueno, déjeme decirle algo señor Bilodeau, estamos en 2025, y ahora lo tenemos”.
Richard Bilodeau, el sesentón canoso que logró mantenerse fuera del radar policial por cuarenta años, fue detenido y acusado formalmente, el 14 de octubre pasado, de la violación seguida de muerte de Theresa Fusco y está en la cárcel. El 21 de noviembre será llevado ante los tribunales. De ser hallado culpable enfrentará una pena que podría ir de 25 años a prisión perpetua.
Lamentablemente Connie, la madre de Theresa, no llegó a ver la resolución del caso, murió en 2019. Sí lo hizo su padre Thomas Fusco, quien estuvo en la conferencia de prensa donde se anunció la noticia de la detención. Aseguró que nunca, a pesar de todo lo vivido, dejó de creer en la justicia y, luego, se quebró ante la prensa al sacar una foto del bolsillo de su saco donde se ve a su hija sonriendo eternamente:
“La amo y la extraño. Ella vive en mi corazón como pueden ver (...) me rompe el corazón atravesar por esto una y otra vez, pero ahora sí que parece ser el final y estoy agradecido por eso”.
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