“Lo maté porque era un enemigo de la gente buena”: las últimas palabras del anarquista que asesinó a un presidente estadounidense

Leon Czolgosz tenía 28 años cuando murió electrocutado en una prisión de Nueva York el 29 de octubre de 1901. Nunca se arrepintió de haber cometido el magnicidio contra William McKinley, el tercer presidente de los Estados Unidos asesinado durante su mandato. La dinámica del crimen y la inesperada reacción del mandatario: “No le hagan daño”

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Leon Czolgosz fue ejecutado en
Leon Czolgosz fue ejecutado en la silla eléctrica tras asesinar al presidente William McKinley en 1901

Aun no lo habían sentado en la silla eléctrica cuando el reo, custodiado por dos guardias, miró de frente a los testigos ubicados en la sala de ejecuciones de la cárcel federal de Auburn, en el estado de Nueva York, y dio su última explicación: “Maté al presidente porque era un enemigo de la gente buena, los buenos trabajadores. No siento remordimiento por mi crimen”, dijo con voz firme. No ofreció resistencia alguna mientras lo ataban al trono de la muerte y entonces pronunció otra frase, más para sí mismo que para quienes la escucharon. “Lamento no poder ver a mi padre”, murmuró. Segundos después el verdugo accionó la palanca y su cuerpo se sacudió recorrido por la corriente eléctrica. Así terminó la vida del anarquista Leon Frank Czolgosz, de 28 años, condenado a la pena capital por magnicidio.

Corría la mañana del martes 29 de octubre de 1901 y el presidente al que se refería Czogolsz era William McKinley, a quien le había disparado dos veces la tarde del 6 de septiembre anterior en el Templo de la Música de la Exposición Panamericana que se realizaba en Bufalo. El mandatario no murió en el momento y su agonía de ocho días había tenido en vilo al país hasta que expiró en el hospital.

McKinley fue el tercer presidente de los Estados Unidos asesinado durante su mandato, después de Abraham Lincoln en 1865 y James Garfield en 1881. A Lincoln lo mató el simpatizante de la causa confederada John Wilkes Booth como parte de una conspiración mayor destinada a reunir las tropas confederadas restantes para que siguieran luchando en la Guerra Civil. Garfield cayó bajo las balas de Charles J. Guiteau, un político fracasado que creía que el presidente no había recompensado debidamente los servicios prestados durante la campaña y decidió vengarse.

Cuando Czogolsz le disparó, McKinley iba por su segundo mandato presidencial y tenía una inmensa popularidad. Hombre del Partido Republicano, había sido elegido por primera vez en 1896, en un momento de profunda depresión económica, al vencer en unos comicios bastante reñidos al candidato demócrata William Jennings Bryan. Había reactivado el país, mejorado la vida de millones de los ciudadanos y se lo consideraba el artífice de la victoria en la guerra hispano estadounidense de 1898, cuando Estados Unidos se apoderó de las colonias españolas de Puerto Rico y Filipinas. Reelegido en 1900, nuevamente al vencer a Bryan, llevaba adelante un mandato pujante y tranquilo. “Parecía que la administración McKinley seguiría con una paz ininterrumpida otros cuatro años, dedicada a la prosperidad”, en palabras del historiador Eric Rauchway.

Con 58 años y en la cúspide del poder, McKinley confiaba en su popularidad y le gustaba estar en contacto directo con la gente. Esa costumbre era un dolor de cabeza para el Servicio Secreto, encargado de su seguridad, a cuyos agentes el presidente había burlado más de una vez para moverse con más libertad. No quería que interfirieran en su relación con los ciudadanos. Esa confianza le facilitó todo a Leon Czolgosz la tarde del 6 de septiembre de 1901.

William McKinley, líder republicano, fue
William McKinley, líder republicano, fue atacado durante la Exposición Panamericana de Búfalo mientras saludaba al público

“Decidí matarlo”

Nacido en Alpena, Michigan, el 5 de mayo de 1873, cuando atentó contra de vida del 25° presidente estadounidense Leon Czolgosz era casi un recién llegado al anarquismo y de ninguna manera era un miembro orgánico del movimiento. Había vivido y trabajado en la granja de sus padres hasta que, a mediados de la década de 1890 decidió independizarse y buscó trabajo como obrero. Participó de algunas huelgas y comenzó a asistir a reuniones de anarquistas y socialistas, siempre como simple espectador.

En mayo, después de escuchar un discurso de la dirigente anarquista Emma Goldman en Cleveland, se le acercó y le pidió que le recomendara libros. Dos meses después la visitó en su casa de Chicago para conversar con ella. En esa ocasión, Goldman le dijo que ella no era partidaria de la violencia pero que comprendía a quienes la ejercían para defender los derechos de los trabajadores. Czolgosz quedó impactado como una frase, la sintió como una habilitación: “Esas palabras me quemaban en la cabeza”, dijo después. Decidió entonces matar a McKinley, a quien consideraba el mayor exponente de la opresión que sufrían los estadounidenses. Se cree que intentó acercarse al presidente para hacerlo por lo menos dos veces antes del 6 de septiembre, pero esas versiones nunca pudieron ser confirmadas.

Entre julio y septiembre hizo un periplo que nunca explicó: primero se trasladó a Búfalo, más tarde se mudó al barrio de West Seneca, en Nueva York y luego viajó a Cleveland y a Chicago, posiblemente para tomar contacto con algún grupo anarquista o conseguir dinero. Volvió a Bufalo cuando se enteró de que McKinley visitaría la Exposición Panamericana. Llegó el 3 de septiembre y ese mismo día compró un revólver Smith & Wesson calibre 38 en la ferretería Walbridge. Había decidido matar al presidente mientras estuviera en la ciudad, aunque le costara la vida: “No tenía escapatoria, estaba en mi corazón. No lo podría haber conseguido sin poner mi vida en juego. Había miles de personas en la ciudad el martes. Oí que era el Día del Presidente. Toda aquella gente parecía inclinarse ante el gran gobernante. Decidí matarlo”, declaró cuando lo interrogaron después del atentado.

Estuvo a punto de hacerlo el 4 de septiembre, cuando McKinley, acompañado por Ida, su mujer, llegó a la ciudad en tren. Intentó acercarse a la comitiva, pero tuvo que desistir por un hecho casual. En el momento que los soldados que recibían al presidente dispararon una salva de bienvenida, alguien se asustó por el ruido y gritó: “¡Anarquistas!”. Czolgosz creyó que lo había descubierto y escapó.

Volvió a intentarlo el día siguiente, cuando McKinley visitó el Puente del Triunfo para ver la feria iluminada por la luz eléctrica. Se ubicó desde temprano cerca del podio y pensaba dispararle durante el discurso, pero no logró acercarse lo suficiente porque la multitud le impidió. Cuando el presidente terminó su discurso, el anarquista intentó seguirlo en su recorrido por la feria, pero la policía se lo prohibió.

El magnicidio de McKinley convirtió
El magnicidio de McKinley convirtió a Czolgosz en el tercer asesino de un presidente de Estados Unidos en funciones

“No le hagan daño”

Esos dos intentos frustrados no lo hicieron desistir. Según el programa, la tarde del día siguiente el presidente visitaría el Templo de la Música donde, después de un concierto en su honor, saludaría a los ciudadanos que quisieran acercársele. Con el Smith & Wesson envuelto en un pañuelo y oculto en su bolsillo, Czolgosz se puso en la fila. Acostumbrado a esas lides, McKinley era capaz de darle la mano a unas cincuenta personas por minuto con una técnica especial: antes tomaba las manos de su interlocutor para evitar que le estrujara los dedos y poder soltarlo rápidamente.

La procesión de ciudadanos que daban la mano al presidente fue interrumpida cuando Myrtle Ledger, de doce años, le pidió a McKinley el clavel rojo que siempre llevaba en la solapa. El presidente se lo dio y conversó unos segundos con ella y su madre. Luego fue el turno de un hombre alto y moreno que parecía inquieto mientras se acercaba, lo que llamó la atención de los agentes del Servicio Secreto. Respiraron aliviados cuando no pasó nada extraño. Quizás por eso, no le prestaron atención al siguiente, que tenía la mano derecha envuelta con un pañuelo. Quien sí notó el detalle fue McKinley que, quizás creyendo que tenía esa mano herida, le tomó la izquierda. Eran exactamente las 4.07 de la tarde cuando el presidente estrechó la siniestra de Czolgosz y éste le disparó dos veces con el revólver Iver Johnson –más pequeño que el Smith & Wesson .38 de los días anteriores- que empuñaba con la derecha, oculto debajo del pañuelo.

McKinley se tambaleó un momento antes de caer: una bala lo había rozado, pero tenía la segunda incrustada en el abdomen. Czolgosz estaba a punto de disparar una vez más cuando James Parker, el hombre que estaba detrás de él en la fila, le manoteó el revólver y le dio tiempo al detective John Geary a tirarse encima del agresor. En cuestión de segundos, decenas de personas comenzaron a pegarle, mientras algunos agentes levantaban a McKinley, que no parecía gravemente herido. Al ver la paliza que le estaban dando a su atacante, el presidente ordenó: “No le hagan daño al muchacho”.

Una ambulancia trasladó el presidente hasta el improvisado hospital de la exposición, que tenía un quirófano. El primer médico que lo atendió fue Herman Mynter, a quien McKinley había conocido el día anterior. “No pensé que necesitaría sus servicios profesionales”, le dijo en broma el mandatario herido. Ya sobre la mesa de operaciones, antes de que le administraran una inyección de morfina, preguntó por su agresor y dijo: “El pobre hombre no sabía lo que hacía”.

El presidente William McKinley murió ocho días después, el 14 de septiembre a la madrugada, debido a una gangrena provocada por la herida. Fue reemplazado por el vicepresidente Theodore Roosevelt.

El juicio a Czolgosz fue
El juicio a Czolgosz fue breve y concluyó con una condena a muerte tras solo media hora de deliberación del jurado. Su cuerpo fue disuelto con ácido para evitar que su tumba se convirtiera en símbolo anarquista

Ácido en el ataúd

Después de ser detenido, Leon Czolgosz fue trasladado al Precinto 13 de la policía de Buffalo, en la calle Austin 346, y más tarde a la central de policía, donde se lo encerró solo en una celda. Cuando trascendió que era anarquista, se desató una ola de represalias contra militantes de esa ideología. Los grupos anarquistas y sus periódicos fueron atacados por turbas de “justicieros” que, aunque no mataron a nadie, causaron grandes destrozos.

En una de sus primeras declaraciones, el jefe de policía dijo que no creía que el autor del atentado hubiera actuado solo y ordenó detener a los anarquistas más conocidos de la ciudad, entre ellos a Emma Goldman, que quien no encontraron en su casa. Para que se entregara, la policía detuvo a toda su familia y anunció que solo la liberaría cuando ella se presentara. Lo hizo el 10 de septiembre y pasó más de tres semanas en la cárcel hasta que fue liberada sin cargos en su contra. Para entonces estaba claro que Czolgosz había actuado solo y que no pertenecía orgánicamente a ningún grupo anarquista.

Leon Czolgosz fue a juicio por el asesinato de McKinley en el Tribunal del Estado en Búfalo el 23 de septiembre, nueve días después de la muerte del presidente. El testimonio de la acusación duró dos días y declararon los médicos que atendieron al mandatario y varios testigos del atentado. El abogado defensor Loran L. Lewis y su ayudante no llamaron testigos al estrado y se esforzaron por alabar al presidente McKinley. Más tarde fueron criticados porque era evidente que estaban más preocupados por salvar sus imágenes frente a la comunidad que por evitar que su defendido fuera condenado a la silla eléctrica.

Después de media hora de deliberaciones, el jurado encontró culpable a Czolgosz y lo sentenció a muerte. Lo ejecutaron un mes más tarde y, antes de enterrar su cuerpo en el cementerio de la prisión federal de Auburg, inundaron de ácido el ataúd para disolver los restos.

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