
El impacto de la epidemia de polio en Estados Unidos llegó a su punto más alto en 1952, cuando se reportaron casi 58.000 casos y más de 3.000 muertes en ese país. Ese contexto de inquietud y temor explica el significado que tuvo la figura de Jonas Salk para su generación y para el campo de la medicina.
Según publica la Organización Panamericana de la Salud (OPS): “La poliomielitis, o comúnmente llamada polio, es una enfermedad altamente contagiosa ocasionada por el virus de la poliomielitis. La gran mayoría de las infecciones por poliovirus no producen síntomas, pero de 5 a 10 de cada 100 personas infectadas con este virus pueden presentar algunos síntomas similares a los de la gripe. En 1 de cada 200 casos el virus destruye partes del sistema nervioso, ocasionando la parálisis permanente en piernas o brazos. Aunque es muy raro, el virus puede atacar las partes del cerebro que ayudan a respirar, lo que puede causar la muerte”.

Antes de que Salk creara la vacuna contra la polio, la amenaza anual de nuevos brotes motivó transformaciones sociales notables, como la desolación de las piletas públicas por miedo al contagio, y generó gran ansiedad entre los padres, que temían ver a sus hijos afectados por los característicos calambres y fiebres de la enfermedad, que a menudo desembocaban en internaciones, parálisis, uso del “pulmón de acero” o la muerte.
Un hito determinante marcó un giro histórico: el 12 de abril de 1955, tras pruebas en más de 1 millón de escolares, un colaborador de Salk anunció públicamente que la vacuna desarrollada por el científico era “segura, efectiva y potente”. A partir del enorme despliegue de vacunación masiva que siguió en todo el país, la cifra de nuevos casos en Estados Unidos descendió a menos de 1.000 para 1962.

La magnitud de la campaña de pruebas resultó inédita para la época. Notablemente, el ensayo que permitió demostrar la seguridad y eficacia de la vacuna implicó la participación de más de un millón de niños en Estados Unidos, un despliegue sin precedentes que evidenció la gravedad percibida de la enfermedad y el compromiso social por superarla.
La noticia de ese éxito contra la enfermedad desencadenó una ola de reconocimiento popular. A Salk lo distinguieron dedicándole calles y escuelas, y durante años apareció en encuestas de popularidad junto a figuras como Mahatma Gandhi y Winston Churchill, por lo que fue considerado un héroe de la historia moderna.

Ese reconocimiento nacional, impulsado en parte por la estratégica labor de relaciones públicas de la National Foundation for Infantile Paralysis y su campaña March of Dimes, que financiaron el trabajo de Salk, constituyó una excepción en el ámbito de la investigación médica, por lo general reservado a un bajo perfil público.
Los orígenes de Jonas Salk contrastaban con el estrellato alcanzado en la década del cincuenta. Nacido el 28 de octubre de 1914, hijo de un trabajador textil de la ciudad de Nueva York, Salk se inició en la investigación de virus durante sus estudios de medicina en la Universidad de Nueva York en los años treinta. Tras obtener el doctorado, se incorporó a la Universidad de Michigan para trabajar con Thomas Francis Jr., un antiguo profesor suyo. Bajo su supervisión, participó en el desarrollo de vacunas comerciales contra la gripe, que se suministraron a las tropas estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial.

Finalizada la guerra, asumió la dirección del programa de investigación viral de la Universidad de Pittsburgh y fue derivando su interés hacia la poliomielitis. En ese momento, la postura predominante en la comunidad médica apostaba a que los antígenos de mayor eficacia requerían virus vivos atenuados para provocar inmunidad. Salk, sin embargo, defendía que se podía lograr una vacuna segura empleando virus muertos, creyendo que esto reduciría el riesgo de que el propio inmunizante pudiera desencadenar la enfermedad contra la que pretendía proteger. Respaldado por resultados positivos en pruebas con animales, pasó luego a ensayos clínicos en humanos, siendo él mismo y su familia algunos de los primeros voluntarios en recibir la inyección.
La notoriedad de Salk incomodó a más de un colega, que entendió que el reconocimiento no reflejaba el carácter colectivo del avance científico. Numerosos investigadores sentían que el mérito correspondía a un esfuerzo global previo y quisieron restarle singularidad a su contribución. A ello se sumó la rivalidad explícita de Albert Sabin, creador de la vacuna oral basada en virus vivos, que desde 1962 pasó a ser el método preferido en Estados Unidos. Sabin sostuvo poco antes de su muerte en 1993 que “Salk no descubrió nada”, en abierta desvalorización del trabajo de quien había desplazado momentáneamente del centro de atención a muchos otros científicos.

El propio Salk solía mostrarse incómodo con el protagonismo social. Procuraba constantemente compartir los créditos con colaboradores, desalentando incluso el uso del término “vacuna Salk” para referirse al antídoto que lo catapultó a la fama.
En 1963, Salk cumplió un anhelo de larga data al convertirse en director del recién fundado Instituto Salk de Estudios Biológicos en La Jolla, California, diseñado por el arquitecto Louis Kahn y situado sobre un promontorio frente al océano. Este centro pronto pasó a congregar a destacados investigadores de múltiples disciplinas abocados a la ciencia biomédica.
En el ámbito personal, Salk también experimentó transformaciones relevantes durante esa etapa. Estuvo casado con Donna Lindsay y tuvieron tres hijos: Peter, Darrell y Jonathan. En 1970, dos años después de divorciarse de su primera esposa, se casó con Francoise Gilot, conocida por haber sido compañera y fuente de inspiración de Pablo Picasso, además de madre de dos de los hijos del creador del Guernica.

La vocación por enfrentar problemas de salud pública lo llevó a involucrarse en investigaciones sobre el VIH/Sida en la década del ochenta. Salk centró sus esfuerzos en el desarrollo de una vacuna destinada a evitar que las personas portadoras de VIH desarrollaran el cuadro completo de la enfermedad, aunque su estrategia generó cierto escepticismo en parte de la comunidad científica. Pese a todo, se avanzó con pruebas a pequeña escala para evaluar el potencial de esa aproximación.
En diversos momentos posteriores a sus aportes decisivos en la lucha contra la polio, Salk profundizó en las dimensiones filosóficas de la investigación científica. Solía reflexionar sobre los vínculos entre la evolución humana y la corresponsabilidad de las personas en el moldeado de su destino biológico. Entre otros ejemplos, Salk expresó: “Podría haber estudiado las propiedades inmunológicas, digamos, del virus del mosaico del tabaco, haber publicado mis descubrimientos, y habrían tenido algún interés. Pero el hecho de que haya elegido trabajar en el virus de la polio, que permitió controlar una enfermedad temida, marcó toda la diferencia”.

El fallecimiento de Jonas Salk, consecuencia de una falla cardíaca a los 80 años, cerró una etapa central en la historia de la medicina del siglo XX y motivó un repaso de los años de terror que la polio había representado para varias generaciones y de la transformación radical generada por la vacunación. La figura del médico de bata blanca que llegó a encarnar para el público estadounidense sintetizaba, para su tiempo, la posibilidad de que un problema global pudiera enfrentarse y resolverse desde la ciencia y la colaboración colectiva.
Al momento de su muerte, la polio había prácticamente desaparecido del territorio estadounidense y su erradicación se encontraba avanzada en todo el mundo. Por eso se lo recuerda a Jonas Salk, un hombre que nació hace 111 años.
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