
“Vengo a decirte adiós. Dentro de un cuarto de hora estaré muerto”, le dijo el mariscal Erwin Rommel a su esposa, Lucie, la tarde del 14 de octubre de 1944 en su casa familiar de Ulm, donde se reponía de las graves heridas recibidas en Francia tres meses antes cuando dos cazas británicos habían ametrallado su auto. “Sospechan que tomé parte en el complot para asesinar a Hitler. Al parecer, mi nombre estaba en una lista hecha por Goerdeler en la que me consideraban futuro presidente del Reich. Es el método que emplean siempre. Les he contestado que no creía lo que decían, que tenía que ser mentira. El führer me da a elegir entre el veneno o ser juzgado por un tribunal popular”, le explicó.
Si la última conversación privada entre Rommel y su mujer ha quedado en la historia se debe a su hijo Manfred, que por entonces tenía 17 años y también estaba en la casa ese día. Lucie y su hijo habían esperado en el living que terminara la reunión privada que el mariscal mantenía a puertas cerradas con los generales del Estado Mayor Wilhelm Burgdorf y Ernst Maisel, que lo habían visitado sin aviso. Manfred relató años después que la reunión duró poco más de una hora y que, al salir del despacho de Rommel, los generales lo saludaron con formalidad militar y luego se despidieron de su madre besándole la mano. Burgdorf y Maisel salieron al jardín de la casa, pero no subieron al auto negro que estaba con el motor en marcha. Se quedaron esperando. “Mi madre no quería rendirse ante lo inevitable. ‘Huye a Suiza, repetía insistente, o haz frente al tribunal, no temas por nosotros’. Mi padre, manteniendo sus manos entre las de él, la dejaba desahogarse. ‘Lucie, es mejor así, créeme’, dijo mi padre al fin. ‘Es mejor para todos. En ningún caso habría proceso, porque se volvería en contra de Hitler. Toda esta escena ha sido preparada a propósito para salvar el lado heroico del nazismo. Me harán solemnes funerales oficiales y el melodrama terminará bajando el telón con todos los honores’”, contó.
Después, Rommel habló un momento más a solas con Lucie y salió de la casa acompañado por Manfred, que lo vio subir al auto que partió de inmediato. Detrás del vehículo de los generales partió otro auto con hombres vestidos con los inconfundibles uniformes de las SS. Una hora más tarde, Lucie recibió una llamada del hospital de Ulm para informarles que el mariscal había “muerto a consecuencia de una congestión cerebral”.
La escena montada por el propio Adolf Hitler acababa de llegar a su final. Los generales habían sido explícitos con Rommel: el führer lo quería muerto, pero no después de un proceso judicial que terminara con su fusilamiento, ni tampoco le permitiría quitarse la vida con un disparo en la cabeza, esa vieja tradición militar, quería que se envenenara, construir la escena de una muerte natural y no pagar el costo de haber matado al “Zorro del desierto”, el héroe de guerra más popular de Alemania.

Una carrera desde abajo
A diferencia de la de otros generales y mariscales del Ejército alemán, la carrera militar de Erwin Rommel había comenzado bien de abajo, con el grado de cabo, para llegar hasta lo más alto. Nacido el 15 de noviembre de 1891 en Heidenheim an der Brenz, al terminar sus estudios secundarios quiso formarse como ingeniero, pero su padre se opuso y le sugirió enrolarse en las Fuerzas Armadas. Primero cabo y después ascendido a sargento, su desempeño le abrió las puertas de la Escuela Militar de Danzig, de donde egresó con el grado de teniente.
Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial fue enviado con su regimiento a la región de Argonne y más tarde al frente rumano. Por su accionar en el campo de batalla fue condecorado con la Cruz de Hierro de primera clase en 1915, y después con una distinción que nunca había recibido hasta entonces un simple teniente, la orden Pour le Mérite, por su astucia y su iniciativa.
Como muchos otros alemanes, vivió la derrota de Alemania y la firma del Tratado de Versalles como una humillación, pero al contrario que Adolf Hitler, prefirió mantenerse alejado de la convulsionada vida política de la posguerra y continuar con su carrera militar refugiado en el profesionalismo.
Sus compañeros de armas lo consideraban un asceta: no bebía, no fumaba y se mantenía en perfecto estado físico a fuerza de un entrenamiento obsesivo. El resto del tiempo lo pasaba en familia, con su esposa Lucie y su hijo Manfred, nacido en 1928. A principios de la década del ’30 fue ascendido a comandante y destinado como instructor a la Academia Militar de Dresde. Estaba allí en 1933 cuando Adolf Hitler logró llegar al poder.

Un admirador de Hitler
El primer encuentro entre Adolf Hitler y Erwin Rommel no fue auspicioso sino más bien conflictivo debido a una cuestión de honor militar. En el desfile de Pascua de 1935 el batallón de Rommel debía pasar frente al palco que ocupaban el führer y los principales líderes nazis. Todo iba bien hasta que el comandante supo que, para garantizar la seguridad de Hitler, se había ordenado formar a un batallón de las SS y las tropas que debían desfilar.
En lugar de aceptar, Rommel tomó una decisión tan audaz como impensada: informó a sus superiores que su batallón no participaría del desfile. “Esto es un insulto. Si el jefe del Estado no se siente seguro frente a sus propios soldados, no los haré formar”, dijo. La primera reacción del alto mando fue sancionar al oficial díscolo, pero Joseph Goebbels y Heinrich Himmler intercedieron y lograron que las SS no estuvieran a cargo de la seguridad para que las tropas de Rommel pudieran desfilar con su comandante al frente. Poco después, ya ascendido a teniente coronel, Rommel publicó La infantería al ataque, un libro de táctica y estrategia que fascinó a Hitler, tanto que el dictador lo nombró comandante en jefe de su batallón de escolta durante sus visitas a Austria, a los Sudetes, Praga y Polonia.
Comenzaron a tener entonces una relación casi cotidiana en la que Rommel terminó convirtiéndose en un nazi convencido y la admiración del futuro mariscal por el führer creció a pasos agigantados después de la invasión relámpago a Polonia que inició la Segunda Guerra Mundial. Rommel casi no participó de ella debido a sus obligaciones como jefe del batallón de escolta, pero tuvo después un destacado papel al frente de la Séptima División Panzer en las invasiones de Francia y los Países Bajos. Sus tropas recibieron el nombre de “La división fantasma”, debido a la velocidad y sorpresa que constantemente lograba, hasta el punto de que incluso el Alto Mando Alemán perdió la pista de dónde se encontraba.
En esas campañas Rommel llevó al extremo la nueva táctica de la Blitzkrieg (guerra relámpago) y se distinguió por dirigir a sus hombres desde la primera línea para hacerse una idea en tiempo real de la situación, aún a riesgo de morir en el campo de batalla. Para él, la conducción de las tropas era impensable si el conductor no ponía el cuerpo.

El Zorro del desierto
A principios de 1941, consciente de la capacidad estratégica de Rommel, Hitler lo nombró comandante de las divisiones Panzer enviadas a Libia para ayudar a las tropas italianas. Allí formó el Deutsches Afrikakorps, al frente del cual Rommel logró su mayor fama, la del Zorro del desierto. Sus victorias en los campos de batalla africanos se sucedieron una detrás de otra y con ellas llegaron más condecoraciones y ascensos: recibió la más alta distinción del Ejército alemán, la Cruz de Hierro con hojas de roble, espadas y diamantes tras la toma de Bengasi, y fue ascendido a mariscal de campo, el más joven de la historia de Alemania.
Sin embargo, la derrota de las tropas alemanas en la batalla de El Alamein cambió todo, tanto la suerte militar de la campaña de África como la relación de Rommel con su hasta entonces admirado Hitler. En el campo de batalla se jugaba mucho: si Rommel lograba controlar el canal de Suez, las comunicaciones de Londres con sus colonias en Oriente Medio se verían interrumpidas y eso lo aprovecharían las fuerzas del Eje para apropiarse de las riquezas petrolíferas de la región.
El Zorro del desierto podría así anotarse la victoria más importante de su carrera, pero algo falló y no fue su culpa. Por un error logístico del alto mando, se quedó sin combustible para seguir avanzando con sus tanques. Frente a la posibilidad de dejar a sus tropas indefensas, Rommel ordenó la retirada, pero Hitler lo desautorizó y decretó así la derrota alemana en territorio africano.
Ese revés militar que nadie podía achacarle marcó el final de una relación que, hasta ese momento, era de mutua admiración. A Rommel lo esperaba todavía otra dolorosa derrota, la de las playas de Normandía el Día D, cuando sus blindados no pudieron detener la invasión de las tropas aliadas. Para entonces, el mariscal consideraba a Hitler un loco que había desatado “una guerra estúpida y brutal”. No obstante, aunque convencido de que la Segunda Guerra Mundial estaba perdida, Rommel siguió dirigiendo a sus hombres desde la primera línea de combate.

De héroe a traidor
Tras el desembarco de Normandía, en junio de 1944, Rommel comenzó a pensar que era necesario sacar a Hitler del poder para tratar de negociar una paz digna para Alemania. Estaba al tanto de la “Operación Valquiria”, que preparaba un atentado contra el führer en uno de sus refugios más seguros, la Guarida del Lobo, un búnker subterráneo construido en los bosques de Prusia Oriental. El proyecto de los complotados era matarlo para tomar el poder y construir una “democracia a la alemana” y hacer una propuesta de paz. Sabían también que tenían muy poco tiempo para hacerlo, porque si la guerra se prolongaba no tendrían nada para ofrecer en una negociación.
Rommel compartía la idea general, pero no estaba de acuerdo con matar a Hitler, que a su criterio debía ser derrocado, detenido y juzgado. El atentado se concretó el 20 de julio de 1944 con una bomba instalada bajo la mesa de reuniones por el coronel Claus von Stauffenberg. Por una serie de circunstancias fortuitas, Hitler salvó milagrosamente la vida. Y de inmediato desató una feroz cacería para detener y matar a los conspiradores.
Cuando estalló la bomba en el búnker, Erwin Rommel estaba luchando por su vida en un hospital. Tres días antes, mientras viajaba solo hacia su cuartel general de la localidad francesa de Roche-Guyon, su vehículo fue ametrallado por dos cazas Spitfire británicos. Salió despedido del auto y la caída lo dejó inconsciente y gravemente herido: sufrió una fractura cuádruple en el cráneo, heridas en la cara y un golpe en el ojo izquierdo que le provocó una severa hinchazón.
Eso no impidió que algunos de los conspiradores lo nombraran bajo tortura durante los interrogatorios. “Al parecer, mi nombre estaba en una lista hecha por Goerdeler en la que se me consideraba futuro presidente del Reich... Jamás he visto a Goerdeler... Ellos dicen que Von Stülpnagel, Speidel y Von Hofacker me han denunciado”, le contó Rommel a su mujer en la breve charla que tuvo con ella la tarde del 14 de octubre de 1944, después de que los generales Wilhelm Burgdorf y Ernst Maisel lo instaran a suicidarse si quería salvar a su familia.

Obligado a suicidarse
En 1975, cuando fue elegido alcalde de Stuttgart, Manfred Rommel, el hijo del mariscal, volvió a reconstruir los últimos momentos de su padre en una charla con Carla Stampa, corresponsal del diario español ABC en Alemania. Recordó que, al despedirse de él, el mariscal tenía una voz que le sonó “aparentemente incolora, casi inhumana en su ausencia de emoción”. También contó que antes de que su padre se subiera al auto que lo llevaría hacia la muerte, alcanzó a despedirlo con una frase que luego le sonaría ridícula: “Solamente le dije: ‘Te deseo todo el bien posible’, sin darme cuenta de que pronunciaba palabras sin sentido”.
Luego supo que aquel auto negro que se llevaba a su padre se detuvo a menos de un kilómetro de su casa, al borde de un bosque. Allí se bajaron el general Maisel y el conductor, mientras que el general Burgdorf se quedó con Rommel en el asiento trasero para ser testigo directo de su suicidio. “Cinco minutos después, la sentencia se había cumplido, pero mi padre no estaba muerto, agonizaba entre los estertores causados por el veneno. Le transportaron al hospital militar y, amenazando a médicos y enfermeras para que mantuvieran el secreto más absoluto, consiguieron el falso certificado de defunción. Luego ordenaron a un oficial, ignorante de todo, que llamara por teléfono a la viuda y al hijo”, relató.
En el recuerdo de Manfred, poco más tarde de aquella llamada telefónica comenzaron a llegar, con insólita rapidez, los telegramas de pésame. Los dos primeros llevaban las firmas de Adolf Hitler y de Heinrich Himmler. Los funerales nacionales se hicieron en tiempo récord, con homenajes en toda Alemania. El führer, además, encargó el diseño de un monumento “para gloria del mariscal”. El régimen nazi no dejó nada por hacer para encubrir el asesinato del soldado más admirado por el pueblo alemán.
Los restos del Zorro del desierto yacen en el cementerio de la Iglesia de Blaustein, cerca de Ulm. Su tumba está señalada por una cruz de hierro acompañada por otra más pequeña del África Korps. Rommel es el único militar del Tercer Reich que tiene un museo dedicado a su memoria en suelo alemán, aunque el más completo se encuentra en Egipto, en la cueva donde instaló su cuartel general durante su campaña africana. Allí están sus uniformes, armas y mapas de campaña, donados por su hijo Manfred.
Últimas Noticias
Violó y asesinó a 8 enfermeras: la verdad detrás de Richard Speck, el “Hombre Pájaro” en “Monstruo: la historia de Ed Gein”
La serie de Netflix lo rescata como personaje, pero la pesadilla que desató fue tan real como inolvidable: marcó un antes y un después en la historia policial y el imaginario norteamericano

58 horas en vilo y varios planes que fallaron: el asombroso rescate de la beba de 18 meses que cayó a un pozo
Mientras Jessica McClure estuvo atrapada, millones de personas siguieron el acontecimiento por TV. Los detalles de cómo fue el accidente

Dos segundos en un jardín y la obsesión de un inventor por capturar el movimiento: la trama de la primera película de la historia
“La escena del jardín de Roundhay” fue filmada el 14 de octubre de 1888, hace 137 años, por Louis Le Prince, un hombre fascinado por retratar las secuencias animadas. La tecnología que escondía su innovación, la vida del inventor francés, sus logros y su enigmática desaparición que aún despierta sospechas

La travesura de un niño de seis años que se convirtió en un fenómeno mediático: una “fuga” en globo y un escándalo familiar
Los Heene denunciaron que Falcon, de 6 años, se había subido al artefacto construido por el padre. La reconstrucción en un documental de Netflix

El día que Martin Luther King recibió el Premio Nobel de la Paz por luchar para que termine “la larga noche de injusticia racial”
El 14 de octubre de 1964 el líder de los afroamericanos fue distinguido por su pelea por la igualdad de derechos en tiempos de racismo virulento en Estados Unidos. Fue asesinado en 1968
