El extraño caso de un niño desaparecido en Texas y un impostor experimentado que engañó a una familia aferrada a una ilusión

El misterio de Nicholas Barclay se volvió más desconcertante cuando un joven apareció en España asegurando ser el menor perdido. Suplantaciones, falsas esperanzas y una verdad que tardó años en revelarse sacudieron a la familia y a las autoridades

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Durante un año, un impostor
Durante un año, un impostor durmió en la cama de un niño perdido

En junio de 1994, la desaparición de Nicholas Barclay conmocionó al tranquilo vecindario de San Antonio, Texas. El adolescente de 13 años había sido visto por última vez en un partido de básquet. Luego de tres años, en octubre de 1997, su familia recibió una llamada inesperada desde España que aseguraba que había aparecido allí, confundido, pero que estaba a salvo.

El reencuentro fue conmovedor y tuvo cobertura internacional: la madre corrió en el aeropuerto para recibir a un muchacho delgado, de mirada evasiva y gorra baja. Mientras lo abrazaba con una mezcla de llanto y alivio no reparó en los detalles extraños, que nadie quiso ver. El acento marcado, los ojos oscuros, la piel más morena y el comportamiento distante no fueron tomados en cuenta: era Nicholas, afectado por el tiempo, o al menos eso necesitaban creer tras años de dolor y silencio.

Así comenzó uno de los engaños más inquietantes de la historia de las últimas décadas: Frédéric Bourdin, un impostor europeo había logrado asumir la identidad del niño estadounidense, engañando a la familia, a la policía, al FBI y al propio corazón de una madre desesperada.

El reencuentro que conmocionó a
El reencuentro que conmocionó a los Estados Unidos y la foto del momento en que inició el engaño

La desaparición de Nicholas

San Antonio, junio de 1994. El nombre de Nicholas Barclay se convirtió en el epicentro de un misterio que aún hoy permanece sin respuesta. Su repentina y extraña desaparición movilizó a la policía local y sacudió a toda la comunidad. Aún hoy se recuerda el caso: era lunes cuando Nicholas salió de su casa con destino a la cancha de básquet a la que solía ir a jugar. Luego del final del partido, nunca más se supo de él: según contaron sus amigos, simplemente desapareció.

Esa tarde, no hubo nada que despertara las alarmas de la familia. Nicholas llamó a su madre, Beverly Dollarhide, para pedirle que fuera a buscarlo luego del partido, pero ella no respondió: había trabajado toda la noche y dormía en casa. Ese fue el último contacto conocido (se dijo también que intentó pedirle ayuda al hermano mayor).

A partir de ese instante, su historia se quebró. No hubo testigos que lo vieran volver ni tomar algún rumbo, ni objetos personales abandonados en algún lugar, ni denuncias policiales sobre alguna actividad sospechosa en la zona. Nada. La policía barajó varias hipótesis: un intento de fuga por problemas familiares, un conflicto callejero, o incluso que hizo dedo para que lo llevaran a otro sitio. Pero ninguna de esas teorías logró sostenerse.

Hasta la fecha, no se
Hasta la fecha, no se sabe nada del paradero de Nicholas

Con los días, la intimidad de la familia salió a la luz: se supo que en el hogar Barclay tenían dificultades. Según informó la cadena de televisión BBC, las discusiones eran frecuentes, y tanto la madre como el medio hermano mayor, Jason, lidiaban con adicciones. Y Nicholas tenía antecedentes de conducta conflictiva: ya había desaparecido antes por breves periodos, y más de una vez durante ese verano estuvo a punto de ser enviado a un centro de detención juvenil. Ese cuadro de complejidad familiar retrasó la denuncia formal y la desaparición fue denunciada días después. En un entorno con antecedentes de violencia doméstica y visitas policiales recurrentes, su ausencia pasó inicialmente inadvertida.

Las primeras búsquedas no dieron un solo resultado. Se activó el protocolo habitual para menores perdidos: patrullajes, entrevistas en le vecindario, búsqueda en hospitales, terminales de micros y buscaron datos en las cámaras de las rutas cercanas. Otra vez nada. La imagen de Nicholas, con su cabello rubio y mirada desafiante, comenzó a circular en carteles y medios locales. Pero ningún indicio aportó pistas sólidas. Ni testigos, ni movimientos extraños, ni llamadas. El caso fue desvaneciéndose con los días, diluido entre decenas de desapariciones no resueltas en el sur de Texas. Con el tiempo, los Barclay dejaron de ser noticia. Lo único que persistía era una foto y una pregunta sin respuesta.

La única señal posterior surgió meses más tarde, cuando Jason, el hermano mayor, aseguró haberlo visto brevemente en el garaje familiar. Dijo que Nicholas escapó corriendo antes de que pudiera alcanzarlo. La policía registró el área, pero no encontró ningún rastro del chico. El caso volvió a su estado original, el silencio. Hasta que, el 7 de octubre de 1997, cuando la familia ya se había resignado a la tragedia, una llamada telefónica cambió todo. En España apareció un hombre que dijo ser Nicholas Barclay. El chico perdido había vuelto... O, al menos, eso parecía.

Nicholas Barclay salió a jugar
Nicholas Barclay salió a jugar una tarde de junio de 1994 y nunca volvió

El engaño

El 7 de octubre de 1997, una llamada desde Linares, un pequeño pueblo al sur de España, encendió una chispa de esperanza para los Barclay. Un hombre afirmaba haber encontrado en las calles a un joven que coincidía con la descripción de Nicholas, desaparecido en Texas tres años antes. El supuesto hallazgo era escalofriante: el chico aseguraba haber sido víctima de una red internacional de trata infantil, manejada, según él, por militares estadounidenses. Desorientado, sin documentación y con un acento extraño, sólo recordaba su nombre: Nicholas.

Derivado a un centro de menores, relató un espeluznante secuestro a los 13 años, traslados entre países y silencio forzado. Su historia estaba llena de detalles inquietantes. Explicó el cambio en el color de sus ojos —de celestes a marrones— como resultado de una intervención quirúrgica forzada; dijo que el acento extranjero se debía a los años fuera de su país; y que su cabello rubio había sido teñido por sus captores. Todo parecía tener una justificación.

Carey Gibson, la hermana de Nicholas, voló a España para reconocerlo. Pese a las evidentes diferencias físicas, la emoción nubló las dudas en la mujer que lo abrazó, lo aceptó y lo llevó de regreso a casa. En Texas, la familia lo recibió como a un hijo resucitado. Volvió a dormir en su antigua cama, casi intacta; fue integrado al barrio y la prensa iba detrás de él. Solía decir que no recordaba nada de su vida anterior al secuestro, atribuyendo todo al trauma. Durante meses, nadie se atrevió a desafiar lo que el corazón ya había decidido creer.

Frédéric Bourdin, "El camaleón", como
Frédéric Bourdin, "El camaleón", como sería llamado más tarde: no robaba objetos sino identidades, afectos, lugares

Pero la ilusión comenzó a resquebrajarse. El detective Charlie Parker, contratado por una productora de televisión estadounidense para documentar el milagroso regreso, notó las incoherencias: los ojos no coincidían, las orejas eran distintas, los tatuajes —replicados toscamente— no correspondían al original. El FBI exigió una prueba de ADN. La familia se resistió, tal vez por miedo, tal vez por fe... Finalmente, en 1998, los resultados confirmaron lo que muchos ya sospechaban: ese joven no era Nicholas Barclay.

El impostor era Frédéric Bourdin, un francés de 23 años con un largo historial de suplantaciones de identidad. Había engañado a instituciones en varios países, siempre haciéndose pasar por adolescentes perdidos, refugiados o abandonados. Pero esta vez, su mentira tocó fibras demasiado sensibles. Frente a la evidencia, Bourdin confesó, aunque no sin dejar otra sombra detrás de él cuando dijo que la familia sabía que él no era Nicholas desde el primer momento, pero lo aceptaron para encubrir un crimen. Señaló a Jason, el hermano mayor de Nicholas, como posible responsable de la desaparición del niño. Jason murió poco después, por una sobredosis. Nunca se encontraron pruebas para sostener esa acusación.

El caso volvió a quedar envuelto en el misterio. Nicholas Barclay nunca fue encontrado. Y durante cerca de un año, un extraño ocupó su lugar: comió en su mesa, usó su nombre, y se convirtió en la última imagen que muchos tuvieron de un niño que sigue, hasta hoy, desaparecido.

Se casó y tuvo cinco
Se casó y tuvo cinco hijos

El camaleón

Frédéric Bourdin nació en 1974 en Nanterre, Francia, en un hogar quebrado, incluso, antes de su llegada. Su padre lo abandonó antes de conocerlo y su madre, con serios trastornos mentales, no logró brindarle estabilidad. Fue criado por sus abuelos en un entorno afectivamente ausente, donde el silencio ocupaba el lugar de los abrazos. Desde muy joven comenzó a escapar de las instituciones, de la vigilancia, del abandono. Deambuló por París con una habilidad inquietante para convertirse en otra persona. No robaba, no era violento, pero vivía de la mentira como quien respira. Y pronto, su especialidad fue clara: hacerse pasar por niños perdidos, quizás para encontrarse así mismo.

De talla delgada, mirada penetrante y aire indefenso, Bourdin dominaba los gestos, las emociones y los relatos necesarios para convertirse en una víctima creíble. Se infiltraba en orfanatos, centros de acogida, escuelas, siempre con una historia conmovedora a cuestas. No buscaba dinero ni poder. Buscaba algo más difuso y profundo como ser querido, ser alguien, pertenecer... Y por un tiempo, cada vez que asumía una nueva identidad, lo lograba.

La cúspide de su impostura llegó en 1997, cuando tomó una de las identidades más dolorosas de todas: la de Nicholas Barclay. Desde Linares, un pequeño pueblo al sur de España, Bourdin orquestó una de las suplantaciones más impactantes de las últimas décadas. Utilizó el alias de Jonathan Dorian para informarle a la policía que había encontrado a un joven en situación de calle que coincidía con la descripción de Nicholas. El joven, por supuesto, era él.

"Las personas creen en lo
"Las personas creen en lo que quieren creer. Más en la ilusión que en la verdad", dice en la cita del documental "The Imposter", de 2012

Cuando el FBI insistió en un examen genético, la farsa se desmoronó. Fue arrestado por perjurio y falsificación de documentos. Pero el caso dejó una marca imborrable, no solo por la magnitud del engaño, sino por lo que expuso sobre el deseo humano de creer, incluso en lo improbable.

Bourdin fue condenado a seis años de prisión en Estados Unidos, pero cumplió aproximadamente cuatro años de esa condena antes de ser deportado a Francia una vez que fue liberado. Lejos de reformarse, entre 2000 y 2005 volvió a adoptar nuevas identidades, esta vez en Europa. Se hacía pasar por adolescentes huérfanos, víctimas de guerras o desastres, modificaba su aspecto con cremas, vendas y cicatrices inventadas, y se infiltraba en escuelas con la facilidad de quien lleva toda la vida ensayando.

Fue desenmascarado en el Instituto Jean Monet, donde logró integrarse como un supuesto alumno menor de edad presentando una identidad falsa, pero el engaño terminó cuando una jefa del instituto lo identificó gracias a un programa de televisión que reconstruía su historia y dio aviso a las autoridades.

En entrevistas posteriores, Bourdin se exculpó diciendo que solamente lo movía la necesidad de amor. Con los años se casó, tuvo cinco hijos, e intentó dejar atrás su pasado. “No soy otra persona, solo una versión más cansada de lo que siempre fui”, dijo.

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