Es muy probable que David Scott Ghantt no conociera la historia de Dionisio Rodríguez Martín, el español que en 1989 había robado un camión de caudales de la empresa en la que trabajaba como vigilador. Aquel robo de fines de los 80 en Madrid tiene alguna semejanza con otro ocurrido en Estados Unidos en 1997.
La mañana posterior al robo, los empleados de Loomis, Fargo & Co. en Charlotte, Carolina del Norte, no pudieron abrir la bóveda central de la sucursal de la empresa que transporta caudales.

Algo había pasado la noche anterior, la del 4 de octubre de 1997, hecho que disparó la denuncia policial que derivó en la intervención del Federal Bureau of Investigation (FBI) ya que lo sucedido había sido catalogado de inmediato como un robo bancario.
La investigación se enfocó rápidamente en David Scott Ghantt, único trabajador ausente aquella mañana. Las cámaras de seguridad revelaron imágenes de Ghantt moviendo grandes cantidades de efectivo a una de las furgonetas blindadas de la empresa. Ghantt había desaparecido junto con 17,3 millones de dólares, la mayor parte del contenido de la bóveda.
Para realizar la operación, contó con la complicidad de Kelly Campbell, una ex compañera de trabajo con quien había compartido repetidas quejas sobre las condiciones laborales. Al salir Campbell de la empresa, su vínculo con Ghantt se mantuvo y fue ella quien lo presentó con Steve Chambers, antiguo compañero de secundaria. Chambers fue quien propuso el plan para llevar adelante el robo, presentándose como el encargado de organizar la operación y almacenar temporalmente el dinero.

La estrategia diseñada consistía en que Ghantt, actuando en solitario, se encargaría de cometer el robo la noche mencionada, para luego fugarse a México llevándose solo 50.000 dólares en efectivo que era la cantidad permitida para cruzar la frontera.
El resto de los fondos quedaría en poder de Chambers, mientras Ghantt permanecía en el extranjero a la espera de que disminuyera la presión policial. Chambers, mientras tanto, le enviaría remesas pequeñas a través de transferencias, hasta que resultara seguro regresar y dividir la suma total.

Esa noche, Ghantt despidió anticipadamente a un miembro del equipo, aprovechando para cargar el dinero en la furgoneta. El siguiente paso fue un encuentro con Chambers, Campbell y otros cómplices en una imprenta cercana, donde se repartió el dinero en distintos vehículos particulares. Ghantt, tras recibir 50.000 dólares, se dirigió a México, cruzando la frontera justo cuando el personal de Loomis Fargo descubría la millonaria falta de fondos.
En las horas siguientes, la investigación del FBI se aceleró. La furgoneta empleada en el robo fue hallada dos días más tarde, abandonada y con 3,3 millones de dólares en su interior. El equipo que organizó el robo no había calculado volumen físico de los billetes, por lo que no pudo transportar toda la suma saqueada. La conexión entre Ghantt y Campbell resultó evidente para los investigadores, aunque identificar y vincular a Chambers tomó más tiempo debido a su discreción inicial.

Durante los meses siguientes, los agentes continuaron vigilando, recibiendo denuncias anónimas que hacían sospechar de los movimientos de Chambers. Una de las claves del caso surgió cuando Ghantt, desde México, solicitó nuevas remesas de dinero a Chambers, lo que permitió al FBI vincular firmemente a este último en la trama.
Chambers y su esposa Michelle comenzaron a gastar grandes sumas de forma ostentosa, aumentando así las sospechas. De vivir en una casa rodante, pasaron a adquirir una vivienda de lujo y vehículos de alta gama, entre ellos un BMW Z3. Michelle Chambers llegó a realizar depósitos bancarios en efectivo que alcanzaban varios miles de dólares, lo cual intentó justificar de manera poco convincente ante el personal del banco. “No es dinero de drogas”, aseguró durante uno de esos depósitos.

La conducta de los implicados contrastaba con el plan original, que establecía guardar perfil bajo al menos durante uno o dos años. El derroche de Chambers y su esposa, junto a la comunicación sostenida entre él y Ghantt, permitió al FBI acumular pruebas.
Cuando Ghantt comenzó a quedarse sin fondos, su situación se tornó insostenible en México; a pesar de estar alojado en un hotel de lujo y realizar actividades recreativas como clases de buceo, pronto se vio obligado a pedir más dinero. Sin embargo, Chambers solamente le proporcionó pequeñas cantidades, evidenciando tensiones entre ellos.
La investigación reveló una nueva arista cuando el FBI interceptó comunicaciones donde Chambers planeaba asesinar a Ghantt con el objetivo de quedarse con todo el dinero. Al obtener esa información, las autoridades estadounidenses decidieron rápidamente proceder a los arrestos.
El 1 de marzo de 1998, agentes policiales mexicanos detuvieron a Ghantt en Playa del Carmen, mientras agentes estadounidenses arrestaban esa misma semana a los Chambers, Campbell y otros integrantes de la banda en Charlotte. Posteriormente, un jurado federal procesó al grupo por robo agravado y lavado de dinero. La acusación se extendió a trece familiares y amigos, quienes también enfrentaron cargos de lavado de dinero por colaborar en el depósito ilegal de parte de los fondos.

La resolución judicial del caso concluyó con todas las personas acusadas, salvo una, aceptando su culpa y recibiendo diversas sentencias. Varios de los allegados juzgados lograron recibir penas alternativas de libertad condicional. Por su parte, David Ghantt fue condenado a siete años y medio de prisión y quedó en libertad tras cumplir su sentencia en noviembre de 2006.
Respecto a la magnitud del robo, el monto extraído ascendió a 17, 3 millones de dólares lo que lo convirtió en uno de los mayores robos realizados sin violencia física en la historia de Estados Unidos. De esa cantidad, los conspiradores no lograron apropiarse totalmente del botín, ya que buena parte fue abandonada en la furgoneta. Y con el avance de la investigación se recuperó una enorme cantidad que los implicados guardaban en cajas de seguridad.

Uno de los elementos centrales que marcó la evolución del caso fue la falta de disciplina posterior de los involucrados. La rápida exhibición de riqueza por parte de Chambers y Michelle, completamente fuera de su nivel socioeconómico previo, levantó señales de alerta no solo entre empleados bancarios sino en la comunidad local de Charlotte.
El rol de Kelly Campbell resultó también esencial en el desarrollo del plan y su posterior desenlace. Como ex empleada y colega de Ghantt en Loomis Fargo, su salida de la empresa sirvió de puente para integrar a Chambers como cerebro logístico y financiero del atraco. El proceso de planificación entre Ghantt, Campbell y Chambers se extendió varios meses. Durante ese tiempo, detallaron las etapas del robo, los roles de cada uno y la lógica de la distribución temporal y futura del dinero.
El caso inspiró años después una película en tono de comedia que se estrenó en 2016 y se llamó titulada Masterminds y protagonizada por actores como Zach Galifianakis, Kristen Wiig, Owen Wilson y Jason Sudeikis. En Argentina el filme se denominó Locos dementes. En el afiche que promocionaba la película se leía: “El robo más zarpado y divertido del siglo”. Y agregaba: “Estúpidamente millonarios”. Obviamente la película no se tomó en serio el plan de los ladrones.
Alguna vez Ghantt contó cómo fue que se decidió a embarcarse en la empresa criminal que lo llevó a la cárcel: “Uno de esos días, la vida me abofeteó. Estaba trabajando entre 75 y 80 horas por semana por 8,15 dólares la hora. Ni siquiera tenía vida en casa porque nunca estaba. Trabajaba todo el tiempo y era miserable... Me sentía acorralado y un día las bromas en la sala de descanso sobre robar el lugar ya no parecían tan descabelladas”.

Los robos fueron más o menos similares. Pero mientras que Ghantt no la pasó muy bien en México porque se había llevado sólo 50.000 dólares, “El Dioni”, como se lo conoció al ladrón español, vivió 55 días a todo lujo en Río de Janeiro, capital brasileña de la diversión. Los dos terminaron detenidos.
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