
El 2 de octubre de 2009, la rutina a bordo del Alakrana, atunero con base en Bermeo (Vizcaya, España) y tripulado por 36 personas —16 de ellas españolas—, se vio quebrada de manera brutal. Piratas somalíes abordaron el buque mientras faenaba en el océano Índico, sorprendiendo a los marineros en plena maniobra de recogida de redes e imposibilitando cualquier intento de huida. El asalto, ejecutado “en cinco minutos”, según el relato de Pablo Costas a La Sexta, generó una inmediata sensación de desconcierto y terror entre la tripulación, que vio cómo, de golpe, su jornada se transformaba en una situación límite.
Eran las cinco de la mañana y estaban a 400 millas de las costas de Somalia, en aguas del océano Índico, cuando dos esquifes —embarcaciones pequeñas que usan los buques para llegar a la costa— irrumpieron a toda velocidad.
El pánico se propagó en instantes. El marinero Costas dio aviso a sus compañeros pasando de camarote en camarote: “¡Los piratas, los piratas!”, segundos antes de escuchar los primeros disparos.
Decididos, los atacantes somalíes, armados con lanzagranadas y fusiles, tomaron el barco y obligaron a los tripulantes a tirarse al suelo. “La sensación era de confusión, miedo y un silencio helado”, reconstruyeron varios marineros.
La fragata Canarias de la Armada emprendió una misión de rescate y logró detener a dos de los atacantes en altamar. Al mismo tiempo, el Gobierno conformó un gabinete de crisis con ministerios, servicios de inteligencia y diplomacia. Se activaron canales de negociación y una consigna de máxima discreción, pero detrás de las gestiones estatales la tensión iba en aumento.

El control de los secuestradores convirtió al Alakrana en una prisión flotante. “Nos trataron como si fuéramos perros”, declaró Víctor Bilbao, jefe de máquinas, durante su comparecencia ante el juez Santiago Pedraz, según el medio suizo SWI. Bilbao narró que los piratas no dudaban en someterlo a humillaciones: “Me traían piezas para arreglar, me trajeron un fuera borda para arreglarlo y yo, arreglándolo y encañonado, como si fuéramos perros”. El régimen impuesto por los captores era despiadado. Los marineros debían pedir permiso hasta para ir al baño; el abastecimiento de comida era imprevisible y escaso: “Llegamos a pasar hasta 48 horas sin comer”. La brutalidad no era sólo física, sino psicológica, potenciada por el temor constante a que cualquier gesto incorrecto costara la vida de todos a bordo.
La situación alcanzó su punto más extremo cuando el Gobierno anunció la detención de los piratas Cabdullahi Cabduwilly y Rageggesy Hassan Aji y su traslado a España sin ofrecer detalles sobre su estado de salud. La noticia generó malestar entre los captores que amenazaron: “Si esos vienen muertos, vosotros vais muertos, si ellos vienen con un pie cortado, vosotros vais con un pie cortado”, repitieron los piratas, según el relato recogido por el medio suizo SWI. Los marineros vivieron con la constante sensación de que cualquier desenlace funesto sería replicado sobre ellos.
De acuerdo al testimonio del armador Kepa Etxebarría los piratas comenzaron reclamando, además de un rescate de 10 millones de dólares, la liberación de sus dos compañeros trasladados previamente a España por orden del juez Baltasar Garzón. Esta decisión judicial fue uno de los puntos que más controversia despertó en la gestión de la crisis. El magistrado admitió más tarde que era “consciente del riesgo que había”.

La situación era límite. “Si algo no fluía, era la información”, destacó desde Bermeo el alcalde que atendió allí la crisis, Xavier Legarreta. Los piratas seguían de cerca lo que se decía en los medios y elevaban aún más sus exigencias, ya de por sí altísimas. Cualquier equivocación podía tener consecuencias fatales, expresó Garzón en un documental de El País.
El drama de otro barco con niños
Los tripulantes del Alakrana, durante el tiempo en cautiverio, se cruzaron con el drama del Ariana, un carguero griego de bandera maltesa que llevaba más de seis meses secuestrado. A bordo, 24 tripulantes ucranianos, entre ellos dos mujeres, un bebé nacido en el propio barco, y una niña de once años.
El encuentro entre las dos tripulaciones ocurrió el 14 de octubre, cuando el Ariana les pidió combustible. “Nosotros dijimos, vamos a darle gasoil, pero poco para no quedarnos nosotros sin gasoil, pero cuando vimos el cuadro que había allí, pues dijimos vamos a darle lo que sea”, relató Víctor Bilbao al juez. La escena era desoladora. La declaración más cruda se tradujo en un pedido urgente de ayuda ante la denuncia de una violación: “El niño pirata tenía dos pistolas con las que nos intimidaba, y ese niño ha violado a la niña de once años del Ariana”, denunció Bilbao. “Es un verdadero drama”.
Mientras la tripulación soportaba el encierro, en Bermeo y otras ciudades vascas, las familias afrontaban la espera entre la angustia y la escasa información proporcionada por los canales oficiales. Frente al ayuntamiento, una pancarta que exigía la liberación del Alakrana se volvió símbolo del reclamo colectivo de todo el pueblo, acompañado de otro cartel con el conteo de los días de secuestro para visibilizar la situación.
La negociación de Pepe, de Los Misteriosos
En paralelo, la negociación fue un entramado de demandas y maniobras reservadas. A la gestión del gabinete de crisis gubernamental se sumaron diplomáticos, el CNI, la Jefatura del Estado Mayor de la Defensa y mediadores somalíes.
El armador del barco, Kepa Etxebarria, se había enterado del secuestro mientras estaba de vacaciones en Tanzania, a punto de ascender el Kilimanjaro. Voló a Kenia para estar cerca del barco y se alojó en la residencia del embajador español.
Según su testimonio ante el tribunal de la Audiencia Nacional, días antes recibió la primera comunicación de un negociador autodenominado Jama, quien, en inglés, expresó que para “solucionar el problema” debían cumplirse dos exigencias: la devolución de los dos somalíes capturados por la fragata Canarias y el pago de 10 millones de dólares. Etxebarria describió que aquella oferta lo dejó impactado: “Me quedé flasheado, ¿cómo iba yo a responder a esta oferta?”. Le respondió a Jama que resultaba imposible devolver a sus compatriotas y que el pago del rescate tampoco era factible, ya que podría suponerle problemas legales en España, lo que irritó al negociador somalí.
Trasladado a la residencia del embajador, Etxebarria explicó que se encontraba en un callejón sin salida y tenía previsto regresar a España. El giro lo marcaría la aparición de “Pepe, de Los Misteriosos”. Se presentó en una llamada telefónica con una frase enigmática: “Kepa, no hagas preguntas. Yo soy Pepe y soy de Los Misteriosos”, recordó el propietario del buque Alakrana, ante la justicia.

“Dejar una negociación de aquel calibre en manos de Pepe me parecía un poco de cómic”, contó. Pero su percepción cambió cuando observó cómo “Pepe” operaba desde la Embajada de España: “Te dabas cuenta de que sabía lo que tenía entre manos. Hablaba inglés, tenía claras sus pautas, mucho rigor y mano izquierda a la hora de plantarse y contestar” a los interlocutores. Fue el que negoció. Ahora bien, sobre si se pagó el rescate, dijo no saber nada: “Yo no he pagado nada, ni me consta que se haya hecho”. El entonces presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, tampoco precisó si se pagó un rescate por la liberación.

Pepe coordinó desde Nairobi los contactos más delicados con interlocutores somalíes, logrando transformar la negociación: el rescate inicial de diez millones de dólares fue reducido a 3,5 millones de dólares, y los piratas liberaron a la tripulación sin recuperar a sus dos compañeros, trasladados a España y sometidos a proceso por 36 cargos de detención ilegal, robo violento y uso de armas. Ambos fueron condenados a 439 años de prisión.
La noticia de la liberación sorprendió incluso a los propios marineros, que apenas comprendieron su suerte hasta ver el helicóptero sobrevolando el barco y las lanchas de rescate acercándose. “Solo vimos el helicóptero encima del barco y a los soldados que venían en las lanchas, nada más”, resumieron a la prensa. En tierra, la hermana del capitán, Argi Galbarriatu, lo confirmó: “Todavía no se lo creen mucho. Están aliviados por todo, deseando llegar a puerto”.
El secuestro del Alakrana puso de manifiesto la extrema vulnerabilidad de quienes viven del mar y la espiral de riesgos de la piratería internacional: “Porque si no, el próximo pesquero español que apresen, que se prepare”, advirtió Bilbao tras la pesadilla, subrayando el temor y la incertidumbre que persiste en la comunidad marinera.
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