
Hay esquinas en Nueva Orleans donde la historia parece susurrar secretos del pasado. En esas esquinas, en las noches donde la niebla sube desde el río Misisipi y los tambores del vudú resuenan lejanos, el fantasma de Marie Laveau aún camina sobre la ciudad. Entre las tumbas de Saint Louis Cemetery No. 1, su nombre brilla con el resplandor turbio de la leyenda: “Aquí descansa la Reina del Vudú”.
La niña negra en una ciudad de extremos
El 26 de septiembre de 1801, cuando Nueva Orleans apenas amanecía como parte de los Estados Unidos, Marie Laveau nació en una ciudad marcada por la esclavitud y la inestabilidad. Su madre, Marguerite D’Arcantel, era una mujer libre de color; su padre, Charles Laveau Trudeau, figura prominente en los registros locales, resulta, como mucho en la vida de Marie, envuelto en ambigüedad. Nacida en un mundo frágil para los llamados “gens de couleur libres”, aprendió pronto a moverse en las grietas del sistema. Nueva Orleans, entonces, era una urbe que se debatía entre la herencia africana, la sofisticación francesa y el control emergente anglosajón.
Marie Laveau creció bajo la estricta educación católica, pero los rituales y creencias africanas sobrevivían bajo los símbolos compartidos de los santos y las vírgenes. La crónica oral señala que su infancia transcurrió en la French Quarter, cerca de los mercados de esclavos, de las iglesias y de las calles llenas de música y superstición.
Al cumplir los diecisiete años, Marie se casó con Jacques Paris, un inmigrante haitiano. El matrimonio duró poco. A los tres años, Jacques había desaparecido, envuelto en rumores de muerte, abandono y magia. “Mi esposo se ha ido, pero la vida continúa”, repetía Marie, según testimonios recogidos por los cronistas de la época. En ese luto prematuro germinó el mito: los que la veían en el cementerio, de luto perpetuo, decían que murmuraba con los muertos.

La peluquera que escuchaba secretos
El siguiente capítulo transcurre lejos de la espectacularidad pública. Marie Laveau, convertida en peluquera y “lavandera”, accedió a los hogares y confidencias de la élite criolla de la ciudad. En las casas grandes del French Quarter, donde las mujeres blancas confiaban sus cabellos y secretos a la discreción de la joven mestiza, Marie tejía una red sutil de inteligencia social y poder oculto. Supo de amantes prohibidos, de herencias ocultas y de matrimonios en la cuerda floja.
En esos años comenzó a mezclarse con Louis Christophe Duminy de Glapion, el compañero con quien tendría una numerosa descendencia y cuya figura, aunque legítima en el corazón de Marie, nunca lo fue en el papel. Con él, estableció un hogar en St. Ann Street, cerca del bullicio y la miseria, pero también junto al poder.
Desde su casa, Marie atendía las necesidades físicas y espirituales de sus vecinos. Hacía curaciones, consejos y conjuros. La sabiduría popular la rodeó de un aura cada vez más intensa. Nueva Orleans, donde el catolicismo y la brujería se abrazaban con naturalidad, supo ver en Marie Laveau a la síntesis perfecta de ambas tradiciones.
Reina de dos mundos
La década de 1830 marcó el ascenso definitivo de Marie Laveau como “Papaess” o “Voodoo Queen”, la sacerdotisa mayor de la religión africana que en Luisiana se transmutó en otra cosa. El vudú, más que una religión, era —y sigue siendo— una red de resistencia, consuelo y poder, un sistema capaz de transformar el miedo en comunidad y el dolor en dignidad.

Marie Laveau encabezaba ceremonias en Congo Square, ese santuario pagano donde tambores, plegarias y bailes desafiaban la represión. Vestida con pañuelos blancos y túnicas vaporosas, sabía cuando el silencio era más temido que el aullido, y en sus manos, los objetos cotidianos —huesos de pollo, tabaco, pimienta roja— adquirían una fuerza simbólica insospechada.
“Marie podía detener un juicio con una palabra, sanar a un niño con su mirada y torcer la suerte de un comerciante con solo trenzarle los cabellos”, decían los cronistas, algunos con admiración, otros con recelo. Nadie desmentía su influencia: ni los ricos ni los pobres, ni las prostitutas ni los banqueros.
El poder de Marie Laveau radicaba en su habilidad para leer la ciudad mientras la ciudad la espiaba. No solo era sacerdotisa: era madre, consejera, curandera, mediadora y espía. Sus rituales mezclaban el incienso de la iglesia y el olor agrio del cementerio.
Algunos testimonios la recuerdan así:
—No temas —decía Marie, mientras frotaba las muñecas de una joven blanca con polvo de arroz—. Los hombres creen que mandan, pero la ciudad baila al ritmo que nosotras marcamos.

Entre milagros y escándalos
El ascenso social de Marie Laveau coincidió con la paranoia protestante de una sociedad obsesionada por el vudú. La mulata libre convertida en Reina ofrecía un espectáculo público que se prestaba a la controversia.
Las autoridades, desconcertadas, alternaban la represión con una tolerancia resignada. La policía arrestó a Marie en varias ocasiones, siempre por motivos vagos —perturbación del orden, superstición, práctica de la magia— y siempre quedó en libertad rápidamente, como si algún poder invisible intercediera por ella.
“Ella era la reina de la ciudad oscura, y ni el capitán de policía se atrevía a controiarla”, bromeaba un cronista del New Orleans Bee.
Las casas blancas acudían a sus servicios en secreto, buscando favores imposibles, tratamientos para el insomnio y amuletos para el amor. Las filas a su puerta cruzaban cualquier límite racial, en una ciudad donde las leyes de segregación marcaban el día pero la noche pertenecía a los mestizos.
Marie, sin ostentación, destinaba parte de sus ganancias a obras de caridad, ayudando a condenados, enfermos y mujeres desamparadas. Su nombre llenó de esperanza los callejones olvidados del French Quarter, mientras el rumor de sus prodigios crecía por encima del miedo.

Un hogar frente a la muerte
El tiempo hizo legendaria a Marie Laveau. La mujer canosa, vestida siempre de forma impecable, recorría las calles repartiendo remedios y consejos. Personas de toda condición acudían a su casa en St. Ann Street, donde el aroma a incienso y hierbas medicinales se mezclaba con el murmullo de plegarias.
La Reina del Vudú era también una figura pública cada vez más aceptada. Médicos y abogados, pero también esclavos y obreros, buscaban consuelo entre sus manos.
En sus últimos años, Marie se retiró en parte de la vida pública, dejando su legado en manos de una posible hija —Marie Laveau II—, cuya existencia, como casi todo en la biografía de Laveau, se debate entre la verdad y el mito.
La tumba y el ritual del misterio
La muerte de Marie Laveau, ocurrida el 15 de junio de 1881, no fue el final, sino el principio de su segunda vida. En el cementerio de Nueva Orleans, la tumba de la Reina del Vudú se transformó en un sitio de peregrinación. Saint Louis Cemetery No. 1, con sus mausoleos desvencijados y lápidas corroídas, es el escenario de una devoción que desafía fronteras religiosas y temporales.

El sepulcro, simple, pintado de blanco y adornado con ofrendas extrañas —velas, flores marchitas, botellas de licor, muñecas trenzadas—, recibe diariamente a curiosos y creyentes. Las paredes lucen marcas de tres equis rojas, símbolo de petición y respeto ante el espíritu de Marie.
“Si rezas con fe, dibuja las tres X, rueda una moneda y la Reina cumplirá tu deseo”, murmuran los guías turísticos.
Pero la devoción rozó el vandalismo. A lo largo del siglo XX y XXI, la tumba ha debido ser restaurada varias veces por daños y grafitis. El conflicto entre los fieles, los curiosos y el Estado —que considera prioritario preservar el valor patrimonial del cementerio— ha convertido la tumba en campo de batalla simbólico.
Las comparsas de Mardi Gras llevan todavía su rostro en pancartas y disfraces, y los rituales vudú recurren a su memoria como carta mayor.
En Saint Louis Cemetery No. 1, la tumba de la Reina —ahora protegida por rejas y bajo constante vigilancia— sigue recibiendo ofrendas a diario. Allí se mezclan lágrimas, superstición y admiración. El Estado lucha por regular el flujo de visitantes y limitar el vandalismo, mientras la comunidad vudú sigue exigiendo respeto a su madre espiritual de la ciudad.
En el último crepúsculo de su vida, Marie Laveau aseguraba —según los más viejos— que su único temor era el olvido. El 15 de junio de 1881, los periódicos recogieron su muerte como la caída de una reina. La reina del Vudú.
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