Una extraña enfermedad cambió su aspecto en la adolescencia: la vida del “ogro humano”, entre la lucha libre y la literatura clásica

A los 20 años, una rara condición médica transformó el rostro y el cuerpo de Maurice Tillet. Se cree que inspiró el dibujo animado Shrek. Luego de vivir entre la soledad, el aplauso y la redención, murió el 4 de septiembre de 1954 en Chicago

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Maurice Tillet experimentó una transformación completa de su apariencia física como consecuencia de la acromegalia

En los años dorados del espectáculo estadounidense, cuando la lucha libre era un fenómeno que llenaba estadios y generaba estrellas más rápido que la industria del cine, un rostro distinto comenzó a despertar tanto asombro como ternura. No era un galán de Hollywood ni un campeón musculoso de sonrisa perfecta, era Maurice Tillet, un luchador francés de cuerpo robusto y cabeza prominente, apodado “El ángel francés”. Aunque su apariencia fascinaba, lo que realmente lo convirtió en leyenda fue su historia.

Llegó a los Estados Unidos justo antes de la Segunda Guerra Mundial, huyendo del conflicto europeo y de sus propios fantasmas: una extraña condición médica había transformado lentamente su rostro y cuerpo. En una sociedad obsesionada con el espectáculo y la apariencia, Maurice irrumpió como una figura magnética en la lucha y no tardaron en llamarlo “el ogro humano”. Su éxito fue instantáneo: llenó estadios, inspiró imitadores, y se convirtió en un símbolo tan extraño como querido.

Pero debajo del cuadrilátero su educación desarmaba todos los prejuicios: era un lector apasionado, políglota, filósofo autodidacta y un poeta de voz grave. También fue un hombre herido por el rechazo, pero demasiado orgulloso como para dejarse arrastrar por la lástima. Murió el 4 de septiembre de 1954 en Chicago.

Maurice a los 13 años
Maurice a los 13 años

La infancia entre nieve y libros

Maurice Tillet nació un 23 de octubre de 1903, rodeado de paisajes nevados de los Montes Urales, en lo que entonces era el Imperio Ruso. Hijo de padres franceses (su madre era maestra y su padre ingeniero ferroviario), vivió su infancia entre libros, juegos y el tierno apodo que le valió su bello rostro: “L’Ange”, el ángel.

La sociedad en la que nació estaba al borde de la transformación radical. En 1917, la Revolución Rusa obligó a su familia a dejar atrás esa tierra de hielo y promesas rotas. Se mudaron a Reims, Francia, una ciudad ubicada a más de 100 km de París, y marcada por la guerra pero también por la cultura. Allí, Maurice se convirtió en un joven estudioso, introspectivo y lleno de sueños. Su deseo era convertirse en actor o abogado. Tenía una voz grave y elegante, y un amor profundo por la literatura clásica.

En aquellos años, su cuerpo era común y nadie sospechaba el destino que le esperaba. Era un joven más, que estudiaba con dedicación y que incluso soñaba con representar a los grandes autores del teatro francés. Pero la vida, estaba escribiendo para él un libreto inesperado...

Maurice Tillet junto a su
Maurice Tillet junto a su amigo Karl Pojello (The Grosby Group)

Poco después de cumplir 20 años, el espejo comenzó a devolverle una imagen distinta. No fue de un día para el otro, fue progresivo. Primero, a los 17 años, comenzó a notar que le crecían los pies, luego las manos, y con el tiempo, el rostro. Su mandíbula se ensanchó, su cráneo se expandió. El diagnóstico fue implacable: acromegalia, una rara condición causada por un tumor benigno en la glándula pituitaria, que altera la producción de la hormona del crecimiento.

Lo que para muchos sería una sentencia, para Maurice fue un nuevo acto en la obra de su vida.

Su nuevo cuerpo y el renacer entre los mares

A medida que su rostro cambiaba y su cuerpo adquiría dimensiones fuera de lo común, Maurice comprendió que su destino profesional debía tomar otro rumbo. Dejó de lado su sueño de convertirse en actor y su carrera de abogado. La Francia de entreguerras no era amable con lo que veía diferente.

Fue entonces cuando decidió enrolarse en la Marina Francesa. Durante cinco años trabajó como ingeniero a bordo de submarinos, donde aprendió lo que marcaría su futuro: a luchar cuerpo a cuerpo.

En una de las tantas
En una de las tantas peleas que ganó

En las estrechas salas metálicas bajo el mar, se forjaron no solo sus músculos, sino también una determinación de acero. Era fuerte. Muy fuerte. Y comenzaba a aceptar que su cuerpo, aunque distinto, podía ser un arma para sobrevivir de verdad.

En esos años conoció la disciplina, el compañerismo y la dura soledad de quien no encaja del todo. Su apariencia no solo lo aislaba del mundo civil, sino incluso de sus propios compañeros. Las mujeres que en la infancia lo miraban con dulzura —cuando tenía cara angelada— ahora lo evitaban o, peor aún, lo ridiculizaban. Pero Maurice desarrolló una filosofía propia: prefería la dignidad al consuelo. Cuando, años después, algunas de aquellas mujeres quisieron acercarse, él simplemente no las recibió. Sabía lo que estaban buscando de él, y no se los dio.

Durante un viaje a Singapur, su destino volvió a girar. Allí conoció a Karl Pojello, un luchador profesional que no solo vio en él un cuerpo poderoso, sino una historia aún más poderosa. Pojello le ofreció entrenarlo y convertirlo en luchador profesional. Maurice aceptó. No por dinero, ni por gloria. Lo hizo para, por fin, tomar control de su propia imagen.

El éxito

En 1939, escapando de la inminente guerra en Europa, Tillet emigró junto a Pojello a Estados Unidos. Fue en Boston donde encontró su nuevo hogar y, sin saberlo, su leyenda. Paul Bowser, un hábil promotor, lo bautizó como “The French Angel” y lo lanzó al estrellato dentro de la American Wrestling Association. Su presencia era imponente, su lucha feroz y su personalidad, contradictoriamente encantadora.

Su éxito fue fulminante. Durante casi dos años se mantuvo invicto en el cuadrilátero. El público lo amaba, no solo por sus movimientos y su aspecto, sino por ese halo de misterio que lo rodeaba. Era el showman perfecto: un gigante educado, un luchador que recitaba poesía, un “ogro” con alma de artista. Las revistas lo adoraban. Los estadios se llenaban solo para verlo. La fama y la aceptación del público, finalmente, lo abrazó.

Tillet en el ring
Tillet en el ring

Pero no fue solo su nombre lo que creció en el ring, donde se consagró campeón mundial de peso pesado de la AWA desde mayo de 1940 hasta mayo de 1942. Reapareció con el título en Boston por un corto periodo, en 1944.

Esos títulos le dieron muchas trascendencia e influencia pública, al punto de que surgieron decenas de imitadores: “El Ángel Ruso”, “El Ángel Checo”, “El Ángel Sueco”... Todos querían parecerse a él. Incluso Hollywood lo aduló, y él, irónicamente, terminó cumpliendo su sueño de aparecer en películas como Princesse Tam-Tam (1935) y Les bateliers de la Volga (1936), aunque no como el actor que había soñado ser de niño.

Maurice disfrutaba el escenario, pero nunca perdió su esencia. Fuera del ring era un hombre reservado, con una biblioteca inmensa, pasión por la filosofía y un sentido del humor brillante. Quienes lo conocían bien sabían que detrás de ese cuerpo inusual había un alma sensible, herida y profundamente generosa.

Maurice Tillet y Karl Pojello
Maurice Tillet y Karl Pojello fueron enterrados juntos en el Cementerio Nacional de Lituania en Justice, Illinois. En la lápida la inscripción dice: "Amigos a quienes ni siquiera la muerte pudo separar"

El silencio después de los aplausos

Después de años en el ring, cuando la multitud ovacionaba su nombre y el rugido de los aplausos parecía eterno, Maurice Tillet comenzó a sentir que el peso de su historia se hacía cada vez más fuerte: su cuerpo, marcado por la acromegalia, empezaba a sufrir los estragos de la enfermedad. Su salud se deterioraba y los combates dejaron de ser tan fáciles como antes. La imparable fuerza que lo había coronado dos veces se enfrentaba ahora a una realidad inevitable: el desgaste físico y el paso del tiempo le pasaban factura.

Con el tiempo, su salud empeoró. La acromegalia que antes había transformado su cuerpo, ahora estaba desgastando su interior. El 14 de febrero de 1953, luego de una última lucha en Singapur, Maurice colgó las botas. Su retiro fue discreto, sin grandes despedidas ni homenajes. Solo el silencio de alguien que había entregado todo en el cuadrilátero y necesitaba descansar.

El 4 de septiembre de 1954, su querido amigo y entrenador Karl Pojello murió luego de batallar contra el cáncer. Maurice se quebró. No solo perdió a su compañero de vida, sino al sostén emocional que lo había acompañado en la soledad del éxito y no lo soportó. Doce horas después, Maurice también falleció tras sufrir un infarto. Sus restos fueron sepultados junto a los de Karl, como símbolo de una amistad profunda y eterna.

Maurice y Pojello fueron enterrados juntos en el Cementerio Nacional de Lituania en Justice, Illinois. Su lápida lleva la inscripción: “Amigos a quienes ni siquiera la muerte pudo separar”.

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