
La vida de Renée Richards, reconocida como la primera mujer transexual en la historia del deporte, estuvo marcada por un complejo y prolongado proceso de transformación personal que implicó tanto desgaste físico como emocional.
A pesar de la trascendencia pública que tuvo su historia, Richards afirmó en una entrevista: “Sé en el fondo que soy una mujer de segunda clase (…) Quiero decir públicamente que hay mejores opciones a la operación de cambio de sexo…”. No obstante, también reconoció que su decisión de reasignarse el sexo “ayudó a visibilizar a un sector marginado de la sociedad” y sentó precedente en el deporte mundial.
Richard Raskind —su nombre de nacimiento— nació en Nueva York el 19 de agosto de 1934. Desde la niñez, Richards expresó un conflicto interno por su identidad: solía vestirse con la ropa de su hermana, una conducta que le proporcionaba alivio y bienestar. Refiriéndose a este proceso, aseguró: “Siempre sentí que dentro de mí existían dos personalidades en competencia. Finalmente, Renée triunfó y ya no fue posible seguir ocultándola”. Posteriormente, eligió el nombre Renée, que significa “renacida”, sin saber inicialmente el significado, y reconoció similitudes de experiencia con otras figuras públicas en transición de género.

Durante su adolescencia y juventud, Raskind se distinguió como un atleta excepcional mientras cursaba la secundaria y más adelante la prestigiosa Universidad de Yale, donde en 1959 obtuvo su título en Oftalmología.
Su condición física, con una altura de 1,88 m, le proporcionó ventajas notables en el ámbito deportivo y le permitió incursionar en múltiples disciplinas, como el tenis, el fútbol, el básquet y la natación.
En 1963, Raskind ingresó a la Marina de Estados Unidos donde continuó su carrera como oftalmólogo. Durante este periodo participó en numerosas competiciones deportivas y ganó el campeonato All Navy. Su destreza jugando con el brazo izquierdo lo ubicó entre los 20 mejores tenistas nacionales de ese momento. En el terreno personal, se casó con Barbara Mole en 1970, y en 1972 nació su hijo, Nicholas.
Mientras mantenía su desempeño profesional y deportivo en la marina, Raskind inició de manera privada un proceso de transición de género.
Esa etapa coincidió con un descenso en su actividad deportiva, participando en torneos menores y alejándose temporalmente de las competencias. Más adelante, resurgiría con una nueva identidad en el circuito femenino de la Women’s Tennis Association (WTA), presentándose como Renée Richards entre 1976 y 1977.

El proceso de autosuperación de Renée incluyó recurrir a psiquiatras, buscando aminorar su incomodidad interior. Decidió casarse y tener un hijo, esperando así adaptarse al sexo asignado al nacer, aunque finalmente tomó la decisión de realizarse la cirugía de reasignación de sexo en 1975 y concluyó la terapia hormonal correspondiente. Tras el procedimiento, se trasladó a California y continuó el ejercicio de la oftalmología.
Al reincorporarse a las competencias en 1976, Richards ganó un torneo menor en La Jolla. Su presencia no pasó inadvertida entre las otras competidoras y los periodistas, principalmente por su estatura, los rasgos faciales y la marcada musculatura. En los siguientes torneos, varias participantes se negaron a competir contra ella, y llegó a ser apodada despectivamente como “un hombre disfrazado de mujer”.
“Mi mundo se vino abajo cuando la gente descubrió quién era”, relató. La polémica creció. Algunos críticos argumentaban que la presencia de Richards en el circuito femenino era injusta por supuesta “ventaja física”, aunque la aludida rechazó más tarde aquellas simplificaciones y subrayó la complejidad: “Por supuesto que los hombres son más fuertes y pegan más fuerte, pero hay otras variables. Por ejemplo, Serena Williams supera los 193 km/h en su saque, y algunos hombres ni siquiera llegan a esa velocidad”.

La polémica alcanzó una nueva dimensión cuando, en su participación en el campeonato US Open, la Federación de Tenis le exigió un análisis cromosómico, que Richards rechazó. Richards no pretendía disputar el torneo originalmente, cambió de opinión ante la prohibición: “Nunca tuve intención de jugar el US Open... pero cuando dijeron ‘no puedes’, eso lo cambió todo. Dije ‘nadie puede decirme lo que puedo o no puedo hacer. Soy una mujer y, si quiero jugar como mujer, lo haré’”.
Previo al US Open fue invitada al South Orange Open en Nueva Jersey, donde más de 20 jugadoras se negaron a participar como protesta. Richards llegó hasta semifinales y posteriormente inició una demanda contra la United States Tennis Association (USTA) por discriminación de género. La situación era adversa: “La Tennis Association tenía los mejores abogados de Nueva York. Trajeron testigos uno tras otro... Mi abogado, Mike Rosen, solo tenía un testigo a mi favor”, recordó.
Ese testimonio fue determinante: se trataba de Billie Jean King, ex número uno del mundo y fundadora de la Women’s Tennis Association. King presentó una declaración jurada afirmando: “La conocí, es una mujer, tiene derecho a jugar y no pueden negárselo”, lo que resultó suficiente para ganar el caso. Richards recordó el clima posterior: “Fue muy dramático, y todos terminamos emborrachándonos tras el veredicto”.
Luego de la sentencia a su favor, Richards se profesionalizó, aunque debió enfrentar la hostilidad de colegas y público. “Recibí amenazas de muerte, me odiaban, me decían inmoral y horrible. Algunas jugadoras abandonaban la cancha o se negaban a jugar conmigo”, relató.

Con el tiempo, la percepción cambió y muchas de aquellas oponentes se transformaron en amigas cercanas. Richards tenía 43 años cuando inició su carrera profesional compitiendo contra figuras de unos 20 años más, como Chris Evert, Tracy Austin y Andrea Jaeger: “Tenía una gran desventaja en términos de edad, pero decidí intentarlo un tiempo y ver si me gustaba”, explicó.
En su carrera profesional, Richards compitió tanto en los Estados Unidos como en América Latina hasta su retiro en 1981. Aunque una prohibición le impidió participar en torneos europeos, alcanzó brevemente el puesto 20 del ranking mundial de la WTA. Richards aclaró: “Nunca vencí a ninguna de las cinco mejores jugadoras del mundo. No le gané a Martina Navratilova, ni a Chris Evert, pero sí logré victorias ante algunas del segundo grupo. Así que estuve ahí, pero no en la cima”.
La carrera profesional de Richards se extendió hasta 1981, cuando se retiró formalmente del tenis a los 47 años. En esa época, la tenista Martina Navratilova, conocida también por ser una de las primeras figuras del circuito en declarar su homosexualidad, contrató a Richards como entrenadora personal.
Luego de dejar de jugar y de entrenar, regresó a Nueva York para asumir la dirección del Manhattan Eye, Ear & Throat Hospital, centro donde se especializó en el tratamiento del estrabismo infantil. Su vida profesional post deportiva estuvo enfocada principalmente al cuidado de niños con esa afección ocular.
A pesar de los logros mencionados, el proceso de reasignación tuvo consecuencias profundas. La experiencia trajo consigo secuelas físicas y emocionales, y Richards pasó por etapas depresivas asociadas al rechazo dentro del ámbito profesional y social. Pensó en el suicidio en al menos una ocasión. No obstante, su trayectoria la convirtió en una referencia fundamental para la comunidad LGBTIQ+, a pesar de que la propia Richards ha manifestado no querer erigirse como figura representativa del movimiento transexual.
Su historia fue llevada al cine a través de la película Second Serve de 1986, protagonizada por la actriz Vanessa Redgrave y basada en la autobiografía Second Serve: The Renée Richards Story. Dicho libro fue escrito por la propia Richards y narra los diferentes pasajes de su vida personal y profesional. Hoy cumple 91 años.
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