Asesinó a su esposa de 27 hachazos y fue el primer hombre condenado a la silla eléctrica: cómo fueron sus últimos minutos

El 6 de agosto de 1890, William Kemmler murió con ese método usado para aplicar la pena de muerte. Lo que prometía ser una ejecución “más humana” que el ahorcamiento, terminó en una escena espeluznante

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Dibujo que muestra la ejecución
Dibujo que muestra la ejecución de William Kemmler

Decían que el nuevo método de impartir justicia no causaría dolor, en comparación con el ahorcamiento, el castigo más común utilizado en el siglo XIX, en Estados Unidos. Las muertes lentas por asfixia o decapitaciones accidentales que la horca provocaba, llevaron a buscar una forma de ejecución más “civilizada” o, al menos, eso era lo que pensaron cuando surgió la idea de utilizar la electricidad.

El 6 de agosto de 1890, William Kemmler, un vendedor ambulante de verduras que había asesinado a su esposa a hachazos, se convirtió en la primera persona ejecutada en ese método “más amable”, la silla eléctrica. La idea llegó de la mente de un dentista de Buffalo, Alfred Southwick, que había estado experimentando con la electrocución luego de haber visto cómo una persona perecía mientras recibía una descarga eléctrica.

Pero, las cosas no salieron como esperaban: los primeros 17 segundos, Kemmler recibió 1.000 voltios, pero no fueron suficientes. Subieron la potencia mientras su cuerpo comenzaba a quemarse aunque él seguía respirando y quejándose del dolor. El olor a carne quemada invadió la sala e impactó a quienes presenciaron el suceso. “Era un espectáculo horrible, mucho peor que el ahorcamiento”, contó un cronista que fue invitado a observar la primera ejecución en silla eléctrica.

Retrato de William Kemmler
Retrato de William Kemmler

La historia

Tras conocerse el caso de un trabajador ebrio que murió al tocar un generador eléctrico de alto voltaje, el dentista Alfred Southwick comenzó a experimentar con la idea de la silla eléctrica. Observó que la electricidad podía causar la muerte de manera casi instantánea, cosa que lo convenció de que era una alternativa viable para la ejecución de delincuentes.

Una vez presentada su idea, la Sociedad Médico-Legal de Nueva York lo ayudó a perfeccionar el diseño, y el 1 de enero de 1888, el estado aprobó la primera ley que sustituía el ahorcamiento por la electrocución. Nueva York se convirtió en el primer lugar del mundo en legalizar este método de ejecución.

Mientras tanto, William Kemmler, que había llegado a Buffalo desde Pensilvania, pasaba sus días perdido en el alcohol y ejerciendo violencia contra su esposa, Matilda Ziegler. Trabajaba haciendo changas, sobre todo como vendedor ambulante de verduras.

El 29 de marzo de 1888, el hombre llegó borracho a la casa y atacó a la mujer. Discutió porque en sus delirios producto del alcohol, la acusó de querer robarle sus chucherías y de tener una relación con un amigo de él. Enceguecido por la ira, quizás en un rato de lucidez, salió de la casa y fue a buscar su hacha. Regresó y atacó la mujer, dándole de lleno sobre el cuerpo repetidas veces, 27 en total. Matilda murió a causa de las graves heridas y Kemmler fue arrestado ese mismo día. Luego, fue condenado por el crimen —entonces considerado “pasional” a causa de los celos— y fue condenando a la pena de muerte.

El días que mató a Matilde, en Nueva York se debatía y estudiaba una nueva forma de muerte. Y para cuando 1889, cuando Kemmler fue condenado a muerte, entró en vigor la Ley de Ejecución Eléctrica. Para llevar a cabo el proceso, se le encomendó al electricista Edwin R. Davis, de la prisión de Auburn (entonces capital del estado), la tarea de diseñar una silla adecuada para este propósito.

Davis, reconocido por su rigor técnico, construyó una silla hecha con materiales aislantes y equipada con dos electrodos metálicos. Estos estaban unidos por una banda de goma y recubiertos con esponjas húmedas, ya que la humedad facilitaba la conducción eléctrica a través del cuerpo. Los electrodos debían colocarse uno sobre la cabeza del condenado y el otro en la espalda, asegurando así el paso letal de la corriente. (Pese a que con el tiempo se introdujeron algunas variantes, el modelo de Davis se mantuvo prácticamente sin cambios y fue replicado en la mayoría de los estados que adoptaron la silla eléctrica como método oficial de ejecución).

La ejecución de Kemmler fue programada para el 6 de agosto de 1890. Cuenta la historia que le dieron a elegir si quería la horca o inaugurar le nuevo sistema. Eligió el que se pensaba como método indoloro. “Soy un criminal y debo morir. Muy bien. Pero no en la horca: en esa silla que han inventado, más moderna”, cuentan las crónicas de la época que dijo. El día anterior, quienes probaron la potencia de la nueva máquina letal, lo hicieron con un pobre caballo, que murió al instante. Eso, la dejó lista para ser utilizada en Kemmler.

Gráfico que muestra quiénes estaban
Gráfico que muestra quiénes estaban en la primera ejecución en silla eléctrica: 1) William Kemmler, el primer hombre ejecutado en la silla eléctrica; 2) En la silla de la muerte; 3) El agente y alcaide Durston; 4) El jefe de seguridad Boyle; 5) La señora Durston; 6) El guardia Daniel McNaughton; 7) Fachada de la prisión de Auburn vista desde State Street; 8) Vista exterior de la prisión, señalando las ventanas que iluminaban la celda de Kemmler y la cámara de ejecución

La ejecución

A las 5 de la mañana de aquel 6 de agosto, Kemmler fue despertado en su celda en la prisión de Auburn. Después de vestirse y desayunar, fue llevado por los guardias a la cámara de ejecución, donde lo esperaba la silla eléctrica. Lo ataron a la silla, le colocaron los electrodos en la cabeza ya rapada y a lo largo de la espalda. Todo estaba listo para aplicar la primera descarga eléctrica.

La descarga inicial fue de 1.000 voltios y se mantuvo durante 17 segundos. Aunque en un principio se pensó que Kemmler había muerto, los testigos notaron que seguía respirando. Ante esta situación le dieron más potencia hasta que se recargó el generador con 2.000 voltios. Pero, no sólo por tratarse de un método nuevo sino por la capacidad eléctrica, entre cada tramo, pasaron unos minutos.

La segunda descarga hizo que la piel de Kemmler comenzara a sangrar. De él salía un fuerte olor a carne quemada que invadió la habitación. Los 2.000 voltios sí lo mataron: le salía humo de la cabeza cuando le quitaron las sogas que lo ataban.

La autopsia informó que el electrodo de la espalda le había quemado toda la columna vertebral de aquel hombre que pensó que la modernidad era sinónimo de piedad. Así, tras una ejecución más dolorosa y prolongada de lo esperado —duró unos dos minutos—, Kemmler murió ante la mirada atónita de quienes presenciaron el suceso. Todos, horrorizados por lo que acababan de ver, se dieron cuenta de que no hay manera humana de quitar la vida, incluso a un asesino.

"El interruptor de los muerte",
"El interruptor de los muerte", el grafico del proceso de la silla eléctrica que ilustra el diario The Evening World, en la edición extra del 6 de agosto de 1890

La silla eléctrica

A finales del siglo XIX, Estados Unidos buscaba una alternativa más “civilizada” al ahorcamiento, cada vez más cuestionado por sus fallas técnicas y la brutalidad de sus efectos. En ese contexto surgió una idea revolucionaria: aplicar la electricidad como método para cumplir la pena capital. Aunque fue el dentista e inventor Alfred P. Southwick quien inicialmente propuso la electrocución tras presenciar una muerte accidental por contacto con un generador, su idea pronto se vio envuelta en una feroz disputa comercial que definiría no solo el destino de la silla eléctrica, sino también el futuro de la energía en los Estados Unidos.

La conocida como “Guerra de las Corrientes” enfrentó a dos gigantes: Thomas Alva Edison, firme defensor de la corriente continua (DC), y George Westinghouse, impulsor de la corriente alterna (AC), junto al genio técnico de Nikola Tesla. Edison, decidido a frenar la expansión de la AC, que era más eficiente para el transporte de energía a grandes distancias, vio en la silla eléctrica una oportunidad para asociar públicamente a su rival con la muerte. Aunque no se involucró directamente en el proyecto, financió indirectamente al ingeniero Harold P. Brown, un crítico abierto de la corriente alterna, quien colaboró con el dentista Southwick en el diseño del dispositivo letal.

Brown adquirió generadores Westinghouse para las pruebas y trabajó en el desarrollo técnico del mecanismo, que incluía correas para inmovilizar al condenado y electrodos estratégicamente ubicados en la cabeza y la columna vertebral, garantizando un paso eficaz de la corriente. Edison, por su parte, reforzó su campaña de desprestigio con espectáculos públicos en los que electrocutaba animales con corriente alterna, intentando mostrar su supuesta peligrosidad... Llegó a ejecutar a un elefante, buscando demostrar el poder destructivo de la corriente alterna. (Qué lejos estamos hoy de todo esto, por suerte, que es tan impensado en este presente).

El Courier Journal contando la
El Courier Journal contando la ejecución de William Kemmler

Pese a las maniobras de Edison, Westinghouse intentó frenar el uso de su tecnología en ejecuciones. Se opuso firmemente a que sus generadores fueran utilizados para matar y financió parte de la defensa legal de William Kemmler. Pero sus esfuerzos no lograron detener la maquinaria estatal. En 1888, el estado de Nueva York aprobó la ley (pionera) basándose en las recomendaciones de la Comisión Gerry, un comité de expertos médicos y jurídicos que también propuso realizar las ejecuciones en prisiones y no en público.

La prensa de la época calificó la ejecución como una experiencia mucho más perturbadora que el ahorcamiento. Pese a ello, la silla eléctrica se consolidó como el método de ejecución oficial en muchos estados norteamericanos durante las décadas siguientes.

La paradoja es que, mientras la corriente alterna terminó imponiéndose como estándar energético por su eficiencia y alcance, su debut como herramienta de ejecución dejó una mancha imborrable en su historia. La silla eléctrica, concebida con la intención de ofrecer una muerte más rápida y menos cruel, nació en realidad como producto colateral de una guerra comercial. Y su primera aplicación no solo falló en demostrar humanidad, sino que dejó una huella indeleble en la relación entre tecnología, poder y justicia.

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