
“Querida madre: he caído en manos de secuestradores. ¡No dejes que me maten! Que la policía no interfiera. No te tomes esto como si fuera una broma. No le des publicidad al secuestro”, decía la carta manuscrita que recibió Gail Getty Jeffries a mediados de julio de 1973. Hacía días que no tenía noticias de su hijo de 16 años, John Paul Getty III, con el que vivía en Roma. Reconoció la letra y no dudó de la autenticidad de la carta, aunque más de una vez el chico había bromeado con que fingiría un secuestro para sacarle dinero a su abuelo, el multimillonario Jean Paul Getty, uno de los hombres más ricos del mundo y sin duda el más avaro de todos.
La carta confirmaba lo que unos días antes —más precisamente el 10 de julio— le había dicho por teléfono un desconocido que hablaba en un italiano rudimentario y con marcado acento del sur: “Tu hijo está con nosotros. Prepará 17 millones de dólares si querés recuperarlo”. Cuando Gail, asustada, le contestó que ella no tenía dinero, el hombre le contestó que lo buscara en la fortuna de la familia y, sin agregar una palabra más, cortó la comunicación.
La noticia difundida por los medios italianos aseguraba que John Paul había sido secuestrado a las 3 de la madrugada del martes 10 mientras cruzaba solo y a pie la Piazza Farnese, en Roma, después de salir de una fiesta. Pero muchos lo ponían en duda, precisamente por las bromas que hacía recurrentemente sobre un falso secuestro. “Más que una broma, empezaba a parecer una propuesta”, le dijo uno de sus amigos, el pintor Marcello Crisi, al Corriere della Sera. La personalidad del chico tampoco ayudaba: lo habían expulsado de ocho colegios privados y ya no estudiaba, los paparazzi lo seguían de fiesta en fiesta e incluso lo habían fotografiado en una manifestación de izquierda. Con los víveres cortados por la familia, sobrevivía vendiendo algunos malos cuadros que pintaba en la Piazza Navona, posando como modelo y trabajando como extra en alguna película en los estudios de Cinecittá. “El hippie dorado”, lo habían bautizado las revistas de ricos y famosos. Tampoco ayudó a darle credibilidad al asunto que su novia, Martine Schmidt, dijera que sí, que John Paul había jugado con la posibilidad de fingir su secuestro y que incluso había hablado con alguien para hacerlo, pero que había cambiado de idea. “Paul ya no quería ser secuestrado, pero los secuestradores lo seguían”, contó.
Gail parecía la única en creer que el secuestro era verdad. Finalmente convenció a su exmarido, John Paul Getty II, para que intercediera ante el abuelo millonario y lo convenciera de pagar el rescate que pedían para devolver al chico. La respuesta fue un terminante “No”. Y no solo eso: el millonario convocó a una conferencia de prensa en Surrey, Inglaterra, donde vivía y declaró, sin mostrar la más mínima emoción: “No voy a pagar un centavo. Tengo otros catorce nietos. Si pago el rescate de uno… tendré catorce nietos secuestrados”. Si Jean Paul Getty I tenía fama de avaro, esas palabras la potenciaron: en los medios de todo el mundo se lo calificó de frío, insensible, canalla y miserable. Los secuestradores dijeron entonces que devolverían al nieto, pero de a pedacitos.
El magnate avaro
Cuando secuestraron a su nieto Jean Paul Getty I tenía 80 años y era uno de los hombres más ricos del mundo, con una fortuna calculada en dos mil millones de dólares. Había nacido en Minneapolis, Minnesota. Hijo de Sarah Catherine McPherson Risher y George Franklin Getty, fue uno de los primeros hombres en amasar más de mil millones de dólares. Su padre lo envió a las mejores escuelas y universidades, pero cuando cumplió 24 años le cortó los víveres y lo mandó a trabajar con una frase que Jean Paul nunca olvidaría: “Los hijos de los ricos no deben ser consentidos ni recibir dinero cuando tengan edad de valerse por ellos mismos”, le dijo. Muchos años después en su libro Cómo ser rico, recordó esas palabras y contó: “Empecé en la universidad con cien dólares, trabajé como galeote, y gracias a mi instinto –eso que los inútiles llaman ‘suerte’– levanté un imperio”.

Getty estaba muy bien preparado para afrontar su destino. Había estudiado en la Universidad del Sur de California, en Berkeley, en el Magdalen College y en Oxford, Economía y Ciencias políticas. Y había acumulado sus primeras experiencias trabajando durante los veranos en los pozos petroleros de su padre en Oklahoma. Tenía, además, un gran instinto para los negocios. Ganó su primer millón de dólares en 1916 con Tulsa, su primera compañía petrolera. Después se dedicó a la compra y venta de pequeñas empresas petroleras –en una época en que el oro negro brotaba sin pausa–, fundó otra petrolera a la que le puso su nombre, Getty Oil, y entró a formar parte de la galería de los supermillonarios de su tiempo como Aristóteles Onassis, John D. Rockefeller y Howard Hughes.
Había sido siempre muy ordenado en la administración de su fortuna, a la que hizo crecer sin pausa, pero muy desordenado en su vida amorosa. Se casó cinco veces, y toda su descendencia le procuró más de un dolor de cabeza. Primero contrajo matrimonio con Jeanette Demont, después con Allene Ashby, seguida de Adolphine Helmle. Después fue el turno de Ann Rork y el de Louise Lynch. De esos matrimonios tuvo seis hijos -George Franklin II, Jean Ronald, Eugene Paul, Jean Paul Jr., Gordon Peter y Timothy Ware- que le dieron quince nietos. Su familia numerosa fue una fuente inagotable de problemas y muchos de sus hijos fueron desheredados. Si no trabajaban como él lo había hecho –y lo seguía haciendo– Getty los dejaba sin fortuna. A todos les inculcó la misma norma de conducta: “No aceptes consejos de nadie; solo dinero. Da consejos a cualquiera, pero nunca dinero”.
Una oreja cortada
John Paul Getty III llevaba más de cuatro meses de cautiverio y su abuelo millonario seguía plantado en no desembolsar un solo dólar para recuperarlo. Su único gesto fue contratar a un exagente de la CIA llamado J. Fletcher Chase para que acompañara a la afligida Gail e investigara el caso.
Después se supo que los secuestradores del chico creyeron que cobrarían rápidamente el rescate y que al no lograrlo se lo vendieron a la ‘Ndrangheta, la organización mafiosa calabresa, que sí contaba con la estructura para mantenerlo cautivo durante el tiempo que fuera necesario. Pero llegó el momento en que los mafiosos también se cansaron de esperar. En noviembre de 1973, un paquete llegó al periódico Il Messaggero, de Roma. Adentro había un mechón de pelo y una oreja humana, acompañados por una carta donde amenazaban con seguir mutilando al chico si no pagaban rápidamente un rescate de 3,2 millones de dólares (el equivalente a unos 20 millones de hoy). “Esta es la primera oreja de Paul. Si dentro de diez días la familia todavía cree que esto es una broma montada por él, entonces llegará la otra oreja. En otras palabras, llegará en pedacitos”, decía.
Recién entonces el abuelo millonario aceptó pagar, aunque de una manera que no afectara sus finanzas. Puso 2,2 millones de dólares de su bolsillo, exactamente la mayor suma que podría deducir de impuestos, y le prestó el resto a su hijo –el padre de John Paul III– a condición de que se lo devolviera con un interés del 4 por ciento anual. En definitiva, no pagó un solo dólar e hizo trabajar parte de ese dinero a expensas de su propia familia. El encargado de reunirse con los secuestradores y entregar el rescate fue el exagente de la CIA, Chase, que viajó al sur de Italia para hacerlo. Lo siguió un grupo de policías que, haciéndose pasar por turistas, fotografiaron a los mafiosos que recibieron el dinero. No harían nada hasta que los secuestradores liberaran al chico.
John Paul Getty III fue dejado en libertad el 15 de diciembre de 1973 en una estación de servicio de la provincia de Potenza. Estaba en muy mal estado de salud, porque el corte de la oreja se le había infectado y había sufrido una neumonía durante su cautiverio, la mayor parte del cual transcurrió en una cueva húmeda. De regreso en su casa de Roma y a instancias de su madre, el chico llamó por teléfono a su abuelo para darle las gracias por haber pagado el rescate. El viejo millonario ni siquiera quiso atender la llamada.

Secuelas de por vida
Después de la liberación de John Paul, la policía logró detener a nueve de los secuestradores, entre ellos a Girolamo Piromalli y Saverio Mammoliti, miembros de alto rango de la ‘Ndrangheta, pero solo dos fueron condenados, mientras que el resto terminó absuelto por falta de pruebas. La mayor parte del dinero del rescate nunca fue recuperada.
Apenas un año después de su liberación, John Paul Getty III, con 18 años recién cumplidos, se casó con la alemana Gisela Martine Zacher, de 24, con quien tuvo un hijo, Balthazar. Furioso, el abuelo le cortó el acceso a la fortuna familiar. Vivió los años siguientes en Los Ángeles, donde trató de reconstruir su vida. En 1977 se sometió a una operación para reconstruir la oreja cortada, pero nunca se recuperó de las secuelas físicas y psíquicas del secuestro y se hizo adicto al alcohol y a las drogas duras. En 1981, tomó un cóctel de alcohol, valium y metadona que le provocó un fallo hepático y un derrame cerebral que lo dejó tetrapléjico, parcialmente ciego, e incapaz de hablar. Su abuelo había muerto y su padre se negó a asumir los gastos del tratamiento médico. Fue necesario que la madre entablara una batalla legal para que pagara las cuentas.
Separado de su mujer e incapacitado para valerse por sí mismo, John Paul Getty III volvió a vivir con su madre. Murió en una propiedad de su padre en Wormsley Park, Buckinghamshire, Inglaterra, el 5 de febrero de 2011, a los 54 años.
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