
En plena selva misionera, entre árboles centenarios y ruinas tapizadas de musgo, una lata de dulce de membrillo con imágenes de Hitler y Mussolini empezó a develar un secreto que latía en el corazón de la mesopotamia argentina.
Era el secreto mejor guardado de Teyú Cuaré. En esa zona de Misiones, justo en el límite con Paraguay, había un refugio construido en piedra, oculto a metros de las antiguas misiones jesuíticas, y levantado para dar asilo a criminales nazis.
Por años, en ese paisaje denso y verde, corrió la leyenda de que Martin Bormann, el lugarteniente más leal de Adolf Hitler, había hallado en la provincia de Misiones su última guarida.

De hecho, en la actualidad el sendero por la selva que lleva hasta ese lugar tiene un cartel con una flecha que indica el camino con la leyenda “la casa de Bormann”.
La sombra de Bormann
La versión oficial es que el jerarca nazi murió entre los escombros de Berlín, alcanzado por una granada cuando huía.
Martin Bormann no era una figura que buscara los focos, pero desde las entrañas de su despacho supo tejer y destejer alianzas, librar intrigas y definir el destino de sus propios pares. De Joseph Goebbels a Herman Göring, de Heinrich Himmler a Albert Speer, todos en algún momento debieron confrontar a ese secretario personal que, tras la fachada discreta, controlaba el acceso y la información que le llegaba a Adolf Hitler.

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Bormann gestionó fondos del régimen, nombró y destituyó funcionarios y fue pieza clave en las luchas intestinas por el poder. Su influencia resultó tan decisiva como silenciosa, especialmente en las horas finales del nazismo, cuando fue responsable de dilatar los anuncios oficiales tras el suicidio de Hitler, en un vano intento de negociar una rendición.
Su mito aumentó después de la caída de Berlín. Tras el derrumbe, Martin Bormann desapareció. Más de 50 versiones diferentes rastrearon su posible paradero en lugares tan distantes como Moscú, Ciudad del Cabo o Bariloche. En ausencia de pruebas, los Aliados lo juzgaron en Núremberg y lo condenaron a muerte.

En los años de la Segunda Guerra Mundial, Bormann se convirtió en arquitecto y ejecutor de algunas de las decisiones más atroces del régimen, aplicando con rigor la represión contra judíos y extendiendo la llamada “Solución Final” a los territorios ocupados. Fue uno de los pocos que acompañaron a Hitler en sus últimas horas, cargando el cuerpo de Eva Braun y siendo testigo mudo del suicidio del líder y del horror del final.
El cuerpo del jerarca nazi
Su cuerpo no se descubrió hasta 1972, cuando lo desenterraron unos trabajadores de la construcción; los registros dentales confirmaron su identidad con prontitud, al igual que, en 1998, un análisis de ADN.
Otras teorías hablan sobre la huida de Bormann y su paso por Argentina. El investigador Abel Basti (video) sumó testimonios sobre la presencia del nazi en el país. El escritor entrevistó a Jorge Colotto, policía que fue custodio de Perón en la década del 50. “En esa reunión me contó que el General recibió en una casa que tenia en Belgrano a un alemán muy importante. Se llamaba Bormann. Luego, Colotto iba todos los meses a llevar un sobre con dinero al Hotel Plaza para esta misma persona”, explica. Basti, además da cuenta de un prontuario abierto por la Policía Federal a nombre de Martin Bormann.

“Mi hipótesis es que de Argentina pasó por el búnker de Misiones y de allí cruzó a Paraguay. Murió y fue enterrado en ese país. Pero luego llevaron el cuerpo a Alemania”, especula Basti en diálogo con Infobae.
Una vez hallado el búnker en Misiones, la verdad la develó un grupo de arqueólogos que trabajaron en el lugar. Lo investigó Daniel Schávelzon y Ana Igarreta. Así lograron reconstruir las evidencias del paso de los nazis por Argentina.
Escalera a una sombra europea
El refugio, descripto en el libro Arqueología de un refugio nazi en la Argentina–Teyú Cuaré, se erige como una especie de pirámide. No pasa de nueve metros cuadrados de base ni supera los cinco metros de altura. El acceso, custodiado por bloques macizos, recuerda el diseño de las misiones jesuíticas.
En la entrada hay una escalera de nueve peldaños. Tras el pórtico, se suceden sala-comedor, dos dormitorios, baño y cocina. Los detalles no encajan en el estándar de los pioneros de la zona. Los arqueólogos dieron cuenta de una bañera de azulejos, cañerías de hierro, paredes en azul Prusia, ducha con agua caliente y fría, y pisos de baldosa que evocan los caprichos europeos.

Hay también un camino empedrado de veinte metros, tan meticuloso como innecesario en ese lugar, que desemboca directamente en la puerta principal. Algunos objetos asoman de la tierra como vasijas esmeriladas, vajilla fina de Silesia marca Ohme —delicadeza imposible en la precariedad local—, y monedas con fechas y procedencias que marcan un trayecto de fuga: piezas de 1939 de la Argentina y otras de países invadidos por Hitler durante los años treinta y cuarenta.
Fragmentos de vida y huida
El inventario es un catálogo de migraciones forzadas y secretos enterrados. La expedición halló, además. un recorte del diario La Prensa de 1932 que mostraba el rostro juvenil de un camisa parda hitleriano y un cinturón militar del ejército franquista, despojado a última hora de su cruz roja.
El baño tiene todo lo necesario para la comodidad de quien se niega a perder las formas aun en el exilio: inodoro, ducha completamente equipada, tanque de agua para distintas temperaturas. Frente a la ventana, que nunca llegó a ser enrejada ni tuvo siquiera vidrios, el silencio de la selva sirve de frontera invisible. “Todos los lugareños me contaron que se trata de un lugar que no era habitado por campesinos ni indígenas de la zona”, resalta Basti.
“Para construir esto se necesitó la fuerza de muchos hombres”, escriben los antropólogos, perplejos ante el trabajo titánico de transportar y apilar bloques traídos de una cantera, ocultos entre dos acantilados de más de cien metros, tan apartados que no aparece ni en el Google Map actual.

Una leyenda bajo la maleza
El acceso al búnker y su historia permanecieron en la penumbra durante décadas. La zona ni siquiera figuraba en los registros catastrales, y recién en 1999 el gobierno provincial abrió un sendero hasta el refugio, incorporándolo de manera casi formal al Parque Provincial Teyú Cuaré.
No faltan quienes aún pintan esvásticas en las piedras ni quienes juran haber sentido la presencia de Joseph Mengele en ese mismo recinto antes de su exilio definitivo a Brasil, donde murió en 1979. El mito de Bormann también persiste.
Todos los indicios apuntan a que al menos un criminal nazi, o una familia vinculada al régimen, habitó temporalmente el enclave, pero jamás se encontró un nombre, solo fantasmas familiares y objetos dispersos.
“La flota submarina alemana está orgullosa de haber construido un paraíso terrenal, una fortaleza inexpugnable para el Führer en algún lugar del mundo”, se ufanó alguna vez el almirante Karl Dönitz. ¿Fue Teyú Cuaré ese rincón perdido?
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