Brindaron refugio, repartieron documentos falsos y facilitaron vías de escape: el accionar de líderes religiosos en el Holocausto

Sacerdotes católicos, pastores evangélicos, anglicanos, luteranos e incluso imanes musulmanes se arriesgaron para proteger a los judíos perseguidos durante la Segunda Guerra Mundial. A algunos de ellos les costó sus propias vidas. Aquí, algunas de estas biografías y hechos que, en medio de las tinieblas del horror, demostraron que nadie se salva solo

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Sacerdote franciscano polaco, Maximiliano Kolbe
Sacerdote franciscano polaco, Maximiliano Kolbe fue arrestado por los nazis en 1941 por sus actividades antinazis y enviado a Auschwitz. Allí ofreció su vida a cambio de la de un padre de familia condenado a la inanición. Kolbe fue canonizado en 1982 y reconocido como “Justo entre las Naciones”

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue un periodo de destrucción y sufrimiento, con el Holocausto como uno de sus episodios más trágicos, en el que los nazis exterminaron a seis millones de judíos, a homosexuales, gitanos, personas con discapacidad y a todo aquel que se opusiera a su régimen. En medio de esta oscuridad, numerosos líderes religiosos —sacerdotes, católicos ortodoxos, pastores evangélicos, anglicanos, luteranos e incluso imanes musulmanes— se alzaron como faros de esperanza, arriesgando sus vidas para proteger a los perseguidos. Estos individuos, movidos por su fe, compasión y sentido de justicia, desafiaron las políticas genocidas del Tercer Reich y sus aliados ofreciendo refugio, documentos falsos y rutas de escape.

El régimen nazi exigía total aceptación de sus políticas. En Alemania, las iglesias cristianas enfrentaron presiones para alinearse a su doctrina, mientras que, en los países ocupados, como Polonia, Francia e Italia, la persecución fue brutal. Sin embargo, la respuesta de las instituciones religiosas fue ambivalente: algunas jerarquías optaron por el silencio o la colaboración, pero muchos clérigos y laicos actuaron individualmente o en redes clandestinas.

En el mundo musulmán, particularmente en el norte de África y los Balcanes, los líderes religiosos también desempeñaron roles clave, a menudo en contextos menos conocidos. Estos actos de resistencia reflejan una diversidad de motivaciones —teológicas, humanitarias y éticas— y un coraje excepcional frente a la amenaza de muerte.

La Iglesia Católica, con su extensa red de parroquias, conventos y monasterios, fue un refugio crucial para muchos judíos. Aunque la postura oficial del Vaticano bajo Pío XII ha sido objeto de controversia, numerosos sacerdotes y religiosos actuaron por iniciativa propia.

Uno de los casos más célebres es el de Maximiliano Kolbe, un sacerdote franciscano polaco. Arrestado por los nazis en 1941 por sus actividades antinazis y su labor editorial, fue enviado a Auschwitz. Allí, Kolbe se ofreció voluntariamente para morir en lugar de Franciszek Gajowniczek, un padre de familia condenado a la inanición tras una fuga. Murió el 14 de agosto de 1941 tras recibir una inyección letal, después de consolar a sus compañeros en el búnker del hambre. Su sacrificio no solo salvó una vida, sino que inspiró a otros a resistir. Kolbe fue canonizado en 1982 y reconocido como “Justo entre las Naciones” por Yad Vashem.

Teólogo luterano y miembro de
Teólogo luterano y miembro de la Iglesia Confesante, Dietrich Bonhoeffer es un símbolo entre los religiosos que se opusieron al nazismo. Rechazó el totalitarismo desde el comienzo y fue parte de la resistencia. Ayudó a judíos a escapar a Suiza a través de contactos clandestinos. Fue ejecutado en Flossenbürg el 9 de abril de 1945, semanas antes del fin de la guerra

En Italia, la red de Asís, liderada por el padre franciscano Rufino Niccacci y el obispo Giuseppe Placido Nicolini, salvó a cientos de judíos entre 1943 y 1944. Utilizando conventos y monasterios como escondites, falsificaron documentos y organizaron rutas de escape hacia zonas aliadas. Niccacci, conocido por su audacia, coordinó esta operación bajo la nariz de las tropas nazis tras la caída de Mussolini, arriesgando la ejecución. Su trabajo, apoyado por monjas clarisas y la población local, permitió que familias enteras evitaran la deportación.

Otro ejemplo es Bernhard Lichtenberg, sacerdote alemán y deán de la catedral de Berlín. Desde 1938, Lichtenberg condenó públicamente el antisemitismo nazi, rezando por los judíos en sus sermones tras la Noche de los Cristales Rotos. Arrestado en 1941 por la Gestapo, fue encarcelado y murió en 1943 camino al campo de concentración de Dachau. Su resistencia abierta inspiró a otros clérigos a actuar en secreto.

En Francia, cuatro claretianos españoles —José María Sola, José Falguera, Mariano Paget y Ramón Tárrega— salvaron a unos 150 judíos, mayormente sefardíes, entre 1940 y 1944 en París. Proporcionaron certificados de bautismo falsos, que servían como salvoconductos para escapar de la persecución. Su labor, realizada en secreto, fue revelada décadas después, mostrando cómo la fe y la solidaridad trascendieron fronteras.

Algunos miembros de las iglesias de la reforma, particularmente los luteranos y calvinistas, también jugaron un papel significativo, especialmente en Alemania y los países ocupados. La Iglesia Confesante, un movimiento antinazi dentro del protestantismo alemán, fue un semillero de resistencia.

Dietrich Bonhoeffer, teólogo luterano y miembro de la Iglesia Confesante, es un ícono de esta lucha. Rechazó el nazismo desde sus inicios, uniéndose a la resistencia y participando en el complot del 20 de julio de 1944 para asesinar a Hitler. Antes de su arresto en 1943, ayudó a judíos a escapar a Suiza mediante contactos clandestinos. Fue ejecutado en Flossenbürg el 9 de abril de 1945, semanas antes del fin de la guerra. Su teología de la “gracia costosa” lo llevó a priorizar la acción sobre la seguridad personal.

Enfermera católica, Irena Sendler salvó
Enfermera católica, Irena Sendler salvó a unos 2500 niños judíos del gueto de Varsovia. Fotografía de la Nochebuena de 1944

En Francia, Jean Séverin Lemaire, pastor evangélico en Marsella, proporcionó documentos falsos y refugio a judíos tras las celebraciones dominicales. Colocó a niños judíos con familias evangélicas y católicas y coordinó con redes de resistencia, salvando decenas de vidas hasta el final de la ocupación.

Paul Schneider, conocido como el “predicador de Buchenwald”, fue un pastor evangélico alemán que denunció las atrocidades nazis desde su púlpito. Arrestado en 1937, fue enviado al campo de Buchenwald, donde continuó exhortando a los prisioneros desde su celda. Fue asesinado en 1939 con una inyección letal, pero su voz resonó como un símbolo de resistencia moral.

Aunque el anglicanismo tenía una presencia limitada en la Europa continental, algunos clérigos de esta rama destacaron por su valentía. George Bell, obispo anglicano de Chichester en Inglaterra, no solo abogó por los judíos desde el Reino Unido sino que también apoyó a disidentes alemanes como Martin Niemöller, facilitando su exilio en 1939. Bell usó su influencia para presionar al gobierno británico a aceptar más refugiados judíos, logrando salvar a varios cientos indirectamente. En los Países Bajos, anglicanos locales colaboraron con redes ecuménicas para esconder judíos. Aunque menos documentados, sus esfuerzos se sumaron a la resistencia cristiana más amplia en la región.

En el mundo musulmán, particularmente en el norte de África y los Balcanes, algunos imanes y líderes religiosos protegieron a judíos, desafiando la propaganda nazi y la colaboración de ciertos regímenes.

Un caso notable es el de Si Kaddour Benghabrit, rector de la Gran Mezquita de París. Entre 1940 y 1944, bajo la ocupación nazi de Francia, Benghabrit y su equipo proporcionaron certificados falsos de identidad a judíos, haciéndolos pasar por musulmanes de origen norteafricano. La mezquita sirvió como refugio temporal y punto de tránsito hacia España o el Magreb, salvando a unos 300 judíos, según estimaciones conservadoras. Esta operación, realizada en secreto, aprovechó la similitud física entre judíos sefardíes y musulmanes magrebíes para engañar a las autoridades.

Jozef y Wiktoria Ulma, un
Jozef y Wiktoria Ulma, un matrimonio católico polaco, fueron asesinados junto a sus hijos en 1944 por esconder a ocho judíos. La familia, incluido el bebé que nació mientras sus hermanos y sus padres eran ejecutados, fue beatificada en 2023. (Mateusz Szpytma, subdirector del Instituto de historia polaca IPN via AP)

En Albania, un país de mayoría musulmana, imanes y líderes comunitarios protegieron a judíos bajo el principio de besa, un código de honor que obliga a ofrecer hospitalidad y refugio. Hafiz Sabri Koçi, un prominente líder musulmán, colaboró con familias musulmanas para esconder a judíos albaneses y refugiados de otros países balcánicos. Albania fue el único país europeo donde la población judía aumentó durante la guerra, de unos 200 a más de 2000, gracias a esta resistencia colectiva.

En Bosnia, Mustafa Hardaga, un musulmán devoto, escondió a la familia judía Kavilio en Sarajevo durante la ocupación nazi. Hardaga y otros musulmanes bosnios arriesgaron sus vidas para proteger a sus vecinos judíos, demostrando una solidaridad interreligiosa que Yad Vashem reconoció al nombrarlo “Justo entre las Naciones”.

Más allá de las figuras individuales, existieron redes ecuménicas que unieron a líderes de diferentes confesiones. En Polonia, Irena Sendler, una enfermera católica, salvó a unos 2500 niños judíos del gueto de Varsovia, trabajando con sacerdotes y religiosos que proporcionaron escondites y documentos falsos. Aunque no era clériga, su colaboración con la Iglesia Católica fue esencial. En los Países Bajos, la resistencia incluyó a pastores luteranos como Gerardus Pontier, quien ocultó judíos en iglesias y granjas, y a católicos como Titus Brandsma, un sacerdote carmelita ejecutado en Dachau en 1942 por su oposición al nazismo y su ayuda a judíos.

Las motivaciones de estos líderes religiosos variaron. Para muchos católicos, como Kolbe y Niccacci, la caridad cristiana y el mandamiento de amar al prójimo fueron el impulso de sus acciones. Los protestantes, como Bonhoeffer y Schneider, se guiaron por una teología de resistencia al mal y la defensa de la justicia. Los imanes, como Benghabrit y Koçi, actuaron desde principios islámicos de compasión y hospitalidad, junto con un rechazo al racismo nazi.

El riesgo era inmenso: en Polonia ayudar a judíos conllevaba la pena de muerte para el rescatador y su familia; como ocurrió con Józef y Wiktoria Ulma, un matrimonio católico ejecutado en 1944 junto a sus seis hijos por esconder a ocho judíos. El asesinato de esta familia completa fue brutal y despiadado: no solo mataron a todos los niños sino que la señora Wiktoria estaba embaraza, del horror de ver cómo asesinaban a su familia dió a luz en ese momento y los guardias, sin ningún sentimiento humano, en ese instante de parir asesinaron al bebé y a su madre. En Francia y Alemania, la Gestapo vigilaba a los clérigos sospechosos y muchos, como Lichtenberg y Brandsma, pagaron con sus vidas.

Estos sacerdotes, religiosos, pastores e imanes no solo salvaron miles de vidas, sino que también preservaron la dignidad humana en un tiempo de barbarie. Sus acciones desafiaron la complicidad y el silencio de muchos de sus contemporáneos, demostrando que la fe, en sus diversas formas, podía ser un bastión contra la opresión. Aunque no todos recibieron reconocimiento en vida —muchos murieron en campos de concentración o fueron olvidados por la historia—, su legado perdura en los sobrevivientes y en los valores que defendieron.

Desde Maximiliano Kolbe hasta Si Kaddour Benghabrit, estos héroes interreligiosos compartieron un compromiso con la vida y la resistencia al odio. En un mundo fracturado por la guerra y el genocidio, sus historias nos recuerdan que la humanidad puede florecer incluso en las circunstancias más oscuras, guiada por la fe, el coraje y la solidaridad y, sobre todo, reconociendo la existencia del otro, dejando a un lado la propia vida para dar paso a la de los demás, demostrando así que nadie se salva solo.

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