
A las 11.15 de este miércoles 2 de julio de 2025 Bryan Kohberger (hoy 30 años) le dijo al juez Steven Hipler que se declaraba culpable de los cuatro cargos de homicidio en su contra.
- Juez Hipler: ¿Se está declarando culpable porque es culpable?
- Kohberger: Sí
El magistrado siguió adelante y le preguntó si él fue quien asesinó, el 13 de noviembre de 2022, a Xana Kernodle de 20 años, a su novio Ethan Chapin, también de 20, y a las amigas Madison Mogen y Kaylee Goncalves, ambas de 21 años.
Kohberger dijo nuevamente que sí, las cuatro veces, ante cada nombre.
Al fondo de la sala se escucharon llantos de los familiares de las víctimas. La sentencia se conocerá el próximo 23 de julio.
La última audiencia cambió lo que prometía ser un juicio de alto perfil, que iba a comenzar el próximo 18 de agosto, con una posible condena a muerte.
Bryan Kohberger es el tercer hijo de una familia estable, con madre y hermanas expertas en jóvenes con conductas problemáticas, con la vida económicamente resuelta y que estaba haciendo, al momento de los hechos, un doctorado en criminología luego de una carrera universitaria donde se había graduado con honores.

La noche del horror
Pero demasiadas veces lo que reluce engaña. La mente siniestra de Bryan Kohberger jugaba a las escondidas con quienes lo conocían. Así fue hasta la madrugada de ese domingo 13 de noviembre cuando se dejó llevar por sus más macabros instintos.
En el juicio se habría desplegado el abanico de pruebas recolectadas por los investigadores, se habría intentado desentrañar qué resorte gatilló sus acciones malvadas e hizo que esa noche entrara con sigilo a una casa ubicada en el número 1122 de la calle King, en Moscow, Idaho, Estados Unidos, para matar a sablazos a cuatro estudiantes. Una orgía de sangre perpetrada en la oscuridad y a sangre fría.
Se expondrían hipótesis sobre cómo habría sido el recorrido mortal del asesino dentro de la casa del horror y podrían haber develado si el incipiente criminólogo homicida conocía o no a alguna de sus víctimas o si albergaba resentimientos contra ellas. También se habría revelado cómo se llegó al ADN utilizando la innovadora técnica de la genealogía familiar, un avance de la ciencia forense que lo entregó con precisión indiscutible a las autoridades.
Ya no será así.
Hasta el 30 de junio pasado el acusado se había declarado inocente, pero ese día, con un movimiento tan certero como inesperado, aceptó un acuerdo con la fiscalía para esquivar la pena de muerte que los mismos fiscales habían anticipado buscarían. Dos días después, el trato quedó firme en la audiencia ante el juez donde se declaró culpable al tiempo que renunció a cualquier posibilidad de solicitar la libertad condicional.
El asesino que no quiere morir
Todo a cambio de que quitaran como posible castigo la pena capital.
Este acuerdo dividió a las familias de las víctimas y cosechó protestas. Hubo quienes no se sintieron tenidos en cuenta y no están conformes con que el monstruo la saque tan barata y que las cosas no queden totalmente esclarecidas. La fiscalía se defendió diciendo que de esta manera garantizarán que Kohberger “pase el resto de su vida en prisión” y que no pueda someter a las familias a continuas apelaciones respecto del proceso. Quizá tengan razón y una sentencia a cuatro cadenas perpetuas sin libertad bajo palabra sea suficiente, pero los padres de Kaylee Gonzales sostienen sentirse traicionados por el estado de Idaho. Porque al fin de cuentas queda claro que el acusado pudo decidir su destino y eligió vivir, algo que sus víctimas no tuvieron la oportunidad. Los enoja que Kohberguer pueda mover las fichas del tablero de la vida a su antojo para salvar su pellejo.

Los familiares de Madison Mogen, por el contrario, expresaron estar aliviados de no tener que pasar más tiempo en los tribunales: “tenemos que concentrarnos en ver cómo seguir viviendo sin Maddie”.
Para caldear aún más el ambiente alrededor del caso y, antes de que tenga lugar nada más en el ámbito legal, el 11 de julio se estrenará en Prime Video la docuserie “One night in Idaho: The College Murders” (“Una noche en Idaho: los asesinatos de la universidad”) y, el 14 del mismo mes, verá la luz el libro “The Idaho Four: An american tragedy” (“Los cuadro de Idaho: una tragedia americana”) de James Patterson y Vicky Ward. Por supuesto que no es el primer libro, ni será el último.
El perfil del asesino (un joven de clase media alta y con un excelente coeficiente intelectual), la brutalidad de sus crímenes, la belleza y decencia de sus víctimas y la seguridad en la que parecían vivir, dejaron a la sociedad en profundo cortocircuito emocional y dan tela de sobra para cortar dentro el género más espeluznante del true crime.
Madrugada de sangre
Cuando Dylan Mortensen (21) bajó del Uber esa noche, a las 2.20 de la mañana, nada hacía presagiar lo que sucedería en un rato. Hacía un tiempo que vivía en esa casa gris de madera, de 280 metros cuadrados repartidos en tres plantas, muy cerca del campus de la universidad a la que concurría. Compartía el alquiler con cuatro chicas más: Xana Kernodle, Madison Mogen, Kaylee Goncalves y Bethany Funke, 21. Esa noche también estaba durmiendo en la casa, el novio de Xana, Ethan Chapin.

Dylan fue directo a su habitación ubicada en la planta a nivel de la calle (o segundo nivel). Quería dormir, estaba muy cansada, pero enseguida notó mucho movimiento intramuros. Miró su celular y vio que Bethany, quien dormía en el piso inferior al suyo, estaba en línea. A las 4 de la mañana, Xana, quien dormía en un cuarto en la misma planta que Dylan, recibió un pedido de comida por DoorDash. Puertas que se abrían y pisadas. Al rato, Dylan oyó más barullo. Creyó que era Kaylee jugando con su perro en el piso de arriba. La habitación de Kaylee estaba justo encima de la suya, en lo que sería el tercer nivel de la casa, y en el mismo piso que su íntima amiga desde la primaria Madison Mogen. Dylan se levantó molesta y abrió la puerta de su dormitorio. No vio movimientos en el pasillo y volvió a su cama. Minutos después oyó la voz de Kaylee. Entendió algo como: “Hay alguien aquí”. Un poco confundida, Dylan intentó conciliar el sueño. A las 4.12 Xana estaba todavía conectada a Tik Tok. Un poco después Dylan oyó sonidos extraños. Adormilada volvió a levantarse y abrió su puerta otra vez. Escuchó voces apagadas provenientes del cuarto de Xana y Ethan. Era como un lloriqueo seguido de un ruido sordo. ¿Estarían discutiendo? Al rato, sintió una voz masculina decir: “Está bien, ahora voy a ayudarte”. Intrigada fue hasta su puerta por tercera vez y la entreabrió unos centímetros. Se quedó petrificada en su sitio. La silueta oscura, con una máscara que le cubría nariz y boca, iba directo hacia ella. Hubo contacto visual, pero el sujeto pasó de largo hacia la puerta corrediza de vidrio de la cocina y se escurrió hacia el exterior de la propiedad.
Dylan cerró su puerta temblando, ¿qué pasaba? ¿a quién había visto? No sabía si estaba soñando, quizá fuera un bombero, o ¿podría ser Xana vestida de negro? Colocó la traba. El reloj de su celular marcaba las 4.22 del domingo 13 de noviembre de 2022. Dylan le escribió primero a Kaylee Goncalves.

Los últimos chats
Dylan: “Kaylee, qué está pasando”.
Pasaron los minutos y no hubo respuesta. Siguió escribiendo, pero nadie le respondió. Vio a Bethany en línea y le envió un par de mensajes.
Dylan: “Nadie me contesta”
“estoy realmente confundida”
“Xana está vestida toda de negro”
“estoy enloqueciendo ahora mismo”
“vi a alguien con una máscara de esquí”.
Bethany: “Stfu” (en inglés eso quiere decir shut the fuck up, algo así como “¡Carajo, cállate!”).
Dylan: “Es como si tuviera algo sobre su
cabeza…”
“No estoy bromeando. Estoy muerta de
miedo” Bethany: “Yo también”
Dylan: “Mi celular está por morirse, mierda”
Bethany: “Vení a mi habitación ya. Corré hacia
abajo”.
Dylan tomó coraje y bajó la escalera hacia el cuarto de Bethany. Agotadas se quedaron dormidas. A las 10 de la mañana Dylan despertó y miró su teléfono: ninguna de las otras chicas había respondido a sus mensajes. A las 10.23 volvió a escribirles.
“Están levantadas?” “Por favor respondan”.

Silencio total. A esta altura Dylan y Bethany ya estaban muy asustadas y decidieron llamar a Emily Alandt, una amiga de la misma fraternidad de Dylan que vivía en una residencia cercana. Le pidió que por favor fuera con amigos hasta su casa. Emily salió inmediatamente con su novio Hunter Johnson y le avisó a otros compañeros. Hunter y Emily llegaron alrededor de las 11 de la mañana de ese apacible domingo a la calle King. Hunter decidió que iría él a ver lo que pasaba. Observó la puerta de Xana apenas entreabierta y entró. Lo que vio lo dejó perplejo y en shock: “No parecía algo real”, explicó angustiado a la revista People. Todo estaba regado con sangre. Xana yacía en el suelo boca arriba; Ethan en la cama, mirando hacia la pared. Parecían tener heridas de cuchillo. Le gritó a las chicas que llamaran al 911 y que se mantuvieran fuera de la casa. Fue corriendo a la cocina y tomó un cuchillo de un cajón. Por las dudas el agresor estuviese dentro todavía. Vio que su novia Emily pretendía subir y le dijo con firmeza: “No entres. No creo que Xana vaya a despertar”. Mientras las chicas hablaban con emergencias, él les tomó el pulso a ambos. Estaban muertos. Revisó roperos y se sentó en el living, descompuesto, a esperar a la policía que llegó minutos después. Hunter intuía que en el piso superior habría más espanto. Fueron los agentes los que subieron y encontraron los cuerpos de Kaylee y Madison.
Lo que siguió fue lo obvio: sirenas, ambulancias, paramédicos, policías brotando por todos lados, desmayos de los jóvenes y llantos desgarradores, detectives intentando orientarse dentro de una masacre impensable.
Una cinta amarilla delimitó la escena del cuádruple crimen. Y empezaron los llamados para dar las malas noticias.
A todo esto era Dylan la única que había visto al asesino en medio de la oscuridad y a pocos centímetros: un hombre joven, flaco, alto, no muy musculoso, pero atlético, con marcadas y espesas cejas.

Antes de la visita mortal
La casa de la calle King tenía seis habitaciones, pero una no estaba ocupada. Bethany Funke (sobreviviente) era la única estudiante que dormía en la planta inferior, ubicada por debajo de la entrada desde la calle. En la segunda planta, a la altura de la puerta de entrada, lo hacían Xana con su novio Ethan cuando estaba de visita (ambos asesinados) y Dylan Mortensen (sobreviviente). En este piso se encontraba también la cocina por la que se podía salir al porche exterior por la puerta corrediza de vidrio. También salían de este nivel las dos escaleras que conectaban con las otras dos plantas: de un lado, la que unía el inferior con el de la calle y, del otro, la que llevaba al piso superior donde dormían, en sus respectivas habitaciones, las amigas y estudiantes de marketing Madison Mogen y Kaylee Goncalves (ambas asesinadas).
Lo primero que debieron hacer los detectives fue rearmar el recorrido de las víctimas la noche del sábado 12 de noviembre de 2022. Los habitantes de la casa habían salido por separado. Kayle y Madison fueron al Corner Club entre las 22 y la 1.30 de la mañana. A la 1.40 pararon a comer algo en un food truck y retornaron en el auto de un conocido a su casa, según la cámara de un vecino, a la 1.56 de la mañana del domingo.
Xana y su novio Ethan, por su parte, fueron a una fiesta de la hermandad Sigma Chi y regresaron minutos después que las chicas a la calle King. Dylan llegó en Uber a las 2.20 y vio que Bethany estaba conectada y en línea en su celular.
Entre las 2.26 y las 2.52 hay diez llamadas de Kaylee y Madison al ex novio de la primera: Jack DuCoeur. Él no respondió, dormía profundamente. ¿Qué ocurrió para que las chicas lo llamaran con esa insistencia? ¿Estaban asustadas por algo o por alguien? No parece casual que las amigas, cada una tenía su propia habitación, aparecieran asesinadas juntas en la cama de Madison. Los investigadores creen, en principio, que podrían haber sido las dos primeras víctimas de Bryan Kohberger. Y que no era Kaylee jugando con su perro lo que escuchó Dylan esa noche sino el asesinato de sus amigas. Luego de ejecutarlas el homicida habría descendido un piso para entrar a la habitación de Xana y Ethan. ¿Sabía Kohberger a quién buscaba o era pura muerte al azar? Los detectives están convencidos de que la voz masculina que escuchó Dylan era la del mismo Kohberger quien, luego de matar a Ethan, le habría dicho a Xana que la ayudaría y la remató en segundos. Perversión en estado puro.
A las 4.25 de la mañana, según los peritos forenses, los cuatro jóvenes ya habían sido ultimados. ¿Qué hizo que Kohbeger huyera y pasara de largo frente a Dylan? ¿La vio realmente o iba enceguecido? ¿Sabía que había más jóvenes en la casa esa noche? ¿Había estudiado la escena previamente? ¿Estaba todo planeado? Quizá todo esto se habría esclarecido durante el juicio.
Lo cierto es que la policía nunca halló el arma del homicida, pero sí encontraron, caída en el suelo y al lado de los cuerpos de Kaylee y Madison, la funda de cuero del puñal utilizado: un cuchillo Ka-Bar, un arma de combate que utilizaban los marines en la Segunda Guerra Mundial.

Estos dos datos de la funda -que resultaría contener el ADN del asesino- y el tipo de arma utilizada fueron resguardados por los agentes bajo siete llaves: eran la clave que utilizarían para encontrar al monstruo. Se cree que tanto Madison como Kaylee habrían luchado y, antes de perder la batalla por sus vidas, y en eso fue que al asesino se le cayó la funda. La prueba madre del caso.
ADN familiar en la basura
Se mandó a analizar lo que se halló bajo las uñas de las víctimas y la funda del puñal. Todos los conocidos de las víctimas estaban bajo la lupa. Se revisaron miles de horas de video de cámaras de seguridad callejeras y de casas vecinas. La opinión pública presionaba aterrada: tenían un criminal peligroso suelto entre ellos. La mayoría de los alumnos, por pedido de sus familias, volvieron a sus respectivos estados, los profesores dejaron de dar clases, los restaurantes y bares cerraron por las noches.
La ciudad de Moscow estaba bajo el dominio del miedo.
Algunas pistas comenzaron a cobrar fuerza con el paso de las semanas. Un joven empleado de una estación de servicio Exxon Mobil ubicada cerca de la casa de los crímenes, entregó una cinta clave: en ella se veía pasar un auto blanco repetidas veces, entre las 3.29 y las 4.04, hacia la casa de los crímenes que estaba ubicada en un cul de sac. Era un Hyundai Elantra. Los especialistas analizaron el modelo y vieron que correspondía a uno que se había fabricado entre 2011 y 2016. En otra cámara descubrieron al mismo coche saliendo por la ruta velozmente de la ciudad de Moscow en dirección a la cercana ciudad de Pullman, en el estado vecino de Washington, a las 4.20 de la madrugada de ese 13 de noviembre. La distancia entre las dos ciudades, por la ruta 270, es de solamente 14 kilómetros que se recorren en menos de 15 minutos.
El rompecabezas tenía varias piezas, pero era difícil de armar. ¡En la zona había 22 mil autos parecidos!
No demoró en aparecer un policía que reportó, el 29 de noviembre, un Hyundai Elantra blanco modelo 2015, en Pullman: el coche estaba registrado a nombre de un tal Bryan Christopher Kohberger de 28 años, un estudiante brillante de criminología de la Universidad de Pullman, doctorado con honores y ayudante de cátedra. También supieron por un vecino que ese joven había estado, aquel domingo señalado, limpiando con guantes meticulosamente, por dentro y por fuera, su vehículo. Una conducta algo extraña.

Por su parte, los especialistas en huellas y rastros biológicos encontraron claro ADN en la funda del cuchillo. Era el dato crucial, pero tenían que tener con qué compararlo para ponerle nombre y apellido.
Se cargaron las huellas en bancos de datos genéticos buscando alguna coincidencia y utilizando la técnica de la genealogía genética. ¿Podía ser el dueño del auto, Bryan Kohberger, el mismo sujeto del ADN hallado en la escena? ¿Cómo conseguir su ADN para compararlo sin violar sus derechos ni que se percatara de que estaba siendo observado?
Decidieron intentar algo estratégico: rescatar ADN de la casa familiar de Kohberger en Pensilvania para descartar cualquier duda. Un equipo montó guardia y tomó de la basura familiar distintos elementos el 27 de diciembre. Se mandaron a analizar y ¡zas! Hubo una coincidencia increíble.
El padre de familia, Michael Kohberger, era el padre biológico de esa huella hallada en la funda del puñal en la escena de los asesinatos. La certeza del dato era del 99,99 por ciento.
Dos días después la policía informó a la prensa que un equipo Swat, conformado por fuerzas de elite, había detenido al sospechoso de la masacre a unos 4100 kilómetros de Moscow, en la vivienda de sus padres, en Albrightsville, Pensilvania, a donde había ido a pasar las fiestas.
Eran las 3 de la mañana del viernes 30 de diciembre de 2022 cuando fue esposado delante de sus padres que miraban azorados la escena mientras se enteraban que su hijo era el principal sospechoso de la cuádruple masacre de Moscow. El monstruo.

Historia de un asesino
Bryan Kohberger (30) nació el 21 de noviembre de 1994. Creció en Poconos con sus padres Michael (69) y Maryann (64) y sus hermanas mayores, Amanda y Melissa. El matrimonio trabajaba en el mismo colegio al que concurrió Bryan. Michael se ocupaba del mantenimiento del establecimiento. Curiosamente Maryann, hasta el 2020, fue la terapeuta encargada de los chicos con necesidades especiales y con serios problemas de conducta. Todos la querían, pero está claro que, en su casa, andaba a ciegas. No la vio venir con su propio hijo. La negación es un lago donde abrevan casi todos.
Una alumna de Maryann contó que Bryan era sumamente agresivo “cuando intentaba coquetear con alguna chica. Todas teníamos una sensación rara en el estómago hacia él. Mi instinto me decía que había mala vibra y siempre intenté mantenerlo a distancia”. Le funcionó a la perfección su brújula vital.
Las chicas en general lo rechazaban porque no toleraban sus modos intensos. Bryan luchaba contra la obesidad heredada del lado paterno y sus compañeros se lo hacían notar. Comenzó a consumir heroína. Un ex compañero de colegio reconoce: “No me gusta decir que era raro, pero él no tenía habilidades sociales, no sabía hacerse amigos. La verdad es que sí, era muy extraño”.
Fue después del último verano de la secundaria que Bryan volvió extremadamente cambiado a clase: flaquísimo, entrenado y mostrándose seguro de sí. Se volvió un matón para el resto, había dejado de ser el gordito vulnerable al que le hacían bullying.
En 2017 se mostró enfocado en sus estudios universitarios y ya no consumía drogas. Para sus padres era un cambio positivo. Estudiaba a conciencia y trabajaba part time como empleado de seguridad.

En 2018 terminó de estudiar la primera parte de psicología en la Northampton Community College y se licenció en 2020 en la Universidad DeSales de Pensilvania. En junio de 2022 terminó su primer semestre de su doctorado en Justicia Criminal en la Universidad de Pullman, en el Estado de Washington, donde también trabajaba como asistente en una cátedra. Los Kohberger respiraban tranquilos, todo estaba bajo control.
Pero nada de eso era cierto. La mente de Bryan caminaba por el borde del abismo. Él no dormía y seguía teniendo problemas en sus relaciones con sus pares. Sobre todo con las chicas.
Para la Navidad de 2022 su padre decidió ir a buscarlo. No quería que su hijo manejara en soledad las 38 horas de coche que separaban Pullman de la casa familiar en Albrightsville. Voló a Pullman como un clásico padre protector y el 13 de diciembre iniciaron el trayecto en auto. Durante ese viaje fueron parados por la policía en dos ocasiones, en ambas conducía Bryan: una vez por exceso de velocidad; otra, por ir demasiado pegado al camión que iba delante de ellos.
Luego de ser detenido el 30 de diciembre, la policía decomisó el Hyundai Elantra blanco de Bryan y horas después allanó también su vivienda en Pullman.
En su casa hallaron guantes, una máscara y un sombrero negros, una pistola Glock y un cuchillo.
El 4 de enero de 2023 fue extraditado a Idaho y al día siguiente formalmente imputado.

Las preguntas que ametrallaban a los detectives eran muchas: ¿seguía el acusado en Instagram a Kaylee Goncalves y a Madison Mogen?¿Las había conocido? ¿Habría sufrido algún rechazo por parte de ellas? Los investigadores estaban convencidos de que una de ellas era su principal objetivo mortal. No lo dicen abiertamente, pero trascendió que creen que el tema era con Kaylee. Habrían encontrado en su celular varias fotos de ella.
En un perfil de Instagram, que ya fue borrado, el supuesto Bryan Kohberger se describía a sí mismo como un “Criminólogo estudiando lo absurdo de la experiencia humana. Actualmente tomándome un año para hacer una inmersión en mi campo de estudio”.
Sus padres y hermanas guardaron silencio total. Pero una ex tía política del joven contó que Bryan tenía algunas particularidades como hábitos alimenticios extraños y manías compulsivas. Respecto de la higiene, por ejemplo: “No era que fuera vegano, iba mucho más allá de eso. No comía en ningún recipiente que alguna vez hubiera contenido carne así que tenían que comprar siempre bowls y cacerolas nuevas para la comida. Tenía un comportamiento obsesivo compulsivo”.
Maryann, la madre de Bryan, siempre tuvo una postura contraria al aborto y a la pena de muerte. De hecho, cuando el 24 de mayo de 2022 en el colegio de Uvalde, Texas, un joven de 18 años mató a tiros 21 personas dejando a otras 17 heridas ella compungida escribió una carta al medio Poconos Record. Su escrito fue publicado el 2 de junio de 2022, unos cinco meses antes de que su propio hijo se convirtiera en asesino:

“Quedé shockeada esta mañana, tambaleándome por otro tiroteo escolar, me encontré debatiendo las acciones que se deben tomar para detener toda la locura. ¿Cuál es la respuesta? ¿Medidas de control de armas? ¿Intervención de Salud Mental? (...) Entonces recibí un mensaje de mi hija que trabaja como terapeuta de salud mental en Nueva Jersey (...) Compartió un poema que había escrito mientras estaba en lo más profundo de la desesperación (...) Me conmovió mucho y sentí la necesidad de compartirlo y dice así:
24 de mayo de 2022, Uvalde, Texas, de Melissa Kohberger
´Privados de sus risas
Ya no hay sonido alguno
Mientras bajamos a nuestros hijos al suelo
Manos y pies pequeños,
enterrados a dos metros de profundidad
en la tierra del mundo que les falló´
Una paradoja perfecta: Maryann y sus dos hijas Amanda y Melissa, son terapeutas especializadas en conducta.
A veces, nada alcanza, y para ver se precisan mucho más que ojos.
El perfil de un alma oscura
Ya en mayo del año 2022 Bryan Kohberger se mostraba muy interesado en la confección de perfiles criminales. Fue por esto que hizo una encuesta entre delincuentes en la red social Reddit (algo que ya fue borrado de la web) para un supuesto estudio:
“Hola, mi nombre es Bryan y te invito a participar en un proyecto de investigación que busca comprender cómo las emociones y los rasgos psicológicos influyen en la toma de decisiones a la hora de cometer un delito (...) en particular este estudio busca comprender la historia detrás de tu delito penal más reciente, con énfasis en tus pensamientos y sentimientos a lo largo de la experiencia”. Las preguntas que posteó fueron: “¿te preparaste para el delito antes de salir de tu casa?; “¿por qué elegiste esa víctima o blanco en lugar de otros?; “¿cuál fue el primer paso que diste para lograr tu objetivo?”; “¿qué pensaste y sentiste después de cometer el delito?”.
Preguntas que ahora debería responder él.
La profesora universitaria de DeSales, Michelle Bolger, reveló que Korhberger fue uno de sus alumnos más brillantes: “fue uno de los mejores que jamás tuve”. Por esto lo había recomendado para el doctorado que estaba realizando al momento de los homicidios.

Sus compañeros de clase contaron algunos detalles llamativos: Bryan no dormía nunca y tenía comportamientos antisociales: “Era una persona nocturna que usaba el baño de noche y pasaba la aspiradora a la una de la madrugada. Siempre estaba solo”, dijo uno de ellos que pidió anonimato. Benjamin Roberts, otro de sus conocidos del posgrado, relató que Bryan llegaba siempre tarde a clase, con un café entre las manos y exhausto. Sara Healey se animó a hablar y contó que una vez iba caminando por el pasillo de la universidad cuando Kohberger la detuvo para decirle: “¿Quieres convivir un rato?”.
Escalofriante.
Uno de sus vecinos en Pullman aseguró que dos días después de los crímenes Kohberger le preguntó si sabía del caso. Él le dijo que sí y, entonces, Kohberger aventuró: “No hay pistas a seguir. Parece un crimen pasional”. El dueño de un bar llamado Seven Sirens Brewing Company, Jordan Serulnek, señaló que Kohberger solía ir a su local y acosar de mala manera a las mujeres que trabajaban.
Entre otras cosas se supo, además, que había aplicado para una pasantía en la policía de Pullman; que cinco días después de los asesinatos había cambiado la placa de su auto; que su teléfono se había conectado con las torres cercanas al área del crimen en doce oportunidades antes de los homicidios y, al menos una vez, entre las 9.12 y las 9.21 del domingo 13. Eso lo ubicó en la escena cuando Bethany y Dylan dormían antes de descubrir los cuerpos de sus amigos. ¿Por qué había vuelto al lugar? ¿Para recuperar la funda caída de su puñal?
Lo cierto es que esa noche fatal, entre las 2.47 y las 4.48 de la madrugada del 13 de noviembre, el teléfono de Bryan no registró actividad. Estaba entretenido matando.

La pesadilla continúa
En 2023 trascendió que una mujer de 45 años, llamada Dana Smithers, había desaparecido en mayo de 2022. Dana, madre de tres chicos, era vecina de los Kohberger en Albrightsville. Y, en ese momento, Bryan estaba en la casa de su familia. Coincidencias nefastas. La última imagen de ella con vida es del 28 de mayo de 2022 a las 23 horas según quedó en una cámara callejera. Sus restos fueron hallados en un bosque a pocos kilómetros. ¿Podría ser ella una víctima anterior del perturbado Bryan? No se encontró evidencia que lo conectara al caso.
Para las familias de los jóvenes asesinados la pesadilla no termina. La madre de Xana Kernodle, Cara Northington, después del crimen de su hija recayó en un espiral de drogas que la condujo a la cárcel y la hizo perder el contacto con sus otros dos hijos. Por su parte, los padres de Ethan Chapin cuentan que su hijo era uno de tres, los trillizos Chapin, y que lo extrañan demasiado. La madre de Madison Mogen, Karen Laramie, habló por primera vez a fines del 2024 con la revista People y dijo que sueña repetidamente con su hija: “La parte dura del sueño es cuando me despierto. Es duro porque le tengo que decir adiós nuevamente”. La madre de Kaylee Goncalves, Kristi, también habló: contó que por cómo estaba el cuerpo de su hija en la cama era obvio que no había tenido escapatoria. Steve, su padre, expresó al medio 48 Hours que “hay evidencia de que ella se despertó y trató de salir de esa situación, pero estaba atrapada en la cama, al lado de la pared”.
Las sobrevivientes Dylan y Bethany no la pasan nada bien. Al dolor de la pérdida y al miedo constante, le deben sumar las críticas solapadas por no haber reaccionado a tiempo aquella noche.
En 2023 la casa fue demolida. Los Goncalves y los Kernodle se opusieron sin lograrlo, ellos creen que podrían haberla necesitado para el juicio, como una pieza de evidencia.

¿Regodeo narcisista?
No solo el ADN lo señala. No solo el auto está en las cámaras. También son altamente incriminadoras las compras que realizó online, por Amazon, ocho meses antes de los homicidios: el puñal, su funda y un afilador.
Si Bryan Kohberger es un psicópata narcisista seguro que está contento. Ocupa el centro de la escena, como seguramente desea. No solo evitó con su acuerdo su condena a muerte, también está logrando que realizadores de docuseries y autores policiales de libros se inspiren en él. Vaya premio.
Su familia viene optando por esconder la cara, pero utiliza sus recursos para alivianar el destino de su hijo.
Ann Taylor, la letrada que lidera el equipo de abogados que lo defiende, arguye que el FBI usó las bases de datos de MyHeritage y GEDMatch, no las oficiales, y que eso violaría los derechos constitucionales de Bryan Kohberger. También intentó argumentar que la funda del puñal había sido plantada por el verdadero asesino y pretendió señalar a otros posibles atacantes, algo que no fue admitido. Incluso planeó sostener que la salud mental de Kohberger, quien padecería un desorden del espectro autista, habría afectado su relación con el resto de sus compañeros. Ahora que se declaró culpable ya nada de eso hace falta
Sus cejas espesas y densas enmarcando esos ojos sin alma resultan inconfundibles. Son las mismas que Dylan vio desfilar en la oscuridad ante su atónita retina y las que se ven en la selfie que se tomó Bryan Kohberger -imagen entregada por la fiscalía a los medios- donde se lo ve con auriculares y su pulgar hacia arriba seis horas después de los crímenes.
Es una cara huesuda, con una media sonrisa triunfal, que pone los pelos de punta.
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