
Vestido de saco claro, corbata a rayas y pantalón de tiro alto, James Brock se acercó al borde de una pileta repleta de activistas. En la mano derecha llevaba un bidón de plástico y, sin titubear, volcó su contenido sobre el agua: es un líquido —ácido muriático— cae como cataratas mientras él agita el brazo con una mezcla de furia, concentración e indignación.
Es el 18 de junio de 1964 y el dueño del Monson Motor Lodge intenta por la fuerza desalojar una protesta pacífica contra la segregación racial en su hotel de St. Augustine, Florida. La imagen, inmortalizada por los fotógrafos, se convertiría en una de las postales más violentas y reveladoras del racismo institucional en los Estados Unidos de esos tiempos.
Aunque nadie resultó herido de gravedad, la escena se convirtió en un símbolo gráfico de la brutalidad con que los sectores del sur de Estados Unidos resistían la integración racial exigida por el movimiento por los derechos civiles. No fue un hecho aislado: horas después, el Congreso debía votar finalmente el Acta de Derechos Civiles.

El día en que el agua se volvió un símbolo
Una semana antes del episodio que lo inmortalizó como símbolo del racismo institucional, el Monson Motor Lodge ya había sido escenario de un acto de confrontación pacífica. El 11 de junio de 1964, Martin Luther King Jr. fue arrestado allí luego de intentar almorzar en el restaurante del hotel, que aún mantenía una estricta política segregacionista. El líder del movimiento por los derechos civiles buscaba desafiar de manera directa y no violenta las normas que negaban derechos elementales a la población afroamericana.
Desde su celda, King escribió una carta convocando a líderes religiosos a sumarse a la campaña en St. Augustine. La respuesta no tardó en llegar: siete días después, el 18 de junio, con el Congreso a punto de votar la Ley de Derechos Civiles, la tensión en la ciudad alcanzó su punto máximo. Fue entonces cuando emergieron las imágenes más brutales y duraderas de aquella lucha.
Esa tarde, el calor era denso y la tensión flotaba en el aire. En una acción planificada, un grupo de activistas negros y blancos ingresó a la piscina del Monson Motor Lodge en un acto de desobediencia civil. Como el resto del hotel, la pileta estaba reservada exclusivamente para blancos. El objetivo era claro: exponer ante las cámaras televisivas la arbitrariedad de la segregación y provocar con su sola presencia una reacción que dejara en evidencia la violencia reinante del sistema.
Entre los manifestantes estaban JT Johnson, Brenda Darten y Mamie Nell Ford, llegados desde Albany, Georgia, los jóvenes flotaban tranquilos, rodeados de periodistas y fotógrafos, cuando James Brock apareció con un bidón de plástico de siete litros y medio en la mano. Llegó corriendo con un bidón de 7 litros y medio de ácido muriático. Sin mediar palabra, volcó ácido muriático sobre la piscina —una sustancia corrosiva que se usaba habitualmente para limpiar instalaciones— mientras agitaba el brazo con furia. Vociferaba que estaba limpiando el agua y ante los pedidos de que se detuviera, exclamó: “Los voy a quemar a todos”. El líquido se dispersó entre los cuerpos que quedaron inmóviles. Nadie salió.

Minutos después, un policía llegó y se tiró al agua para sacar a los activistas a la fuerza. Las cámaras registraron cada movimiento: el brazo de Brock vertiendo el ácido, el oficial empapado arrestando manifestantes, los rostros impasibles de quienes flotaban en silencio. En cuestión de horas, esas imágenes darían la vuelta al país. Días después, llegaron a las portadas de los medios internacionales.
Mientras eso pasaba en la piscina, en otra parte del hotel, diecisiete rabinos eran arrestados luego de intentar ingresar a las instalaciones junto a otros manifestantes. Dijeron que se sumaron a la protesta debido a su compromiso con la justicia social y por el impacto moral que les provocó la reacción violenta de las autoridades. Esa fue la detención más numerosa de líderes religiosos judíos en la historia de los Estados Unidos, lo que además de le dio una dimensión simbólica a la protesta: hubo fe, ética y resistencia pacífica frente a la injusticia.
Aunque ninguno de los activistas sufrió heridas de gravedad por el ácido, el mensaje fue más que claro: la idea de mantener la segregación racial podía llegar al extremo.
Pese a todo, la protesta había logrado su objetivo: la imagen del Monson Motor Lodge —con el agua como escenario y el ácido como amenaza— condensó en un solo cuadro la brutalidad de un orden que se resquebrajaba y la dignidad de quienes se atrevían a enfrentarlo sin violencia. Fue un instante que definió una era, y que permanece hasta hoy como uno de los retratos más potentes del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos.

La ciudad elegida para exponer el racismo
Fundada en 1565, St. Augustine se enorgullecía de ser la ciudad más antigua de los Estados Unidos. Pero en 1964, ese legado histórico convivía con un presente de segregación profunda. Las escuelas, los comercios, las playas y los alojamientos turísticos era espacios vedados para la población afroamericana y los episodios de violencia racial eran frecuentes y contaban con el aval, explícito o tácito, de las autoridades locales.
Fue justamente esa resistencia abierta al cambio lo que llevó al Southern Christian Leadership Conference (SCLC) a convertir a St. Augustine en el nuevo centro de su campaña nacional. A la violencia estructural se sumaba un dato estratégico: la ciudad dependía económicamente del turismo proveniente del norte, y preparaba una serie de actos para celebrar su 400º aniversario en 1965. La posibilidad de exponer ante la opinión pública nacional la crudeza de la segregación en un sitio simbólico y económicamente vulnerable convirtió a la ciudad en clave para visibilizar la lucha que se estaba dando: era la oportunidad de visibilizar la crudeza del racismo en un lugar simbólico y vulnerable ante la presión pública, cosa que resultaba ideal para el movimiento liderado por Martin Luther King Jr.
La elección del lugar no fue solo táctica, sino profundamente calculada. Allí, el sistema segregacionista prometía reaccionar con violencia extrema ante cualquier intento de desobediencia civil, eso era exactamente lo que el movimiento buscaba exponer. Entonces, las protestas pacíficas se convirtieron en un método para provocar la respuesta del poder, y la presencia de periodistas y cámaras garantizaba que esa respuesta —a menudo desproporcionada— no quedara en la sombra. El periodismo y, sobre todo, los reporteros gráficos se convirtieron en una suerte de escudo de protección para los activistas.

Entre quienes encabezaron el movimiento por los derechos civiles estaban King Jr., Ralph Abernathy, Andrew Young, Hosea Williams, C. T. Vivian, Fred Shuttlesworth y el activista local Robert Hayling. Todos ellos trazaron una estrategia precisa: desafiar las leyes de segregación desde adentro, resistir sin violencia, amplificar el impacto a través de la prensa y convocar a sectores religiosos para darle legitimidad moral y alcance nacional a la causa.
Las consecuencias: juicios, bancarrota y un hotel bajo fuego
El impacto de aquella imagen de James Brock vertiendo ácido en la piscina no tardó en hacerse sentir. Días después, el Congreso aprobó la Ley de Derechos Civiles de 1964, que prohibía la segregación en lugares públicos en todo el país. Pero en St. Augustine, la aplicación efectiva de la nueva legislación fue lenta y plagada de conflictos.
Los comercios locales, incluido el Monson Motor Lodge, fueron obligados por vía judicial a cumplirla. Los juicios no fueron penales, sino acciones civiles promovidas por organizaciones de derechos civiles y por el gobierno federal para forzar la integración de establecimientos que se resistían a acatar la nueva ley. La reacción del Ku Klux Klan, vigente en esa ciudad, no se hizo esperar: el hotel fue atacado con bombas caseras poco después.

Brock, que hasta entonces había sido considerado un defensor de la idea segregacionista, se convirtió en blanco de los mismos extremistas que antes lo habían respaldado. Con el hotel en ruinas, sin apoyo institucional y sin acceso a créditos bancarios para afrontar los costos de la reparación del inmueble, se declaró en bancarrota en 1965.
Ese mismo año, mientras St. Augustine celebraba con ceremonias oficiales su 400 años, el clima en la ciudad estaba lejos de ser festivo. El turismo se desplomó, los hoteles y restaurantes se vaciaron, y el comercio local mostraba las consecuencias económicas de una transformación social forzada y resistida aún por amplios sectores.
Con el paso del tiempo, el Monson Motor Lodge fue demolido y reemplazado por una construcción moderna. Pero no todo desapareció: las escaleras originales aún se conservan, y una placa instalada en el lugar recuerda el ataque racista. No como homenaje a un edificio, sino como advertencia persistente de hasta dónde fue capaz de llegar el racismo cuando se sintió amenazado. Y de cómo, en respuesta, la dignidad de la protesta pacífica logró quebrarlo.
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