El atentado contra “El Carnicero de Praga”: la confianza del líder de las SS que lo llevó a la muerte y la venganza nazi

Después de meses de planificación, los comandos checoslovacos Jozef Gabčík y Jan Kubiš, interceptaron el auto de Reinhard Heydrich y le provocaron heridas que le costarían la vida días después. Habían llevado a cabo la Operación Antropoide

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Reinhard Heydrich, líder de la
Reinhard Heydrich, líder de la Policía bávara y del SD, en Múnich (1934)

El Obergruppenführer de las SS Reinhard Heydrich estaba tan seguro de sí mismo y de su inconmensurable poder que desde su llegada a Praga había rechazado la protección de una custodia y se movía por la ciudad, donde todas las mañanas hacía el mismo recorrido, a bordo de un Mercedes Benz descapotable acompañado solo por el chofer. Esa confianza sería su perdición y también un duro golpe para la Alemania nazi en un momento de la guerra donde parecía que sería imposible detener su expansión. Había llegado en septiembre de 1941 para reemplazar al “blando” – según el parecer de Adolf Hitler - Gauleiter Konstantin von Neurath como Protector de Bohemia y Moravia, la máxima autoridad de esos territorios ocupados, donde gobernaba con mano de hierro. En pocos meses había logrado neutralizar casi por completo a la no muy activa resistencia local, al tiempo que aumentaba la producción de material militar para abastecer a las fuerzas del Reich. Por su brutalidad, los checos lo llamaban “El Carnicero de Praga”, un apodo que sumó a los otros con que ya se lo conocía, como “El Verdugo” y “la Bestia Rubia”.

La mañana del miércoles 27 de mayo de 1942 el jerarca nazi salió un poco más tarde de lo habitual desde el Castillo de Praga, la sede del gobierno y también el lugar donde vivía su mujer, Lina. La noche anterior se había acostado tarde, después de asistir a un homenaje a su padre, el músico Bruno Heydrich, en el palacio de Waldstein. Allí lo fotografiaron junto a Lina, y esa foto quedaría como la última que le tomaron con vida.

Cómo fue el ataque

El día primaveral había amanecido cálido y por eso le ordenó a su chofer, el suboficial Klein, que dejara la capota del Mercedes baja. Sentado en el asiento de atrás, iba distraído y quizás por eso no vio a Josef Valčík cuando sacó un espejo de un bolsillo y hizo que el sol se reflejara en él. De haberlo visto, quizás se habría dado cuenta de que el hombre estaba haciendo una señal.

Cien metros más adelante, en una curva donde el chofer siempre bajaba la velocidad, dos hombres vieron la seña. El eslovaco Jozef Gabčík lleva escondido entre sus ropas un subfusil Sten; el checo Jan Kubiš portaba un arma de puño, pero más que nada le prestaba atención al explosivo que llevaba en el bolsillo, una granada antitanque N°73 británica modificada. Eran más de las diez de la mañana y habían estado a punto de levantar la emboscada que tenían preparada, porque el retraso de Heydrich les hizo pensar que no pasaría por allí. Estaban por irse cuando vieron la seña de su compañero Valčík.

Heydrich junto a Himmler y
Heydrich junto a Himmler y otros oficiales de las SS, hacia 1937.

Cuando el Mercedes llegó a la curva y bajó la velocidad Gabčík saltó al camino y empuñó su Sten para disparar, pero el arma se le trabó. Desesperado, la tiró al piso y empezó a correr mientras Heydrich desenfundaba su pistola Luger y le apuntaba. No alcanzó a disparar, porque Kubiš, con más sangre fría que su compañero, arrojó la granada, que estalló junto a la rueda derecha del auto. Las esquirlas hirieron en la espalda a Heydrich, que aun así alcanzó a bajarse del auto para perseguir a sus atacantes. Alcanzó a dar unos pocos pasos antes de caer sobre la vereda, desangrándose aferrado a una reja. El chofer Klein, salió ileso de la explosión y pistola en mano le lanzó a la carrera para perseguir a Kubiš, pero al doblar en la esquina más cercana, el checo lo estaba esperando y le disparó a bocajarro y lo hirió de gravedad. Después, cada uno por su lado, los dos atacantes escaparon en bicicleta.

Heydrich, herido pero consciente, fue socorrido por una mujer y fue trasladado al hospital de Bulovka, el más importante de la ciudad. Allí, la soberbia volvió a perderlo, porque se negó a que los médicos checos lo operaran. Dijo que solamente un cirujano alemán estaba autorizado para atenderlo. Las heridas de Heydrich comprometían el bazo y tenía metidos restos del relleno del asiento, la tela, esquirlas metálicas y trozos del uniforme incrustados en el cuerpo. Su superior, Heinrich Himmler envió desde Berlín al médico de las SS Karl Gebhardt, quien inició un tratamiento con sulfamidas, pero ya era tarde: el retraso en recibir atención médica permitió que las esquirlas de metal y restos de crines del asiento incrustados infectaran no solo la herida, sino que se propagaran al torrente sanguíneo a través del bazo que estaba abierto. El Carnicero de Praga agonizó durante ocho días, los últimos en coma, antes de morir por la septicemia el 4 de junio.

Para entonces, los nazis seguían sin identificar ni conocer el paradero de los autores del atentado. Escondidos en el sótano de una Iglesia, Gabčík, Kubiš y Valčík se enteraron de que, finalmente, la “Operación Antropoide” era un éxito.

Heydrich (izquierda) junto a Karl
Heydrich (izquierda) junto a Karl Hermann Frank en el Castillo de Praga en 1941

Un plan temerario

El plan de matar a Heydrich comenzó a gestarse en Londres poco después de que el jerarca nazi, uno de los preferidos de Hitler, llegara a Praga. Acabar con él no solo era una necesidad bélica, sino también una señal política porque en muy poco tiempo el nuevo Protector de Bohemia y Moravia – ayudado por su segundo, el alemán de los sudetes Karl Hermann Frank – además de reprimir de manera sangrienta cualquier resistencia había logrado incrementar mucho la producción de armas en las fábricas checas con un sistema de premios económicos a la productividad. Ese incentivo hizo que parte de la población no viera con tan malos ojos a los nazis.

El primer ministro británico, Winston Churchill, le planteó la idea al presidente checo en el exilio, Edvard Beneš. Los autores del atentado debían ser checos y eslovacos, no solo porque podrían moverse mejor en el terreno sino porque se quería dar una clara señal al pueblo de que la resistencia estaba activa y era capaz de dar un gran golpe. Los elegidos fueron el comando eslovaco Jozef Gabčík y el checo Jan Kubiš, que serían apoyados por dos grupos, identificados en clave como Silver A y Silver B. La operación fue bautizada con el nombre en clave de “Antropoide”, una manera despectiva de llamar a Heydrich.

El 28 de diciembre de 1941, los dos comandos se lanzaron en paracaídas sobre territorio checo desde un bombardero Halifax que habían despegado de Gran Bretaña. Por un error de cálculo del piloto, se los lanzó en Nehvizky, a veinte kilómetros de Praga, cuando debían tocar tierra mucho más cerca de la capital. Aún así, con documentos de identidad falsos y ropas civiles pudieron llegar a Pilsen, donde contactaron a un miembro de la resistencia que debía darles apoyo. De allí se dirigieron a Praga, donde contactaron a otro guerrillero, Karel Čurda, para coordinar con la resistencia checa en la ciudad.

Dedicaron meses a estudiar los hábitos y los movimientos de Heydrich, y comprobaron que viajaba sin custodia y que todas las mañanas, casi siempre entre las 9 y las 10, utilizaba la misma ruta desde el castillo hacia el centro de la ciudad. Con esa información, buscaron el lugar ideal para emboscarlo y eligieron esa curva, en el distrito de Libeň, donde el Mercedes debía bajar la velocidad.

Reinhard Heydrich era conocido como
Reinhard Heydrich era conocido como el "Carnicero de Praga"

Lo esperaron allí la mañana del 27 de mayo y casi abortan la operación por el poco habitual retraso de Heydrich en su rutina. Después de atacar, Kubiš y Gabčík pudieron escapar y los días siguientes, refugiados en el sótano de la iglesia de San Cirilo y San Metodio de Praga, se lamentaron por lo que consideraban un fracaso causado por ellos mismos. Recién el 4 de junio, al saber que Heydrich había muerto, pudieron celebrar su éxito. Fue una alegría amarga, porque para entonces los nazis habían desatado una verdadera carnicería sobre la población.

La cacería y la venganza

Al enterarse del atentado, Adolf Hitler ordenó por teléfono la ejecución pública de diez mil checos. Exaltó en público a su colaborador muerto, pero en privado se quejó de su “estupidez” por negarse a tener custodia. Las tropas SS salieron a las calles de Praga y se dedicaron a buscar a los guerrilleros. Aunque se detuvo a miles de sospechosos, no encontraron a los autores y se ofreció una recompensa de 100.000 coronas checas a quien revelara dónde se escondían.

Furiosos por la falta de resultados, el 10 de junio, creyendo erróneamente que los lugareños formaban parte de la conspiración, los nazis masacraron a unas 340 personas en el pueblo de Lidice, no muy lejos de Praga. Mataron a todos los habitantes varones de entre 14 y 84 años y quemaron toda la localidad. Días después, hicieron lo mismo en el pueblo de Ležáky.

Desesperado por esas y muchas otras muertes, Karel Čurda, el guerrillero de la resistencia que había recibido a Kubiš y Gabčík a su llegada a Praga, se entregó y pidió ser llevado frente al segundo de Heydrich, Karl Hermann Frank, para ofrecerle revelar donde se escondían los autores del atentado si suspendía las ejecuciones. Aunque dijo que estaban ocultos en el sótano de la iglesia de San Cirilo y San Metodio, los fusilamientos sumarios e indiscriminados de la población no se detuvieron.

Reinhard Heydrich a la izquierda
Reinhard Heydrich a la izquierda de Adolf Hitler en la foto

A las 4.15 de la madrugada del 18 de junio, unos 750 soldados de las SS al mando del oficial Karl Fischer von Treuenfeld, rodearon la iglesia e intimaron a los refugiados a rendirse. Lejos de capitular, la oferta fue respondida a balazos desde el interior del templo, donde estaban Josef Bublík, Jozef Gabčík, Jan Hrubý, Jan Kubiš, Adolf Opálka, Jaroslav Švarc y Josef Valčík.

El combate duró alrededor de siete horas, y casi al final los nazis debieron llamar a los bomberos para que inundaran con sus mangueras el sótano para obligar a los guerrilleros a salir. Para entonces, entre los sitiadores se contaban 14 muertos y 21 heridos. Cuando ya casi no les quedaban balas, Bublík, Gabčík, Hrubý, Opálka, Švarc y Valčík, se suicidaron. Kubiš, alcanzado por la metralla nazi, murió desangrado. El último grito de los hombres antes de matarse fue: “¡No nos rendiremos!”.

El obispo ortodoxo Matěj Pavlik asumió la culpa de haber refugiado a los guerrilleros en el templo, en un intento de para minimizar las represalias entre sus feligreses. Fue inútil El 4 de septiembre de 1942, fue llevado junto a todos los sacerdotes de la iglesia y los principales líderes laicos de la comunidad al campo de tiro de Kobylisy, en un suburbio al norte de Praga, donde los fusilaron.

Como esperaban Churchill y el presidente checo en el exilio Edvard Beneš - y a pesar de las sangrientas represalias de las SS sobre la población civil -, el atentado contra Reinhard Heydrich, el nazi de mayor jerarquía muerto en un atentado durante la Segunda Guerra Mundial, revitalizó la alicaída resistencia checa a la ocupación alemana.

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