Adolf Eichmann, el cazador cazado: la historia del criminal de guerra nazi que fue secuestrado en Buenos Aires y juzgado en Israel

Secuestrado por los servicios de inteligencia israelíes en San Fernando en 1960, el arquitecto del Holocausto vivía en Argentina bajo nombre falso. Fue juzgado en Israel en el primer juicio televisado del mundo. Su captura expuso la red nazi refugiada en el país

Guardar
Adolf Eichmann organizó la expulsión
Adolf Eichmann organizó la expulsión de los judíos de Alemania, su deportación de los territorios ocupados por las nazis y el traslado de millones de judíos a los campos de exterminio

Buenos Aires, 27 de mayo de 1960. Caía la tarde en el suburbio de San Fernando cuando un hombre bajó del colectivo 203 y caminó por la calle Garibaldi rumbo a su casa. Llevaba anteojos gruesos, vestía traje y corbata, y había adoptado el nombre de Ricardo Klement. Esa noche no llegó a cenar con su familia. Un grupo de hombres lo interceptó a unos metros de su domicilio. Lo arrastraron hacia un auto, lo ataron y lo obligaron a agacharse. No eran ladrones. Tampoco eran policías argentinos. Eran agentes del Mossad, el servicio de inteligencia israelí. Acababan de capturar a uno de los criminales de guerra más buscados del siglo XX: Adolf Eichmann.

El operativo, cinematográfico y clandestino, se planeó durante meses. Fue el comienzo del fin para uno de los principales arquitectos de la Solución Final, la maquinaria nazi que exterminó a seis millones de judíos durante el Holocausto. Eichmann había llegado a Argentina en 1950 con documentos falsos proporcionados por una red internacional conocida como “las ratas”, que facilitaba la fuga de criminales de guerra desde Europa hacia América del Sur. Se había embarcado en Génova con un pasaporte de la Cruz Roja a nombre de Ricardo Klement. Durante la travesía en el buque Giovanna C., no llamó la atención. Argentina, por entonces gobernada por Juan Domingo Perón, era tierra fértil para fugitivos del nazismo.

Se estima que entre 200 y 300 criminales de guerra alemanes y colaboradores del régimen nazi encontraron refugio en el país. Muchos ingresaron con identidades falsas; otros, con apoyo oficial o semiclandestino. Algunos nombres permanecen grabados en la memoria colectiva: Josef Mengele, el médico de Auschwitz apodado el “Ángel de la Muerte”; Erich Priebke, uno de los responsables de la masacre de las Fosas Ardeatinas en Italia; Eduard Roschmann, conocido como el “Carnicero de Riga”. Todos encontraron un nuevo hogar bajo el cielo del sur.

La Argentina de la posguerra fue un espacio de ambigüedad y silencio. Por un lado, recibía a sobrevivientes del Holocausto —se calcula que llegaron unos 15.000 entre 1945 y 1952— y por otro, abría sus puertas a sus verdugos. Muchos llegaron atraídos por la simpatía ideológica de ciertos sectores militares y nacionalistas, o por la posibilidad de reconstruir sus vidas lejos del alcance de la justicia europea.

En ese contexto se asentó Eichmann. Llevó una vida austera y discreta. Trabajó como operario en Mercedes-Benz, vivía con su esposa y sus hijos en una casa humilde de Garibaldi 14, San Fernando, y se movía con un perfil tan bajo que incluso sus vecinos ignoraban quién era realmente ese hombre silencioso y metódico. Pero su pasado —y el recuerdo de los trenes que partían a los campos de exterminio bajo su firma— no se había desvanecido.

La pista que lo delató

La historia de su caída comenzó con una adolescente alemana, Silvia Hermann, y su novio, Klaus Eichmann. Silvia sospechó de los comentarios de Klaus sobre su padre y sus opiniones antisemitas. Le contó a su padre, Lothar Hermann, un judío alemán ciego que había sobrevivido al campo de concentración de Dachau y emigrado a Argentina. Fue él quien alertó a Fritz Bauer, el fiscal general del estado alemán de Hesse, conocido por su compromiso con la justicia y por haber enfrentado a las propias autoridades alemanas que preferían mirar hacia otro lado.

Bauer temía que si informaba a las autoridades de su país, Eichmann sería advertido y huiría. Entonces confió en el Mossad. Así comenzó una operación secreta, en la que agentes israelíes se instalaron en Buenos Aires, lo siguieron durante semanas y confirmaron su verdadera identidad.

El 27 de mayo de 1960, bajo las órdenes de Isser Harel, jefe del Mossad, Eichmann fue secuestrado en plena calle. Lo mantuvieron durante días en una casa segura de la zona norte del conurbano, hasta que lograron sacarlo del país a bordo de un avión de la aerolínea El Al que había llegado a la Argentina con motivo del sesquicentenario de la Revolución de Mayo. Fue la primera y única vez que un avión de El Al aterrizó en Buenos Aires. Eichmann fue disfrazado como parte de la tripulación y drogado para simular una emergencia médica. Salió con documentación falsa, en silencio, rumbo al juicio más simbólico que tendría Israel en toda su historia.

Recién en 2005 Israel oficialmente
Recién en 2005 Israel oficialmente admitió que sus espías lo habían secuestrado en Argentina

La tormenta diplomática

El 23 de mayo de 1960, el primer ministro israelí David Ben-Gurión anunció ante la Knéset que Adolf Eichmann estaba bajo custodia en Israel. La noticia generó un terremoto diplomático. Argentina denunció la violación de su soberanía ante las Naciones Unidas y presentó una queja formal ante el Consejo de Seguridad. El encargado de alzar la voz fue Mario Amadeo, delegado argentino ante la ONU, exfuncionario de la dictadura de Farrell y figura central de la derecha nacionalista católica, con simpatías conocidas hacia el régimen nazi. Durante su intervención, Amadeo evitó cuidadosamente cualquier referencia a los crímenes de Eichmann o al genocidio judío. Se concentró en denunciar el procedimiento del secuestro, sin mencionar a las víctimas.

Desde el estrado contrario, la canciller israelí Golda Meir respondió con claridad. Reconoció que el procedimiento no había sido el ideal, pero subrayó que se trataba de un caso extraordinario. Eichmann había participado de forma directa en la maquinaria del exterminio, y el mundo había fracasado en detenerlo durante más de una década. “No se trata sólo de una cuestión legal. Es un acto de memoria. Un deber hacia nuestros muertos. Una advertencia para el futuro”, dijo.

Aunque la tensión alcanzó su punto máximo, ambos países evitaron una ruptura formal. Finalmente, Israel emitió una declaración ambigua en la que lamentaba haber violado las leyes argentinas, sin pedir disculpas ni comprometerse a devolver al prisionero. La ONU instó a resolver el conflicto de forma bilateral. Y así ocurrió.

El episodio dejó al descubierto una verdad que hasta entonces muchos preferían no ver: Argentina se había convertido en refugio de criminales nazis. Eichmann no era un caso aislado. Vivía en Buenos Aires con nombre falso, en un barrio de casas modestas, trabajaba en una empresa metalúrgica y sus hijos iban a una escuela local. Como él, muchos otros jerarcas del Tercer Reich encontraron asilo, documentación y silencio. La captura expuso esa red con una crudeza difícil de negar. Eichmann ya estaba camino al juicio. Pero para la Argentina, el espejo había quedado definitivamente empañado.

El juicio a Adolf Eichmann
El juicio a Adolf Eichmann comenzó el 11 de abril de 1961 en Jerusalén. Por primera vez en la historia se juzgaba en Israel a uno de los responsable de la Shoá

El juicio que conmovió al mundo

El juicio comenzó el 11 de abril de 1961 en Jerusalén. Fue el primero en ser grabado y transmitido con alcance global, y el primero en usar deliberadamente la televisión como herramienta de memoria colectiva. Las cámaras no apuntaban a los testigos ni al tribunal: estaban fijas en el acusado. En una cabina de vidrio a prueba de balas, Eichmann escuchó, casi sin pestañear, los testimonios de más de cien sobrevivientes de los campos de concentración.

Vestía traje gris, tomaba notas, hablaba con un tono monótono y administrativo. Declaró que no odiaba a los judíos. Dijo que no era antisemita, que jamás había matado a nadie con sus propias manos. Que sólo había obedecido órdenes. La frase se volvió eterna, siniestra en su frialdad: “Yo no soy responsable, no me considero culpable. Solo cumplí con mi deber como cualquier otro empleado público”.

Pero esa obediencia había sido ejecutada con una eficiencia burocrática aterradora. Eichmann organizó los horarios de los trenes hacia Auschwitz, supervisó las deportaciones masivas de judíos desde Hungría y fue una pieza clave en la implementación logística del exterminio.

El fiscal Gideon Hausner lo resumió con una frase demoledora: “No acuso al banquero por prestar dinero a Hitler. No acuso al soldado que disparó. Acuso a quien hizo posible que todo esto ocurriera”.

La banalidad del mal

Una de las figuras que asistió al juicio fue la filósofa alemana Hannah Arendt, enviada como corresponsal por The New Yorker. Su serie de artículos fue publicada luego como libro bajo el título Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal.

Arendt no encontró en Eichmann a un monstruo sádico ni a un ideólogo feroz, sino a un burócrata gris, incapaz de pensar por sí mismo, obediente hasta lo absurdo. Esa idea, tan provocadora como perturbadora, desató un debate que continúa hasta hoy: ¿cómo personas “normales” pueden ser engranajes esenciales en crímenes atroces?

Sus últimas palabras fueron: “Larga
Sus últimas palabras fueron: “Larga vida a Austria, larga vida a Alemania, larga vida a Argentina, nunca los olvidaré”

La última noche

El 15 de diciembre de 1961, Adolf Eichmann fue declarado culpable de crímenes contra el pueblo judío, crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. Fue condenado a muerte. Recurrió a la Corte Suprema de Israel y luego pidió clemencia al presidente Yitzhak Ben-Zvi, quien se la negó.

La madrugada del 31 de mayo de 1962, Eichmann fue llevado al patíbulo. Rechazó el ofrecimiento de un rabino. Sus últimas palabras, según los testigos, fueron: “¡Larga vida a Alemania! ¡Larga vida a Argentina! ¡Larga vida a Austria! Nunca los olvidaré”. Sus últimas palabras fueron: “Pronto nos volveremos a encontrar. Ese es el destino de todos los hombres”.

Fue ejecutado en la horca en la prisión de Ramla. Sus cenizas fueron esparcidas en el Mediterráneo fuera de las aguas territoriales de Israel. No tendría tumba. No habría un lugar para que nadie pudiera rendirle homenaje.

Memoria, justicia y preguntas abiertas

La captura y juicio de Adolf Eichmann marcaron un antes y un después en la memoria del Holocausto. No sólo por el acto mismo de justicia, sino porque permitió, por primera vez, que el mundo escuchara las voces de las víctimas.

Las imágenes del juicio recorrieron el planeta y obligaron a muchos a confrontar lo que durante años había sido evitado. Fue también un mensaje claro: el tiempo no borra la responsabilidad, y ningún rincón del mundo es suficientemente lejano para esconderse de la historia.

Argentina, en tanto, quedó enfrentada a su doble papel: tierra de exilio para criminales nazis, pero también escenario de una de las más audaces acciones de justicia del siglo XX.

Eichmann vivió una década en el anonimato, pero su final fue todo lo contrario. Público, inexorable, y en nombre de los que ya no podían hablar.

Últimas Noticias

Tras 800 años, un tesoro medieval oculto resurge de un lago en Alemania, pero su historia aún será un misterio

Decoraciones simbólicas, herramientas y restos del siglo XIII revelaron la singularidad de la embarcación hallada, pero una drástica decisión fue necesaria para conservarla, según detalló National Geographic

Tras 800 años, un tesoro

De la dislexia al espacio: la vertiginosa historia de vida de Lauren Sánchez, la prometida de Jeff Bezos

La empresaria y piloto desafió los prejuicios mediáticos y familiares mientras consolidaba su imagen pública con autenticidad y compromiso social

De la dislexia al espacio:

La joven enfermera polaca que se convirtió en amante de un jerarca nazi a cambio de salvar la vida de doce judíos

Irene Gut vivió todos los horrores de la guerra. fue violada por soldados soviéticos y luego sirvió en la casa de un militar alemán. Allí, fue forzada a compartir la cama con el comandante Eduard Rügemer a cambio de esconder una docena de personas

La joven enfermera polaca que

El adolescente de 19 años que aterrizó en la Plaza Roja con panfletos y un mensaje de paz, y humilló al sistema de defensa soviético

Mathias Rust descendió en pleno Moscú en 1987 porque deseaba construir un puente imaginario entre oriente y occidente. El joven atravesó la cortina de hierro y evadió la seguridad del espacio aéreo de la Unión Soviética en un acto que conmocionó al mundo. La gesta temeraria y lo que vino después: una condena y una justificación de las autoridades para purgar los estamentos militares

El adolescente de 19 años

“Vivíamos en un circo”: el calvario de las quintillizas exhibidas y explotadas por sus padres, el Estado, su médico y los medios

Nacidas en una granja pobre de Ontario, Canadá, el 28 de mayo de 1934, Yvonne, Anette, Cécile, Émile y Marie Dionne fueron abusadas desde su primer día de vida por ser los primeros quintillizos sobrevivientes del parto del que se tuviera noticia. Las quisieron convertir en fenómenos de circo, las exhibieron en un zoológico y produjeron “beneficios comerciales” por cientos de millones de dólares, de los que no recibieron un centavo

“Vivíamos en un circo”: el