El calvario del “joven más lindo del mundo”: de sufrir abusos sexuales a los intentos de rehacer su vida desde el anonimato

Björn Andrésen tenía 15 años cuando saltó a la fama tras el estreno de Muerte en Venecia de Luchino Visconti en 1965. Cómo fueron sus días como estrella de cine fugaz. Cómo siguió su vida

Guardar
Luchino Visconti con Björn Andrésen
Luchino Visconti con Björn Andrésen en el backstage del film Muerte en Venecia

Las paredes del departamento estaban frías ese día. Era primavera, pero no lo parecía en Estocolmo, Suecia. Era el año 1965. Björn Andrésen tenía diez años y una certeza: su madre no iba a volver. La nota de suicidio no decía mucho. O, mejor dicho, decía todo en tan pocas palabras que él no quiso leerla. La encontró su abuela, la misma mujer que a partir de entonces lo criaría en un departamento gris, sin explicaciones.

Barbro era pianista. Había tenido sueños de grandeza, pero se desdibujaron pronto. Tocaba en salas pequeñas, enseñaba música en colegios. Algunos dicen que estaba deprimida desde antes de que Björn naciera. Otros aseguran que había una sombra en ella, algo que la mantenía a medio paso del abismo. Un día se despidió sin despedirse: se alejó de casa y su cuerpo apareció en un bosque a las afueras de la ciudad.

La infancia perdida de Björn

—Nunca lo hablé con nadie, nunca me dijeron cómo murió exactamente —diría Andrésen, cincuenta años más tarde, en un documental.

El padre nunca estuvo. Era una figura difusa, sin rostro ni nombre. Björn no lo conoció ni quiso saber más. Desde entonces, el niño creció rodeado de música, tristeza y una belleza que más tarde sería maldita. Tocaba el piano como su madre. Sus dedos largos acariciaban las teclas con precisión. Parecía un ángel.

Vivía con su abuela en el barrio de Vasastan, un distrito tranquilo de Estocolmo. Iba a la escuela como cualquier niño. Jugaba al ajedrez, leía novelas de fantasía, escuchaba música clásica. A veces se preguntaba por qué su madre lo había dejado. Si había sido su culpa. Si hubiera podido evitarlo.

Björn Andrésen en su juventud
Björn Andrésen en su juventud cuando todo el mundo hablaba de él

Años después, cuando el mundo entero lo miraba como una escultura viva, como el adolescente perfecto salido de la mente de un artista decadente, él seguiría repitiéndose la misma pregunta. ¿Por qué me dejó? Luchino Visconti lo había elegido para ser parte del film Muerte en Venecia.

La noche del estreno en Cannes parecía una celebración. Luces blancas estallaban como fuegos artificiales sobre las cabezas de actores, directores, críticos. Los flashes lo cegaban. Cada vez que Andrésen bajaba los ojos, alguien le levantaba la barbilla para una nueva foto. Tenía dieciséis años. Vestía esmoquin. No sabía qué era una alfombra roja.

Tadzio no habla. No necesita hacerlo. En la película, es pura imagen, pura forma, un ideal sin carne ni historia. Su rol, interpretado por Andrésen, no tiene diálogo: solo camina por la playa, mira con curiosidad a un adulto que lo observa demasiado, juega entre ruinas venecianas como si fuera una aparición mitológica. Para Visconti, Tadzio era más que un personaje: era la encarnación cinematográfica de la belleza platónica, una figura que debía permanecer inalcanzable.

Del otro lado de esa mirada está Gustav von Aschenbach, el escritor alemán maduro, enfermizo, en crisis creativa, interpretado magistralmente por Dirk Bogarde. Aschenbach ve en Tadzio no solo un cuerpo, sino una idea: lo observa con una mezcla de admiración, obsesión y autodestrucción. La película nunca explicita el deseo sexual, pero lo deja flotar como un perfume agrio entre los encuadres, entre las sombras de Venecia, entre los silencios.

Luchino Visconti eligió al chico
Luchino Visconti eligió al chico sueco para el papel en Muerte en Venecia (Grosby Group)

Luchino Visconti, con su linaje aristocrático y su ojo estético implacable construía mundos. Muerte en Venecia no fue solo su adaptación del escritor Thomas Mann. Fue su manifiesto sobre la belleza como condena. Para lograrlo, buscó durante meses un rostro perfecto. Lo encontró en un chico sueco de quince años, sin experiencia y con una historia familiar trágica.

Fama y abuso

A su lado, Visconti lo guiaba como un padre orgulloso. O como un cazador con su pieza más preciada. Durante las entrevistas, el director hablaba en su lugar. Respondía por él. Decía cosas como “tiene una belleza tan pura que debería estar en un museo”. O: “representa lo que Platón llamaría belleza ideal”.

Björn no decía mucho. No sabía qué decir. El francés se le enredaba en la lengua. El inglés le llegaba fragmentado. Lo entendía todo, sin entender nada.

—Yo quería volver a casa. Extrañaba a mi abuela, mis clases de piano, mis amigos —recordaría años más tarde.

Un fotograma del film de
Un fotograma del film de Luchino Visconti en el que aparece Björn Andrésen

Pero el mundo no quería dejarlo ir. En Tokio, lo recibieron como una estrella pop. Le ofrecieron un contrato para grabar un disco. Lo vistieron con trajes de lentejuelas, lo hicieron cantar frases fonéticas que no entendía. Asistió a eventos donde los fans le gritaban cosas que no podía traducir, pero sí intuir. Era tratado como un juguete raro, casi mitológico.

En una de esas fiestas privadas, entre empresarios, músicos y anfitriones con trajes costosos, alguien le pidió que se sentara en su regazo. Alguien más lo besó sin su consentimiento. Björn recuerda que rió nervioso, como una forma de disociación. Nadie dijo nada. Nadie intervino.

A su regreso a Europa, la fama se había vuelto una jaula. Su nombre estaba en revistas, pero su cuerpo ya no le pertenecía. En Suecia, los medios lo retrataban como una estrella en ascenso. Pero en casa, en silencio, lloraba.

—Todo eso me resultaba profundamente incómodo —dijo en el documental El chico más bello del mundo—. Sentía que no tenía derecho a decir que no.

No tenía las palabras. No sabía que lo que sentía se llamaba violencia simbólica, cosificación, abuso de poder. Solo sabía que cada vez que un adulto se le acercaba demasiado, el cuerpo se le tensaba como cuerda.

Björn Andrésen se crió con
Björn Andrésen se crió con su abuela, ya que su madre se suicidó cuando era apenas un niño

La belleza como maldición

Cuando terminó la promoción de Muerte en Venecia, Björn Andrésen regresó a Estocolmo con una fama que no había pedido y una identidad que ya no podía deshacer. La belleza, esa maldición que Visconti supo detectar y explotar, se convirtió en una prisión sin barrotes.

Sus representantes lo paseaban como a una atracción. Un adolescente de rostro inverosímil que no hablaba mucho pero que vendía todo lo que tocaba. En Europa, era codiciado por artistas, diseñadores, cineastas. Pero nadie le preguntaba cómo estaba.

—Estaba solo, muy solo —confiesa en una escena del documental, con la voz quebrada.

Apenas terminaba la secundaria, ya acumulaba anécdotas de situaciones incómodas, acercamientos inapropiados, propuestas confusas. Era demasiado joven para entenderlas como abuso, pero lo suficiente para saber que no quería estar allí. La industria le quitó la infancia.

En Suecia, intentó volver a una vida normal. Se inscribió en clases de música. Tocaba piano. Escribía canciones. Pero su rostro lo traicionaba. Lo seguían reconociendo. Lo seguían esperando. No importaba lo que hiciera: todos buscaban a Tadzio, no a Björn.

Empezó a beber. Al principio para desinhibirse, para poder hablar con extraños, para olvidar los toques no deseados, las miradas sucias. Después, para dormir. Después, para todo.

Recién cincuenta años después, con la cámara de Kristina Lindström delante, se permitió contarlo en un documental.

—Me quitaron algo que nunca pude recuperar.

Björn Andrésen tuvo dos hijos.
Björn Andrésen tuvo dos hijos. Uno de ellos falleció de meurte súbita cuando era un bebé

Las confesiones de Björn Andrésen

Björn Andrésen entró a la adultez como quien camina con los ojos vendados por una ciudad en ruinas. Había dejado atrás la fama, el cine, los rodajes. Intentó dedicarse a la música, tocar en bares, escribir composiciones. Pero la sombra de Tadzio lo seguía. Cada vez que subía al escenario, alguien en el público susurraba: “Es el chico de Visconti”.

—Quería que me vieran como músico. No como una cara bonita —explicó en una entrevista.

Vivió en departamentos alquilados, tuvo relaciones intermitentes, buscó en la bohemia sueca un espacio donde ser él mismo. Pero siempre se topaba con lo mismo: el recuerdo de una adolescencia que no fue suya.

Tuvo dos hijos. Una niña y un niño. A su hija la perdió cuando era apenas un bebé. Muerte súbita, dijeron los médicos. Björn estaba devastado, pero no lloró.

—No podía —dijo, con los ojos vidriosos—. Estaba anestesiado desde hacía años.

Su hijo creció con él. Vivieron juntos en un departamento pequeño. La casa era modesta, pero Björn intentó que fuera un hogar. Cocinaba, tocaba el piano, le contaba historias.

—Intenté ser un buen padre, aunque nunca supe bien cómo —dijo en The Most Beautiful Boy in the World, el documental que rompió su silencio.

La fama complicó la vida
La fama complicó la vida de Björn Andrésen

La vuelta de Björn al cine

El cine lo olvidó durante décadas. Apareció en algunos papeles menores, hizo doblajes, sobrevivió. Su rostro, que había sido ícono del deseo, se volvió el de un hombre cansado. Pero en esa vejez también encontró algo parecido a la dignidad.

El documental se llama The Most Beautiful Boy in the World. Lo dirigieron Kristina Lindström y Kristian Petri, dos cineastas suecos que se propusieron rastrear al hombre detrás del mito.

—Queríamos encontrar a Björn —dijeron—. No a Tadzio.

Durante más de un año, lo filmaron en su casa, en calles frías de Estocolmo, en viajes a Japón, en archivos polvorientos donde aún descansan fotos de aquella belleza que lo hizo célebre. La cámara lo sigue, pero no lo fuerza. Por primera vez, nadie le dice cómo moverse, cómo mirar, cómo callar.

Y él habla. De todo. De la muerte de su madre. De los abusos en las giras. De las fiestas donde lo tocaban sin permiso. De los contratos que nunca entendió. De los silencios que lo protegieron y al mismo tiempo lo enterraron.

—No supe lo que era el consentimiento hasta que fue demasiado tarde —dice en una escena, mirando directo al lente.

Luchino Visconti lo eligió para
Luchino Visconti lo eligió para su film Muerte en Venecia (Grosby Group)

El documental no ofrece soluciones. No hay redención mágica. No hay justicia retroactiva. Pero sí hay algo esencial: la posibilidad de que Björn sea sujeto de su propia historia. Ya no es el chico más bello del mundo. Es un hombre que sobrevivió a serlo.

El film fue estrenado en Sundance, aplaudido en Europa, proyectado en salas independientes. Generó debates, preguntas, textos. Y sobre todo, empatía.

—Finalmente se le escucha. Y eso cambia todo —dijo la directora en una charla pública.

Para Björn, fue una catarsis. Pero también un cierre.

—No quiero venganza. Solo quiero que no vuelva a pasarle a nadie más.

Vive en un departamento pequeño al norte de Estocolmo. No tiene auto. No tiene lujos. Tiene un gato, una pila de libros, un par de retratos de sus hijos, y un piano portátil que toca cada tanto, cuando le da la gana.

Después de décadas de olvido, reapareció en una película que no fue menor: “Midsommar” (2019), del director Ari Aster. Un film de culto, en el que interpretó a uno de los ancianos de una comunidad sueca pagana. Sin maquillaje, sin nostalgia, sin estética artificial. Solo su rostro real, curtido por el tiempo.

El público más joven no lo reconoció. Pero algunos cinéfilos sí. Y lo celebraron.

—Fue la primera vez en mucho tiempo que me sentí tratado como un actor —contó.

A veces camina por el parque Tegnérlunden, cerca de su casa. Nadie lo detiene. Nadie lo señala. Disfruta de ese anonimato con una sonrisa.

Últimas Noticias

Jeffrey Dahmer, el “Caníbal de Milwaukee”, cumpliría 65 años: sus escalofriantes crímenes, su violenta muerte y una serie polémica

La historia del brutal homicida que asesinó a 17 jóvenes y fue sentenciado a 15 cadenas perpetuas consecutivas. Su raid de sangre le valió una biopic en Netflix

Jeffrey Dahmer, el “Caníbal de

Charles Lindbergh: el vuelo en solitario que lo convirtió en héroe, su doble vida y el crimen de suy pequeño hijo

Viajó de Nueva York a Paris sin escalas con un avión de un solo motor. La tragedia familiar y sus vínculos con Adolf Hitler lo llevaron al ocaso. Hace 98 años ganó 25 mil dólares por cruzar el Atlántico

Charles Lindbergh: el vuelo en

El ataque a martillazos a “La Piedad” y la increíble restauración gracias a las réplicas exactas de un pueblo del altiplano peruano

Un hombre de 33 años ingresó a la Basílica de San Pedro un domingo de Pentecostés y, al grito de “yo soy Cristo”, le dio 12 golpes a la escultura de La Piedad. La restauración, que parecía imposible, tuvo lugar gracias a una réplica enviada años antes a una remota capilla de Lampa, en Puno

El ataque a martillazos a

El día que el telescopio Hubble abrió los ojos por primera vez y la humanidad empezó a mirar más lejos en el espacio

Es uno de los instrumentos científicos más importantes para explorar las galaxias. Fue construido por la NASA y la Agencia Espacial Europea. El origen de su nombre y sus descubrimientos más importantes

El día que el telescopio

Los aberrantes crímenes de Fred y Rose West: torturas, violaciones, filicidios y vejaciones en “la casa de los horrores” de Gloucester

A lo largo de casi dos décadas, la pareja abusó de sus hijas y de adolescentes que alquilaban habitaciones en donde vivían o que secuestraban en la calle. Asesinaron por lo menos a doce mujeres, entre ellas a dos hijas del matrimonio, y enterraron sus cuerpos en el sótano o en el jardín. Pese a que había sospechas e, incluso, una denuncia, la policía demoró años en investigar y les permitió seguir actuando impunemente

Los aberrantes crímenes de Fred