Estuvo presa dos años y dijo ante la Justicia que integraba una familia “muy normal”: la vida hoy de la viuda de Arquímedes Puccio

A los 92 años, Epifanía Calvo vive en San Telmo y pese a necesitar, hace tiempo, caminar con bastón toma clases de yoga. No le agrada ser reconocida y evita cualquier contacto, menos referirse al caso de parte de su familia secuestradora y asesina que en los 80 tuvo en vilo al país. Hoy camina por la calle como si nada hubiese pasado

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La viuda de Arquímedes Puccio
La viuda de Arquímedes Puccio camina por la avenida Independencia (Enrique García Medina)

Mientras espera el colectivo de la línea 5 en avenida Independencia y Perú, Epifanía Ángeles Calvo se da vuelta cuando se la llama por su primer nombre de pila bastante poco común. Pero después, cuando este cronista intenta continuar hablando con ella, la viuda del temible Arquímedes Puccio esquiva el resto de las preguntas y se sube al ómnibus ignorando cada consulta.

Es evidente que prefiere seguir su camino sin volver a recordar el trágico pasado. Hacía minutos había salido del edificio en el que vive desde hace años y donde la solían visitar dos de sus hijos, Daniel Maguila Puccio y Adriana Calvo, que prefirió para sus actividades y en general para su vida diaria evitar el apellido paterno.

Epifanía desde hace años se maneja con su bastón, pero a los 92 años –cumplirá 93 en agosto-, se mantiene más que activa y hasta asiste a clases de yoga según comentan sus vecinas. Siempre fue muy dedicada a sus hijos y a la actividad docente como profesora de mecanografía y contabilidad práctica en el Instituto María Auxiliadora y en la Escuela de Enseñanza Media Número 1 de Martínez.

Con Arquímedes, de acuerdo con sus propios testimonios, no se llevaba tan bien, pero lo cierto es que convivió con él desde el 5 de octubre de 1957 cuando se casaron hasta el 23 de agosto de 1985 –casi 28 años-, día en que la banda que lideraba su marido cayó tras las rejas por secuestrar personas, tenerlas presas en su propia casa de San Isidro en condiciones infrahumanas, cobrar rescate y asesinar por lo menos a tres de ellas.

Epifanía Calvo de Puccio adujo
Epifanía Calvo de Puccio adujo ante la Justicia no saber nada de los secuestrados que la banda encerró en su casa (Enrique García Medina)

Todos presos

A Maguila, rugbier del CASI, lo detuvieron ese día mientras esperaba cobrar el rescate por el rapto de la última víctima, Nélida Bollini de Prado, viuda y madre de los dueños de una concesionaria de autos y una empresa fúnebre. Daniel aguardaba en una estación de servicio de Parque Patricios junto a su padre y Guillermo Fernández Laborda, otro integrante de la banda, cuando la policía los sorprendió porque les venían siguiendo los pasos a través de escuchas telefónicas y de informes de otros delincuentes que dieron información por dinero.

Mientras tanto, otros patrulleros allanaban la casa de la familia Puccio ubicada en Martín y Omar 544, San Isidro, donde Alejandro, otros de sus hijos, también rugbier, alias El Zorri, y Mónica, su novia, miraban una película. Epifanía y una hija llamada Adriana mostraban caras de sorprendidas. Y Silvia -otra hija- llegaba en medio del operativo que conmocionó al barrio.

Allí encontraron en condiciones deplorables a la mujer secuestrada luego de 32 días de cautiverio. Estaba en un improvisado y putrefacto calabozo que habían armado en la vivienda, semiinconsciente por el abandono al que la habían sometido, ya que la alimentaban con galletitas de agua y alguna que otra pata de pollo con arroz.

Nélida era la cuarta víctima de la banda integrada por Arquímedes Puccio y los rugbiers Alejandro y Daniel. El resto de los hijos, Silvia Inés, Adriana y Guillermo, nunca fueron imputados por la justicia. Epifanía, su esposa, quedó involucrada y aunque siempre insistió con el argumento de que desconocía lo que hacía su marido, igual fue presa y pasó casi dos años en la cárcel de mujeres de Ezeiza, aunque luego fue liberada.

La banda que secuestraba también estaba integrada por Guillermo Fernández Laborda, el coronel retirado Rodolfo Franco, Roberto Díaz, y el albañil Herculiano Vilca, considerado partícipe necesario al igual que el calificado como “entregador” Gustavo Contepomi.

“Me enteré de que había gente secuestrada cuando la policía llegó a mi casa”, dijo. A Epifanía la justicia casi que no le creyó. Por entonces la jueza María Servini, siempre dudó por decirlo de alguna manera de que la mujer con la que Puccio compartió casi tres décadas no supiera lo que sucedía en su propia casa, donde permanecieron raptadas varias personas.

“Me enteré de que había
“Me enteré de que había gente secuestrada cuando la policía llegó a mi casa”, declaró en los tribunales (Enrique García Medina)

Antes habían secuestrado a Eduardo Manoukian en 1982, por el que la familia pagó un rescate de 250 mil dólares. Pero igual decidieron asesinarlo de tres tiros en la nuca. Manoukian solía jugar al tenis y al fútbol con Alejandro Puccio. Contra el ingeniero industrial Eduardo Aulet, la segunda víctima, la emprendieron en el 83. Lo secuestraron el 5 de mayo y pese a que también su familia acordó pagar 150 mil dólares lo terminaron matando, aunque el cadáver recién apareció cuatro años más tarde. Emilio Naum fue el tercero de los raptados el 22 de junio de 1984. El propio Arquímedes, jefe de la banda, que lo conocía, lo interceptó en la calle, le pidió que lo llevara, y junto a varios cómplices lo masacraron de un balazo cuando se resistió.

No obstante eso, a su viuda, Alicia Betti, que cuando se enteró del homicidio de su esposo su vida se desmoronó, le reclamaron por teléfono 350 mil dólares de una incomprobable deuda de su marido. Luego se comprobó que el que hacía las llamadas era el propio Arquímedes Puccio.

Ante la magistrada la mujer de Puccio siempre se hizo la desentendida y no dejó entrever sentimiento alguno, ni culpa y menos remordimientos, ni siquiera asombro, más allá de que hasta sus hijas, una mayor de edad, Silvia Inés, y la otra de apenas quince años, Adriana, estaban también bajo la lupa de los investigadores. Tan grave era la cosa que la adolescente fue a parar al Instituto de menores San Rosa.

Todos se hacían los que no estaban enterados de nada, pese a que el escondite, una especie de sótano donde permaneció raptada Bollini de Prado estaba pared de por medio al cuarto de Puccio y su esposa. Epifanía de lo único que hablaba ante la jueza era de su mala relación matrimonial, calificaba a su esposo como alguien fuera de sí, como si eso la exculpara. Lo trataba de ermitaño, metido para adentro y poco sociable, intentando hacerle creer que no sabía lo que él hacía con su vida y menos de que tuviera gente secuestrada en su propio hogar. “Me enteré cuando llegó la policía a mi casa”, repetía.

Epifanía Calvo de Puccio cuando
Epifanía Calvo de Puccio cuando estalló el caso de los secuestros que realizaba la organización que comandaba su esposo

“Somos una familia muy normal”, insistía pese a que todos estaban más que comprometidos y en la mira de los investigadores. La magistrada sabía que ella cocinaba para todos y estaba convencida de que preparaba comida de más para los secuestrados. Y justificaba que su marido visitara con frecuencia “el cuartito” como llamó a la improvisada y sucia especie de celda porque ahí desarrollaba su pasión por la carpintería. Tampoco aceptó conocer a dos integrantes de la gavilla, Guillermo Fernández Laborda y Roberto Díaz.

Culpables

Casi todos fueron detenidos y condenados: Roberto Díaz a reclusión perpetua como coautor del homicidio de Eduardo Aulet y en 2006 se le otorgó la prisión domiciliaria. El albañil Vilca cumplió siete años en la cárcel de Caseros. Contepomi, el entregador, murió tras las rejas. El ex coronel Franco en 1998 recibió la prisión domiciliaria, luego de estar detenido trece años porque se comprobó que con su arma mataron a Emilio Naum. Guillermo Fernández Laborda permaneció veinte años en prisión, lo liberaron en 2007, y volvió a caer por otra causa.

Alejandro Puccio recibió sentencia a prisión perpetua, estuvo preso casi veinte años, tuvo varios intentos de suicidio y murió en 2008, meses después de quedar en libertad. Al jefe de la banda, Arquímedes, también lo sentenciaron a perpetua. Salió libre en 2008 gracias a la contovertida Ley del 2 x 1 y se instaló en General Pico, La Pampa. En 2013 sufrió un ACV y murió el 4 de mayo. Como nadie reclamó sus restos terminó en una fosa común.

Quien logró eludir a la justicia fue Maguila, que llegó desde Nueva Zelanda para sumarse al último secuestro que ejecutó la banda. Daniel solo estuvo en prisión desde que lo detuvieron en 1985 hasta febrero de 1988. Quedó en libertad porque recurrió a través de su abogado, Héctor Jorge Rodríguez, al Pacto de San José de Costa Rica y así salió de la cárcel por el tiempo que había transcurrido sin recibir condena. Recién lo sentenciaron a 13 años de prisión en 1998 como partícipe secundario del rapto de Nélida Bollini de Prado, pero ya nadie sabía dónde se encontraba ni tampoco se lo buscó demasiado.

La familia Puccio antes de
La familia Puccio antes de que algunos se transformaran en secuestradores y homicidas. Arriba: Alejandro, Silvia y Daniel "Maguila". Abajo: Guillermo, Epifanía, Arquímedes y Adriana

En 1996 se había atrevido a hacerle llegar una carta a Nélida Bollini de Prado a través del abogado de la mujer que decía a grandes rasgos: “Hubiera preferido trasmitirle esto personalmente, pero es posible que usted no quiera verme. Sé que además de pedirle perdón tengo una deuda con usted y su familia. Me encuentro a su entera disposición para servirle en todo aquello que esté dentro de mis posibilidades, y aunque exceda a éstas, realizaré mis máximos esfuerzos para cumplir lo que usted necesite”.

El 29 de agosto de 2011, el juzgado de Instrucción N°49, a cargo de Facundo Cubas, declaró la extinción oficial de su condena. Maestro del cálculo, Maguila, que llevaba los cómputos como todo condenado, esperó paciente tachando cada día en el almanaque aunque no tras los barrotes como debería haber ocurrido. Con el sigilo que siempre lo caracterizó y se convirtió en su principal virtud apareció por Buenos Aires el 23 de marzo de 2013 y se presentó en el séptimo piso del tribunal de Lavalle 1171 -oficina 207-. Allí solicitó su certificado de extinción de pena. Y se llevó impresa su libertad en una fotocopia con un simple trámite burocrático. De inmediato volvió a las sombras, a hacerse invisible como hasta ese momento.

Recién en 2016 apareció para visitar a su madre en su departamento de San Telmo junto a su hermana Adriana. Luego regresó a las sombras, hasta que en 2019 su mamá volvió a tener noticias de él, ya que le dio otro susto. Lo detuvieron en Brasil con documentos falsos, cinco mil dólares en sus bolsillos y fue a parar a la prisión de Pinheiros en San Pablo para averiguación de antecedentes. Hasta se analizó su extradición luego de que las autoridades de ese país se enteraran de quien era al constatar su verdadera identidad. Su anciana madre se vio obligada a comunicarse con el consulado argentino para resolver la situación.

Epifanía Calvo de Puccio pasó
Epifanía Calvo de Puccio pasó dos años detenida (Enrique García Medina)

Hoy ella, Epifanía Ángeles Calvo, seguramente lleva como puede todo lo que dejó aquella trágica época en su conciencia: por un lado ser testigo del desmembramiento de su familia, ya que además de la muerte de su marido y de su hijo Alejandro, vio como el resto de sus hijos también desfilaron por Tribunales: por supuesto Maguila, pero también aquellos que la justicia determinó que eran inocentes. Adriana, que se sacó el apellido de su padre para poder seguir adelante. Y Silvia Inés, que tuvo dos hijos y murió en 2011 víctima de un cáncer. El que se fue a tiempo fue Guillermo, quien presumió que en su casa pasaba algo raro, y en medio de un viaje a Australia con sus compañeros de rugby, decidió quedarse para no volver jamás

Eso sumado al estigma de saber que en su propia casa permanecieron tres de los secuestrados que luego fueron asesinados, más el horroroso sufrimiento de la empresaria Nélida Bollini de Prado que se salvó de milagro. Ahora la ex profesora y maestra camina todos los días por la avenida Independencia como si nada, segura porque ya nadie la reconoce.

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