El enigma de las muertes del jefe de guardia de Juan Pablo II, su mujer y un sargento: ¿un triángulo fatal o un ajuste de cuentas?

La noche del 4 de mayo de 1998, una monja encontró sus cuerpos baleados en el departamento privado del jefe de la Guardia Suiza y poco después, el vocero papal dio el caso por cerrado con una versión insólita. El hermetismo de la Santa Sede y las versiones sobre los motivos de un crimen que sigue sin ser esclarecido

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La Guardia Suiza carga el
La Guardia Suiza carga el féretro de su comandante Alois Estermann (AP)

Menos de tres horas después de que una monja encontró los tres cadáveres en el departamento privado del jefe de la Guardia Suiza Pontificia, el vocero de Juan Pablo II, Joaquín Navarro-Valls, tenía resuelto el crimen. Aún no se habían realizado las autopsias ni tampoco las indispensables pruebas balísticas cuando el periodista del Opus Dei que oficiaba como portavoz del papa ya tenía resuelto el crimen. En una conferencia de prensa convocada poco antes de la medianoche del 4 de mayo de 1998 aseguró que “el sargento mayor Cedric Tornay mató al comandante de la Guardia Suiza Alois Estermann y a su esposa Gladys Meza en un ataque de ira motivado por el rechazo de un ascenso”. Eso sí, se ocupó de aclarar que los tres muertos estaban vestidos, no se fuera a pensar mal. Ni sexo, ni triángulo amoroso; simplemente una tragedia provocada por la locura repentina o los deseos de venganza de un hombre, así podía resumirse la versión oficial. Caso cerrado.

Cuando Navarro terminó de hablar, los periodistas acreditados en Ciudad del Vaticano intercambiaron miradas de incredulidad e intentaron conseguir precisiones, pero no obtuvieron respuestas. El corresponsal del diario español ABC, Pedro Corral, no ocultó su desconfianza en la crónica que se publicó la mañana siguiente: “Esta versión fue facilitada por Navarro-Valls en una multitudinaria e insólita rueda de prensa antes, incluso, de que se conocieran los resultados de las autopsias y el examen balístico. Por primera vez en su carrera fue obligado a hablar de balística y de posición de cadáveres”, escribió. El Corriere de la Sera, el diario de mayor tirada de Italia, fue lapidario: “La versión oficial del asesinato simplifica la catástrofe hasta banalizarla”, dijo en una nota editorial.

El apresuramiento del Vaticano por imponer su versión no pudo impedir el escándalo, ni tampoco el misterio que comenzaba a envolver el caso, un velo que todavía lo rodea 27 años después. Es que Estermann había asumido el cargo de jefe de la Guardia del papa ese mismo día y, además, era considerado un héroe de la Iglesia por haber protegido a Juan Pablo II con su propio cuerpo cuando el turco Alí Agca había atentado contra su vida en 1981.

Después, se supo que la parca se les había personificado a los tres muertos en balazos de una pistola automática Stig Sauer 75. El jefe de la Guardia Pontificia, de 43 años, tenía dos balas en el cuerpo; su esposa, la ex modelo venezolana Gladys Rosario Meza, cinco años mayor que él, había sido asesinada con un solo tiro, y el sargento mayor Cédric Tornay, de 23 años, mostraba un disparo en la boca que parecía tener la impronta de los suicidas. Para entonces, el único juez de Ciudad del Vaticano, Gianluigi Marrone, había dictaminado el secreto sobre la investigación, una medida que no se levantaría nunca.

El Papa Juan Pablo II
El Papa Juan Pablo II saluda al guardia suizo Alois Estermann y a su esposa Gladys Meza Romero. Estermann, quien había sido nombrado nuevo jefe de la Guardia Suiza. PH/ME

Así, la triple muerte de la noche del 4 de mayo de 1998 emprendió el mismo camino que había tomado quince años antes el caso de Emanuela Orlandi, la adolescente de 15 años que desapareció cuando volvía de una clase de música y nunca más se supo de ella. Los medios recordaron también otros casos, comenzando por la sospechosa muerte de Juan Pablo I en 1978, un mes después ser elegido, y la aparición cuatro días después del cuerpo ahorcado de su confidente, el padre Giovanni DaNicola, en un parque de Roma. También recordaron las extrañas defunciones de cinco cardenales relacionados con las investigaciones sobre el Instituto para las Obras de Religión y la Banca Ambrosiana, entre 1979 y 1982, todos “en buen estado de salud y con una media de edad de 69 años”.

Mientras tanto, los rumores que empezaron a correr se hicieron rápidamente públicos: triángulo amoroso, una fiesta sexual que había terminado mal, celos, venganza, información peligrosa que guardaba Estermann y hasta una vieja historia de espionaje a favor de la ya inexistente Alemania Oriental.

4 vasos, 5 tiros y un cura anónimo

Los trascendidos desmentían una y otra vez la versión oficial. Uno de ellos, que citaba una fuente de la investigación, aseguraba que en el momento de las muertes, el comandante Estermann estaba hablando por teléfono con un sacerdote amigo y que este hombre había escuchado cinco disparos sucesivos y un grito de mujer. En los cuerpos había cuatro balas, a la que se sumaba una más que había quedado en el cargador de la Stig Sauer. Faltaba la del quinto disparo, del cual no se encontró un solo rastro en el departamento. Nunca se supo la identidad del misterioso sacerdote, tampoco si se lo interrogó.

Otro dato que generó sospechas fue que sobre la mesa del comedor donde se encontraron los cuerpos había cuatro vasos, cuando los presentes – si se trataba de un doble asesinato seguido de suicidio – debían ser tres. Nunca se pudo establecer a quién pertenecía el cuarto vaso, porque si se hicieron pericias dactiloscópicas con ellos nunca se las dio a conocer. La posibilidad de la existencia de un cuarto hombre (o mujer) quedó cajoneada para siempre.

El comandante de la Guardia
El comandante de la Guardia Suiza del Vaticano, Alois Estermann fue asesinado el mismo día de su designación

La declaración de la oficina de prensa del Vaticano sostuvo que el sargento Tornay – que no había sido ascendido como esperaba – estaba furioso con el comandante Estermann, a quien consideraba responsable de su desgracia, y que por eso lo había matado. Era difícil de creer: si su objetivo era matar a su jefe y luego suicidarse, para qué había asesinado también a la mujer, ya que no tenía pensado ocultar su responsabilidad en el crimen. Se dijo que un día antes de la triple muerte, Tornay le había entregado una carta a un amigo para que, a su vez, se la diera a su madre 48 horas después. El texto estaba escrito a máquina, en francés, y su contenido oscurecía más que aclarar las cosas. Tampoco se supo la identidad del amigo del sargento y la autenticidad de la carta resultó imposible de probar, porque no estaba escrita de puño y letra. Ni siquiera la firma.

Un espía venido del frío

Seis días después del hallazgo de los cuerpos, una extraña versión dio un nuevo giro al caso. El 10 de mayo, en una entrevista publicada por el diario polaco Star Express, Markus Wolf, el hombre que durante los años de la Guerra Fría fue jefe del servicio de inteligencia de la extinta República Democrática Alemana (Stasi), aseguró que el asesinado Estermann había sido un agente a sus órdenes infiltrado en el Vaticano. “Estábamos muy orgullosos cuando logramos captar a Estermann como agente, porque tenía acceso ilimitado al Santo Padre… y nosotros con él”, decía el legendario jefe de espías a quien durante años solo se conoció como “el hombre sin rostro”.

Contaba también que lo habían captado por “motivos económicos”, porque su sueldo como guardia suizo, de unos 900 dólares mensuales, casi no le alcanzaba para vivir, aunque cuando lo integraron a la custodia personal del papa comenzó a ganar mucho más… de dos lados. “Cuando comenzamos a hablar con él, Estermann buscaba un puesto de trabajo en la guardia papal, y cuando el Vaticano lo aceptó su precio aumentó considerablemente para nosotros”, dijo Wolf en la entrevista.

Estermann (de centro a izquierda,
Estermann (de centro a izquierda, detrás del Papa) había protegido con su cuerpo al Papa Juan Pablo II cuando un turco intentó asesinarlo en la Plaza de San Pedro el 13 de mayo de 1981. PH/SB

La versión adquirió más fuerza cuando, después de conocida la entrevista, un exjefe de los servicios secretos italianos, el almirante Fulvio Marini, salió a decir que era posible que, antes de la caída del Muro de Berlín, en el Vaticano hubiera infiltrados de Alemania Oriental y otros países comunistas. “No descarto en absoluto esta hipótesis, incluso porque en aquellos años los servicios secretos de Alemania Democrática, Polonia y Checoslovaquia estaban interesadísimos en lo que sucedía en el Vaticano, pues para ellos el papa era el hombre que junto a Ronald Reagan buscaba hacer caer el imperio soviético”, explicó. Y abundó: “Los servicios secretos comunistas tenían sus bases en Italia, pero de nosotros no les interesaba nada. Estaban en Roma porque estaba el Vaticano. Y nosotros sabíamos que el Vaticano, desde hacía tiempo, sospechaba de la existencia de un espía en su seno”.

La respuesta de la Santa Sede fue inmediata. El vocero Navarro-Valls calificó los dichos de Wolf y Marini como “una historia tan fantástica que no vale la pena ni siquiera desmentirla”. En cambio, nada dijo de otra versión que iba ganando fuerza: que Estermann fue asesinado al quedar en medio de una supuesta lucha entre el Opus Dei y fracciones masónicas dentro de la jerarquía del Vaticano, ambos tratando de anexarse la Guardia Suiza y que su mujer y el sargento habían muerto para evitar testigos incómodos.

Una abogada contra el Vaticano

Poco a poco, el escándalo se fue diluyendo y el caso de las muertes del comandante, su mujer y el guardia quedó en el olvido hasta que entró en escena la abogada romana Laura Sgrò, que se ha convertido en una verdadera pesadilla para muchos altos funcionarios de la Santa Sede. Entre sus logros se cuenta que el papa Francisco ordenara reabrir la investigación por la desaparición de Emanuela Orlandi, un caso que el Vaticano había dado por definitivamente cerrado. También se convirtió en la letrada defensora de Francesca Chaouqui en el juicio vaticano por el caso conocido como Vatileaks2.

Cëdric Tornay, jurando lealtad a
Cëdric Tornay, jurando lealtad a la Guardia Suiza PH

En 2019 Sgró asumió la representación legal de Muguette Baudat, madre del sargento mayor Cédric Tornay, supuesto asesino y suicida de la noche del 4 de mayo de 1998. Poco después de hacerse cargo del caso solicitó el acceso al expediente completo del Tribunal Vaticano, señaló numerosas “lagunas” en la reconstrucción de los hechos y abrió la posibilidad de presentar nuevas pruebas. “La escena del crimen estaba contaminada, se contaron más de veinte personas en el lugar de los hechos sin guardapolvos, guantes ni zapatos. Las autopsias se realizaron con una urgencia injustificada, solo en presencia de los peritos del Vaticano; la pericia sobre la supuesta carta de Cédric que sugiere un gesto imprudente se realizó sobre una fotocopia y no sobre la original; una carta que, además, pasó por un número considerable de manos antes de ser entregada a Muguette Baudat, la madre de Cédric”, señala Sgrò entre las múltiples razones que justifican reabrir la investigación.

Señaló también un hecho muy llamativo: esa triple muerte, junto con la desaparición del Orlandi y el atentado contra Juan Pablo II, es uno de los pocos casos que el Vaticano ha investigado solo, puertas adentro, delegarlo a la justicia italiana. “Esta vez, a pesar de la presencia de tres personas asesinadas y de la evidente inexperiencia de los investigadores vaticanos, se decidió cerrar las puertas y tratar el asunto confidencialmente desde dentro. ¿Por qué? ¿Qué información no debía salir del Estado?”, se preguntó.

La Santa Sede demoró casi dos años en responderle, hasta que el 30 de marzo de 2021 lo hizo a través del secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, quien pidió a la Corte que prestase “especial atención” a la solicitud de acceso al expediente.

Fue una simple formalidad, porque cuatro años después, Laura Sgró sigue esperando que se lo muestren. Cuando se le pregunta sobre el asunto, la abogada asegura que no dejará de insistir hasta saber la verdad. “La familia de Cédric Tornay lo necesita. Quiere saber qué pasó realmente esa maldita noche”, dice y enfatiza deliberadamente la pronunciación de las dos últimas palabras.

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