En 1972, Estados Unidos estaba marcado por la Guerra de Vietnam, las tensiones raciales y el auge de los movimientos contraculturales. El 22 de febrero de ese año irrumpió en la televisión de ese país el estreno de una serie inusual: Kung Fu. Tras tres temporadas, el 26 de abril de 1975 se emitió La última incursión, el capítulo final.
David Carradine fue el actor que encarnó a Kwai Chang Caine —un monje Shaolin solitario que cruza el Lejano Oeste estadounidense en busca de su medio hermano—, y protagonista de la saga que dejaba en cada episodio un mensaje de sabiduría ancestral y no violencia mientras el mundo vivía en un momento de fuerte polarización social. En contraste con las producciones tradicionales de artes marciales, la nueva serie proponía un héroe silencioso que no recurría a la pelea sin sentido ni a las armas sino a la introspección, al equilibrio y a la contención como herramientas para resolver conflictos externos.
Aunque la serie fue grabada entre 1972 y 1975, posteriormente fue retransmitida en canales de televisión abierta y por cable, extendiéndose por décadas hasta convertirse en una serie de culto.

En 1973 llegó a Argentina, se emitió en Canal 13, y alcanzó picos de más de 3 millones de espectadores, especialmente en los capítulos dobles. En ese año, el público fue muy receptivo ya que se atravesaba un contexto de creciente interés por las filosofías orientales y las artes marciales. Y la figura pacífica de Caine resonó con una audiencia que buscaba alternativas a los modelos tradicionales de héroes televisivos que se hacían justicia a fuerza de armas y sangre. Ese fenómeno también coincidió (y alentó) la llegada y consolidación de maestros de artes marciales en Argentina que trajeron el Tai Chi Chuan en Buenos Aires, en 1973, y la Escuela de Kung Fu Estilo Shaolin Hung en la provincia de Buenos Aires.
Durante 63 episodios repartidos en tres temporadas, la serie trazó un puente entre dos mundos: las vastas llanuras del western clásico y la filosofía taoísta. Kung Fu no sólo combinó géneros, sino que incorporó a la cultura popular nociones hasta entonces ajenas como la búsqueda espiritual, la no violencia y la meditación como herramienta de poder.
A 53 años de aquel debut, la serie creada por Ed Spielman sigue siendo una referencia obligada al hablar de artes marciales en la televisión y representación cultural de los años setenta. Fue, sin dudas, antecedente directo de fenómenos posteriores como Karate Kid y hasta Kill Bill, la película de Quentin Tarantino que marcó el regreso de Carradine al cine internacional con un personaje que combinaba sabiduría, violencia contenida y misticismo, muy en línea con su legado en Kung Fu.
“Tu pisada debe ser corta, como si estuvieras pisando papel de arroz. Este papel de arroz es la prueba, frágil como las alas de la libélula. Cuando puedas recorrer su longitud sin dejar rastro, habrás aprendido”

Filosofía oriental en el prime time, artes marciales y representación cultural
La serie Kung Fu cuenta el viaje de Kwai Chang Caine, un monje Shaolin mestizo que, tras huir de China por haber matado en defensa propia al sobrino del Emperador, se interna en el Lejano Oeste para buscar a su medio hermano, Danny Caine. Además de Carradine, Caine es interpretado en su primera infancia por Keith Carradine (hermano del protagonista) y Radames Pera (cuando lo llaman “pequeño saltamontes”). El personaje de Carradine atraviesa pueblos y desiertos armado únicamente con su dominio de las artes marciales y su filosofía de vida basada en el budismo y el taoísmo.
Pero, la acción se da porque hay una recompensa para capturarlo vivo o muerto. El mítico cartel de búsqueda dice: “Se busca vivo, recompensa U$S10.000, o muerto, recompensa U$S 5.000. Sus manos y pies deben ser considerados como armas mortales”. En ese camino, Caine enfrenta injusticias, abusos de poder, racismo y violencia institucional sin recurrir a la venganza. En cada encuentro deja una marca con su ejemplo de no violencia, compasión y sabiduría interior.
El carácter de Caine era un personaje inusual para la televisión estadounidense, sobre todo para el prime time: su ética se sostenía en los principios del taoísmo, el budismo y el kung fu tradicional, y daba lecciones de vida a través de recuerdos de su infancia en el templo Shaolin. No respondía al clásico modelo de venganza o redención, sino a una búsqueda existencial, donde cada encuentro era una oportunidad para reflexionar sobre el poder, la compasión o la fragilidad humana. Esto hizo de la serie un canal de difusión de la filosofía oriental para millones de espectadores occidentales: conceptos como el “camino de la paz interior”, el equilibrio entre cuerpo y mente o la idea del “no ataque” pasaron a formar parte del imaginario colectivo.

Aunque Carradine no era artista marcial antes de asumir el papel, comenzó a entrenarse para estar a la altura del personaje y lograr darle legitimidad al kung fu en todo el mundo occidental. Esto hizo que el mensaje de la serie saliera de la pantalla: estimuló la apertura de escuelas de artes marciales en Estados Unidos y Europa, y ayudó a desmontar la idea de que se trataba de una práctica exclusivamente bélica. Se instaló la noción de que el combate podía ser un camino hacia el autoconocimiento.
Pese a eso, Kung Fu enfrentó críticas por no estar protagonizada por un actor asiático. Bruce Lee, quien ya había actuado con un papel secundario, había propuesto una idea similar a la de la serie y también fue considerado para el papel de Caine. Que lo hayan descartado de ese protagonismo, alimentó debates sobre discriminación y apropiación cultural. Con el tiempo, la figura de Carradine fue reivindicada como parte de un proceso de apertura, aunque no exento de controversias.
El 26 de abril de 1975, se grabó el ultimo episodio de Kung Fu. El motivo del final se lo atribuye a que Carradine decidió abandonar la serie. Desde el inicio, avisó que no estaba dispuesto a comprometerse a largo plazo con una producción televisiva, ya que su interés principal era desarrollar una carrera en el cine. Además, durante la tercera temporada, la serie sufrió múltiples cambios de horario, enfrentándose a programas de alta audiencia como All in the Family y The Mary Tyler Moore Show, y eso afectó negativamente su rating. Estos cambios, junto con alteraciones en la escritura y producción que modificaron aspectos apreciados de la serie, llevaron a una disminución en la audiencia y al eventual final.
Al terminar la serie, Carradine participó en películas como Death Race 2000 (1975), Bound for Glory (1976) —en la que interpretó al cantante Woody Guthrie—, y Circle of Iron (1978), basada en un guion de Bruce Lee. Pese a sus esfuerzos, le costó desprenderse de la imagen de Kwai Chang Caine, lo que lo llevó a ser encasillado en roles relacionados con las artes marciales.
Entre 1993 y 1997, retomó su papel en la serie secuela Kung Fu: The Legend Continues, interpretando al bisnieto del personaje original. Más adelante, en 2003 y 2004, alcanzó un nuevo reconocimiento al interpretar a Bill en las películas Kill Bill: Vol. 1 y Vol. 2, dirigidas por Tarantino.
Carradine falleció en 2009 a los 72 años, dejando una carrera marcada por su contribución a la popularización de las artes marciales en la cultura occidental.

Más que una serie, enseñanza: armonía, coraje y compasión
En el templo Shaolin donde fue criado, Kwai Chang Caine fue formado por dos figuras clave que marcaron su vida para siempre: el maestro Po y el maestro Kan. Po, interpretado por Keye Luke, era un anciano ciego cuya sabiduría trascendía la vista. Era compasivo, paciente y profundamente espiritual, y fue quien lo apodó “pequeño saltamontes” y lo instruyó en la escucha profunda, el desapego y la acción sin ira. Su vínculo con Caine era íntimo, casi paternal. La muerte de Po —a manos del sobrino del Emperador— desencadenó el exilio del protagonista hacia el Lejano Oeste, iniciando así el relato central de Kung Fu.
Por su parte, el maestro Kan, encarnado por Philip Ahn, era el abad del templo y representaba la autoridad estructural. Más severo pero justo, inculcaba la autodisciplina, el respeto por la vida y el liderazgo nacido de la humildad. Si Po enseñaba a través del silencio y las metáforas, Kan lo hacía con firmeza y claridad. Juntos, ofrecían un equilibrio formativo que forjó a Caine como un guerrero espiritual, capaz de enfrentar un mundo violento armado solo con sabiduría, introspección y artes marciales.
A lo largo de las tres temporadas, los recuerdos de su vida en templo sirven como vehículo para desplegar una serie de enseñanzas inspiradas en el taoísmo, el budismo y el confucianismo. Entre las más recordadas está la lección sobre la armonía con la naturaleza, simbolizada en el juego de piedra, papel o tijera, donde no hay elemento superior, solo equilibrio. En otro episodio, se compara la vida del hombre con una corriente de agua: resistirse agota, fluir con ella lo conecta con el universo.

Se destacan también principios como la piedad, la moderación y sencillez en el uso de bienes materiales y la humildad, de los que nacen el coraje, la generosidad y el verdadero liderazgo.
La serie promueve además la idea de que toda vida es valiosa e irreemplazable, que servir a otros no es indigno y que la venganza, como enseñaba Po, “es un jarrón con un agujero que nunca se llena”. Si hay un mensaje, ese es practicar la justicia y el perdón, no atarse a nada y buscar la armonía con todo.
También enseña que el miedo no es natural, sino sembrado; crece si se lo deja entrar. Y reivindica la confianza en el otro como forma de afirmar el bien, incluso frente al mal, y exalta el amor filial como el sentimiento más profundo, junto al amor hacia los desconocidos, capaces de transformar nuestras vidas de manera inesperada. Estas enseñanzas son el verdadero legado que Kung Fu dejó más allá de la pantalla.

Diez frases que dejaron huella
A lo largo de sus 63 episodios, Kung Fu se distinguió no solo por sus escenas de combate o su ambientación inusual, sino por el tono contemplativo de sus diálogos. Las enseñanzas del Maestro Po, del Maestro Kan y del propio Kwai Chang Caine funcionaban como guías morales en cada episodio. Estas frases, muchas veces dichas en voz baja, en medio del silencio o del desierto, condensaban una filosofía de vida basada en la armonía, la introspección y el respeto. A medio siglo de su emisión original, algunas de esas sentencias siguen resonando.
- “Cuando puedas tomar este guijarro de mi mano, será tiempo de que te vayas”. Dicha por el Maestro Kan a Caine, esta frase es emblema del entrenamiento: la paciencia, la espera y la maduración como camino al conocimiento.
- “El miedo es la única oscuridad”. Con estas palabras, el Maestro Po hace una síntesis poderosa de la enseñanza taoísta y budista: el miedo paraliza, mientras que la iluminación proviene del entendimiento.
- “Debes aprender a vivir más allá del deseo, mi pequeño saltamontes”. Una de las primeras enseñanzas del Maestro Po a Caine niño. Habla de la renuncia al deseo como camino a la libertad interior.
- “No es importante si los hombres creen o no creen. Es importante que tú creas”. Esta es una declaración de Kwai Chang Caine en la que refleja que la integridad espiritual y la fe en uno mismo están por encima de la validación externa.
- “La violencia es como una serpiente: si la pisas, te morderá”. Esta es una enseñanza directa de Kwai Chang Caine sobre las consecuencias de ceder al impulso violento.

- “Las palabras son muchas veces hojas que caen y no raíces que sostienen”. De esa manera, el Maestro Kan critica a la verborragia vacía y a la desconexión entre el discurso y la acción.
- “Ten cuidado con la ira. Puede arrastrarte lejos del camino”. Es una advertencia de Kwai Chang Caine sobre el poder destructivo de las emociones que no se controlan.
- “El ego es un ladrón que te quita la paz”. La reflexión del Maestro Po sobre el egocentrismo como como fuente de conflicto, muy presente en la filosofía oriental.
- “Cuando el corazón está en paz, el cuerpo también lo está”. Una frase con la que Kwai Chang Caine se refiere a la unidad de la salud física y bienestar espiritual.
- “Para conocer la armonía, debes escuchar no solo con los oídos, sino con el alma”. El Maestro Kan se refiere a la percepción profunda, más allá de lo superficial.
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