
A principios del siglo pasado, una novela que se iba publicando por entregas en una revista Outing fue seguida con avidez por los lectores estadounidenses, que esperaban cada nuevo número para seguir devorando las aventuras de un perro llamado Buck. La historia, narrada magistralmente por Jack London y reunida luego en un libro titulado The Call of The Wild (traducido al español como “El llamado de la selva” o “El llamado de lo salvaje”), transcurre en el Yukón durante la fiebre del oro de la segunda mitad del siglo XIX, donde Buck -una cruza de San Bernardo y Scotch Collie- tira de un trineo sobre la nieve y enfrenta el inclemente clima de Alaska. La novela es un viaje de la civilización a lo salvaje a través de la transformación de su protagonista, un perro que vive placenteramente en la casa de un juez hasta que es robado y atado a un trineo. En Alaska, mientras vive múltiples aventuras, Buck va recuperando sus instintos atávicos hasta, finalmente, unirse a una manada de lobos.
Cuando fue publicada, en 1903, la novela de London causó sensación entre grandes y chicos, seducidos por igual por ese perro convertido en un héroe de ficción. Nadie imaginaba entonces que, poco más de dos décadas después, otro perro que tiraba de un trineo se transformaría también en héroe de una aventura épica en la que salvaría vidas en Nome, una pequeña población de Alaska que había quedado aislada por la nieve. El perro se llamaba Balto, y a diferencia de Buck, era un animal de carne y hueso.

Ocurrió a principios de 1925, cuando Nome fue asolada por un fuerte brote de difteria. En ese momento, la difteria era una de las principales causas de muerte en los Estados Unidos, especialmente entre los niños. La enfermedad respiratoria había matado a más de 15.000 estadounidenses solo en 1921. En Nome sus primeros efectos fueron devastadores: en pocos días murieron siete personas, otras 19 enfermaron de gravedad y unas 150 parecían tener la infección. La única cura era la antitoxina diftérica, un medicamento inyectable compuesto de anticuerpos. El problema era que en Nome no había, y el pueblo estaba aislado debido a constantes tormentas de nieve que impedían la llegada y un mar congelado hacía imposible que un barco navegara hasta allí para llevar el remedio salvador.
La única comunicación que Nome tenía con el resto del mundo era el telégrafo y fue por un telegrama que sus pobladores se enteraron de que las antitoxinas más cercanas estaban en la ciudad de Anchorage, a 865 kilómetros de distancia. Idearon entonces un plan desesperado: de un lado, se trasladarían las dosis del medicamento hasta Nenana, una ciudad que se encontraba algo más cerca de Nome, a 779 kilómetros de distancia; mientras tanto, desde Nome saldrían veinte trineos tirados por perros que, armando postas, tratarían de llegar hasta allí y volver con esa carga imprescindible para combatir la epidemia.

La hazaña de Balto
Los veinte guías diseñaron un sistema de relevos que hiciera posible el traslado de las vacunas. Uno de los más destacados fue Gunner Kaasen, guía del escuadrón B, en el que se encontraba Balto, a quien se tenía por un “perro lobo”. Era uno más entre los que debían tirar del trineo de Kaasen y nunca había sido perro guía. Como Buck, no estaba destinado a ese trabajo, que la vida lo había llevado allí. Nacido en Nome en 1919, Balto siempre había sido una decepción para Leonhard Seppala, su propietario original, quien se dedicaba al negocio de la crianza de perros esquimales, pequeños y rápidos. Sin embargo, Balto era robusto y fuerte, por lo que fue castrado y vendido a Kaasen que ser utilizado como perro de carga.
Kaasen lo ató a su trineo porque no tenía alternativa, porque para completar los veinte grupos que se lanzarían a la riesgosa aventura de llegar a Nenana y regresar con los medicamentos eran necesarios casi todos los perros del pueblo. Balto no era bueno con los trineos, pero era lo suficientemente fuerte como para tirar junto a los demás. Así comenzó un viaje durísimo, durante el cual hombres y perros soportaron temperaturas de alrededor de 40 grados bajo cero y fuertes vientos mientras atravesaban pasos helados y zonas montañosas. No fueron pocos los que murieron en el intento.

El trineo de Kaasen quedó asignado al último tramo del viaje de regreso al pueblo. Tenía un perro guía experimentado, llamado Togo, que encabezó parte del trayecto, pero que después fue reemplazado por Balto. Existen varias teorías para explicar ese cambio. Unas aseguran que Togo no lograba orientarse en el camino y por eso fue reemplazado; otras aseguran que se rompió una pata.
Con Balto guiando al resto de los perros, el escuadrón B -como se llamaba el grupo de Kaasen- demoró solo cinco días y medio en llegar, el 14 de marzo de 1925, a Nome con la carga de antitoxinas inyectables. Fue una verdadera hazaña, porque era impensable que un perro que nunca había guiado un trineo hubiera sido capaz de liderar al resto, encontrar el camino y recorrerlo en mucho menos tiempo del calculado. Al llegar al pueblo, fue recibido con aplausos. Kaasen lo soltó, le acarició la cabeza y demostró su admiración con solo tres palabras: “¡Maldito buen perro!”.
La prensa se apasionó con la historia y convirtió a Balto en un nuevo héroe de la nación. Su foto apareció en las portadas de los diarios y al final del año, se descubrió una estatua de bronce con su imagen, obra del escultor Frederick Roth con la inscripción: “Resistencia - Fidelidad – Inteligencia”, en el Central Park de Nueva York.

Un final triste
La fama por su proeza en Nome no duró mucho. Kaasen emprendió una gira por los Estados Unidos que duró dos años, hasta que el tema dejó de interesarle al público. Entonces vendió a Balto y el resto de los perros supervivientes a un museo privado de Los Ángeles, donde se pagaba una entrada de diez centavos para verlos.
Maltratados y mal alimentados, parecía que Balto y sus seis compañeros iban a morir allí. Si no fue así se debió a que llamaron la atención de George Kimble, un hombre de negocios de Cleveland que estaba de visita en la ciudad. Conmovido por el estado de los perros, preguntó el precio de la camada: le pidieron 1.500 dólares. Como no tenía ese dinero, creó un “Fondo Balto” para pedir donaciones y lo difundió por todos los medios, y lo reunió en apenas diez días. Así. Balto y sus compañeros -Fox, Billy, Tillie, Sye, Old Moctoc y Alaska Slim- acabaron sus días en el Zoológico de Cleveland.
Balto murió de muerte natural en 1933 y su cuerpo disecado se exhibe hasta hoy en el Museo Natural de Cleveland. Con los años, la figura del perro heroico fue recreada en el cine con tres películas de animación estrenadas en 1995, 2002 y 2004: Balto 1, 2 y 3. En la primera se cuenta su hazaña de Nome, las otras dos son ficciones que lo tienen como protagonista.
Mientras vivió y hasta muchos años después, Balto fue considerado por sus dueños y la prensa como un difuso “perro lobo”, hasta que en 2023 un estudio genético realizado por un equipo dirigido por la investigadora de la Universidad de California Katherine L. Moon y publicado en la revista Science, lo definió como de raza husky.
Para la investigación se recurrió a sus restos embalsamados. “La fama de Balto y el hecho de que fue disecado nos dio esta genial oportunidad 100 años después de ver cómo se habría visto genéticamente esa población de perros de trineo y compararlo con los perros modernos. Balto representa una población de perros que tenía fama de tolerar condiciones duras en un momento en que las comunidades del norte dependían de los perros de trineo”, explicó Moon al dar a conocer los resultados.
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