
Valentina Tereshkova siempre soñó con manejar una locomotora. En los años de la Segunda Guerra Mundial, este no era un oficio común para una mujer y menos en la Unión Soviética. Ser paracaidista tampoco era común. Sin embargo, Valentina deseaba también arrojarse desde aviones. Pero lo que nunca imaginó es que se iba a convertir en la primera astronauta lanzada al espacio. La rusa orbitó la Tierra 48 veces en 70 horas de vuelo.
Entre el 16 y el 19 de junio de 1963, Valentina realizó su histórica misión espacial. Hasta hoy, es la única mujer que viajó al espacio en solitario. Fue consagrada como heroína de la Unión Soviética.
Su vida fue un torbellino, marcada por el despotismo del liderazgo soviético de los años de la Guerra Fría, liderado por Nikita Khruschev. Valentina rindió culto a este régimen y entregó su vida a él. A sus 87 años, aún se dedica a la política y propuso ser la primera astronauta en viajar a Marte, aunque el viaje fuera sin regreso. Se mantiene como una comunista convencida.
La infancia de la astronauta
Valentina nació el 6 de marzo de 1937 en Máslennikovo, en el centro de la URSS. Sus padres habían emigrado de Bielorrusia; su padre era tractorista y su madre trabajaba en una fábrica textil. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, la URSS avanzó sobre Finlandia para reclamar territorios. En estos campos de batalla murió el padre de Valentina, el sargento de tanques Vladimir Tereshkov, cuando ella tenía apenas dos años.

Valentina no asistió a la escuela hasta el final de la guerra en 1945, a los ocho años. En 1953, el año de la muerte de Iósif Stalin, dejó el colegio y comenzó a estudiar por correspondencia. Quería volar y lanzarse en paracaídas, así que se inscribió en el aeroclub de su pueblo y empezó a entrenar sin que su madre lo supiera.
Realizó su primer salto el 21 de mayo de 1959, a los veintidós años, mientras trabajaba en una fábrica textil. También se unió al Partido Comunista de la URSS y en 1961 ya era secretaria del Komsomol, la Unión de Jóvenes Comunistas. En aquellos años, la URSS lideraba la carrera espacial, tras el lanzamiento del primer satélite artificial, Sputnik, en 1957, y del primer hombre en el espacio, Yuri Gagarin, en 1961.
En respuesta al programa estadounidense Mercury 13, que estudiaba la capacidad de las mujeres para el vuelo espacial, los soviéticos comenzaron a reclutar y entrenar futuras astronautas. El 16 de febrero de 1962, Valentina fue elegida junto a otras cuatro mujeres, de entre 400 aspirantes, para integrar el primer equipo femenino de cosmonautas. Serguéi Koroliov, el principal ingeniero en el área de cohetes, impulsó esta iniciativa.
Valentina fue favorecida por su vocación, su origen proletario, su carrera como paracaidista y el hecho de que su padre fuera un héroe de guerra. Además, cumplía los requisitos mínimos: menos de treinta años, menos de un metro setenta de estatura y menos de setenta kilos de peso. Se integró al programa Vostok, lanzado en 1961 con la idea de llevar al primer ser humano al espacio exterior.

Aunque Valentina no era militar, fue admitida como miembro de honor de la Fuerza Aérea Soviética. El 21 de mayo de 1963, la Comisión Estatal del Espacio la designó comandante y única tripulante de la Vostok 6, un cargo firmado por Khruschev. El 16 de junio, frente a los mandos de la nave, Valentina dijo: “Cielo, quítate el sombrero: voy a verte”. Y partió.
Calvario en el espacio
Durante los tres días de viaje, Valentina sufrió vómitos, náuseas y un terrible dolor de cabeza debido al peso del casco. Además, la nave tenía un error en la programación de su trayectoria: en vez de acercarse a la Tierra, estaba programada para alejarse. Este error amenazaba el éxito de la misión y la vida de Valentina.
Dos días antes, había despegado la Soyuz 5, al mando de Valeri Bykovski. Las dos naves debían acercarse en el espacio y establecer contacto de radio. El error de programación ponía todo en peligro. La historia oficial siempre dijo que Koroliov enfureció con el comportamiento de Valentina y no le permitió tomar el control manual de la nave. El equipo de control de vuelo modificó el sistema fallido y permitió el regreso seguro de la nave a la Tierra. Tereschkova cayó en Karaganda, Kazajistán. Hasta ella llegaron unos campesinos que le ofrecieron pan y sopa, mientras esperaban la llegada de los rescatistas.
Con honores y todo, Valentina enfrentó un trato inhumano y cruel, que aceptó con fervor comunista. Se casó con su novio, Andrián Nicolayév, en 1963. Andrián, conocido como “El hombre de Hierro”, era piloto militar y astronauta. Recibieron una orden de tener un hijo para comprobar los efectos del viaje espacial en el organismo humano. Valentina tuvo un embarazo difícil y dio a luz a Elena Andrianovna Nikolaeva-Tereshkova el 8 de junio de 1964.
La vida de Valentina después de su misión espacial no fue fácil. Aunque recibió numerosos honores y condecoraciones, tuvo que enfrentarse a las estrictas y a menudo deshumanizadoras expectativas del régimen soviético. Su matrimonio con Nicolayév, orquestado por las autoridades, fue una unión de conveniencia más que de amor. La presión para tener un hijo no solo era una cuestión personal, sino también una misión de Estado. El régimen quería observar los efectos genéticos y biológicos de los viajes espaciales en los descendientes de los astronautas.

El embarazo de Valentina fue complicado, y pasó gran parte de su gestación hospitalizada. Su parto, por cesárea, fue difícil. Elena, la hija de Valentina, nació pequeña y débil, lo que alimentó numerosas teorías conspirativas sobre posibles efectos adversos del espacio en la genética humana. Aunque estas teorías fueron infundadas, reflejaban el clima de secretismo y paranoia que caracterizaba a la URSS.
Elena creció bajo la constante supervisión de médicos, considerada un “secreto de Estado”. Sin embargo, se desarrolló normalmente y siguió una exitosa carrera en medicina. Siempre estuvo cerca de su madre, quien siguió siendo una figura prominente en la vida pública soviética y, posteriormente, rusa.
La carrera política de Valentina fue igualmente notable. Después de retirarse de la Fuerza Aérea y del cuerpo de cosmonautas en 1997, continuó siendo una figura influyente en la política soviética y rusa. Fue miembro del Soviet Supremo, del Comité Central del Partido Comunista y participó activamente en organizaciones internacionales como la Federación Internacional de Mujeres y el Consejo Mundial de la Paz.
El sueño de viajar a Marte
Su vida estuvo marcada por la lealtad al régimen comunista, pero también por su habilidad para navegar las complejidades políticas de la URSS y, posteriormente, de la Rusia post-soviética. En 2013, expresó su deseo de volver al espacio, manifestando interés en un viaje a Marte, incluso si no había regreso. Este deseo reflejaba su espíritu indomable y su eterna fascinación por el espacio.
En 2014, Valentina llevó la bandera olímpica en la ceremonia de apertura de los Juegos de Invierno en Sochi, una señal de su continua relevancia y reconocimiento. Mantiene una estrecha relación con Vladimir Putin, mostrando su devoción al liderazgo ruso actual.
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