Cuarenta minutos, un fósforo y una botella de líquido inflamable le alcanzaron a Jimi Hendrix para volverse uno de los grandes tótems de la historia del rock. Bueno, tal vez a esa fórmula haya que sumarle algo más: el movimiento de sus dedos y el de su pelvis. Con todo eso y una Fender Stratocaster, el guitarrista nacido en Seattle se convirtió en una leyenda inolvidable.
Fue el 18 de junio de 1967, hace casi seis décadas, en la primera presentación del músico estadounidense en su propio país. Esa noche, en el Monterey Pop Festival, Hendrix se volvió un profeta en su tierra. Fue por el virtuosismo con el que tocó la guitarra, por un talento que antes no se había visto en un rockero que se ocupara de ese instrumento -Jimi Hendrix fue el hombre que hizo que Pete Townshend le dijera a Eric Clapton que ambos iban a quedarse sin trabajo- y también porque, después de hacer gala de todo eso, incendió su guitarra, se le sentó detrás y movió la pelvis como si hubiera sexo entre él y la Fender, y agitó los dedos como si hiciera algún truco de magia para que el fuego creciera.
El fuego se apagó a golpes: después de incendiarla, Hendrix golpeó su guitarra contra el piso y contra sus amplificadores. La Stratocaster quedó destruida en apenas segundos. El músico acababa de terminar su presentación junto a Mitch Mitchell y Noel Redding -juntos eran The Jimi Hendrix Experience-: la última canción de un set de nueve temas había sido “Wild thing” (”Cosa salvaje”). Justo después de ese cover del músico estadounidense Chip Taylor, Hendrix buscó el líquido inflamable y lo derramó sobre la Fender. La verdadera cosa salvaje era ese fuego que ardía delante de unas 50.000 personas.
Monterrey, una ciudad californiana que queda más cerca de San Francisco que de Los Ángeles, fue la sede del primer gran festival multitudinario de la historia del rock. Allí se sembró la semilla de algo que florecería -en medio del estallido hippie- en Woodstock dos años después. El comité organizador del festival era de las grandes ligas: lo integraban Paul McCartney, Mick Jagger, Brian Wilson y Smokey Robinson.
Fue McCartney el que más lobby hizo para que Hendrix fuera parte del festival, que duró tres días y en el que se presentaron también The Who, Janis Joplin, Simon & Garfunkel y The Grateful Dead. El mismísimo Brian Jones, socio fundador de The Rolling Stones, fue el encargado de anunciar a The Jimi Hendrix Experience sobre el escenario: “Quiero introducirles a un gran amigo, un compatriota de todos ustedes”, dijo Jones, que todavía sería un Stone por dos años más. “Un intérprete brillante y el guitarrista más excitante que escuché en mi vida… ¡The Jimi Hendrix Experience!”, los presentó.
Esa noche, Hendrix tocó, entre varias canciones, “Like a rolling stone”, el cover de Bob Dylan que también interpretan los propios Stones, y también piezas como “Purple haze” y “Foxy lady”, que se volverían clásicos de una discografía -y sobre todo, de una carrera- corta. El músico de Seattle se presentó por primera vez en 1966 y, en 1970, por una sobredosis de barbitúricos, murió a los 27 años.

La guitarra que incendió y destrozó fue una Fender Stratocaster Fiesta Red 1965. Años después, cuando Hendrix ya estaba muerto y era inolvidable, la empresa fabricante de guitarras elaboró una línea de no más de 200 ejemplares que se vendían inspiradas en esos cuarenta minutos consagratorios, incluidos los movimientos pélvicos y la hoguera final. Esa especie de sacrificio que Hendrix desplegó sobre el escenario, que cautivó a todos los que estaban en el festival y que salió fotografiado y contado en los diarios del día siguiente: su nombre había empezado a girar por el mundo a velocidad vertiginosa.
La del festival en Monterrey no fue la primera vez que el músico prendió fuego una guitarra. Había probado las mieles de hipnotizar a su público con esa misma maniobra a fines de marzo de ese mismo año, en Londres. No fue su idea sino de un periodista de rock británico, Keith Altham.
La popularidad de Hendrix crecía en Inglaterra, algo que todavía no rebotaba en su país natal. En pubs, bares y teatros londinenses, lo veían algunos de los músicos más importantes de esa era: no podían creer cómo tocaba la guitarra. Jimi terminaba algunos de sus shows golpeando su instrumento hasta la destrucción total. Pero no se trataba de algo inédito: Townshend, de The Who, ya lo hacía. Entonces Altham le dijo que fuera por más: que prendiera fuego la guitarra. Hendrix escuchó y se excitó, todo al mismo tiempo, y no dudó ni por un instante en dar ese paso.

El 31 de marzo de 1967, en el Finsbury Park Astoria de Londres, el músico tocó nada menos que “Fire” (”Fuego”) y terminó la canción con la guitarra en llamas. El festival de Monterrey le permitiría llevar ese mismo vértigo a un público masivo que hasta ese momento no le había sido posible. El intento le salió bien: la revista Rolling Stone aseguró que la presentación de Hendrix esa noche en California había sido “una revelación” y “una explosión orgásmica”.
Las nueve canciones que tocó Jimi en Monterrey -y la presentación que le ofrendó Brian Jones- se escuchan en el disco Live at Monterey que sus herederos editaron en 2007. Esa publicación, de mejores condiciones técnicas, sustituyó a Jimi play Monterey, de 1986. En el disco se escucha el virtuosismo de un guitarrista como no se había conocido hasta ese momento, y también su capacidad para estirar las partes más instrumentales de sus canciones, como si alargando las notas pudiera abrirles puertas psicodélicas a quienes lo escuchaban.
Pero no se ve el incendio. El ritual, entre la pulsión sexual, el sacrificio y la destrucción, que construyó Hendrix con un fósforo, un líquido y la idea de otro, al que le creyó que ese fuego podría volverlo el protagonista de una noche inolvidable para la historia de la música. No se ve a Hendrix convenciendo a miles de personas al mismo tiempo de que era una leyenda.
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