
En septiembre de 1943, el coronel de las Waffen SS Otto Skorzeny se hizo mundialmente famoso por el rescate de Benito Mussolini, la llamada operación Roble (Unternehmen Eiche, en alemán). Tras la caída del fascismo, el ex Duce, hecho prisionero por orden del rey Víctor Manuel III, pasó por varios lugares de detención, hasta que los alemanes lograron localizarlo en un hotel de montaña de Campo Imperatore, en el macizo del Gran Sasso.
Hasta allí llegaron los planeadores de Skorzeny, sorprendiendo a los carabinieri en una cinematográfica operación. Los paracaidistas alemanes sacaron a Mussolini indemne de su lugar de encierro para que el padre del fascismo se ponga al frente de la República Social Italiana, un estado tutelado por el Tercer Reich y conformado por la parte de la península que continuaba en manos de las potencias del Eje.

Dos meses más tarde, Skorzeny fue convocado al Cuartel General de Adolf Hitler para ponerlo al tanto de una nueva misión, mucho más ambiciosa. El alto mando alemán había recibido información sobre la inminente reunión de los “Tres Grandes” que se llevaría a cabo en Teherán entre fines de noviembre y principios de diciembre de 1943. Sería el primer encuentro entre Franklin Roosevelt, Winston Churchill y Josef Stalin desde el inicio de la guerra. El desarrollo del conflicto bélico había dado un vuelco y a esa altura la suerte era esquiva para los nazis. Los vientos soplaban favorables para la coalición de países que combatían al Eje. En ese contexto, los principales dirigentes aliados buscaban coordinar los esfuerzos de guerra. Uno de los temas en cuestión, y por el que más presionaban los soviéticos, era la apertura de un segundo frente en Europa Occidental, para obligar al Tercer Reich a desgastar aun más a sus menguadas fuerzas.
Para Hitler, se presentaba ahora una oportunidad inmejorable de dar un golpe de mano que podría cambiar el rumbo de la guerra: un atentado en la capital iraní para asesinar a los tres principales líderes aliados. El plan, elaborado por Ernst Kaltenbrunner, sucesor del temible Reinhard Heydrich al frente de la RSHA (Oficina Central de Seguridad del Reich) y jefe de la Gestapo, debería ser ejecutado por Skorzeny, el “hombre más peligroso de Europa”. La operación fue bautizada con el nombre alemán Weitsprung (Salto largo, o Long Jump).

Llegados a este punto, la narración de la historia pasa de los datos duros, comprobables, a las especulaciones y versiones. El proyecto existió, pero ¿estaban dadas las condiciones para realizar un ataque de ese tipo en un país que estaba controlado desde septiembre de 1941 por los ingleses y los soviéticos? ¿Los nazis pasaron de la planificación a la ejecución? ¿O en realidad los rusos sacaron provecho del embrionario plan alemán? Varios de los interrogantes continúan sin respuestas 80 años después.
Una de las primeras dudas es cómo supieron los alemanes sobre la fecha y el lugar de la cumbre. Una versión asegura que los nazis interceptaron una comunicación de la Armada de los Estados Unidos, mientras que Skorzeny en uno de los tantos libros que publicó en la post guerra -en este caso en “Mis memorias secretas” (1976)- sostuvo que la información fue aportada por el famoso espía albano kosovar Elyesa Bazna, alias Cicerón, agente al servicio de los nazis.

En aquel momento, Cicerón cumplía funciones como ayuda de cámara del embajador británico en Ankara, Hughe Knatchbull-Hugessen. Mediante el acceso a una caja de seguridad que guardaba documentos secretos, Bazna-Cicerón habría obtenido detalles de la cumbre de los tres grandes.
El antecedente inmediato de Weitsprung fue la operación Franz, también comandada por Skorzeny, que tenía como objetivo enviar consejeros militares e instructores alemanes a Irán para encuadrar y brindar apoyo a los kashgais, un pueblo que había pasado a combatir a los ocupantes anglosoviéticos luego de la ocupación del país y de la abdicación forzosa de Resa Shan Pahlevi en favor de su hijo Mohammed Reza. El monarca depuesto, que simpatizaba con el Eje, partió al exilio y muchas etnias locales decidieron combatir a los ocupantes.
La intención alemana era apoyar a los guerreros kashgais para que lleven adelante una guerra de guerrillas, con el principal objetivo de boicotear el envío de materias primas desde Irán a la Unión Soviética. Así fue que Skorzeny envió vía Crimea a una avanzada de paracaidistas que logró tomar tierra al sureste de Teherán. Sin embargo, este primer éxito fue un hecho aislado y posteriormente la falta de equipos adecuados, la carencia de aviones de gran radio del alcance y los servicios secretos aliados -que detectaron la avanzada nazi en Irán- hizo fracasar la operación Franz.

Con este antecedente, encarar una misión tan compleja como la de atentar contra Stalin, Churchill y Roosevelt parecía ser algo casi imposible. Según dio cuenta Skorzeny en sus memorias, recibieron información adicional sobre la cumbre enviada por un capitán de la Abwehr (la inteligencia militar alemana) que trabajaba en Teherán, pero sus aportes no fueron relevantes.
“Un golpe de mano en Teherán exigía de 150 a 200 combatientes minuciosamente preparados, aviones, vehículos especiales, un perfecto conocimiento de los lugares y del dispositivo de seguridad de los adversarios. Yo no sabía prácticamente nada y no había por consiguiente la menor probabilidad de éxito”, recordó tras la guerra el comandante nazi de operaciones especiales.
“Tal proyecto era utópico. Di mi opinión al Führer y él la compartió por completo”, sentenció Skorzeny. O sea, según su versión, el plan alemán fue solo eso, un plan. Estuvo en los papeles y no se pasó a la ejecución.

La versión soviética
Los rusos aseguran que sí hubo una avanzadilla alemana instalada, un primer grupo de seis paracaidistas que se habrían instalado en un poblado a unos 60 kilómetros de la capital iraní. Esta vanguardia nazi debía preparar el terreno para el arribo de un segundo grupo, que estaría encabezado por el propio Skorzeny para ejecutar el atentado contra los “Tres Grandes”.
Un agente soviético llamado Nikolai Kuznetsov, simulando ser Paul Siebert, un hombre de la Wehrmach, habría tomado contacto en Ucrania con un oficial de las SS, Hans von Ortel, un “bebedor”, quien en confianza y tras varias copas de más habría suministrado información sobre la operación Weitsprung.
Alertados por las revelaciones de von Ortel, los soviéticos habrían conformado un grupo de espías conducidos por el joven Gevork Vartanian -tenía solo 19 años-. Los rusos aseguran que el equipo de Vartanian detectó a la avanzada nazi -habrían caído por una transmisión de radio- y los obligaron a abortar la misión. Muchos años después, en 1984, Vartanian fue reconocido como Héroe de la Unión Soviética por sus servicios durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría.

Sin embargo, el relato soviético fue puesto en duda y muchos creen que se trató de una exageración para imponer algunas condiciones durante el desarrollo de la cumbre. Más allá de que Skorzeny aseguró que el tal “von Ortel” nunca existió y fue una invención rusa, otras fuentes, como Ayerell Harriman, embajador de Estados Unidos en Moscú entre 1943 y 1946, y con protagonismo durante la conferencia de Teherán, aseguró durante una entrevista que el canciller ruso Molotov le dijo que “habían tomado precauciones en base a rumores, pero nunca dijo que verdaderamente había existido una conspiración”.
Por su parte, Lord Moran, médico de cabecera de Churchill, que acompañó al premier británico a Teherán, sostuvo que los rusos aprovecharon el temor a un atentado para cambiar el alojamiento de Roosevelt. Debido a esto, el mandatario norteamericano se hospedó en una villa contigua a la embajada soviética. “Seguramente estaría bien guardado porque los criados eran todos miembros del NKVD (el espionaje ruso) que dirige Beria”, escribió en sus memorias Lord Moran. Estos testimonios apuntan a un supuesto interés ruso por exagerar el peligro de un ataque nazi para “aislar” a Roosevelt.
Finalizada la guerra, se escribieron muchos artículos e investigaciones sobre la cuestión, entre los que se destaca el libro Asesinato en la cumbre, del húngaro Laslo Havas.
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