
Cuando Paula Qualina se recibió de médica en la Universidad de Buenos Aires y eligió especializarse como cirujana mastóloga creyó que su futuro profesional iba a ser diferente. Imaginó que iba a dedicarse exclusivamente al diagnóstico y tratamiento de patologías mamarias -cáncer de mama, por ejemplo-, por eso se formó también en el Instituto Nacional del Cáncer. Pero no fue eso lo que pasó.
“Una paciente me corrió el velo de los ojos”, cuenta ella a Infobae. Se refiere a una mujer joven que se había “hecho las tetas” y un día llegó a su consultorio para pedirle que le sacara los implantes mamarios.
Desde entonces, Qualina cambió el rumbo de su vida profesional: hoy el 95% de su trabajo es explantar, tanto a mujeres con problemas de salud relacionados con las prótesis mamarias como a personas sanas que llegan diciendo “ya no quiero tener esto dentro, ahora siento que mi cuerpo está bien como es”.
El cuerpo correcto

“Hasta que conocí a esa paciente yo tenía el concepto de que los implantes mamarios eran buenísimos, seguros”, arranca la cirujana. Nadie durante su formación -sostiene- planteó nunca un “pero”, tampoco cuando viajó a formarse al Instituto de Tumores de Milán, uno de los centros más importantes a nivel mundial en oncología y reconstrucción mamaria.
“No, la ecuación en aquel entonces era: si hay que sacar una mama por un cáncer se pone un implante, la paciente no pasa por el trauma de verse sin una mama, todo espectacular. Punto”.
Nadie cuestionó, tampoco ella: ¿Ponerle tetas a una chica sana de 20 años? ¿Por qué no? Es que, además de lo que venía (o no venía) desde lo académico, Qualina es mujer y tiene 45 años, por lo que no es ajena a lo que el mundo le dijo a esa generación sobre sus cuerpos.
“Yo estoy atravesada por los mismos mandatos. En el colegio me decían ‘ensalada de fruta: tiene de todo menos limones’, o ‘gorda’, cuando era una chica que, a lo sumo, pesaba 60 kilos”, sigue. “Mis amigos y mis compañeros de la facultad me hinchaban para que me pusiera implantes. La sociedad te decía todo el tiempo que te faltaba algo”.

Fue hace unos cinco años que a su consultorio privado llegó esa paciente joven para pedirle que por favor le sacara las prótesis mamarias. Quería sacárselas y no llenar el espacio vacío con nada: ni nuevas, ni de otra marca, ni más chiquitas, nada.
“En ese momento que alguien te dijera ‘me quiero sacar los implantes’ era como que te dijera ‘tengo un auto último modelo y lo quiero cambiar por unas Topper viejas’. Yo pensé: ¿cómo que te querés sacar algo que quiere tener todo el mundo?”.
La chica decía que sentía un cansancio descomunal, fatiga, como si hubiera corrido una maratón pero sin haber hecho nada. Tenía ansiedad, dolores articulares y se levantaba entumecida.

“Había pasado por varios cirujanos plásticos a los que les había contado que se sentía mal, que tenía síntomas concretos y se las quería sacar y siempre le habían devuelto el mismo discurso. ‘Estás muy ansiosa’, ‘andá al psiquiatra’, ‘¿cómo te las vas a sacar? Esa piel ya se estiró, vas a quedar deformada’”.
“Yo no sabía de qué me estaba hablando -sigue Qualina-, así que me puse a investigar”.
Todos los síntomas coincidían con el llamado “Síndrome de Asia”, una reacción autoinmune o inflamatoria atribuida a una sustancia extraña al organismo. En el caso de las prótesis mamarias la sustancia extraña sería la silicona.
“Yo iba leyendo y fue como...Dios mío’, se me reveló algo. ¿Entendés? Claro, ¿cómo iba a ser normal que los implantes no provocaran ningún riesgo para la salud?”.

Aunque qué es Asia y que no es un tema que genera controversia, Qualina le dijo “ok, te las voy a sacar”, y le hizo un explante en bloque.
“Puede haber controversia pero cuando vos sacás el agente externo y la paciente mejora es criterio suficiente para saber que tenía un síndrome de Asia de manual. En el caso de ella lo que mejoró fue impresionante”, cuenta.
“Se le fue la fatiga, dejó de levantarse entumecida, le cambió la piel, cosas sutiles más del día a día. Por eso hay pacientes que se explantan y dicen que sienten una ‘inyección de energía’. ¿De dónde viene esa inyección de energía? Muchos te van a decir que la silicona es inocua para el organismo: permitime dudar”.

“A pesar de que es una condición extremadamente rara, algunas pacientes con implantes mamarios pueden manifestar síntomas relacionados con fatiga crónica, dolores articulares y musculares, boca y ojos secos, y manifestaciones neurológicas, pero no se ha comprobado la asociación directa con los implantes de silicona”, dice un comunicado de la Sociedad Argentina de Mastología.
“Una condición extremadamente rara”, pero que las hay, las hay.
El comunicado salió hace un año y medio cuando la modelo Carolina Oltra -hija del famoso automovilista Silvio Oltra- se sacó los implantes y lo contó en un extenso posteo sobre la “enfermedad de los implantes mamarios” en su cuenta de Instagram.

“¡Y un día fui libre y le dije BASTA a estas bolsas tóxicas repletas de metales pesados lastimando a mi cuerpo!”, escribió ella en abril.
Hay riesgos que la FDA (la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos) viene reconociendo desde hace unos años. Los implantes ya llevan sellos negros donde deben advertir que pueden provocar enfermedades crónicas, autoinmunes, dolores articulares, confusión mental, dolores musculares y fatiga crónica. También sobre la posibilidad de desarrollar un tipo poco común de cáncer llamado “linfoma anaplásico de células grandes”.
No es un fantasma. En junio de 2023 Infobae publicó la historia de una médica argentina que se puso implantes mamarios y terminó con ese tipo de cáncer: “Mi sueño se convirtió en mi pesadilla”, contó.
Basta
Su escenario profesional había cambiado para siempre con la llegada de aquella paciente aunque Qualina todavía no lo sabía.

“Fue como abrir una compuerta de mujeres que vinieron a contarme el horror”, recuerda. Y no se refiere a una horda de mujeres con problemas de salud.
“Primero llegaron las que estaban enfermas, y ahí tenés que distinguir, porque no todos los problemas de salud son producto de los implantes mamarios. El explante no es la respuesta mágica a todas las cosas que nos pasan en la vida”, subraya.
“Después empezaron a venir mujeres sanas que no las querían tener más. Recuerdo muy especialmente a una mujer a la que el marido le había regalado las tetas. Esa mujer se sentó y me dijo: “Este fue el regalo que nunca pedí”.

Otra a la que siempre recuerda era una víctima de violencia de género.
“Me contó que se fue a poner implantes y cuando se despertó se dio cuenta de que tenía las mamas más grandes de lo que había acordado. ¿Qué había pasado? El marido era amigo del cirujano y había arreglado por atrás para que le pusiera más volumen”, relata con indignación.
“La mujer como una cosa, ¿entendés? Una cosa para agradar a otro. Entonces muchas veces les cae la ficha, ven esas tetas enormes, a veces de tamaños pornográficos y dicen ‘pero la puta madre, soy la cosa que lleva las tetas”.
A lo largo del tiempo, especialmente en los últimos dos años, fueron llegando más mujeres de todas las edades que querían explantarse. Los argumentos, sin embargo, eran otros.

- “Tengo 40 años y una relación con mi cuerpo muy distinta de la que tuve a los 20. Estas tetas ya no van conmigo. Ya no quiero seguir sosteniendo una decisión que tomé a esa edad”.
- “No quiero darles este ejemplo a mis hijas: quiero que sepan que valen por lo que son, no por cómo son sus cuerpos”
- “No quiero darles este mensaje de que tienen que entrar a un quirófano para que los quieran o los acepten. Tampoco a mis hijos varones”.
Este años, además, las consecuencias de otra intervención estética terminaron con la vida de la modelo Silvina Luna, lo que provocó terror en muchas mujeres que se habían puesto algo, lo que fuera.

¿Llegan también a explantarse por miedo?, es la pregunta ahora.
“Cuando vienen porque ya no se sienten a gusto es una cosa, pero cuando lo que tienen es miedo porque creen que se van a enfermar o a morir tenemos largas charlas”, cuenta. ¿Por qué? “Porque muchas veces después las sacás y cuando se va el miedo y se ven al espejo viene el arrepentimiento, y yo no quiero ser parte de algo que te va a hacer sufrir después”.
Pese a haber reconocido los riesgos, la FDA no salió a decir que lo mejor era sacárselas.
Otro factor en común es que todas llegan a ella, que es mastóloga, habiendo pasado antes por cirujanos plásticos que les dijeron lo mismo: “¿Cómo te las vas a sacar? Vas a quedar deforme’, ‘van a quedar dos pasas de uva, estás recién casada’, ‘Dale, todavía sos soltera’”.
Así como durante la formación académica de Qualina nadie había profundizado en los riesgos o en los problemas de salud asociados a las prótesis mamarias, tampoco nadie había abordado la dimensión emocional.
Qualina, después de haber escuchado cientos de historias parecidas, lo llama “vulnerabilidad estética”.

“Hay momentos en la vida en los que somos súper vulnerables y las mujeres tenemos esta doctrina, por así llamarla, de que nos la agarramos con el cuerpo. Pensamos que ante algo que nos duele el error está en nosotras, en algo físico que podemos reparar. Entonces entramos a hacernos cosas, a cortarnos el cuerpo”, desarrolla.
“Mujeres que se hacen las tetas cuando se separan, tras la muerte de un hijo o de sus padres. Una vez una paciente me dijo ‘la verdad que a mí nunca me pasó nada, me las puse porque era chata…’ y al rato dice ‘bueno, ahora que saco la cuenta me puse los implantes seis meses después del suicidio de mi papá”.
La paciente terminó de pronunciar la oración y se quedó en silencio. Nunca había asociado a las tetas como medio para tapar agujeros emocionales.
El después
La pregunta es qué pasa una vez que se sacan los implantes, cuando vuelven a mirarse en el espejo, a ponerse un escote, una malla.

“Creo que es como un ‘volver a casa’, y a veces volver a casa no es fácil. Hay mujeres que quedan felices al instante y hay otras que tienen que hacer todo un recorrido emocional después del explante. Hace poco una paciente me decía ‘bueno, ahora que me las saqué me estoy encontrando con todo lo que había tapado con esto”, se despide.
“El trabajo es ir barriendo esa casa y poniéndola linda de vuelta, aprendiendo a quererla otra vez. No es fácil pero en última instancia es la única casa real que tenés. ¿El resto? El resto es cotillón”.
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