
Cuando el 12 de abril de 1945 el presidente Franklin Delano Roosevelt cayó fulminado por una hemorragia cerebral en su propiedad de Warm Springs (Georgia) no estaba presente su esposa, la inefable Eleanor Roosevelt, sino una amiga del presidente con quien había mantenido un prolongado romance desde su juventud. Se trataba de Lucy Mercer Rutherfurd.
Este vínculo impropio fue mantenido en secreto por décadas a fin de proteger la intimidad del presidente que condujo los destinos de Estados Unidos en sus momentos más trágicos. Esta es la historia del día que el más notable de los presidentes norteamericanos pasó a la inmortalidad…
Aquella tarde del 12 de abril, la primera dama estaba por concluir una de las múltiples reuniones que mantenía a fin de recaudar fondos para la guerra que acababa de concluir en Europa, pero que se prolongaba en el feroz conflicto del Pacifico, cuando recibió un llamado de la Casa Blanca instándola a volver urgentemente. Cuando llegó le fue comunicada la infausta noticia, su marido había fallecido en su rancho de Warm Springs, un lugar muy querido por el presidente donde había construido un centro de rehabilitación para niños con poliomielitis, la misma afección que había confinado a Roosevelt a una silla de ruedas.
La primera dama viajó hacia allí esa misma tarde, pero lo que se enteró la dejó conmocionada. Su marido no estaba solo al morir, lo acompañaba Lucy Mercer Rutherfurd, un viejo amor ue había dejado a su matrimonio al borde del divorcio casi 30 años antes. Eleanor creía, o al menos eso le había dicho su marido, que él nunca más había vuelto a verla a Lucy, pero esa noche se enteró que la relación había continuado con la anuencia de la hija del matrimonio, Anna.

De todos estos detalles se enteró Eleanor por boca de Laura Delano, la prima del presidente fallecido, quien transmitió estos pormenores a la primera dama, con “un dejo de malicia”.
Lucy era la hija de Carroll Mercer, amigo y miembro de los Rough Riders de Theodore Roosevelt –los jinetes norteamericanos con los que el futuro presidente Teddy Roosevelt (primo de Franklin Delano Roosevelt) había hecho la campaña a Cuba–. Lucy se convirtió en secretaria de Eleanor y con el tiempo se hicieron buenas amigas. Franklin también gozó de la “amistad” de la joven, a la que invitaba frecuentemente a navegar (actividad que le disgustaba a Eleanor).
En 1917, Lucy renunció a su trabajo como secretaria y se incorporó a la marina norteamericana al mismo tiempo que Roosevelt era nombrado asistente de la Armada. Obviamente, Lucy Mercer se convirtió en asistente de Franklin. Era evidente que existía un vínculo afectivo entre ambos. Esta relación era el comentario obligado en los pasillos de la Armada y mucha gente estaba al tanto de esta relación a punto tal que una hija de Theodore Roosevelt solía invitar a Franklin y Lucy a cenar. “El se merece pasar un buen rato, después de todo está casado con Eleanor…”, solían decir haciendo alusión al carácter intransigente y a su escasa inclinación por el sexo, al que consideraba “un sufrimiento que debía aguantar”.
En 1918 Franklin fue a Europa por su trabajo en la Marina. Allí contrajo una neumonía en el contexto de la pandemia de la Gripe Española. Cuando volvió quedó internado y su esposa se hizo cargo de deshacer las maletas donde encontró las cartas que se había intercambiado con Lucy.
Eleanor, después del escandalo, le propuso divorciarse. Fue entonces que intervino la madre de Franklin para impedir la separación ya que esta le costaría la prometedora carrera política a su hijo. Para no dejar dudas de sus intenciones, la madre amenazó con desheredarlo. Sin otra opción a la vista, la pareja de amantes decidió no volverse a ver… y así se lo hizo saber Franklin a Eleanor.
Sin embargo , Franklin no cumplió su palabra y, a pesar que Lucy se casó con Winthrop Rutherfurd, un miembro de la sociedad neoyorquina emparentado con famosas familias europeas como los Churchill y los Talleyrand (una de sus nietas estuvo casada con Arturo Peralta Ramos).
Era tan poca la afinidad del reencauzado matrimonio que, cuando Roosvelt ganó la presidencia, un periódico publicaba cuando la primera dama dormía en la Casa Blanca.
Como dijimos, los amantes continuaron viéndose por largos años, con la complicidad de amigos y asistentes que incluye a Anna, la hija del presidente. Ésta, primero se resistió de actuar de celestina engañando a su propia madre, pero al conocer a Lucy quedó encantada y se hicieron grandes amigas, facilitando los encuentros furtivos. En 1921 cuando el futuro presidente sufrió una parálisis (que entonces se interpretó como poliomielitis, aunque se sospecha que fue un síndrome de Guillain-Barré) que lo dejó imposibilitado de moverse, le hizo llegar a Lucy una copia de su primer discurso, dedicándosela.

Esta relación epistolar contó con discreción –pero no el apoyo– de Marguerite LeHand, la secretaria y mano derecha de Roosevelt. Marguerite –una especie de jefa de gabinete a las sombras– sirvió de asistente durante 21 años. Difícilmente algo se le haya pasado a “Missy” LeHand de quien se afirma que estaba secretamente enamorada de su jefe, aunque no pasó de un plano platónico ya que la parálisis del presidente dificultaba toda aventura sexual. Probablemente, las enfermedades e intentos de suicidio de LeHand estén vinculadas con esta preferencia por Lucy Mercer y la extensa relación que lo unía al presidente.
Fue Lucy quien le presentó a su amiga Elizabeth Shoumatoff para pintar el retrato de Roosevelt, obra que estaba realizando en Warm Springs cuando un accidente vascular terminó con su vida. “Tengo un terrible dolor de cabeza”, fueron las ultimas palabras del presidente, ante la desesperación de Lucy, testigo de los últimos momentos de su amigo y amante.
Discretamente Lucy fue retirada del complejo antes de la llegada de Eleanor. No hubo escandalo ni recriminaciones y días más tarde, la primera dama recibió amablemente las condolencias de la Sra. Rutherfurd, quien moriría tres años más tarde de leucemia, antes de cumplir 57 años.
Eleanor Roosevelt había tolerado (“pero no olvidado”) la infidelidad de su marido para facilitar su carrera política, entonces aceptó en silencio este vínculo emocional para preservar la memoria de un hombre al que muchos norteamericanos consideran su mejor presidente.
Cómo gran defensora de los derechos humanos, Eleanor solía decir que es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad.
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