
Hay muchos hijos que fueron apropiados antes de la última dictadura militar que comparten una misma trama: partidas de nacimiento truchas que los hicieron pasar por hijos biológicos y firmas de parteras que vendían o “acomodaban” bebés de madres niñas, adolescentes, pobres o de familias “bien”. También el silencio de quienes los recibían que, en muchísimos casos, omitían el detalle de la adopción ilegal y se llevaban a la tumba la verdad sobre los orígenes biológicos.
“En mi caso, siempre supe que había sido adoptada. Creo que me lo dijeron a los 4 o 5 años. Mi papá me contó que yo era su hija del corazón y que no había estado en la panza de mi mamá”, arranca Ana María Pérez Bravo en diálogo con Infobae. Ana María es salteña, trabaja como empleada administrativa en el Hospital materno infantil de Salta y tiene 48 años. Todavía no lo puede creer: como no le habían ocultado que era “hija adoptiva”, pasó 48 años creyendo que esa era la verdad completa.

Muchos hijos que fueron entregados o vendidos cayeron en parejas que, encima, los maltrataron. No fue el caso de Ana María: “Saber la verdad desde tan chiquita, o lo que yo creía que era la verdad, hizo que no me afectara. Yo no tenía problema en decir que era adoptada. Mi vida siguió, me criaron como una persona de bien, me dieron los cimientos para ser la mujer que soy hoy”, cuenta. “Por eso me cuesta entender ahora: si tanto me amaban, ¿por qué me mintieron así?”.
Su papá de crianza -ella no lo llama “apropiador”- era decorador de interiores y tenía una buena posición económica. Su mamá de crianza era ama de casa. Ana María creció como hija única y, a medida que fueron pasando los años, fue haciendo nuevas preguntas incómodas que hicieron brotar nuevas mentiras.
“Cuando pregunté por qué me habían adoptado me contaron que mi mamá había quedado embarazada dos veces pero como tenía una matriz fibrosa (fibromas uterinos) perdía los embarazos. Me dijeron que me habían traído en tren desde Tucumán, que era tan chiquita que cabía en una caja de zapatos”, relata Ana María. “Cuando pregunté quién era mi mamá biológica me dijeron que era una chica de 18 años, estudiante, que había muerto después de tenerme. Obviamente me creí todo”.

Con la adolescencia, la historia empezó a pesar: "Había tías que me hacían a un lado por no ser sangre de la familia, y cuando iba a inglés o a la escuela el resto notaba que había algo raro. Yo no era parecida a nadie, soy morocha y mi mamá era bien blanca, y me preguntaban si mi mamá y mi papá eran mis abuelos, porque eran grandes para la época. Yo sentía un poco de vergüenza, pensaba '¿por qué me tocó esta vida?’. A veces fantaseaba con que tal vez tenía hermanos pero jamás dudé sobre mi mamá biológica: para mí estaba muerta y punto”.
Hasta el mes pasado Ana María creyó lo de siempre: que sus padres se habían hecho cargo de una beba huérfana. “Si nunca nadie me había buscado, si nunca nadie me había reclamado, entonces era verdad que yo había quedado huérfana”. Sobre esa base movediza construyó su vida Ana María.

Ya de adulta, y antes de que su papá de crianza sufriera el ACV isquémico que lo dejó sin habla y sin movilidad, Ana María volvió a la carga: “Pero ya se enojaba. Yo le decía 'papá, decime si tengo algún hermano o hermana por ahí, y él me contestaba ‘no tenés a nadie, sos sola, única hija, ya te lo dije’. Y sostuvo siempre que mi mamá había muerto. Después, me decía que dejara de preguntar lo mismo que ya me había contado todo. Mi mamá no decía una sola palabra. Cada vez que yo preguntaba se miraban pero nada, muda. Así se llevaron el secreto a la tumba”.
Su mamá de crianza murió cuando Ana María tenía 26 años. Su papá en 2006, luego del ACV. Ana María está casada y tiene dos hijos de 13 y 11 años y, aún así, en sus cimientos perdura la soledad.
“Te mintieron”
Hace un mes, en plena cuarentena, Ana María fue a visitar a una prima que tiene EPOC (Enfermedad pulmonar obstructiva crónica) y necesita oxígeno para respirar.

“La fui a ver porque está enferma pero, honestamente, no fui pensando en preguntarle nada puntual. La cosa es que ella era muy cercana a mi papá, su sobrina preferida, la única con la que él hablaba, y cuando la tuve frente a frente le dije 'ay, mirá, necesito hacerte una pregunta”, reconstruye. Después, respiró hondo, le dijo “vos sabés que yo soy adoptada” y “yo sé que él hablaba mucho con vos”, y le preguntó si por casualidad sabía algo más.
La mujer balbuceó, “no sabía qué contestarme, y yo le dije 'por favor, decime la verdad, necesito conocer mis raíces así como vos conocés las tuyas, sabés quién sos, cuándo naciste, quiénes son tus padres. Hasta que ella me dijo 'bueno, a ver, ¿qué te contaron?”. Ana María relató la historia de siempre pero su prima la interrumpió: “Te mintieron”.

La mujer tenía la versión de primera mano del padre de crianza de Ana María. “Me contó que mi mamá biológica era hija de una ‘familia bien’, de mucha plata, tenía 18 años o por ahí. Y que ya le habían arreglado un matrimonio cuando quedó embarazada de un hombre humilde. Y claro, no le permitieron la relación con ese hombre y tampoco se podía casar con el paquete, era el paquete que molestaba. Parece que fue su mamá quien me entregó apenas nací, mi abuela biológica. No sé si fue una venta pero no creo, si tenían plata...supongo que lo que buscaron fue ocultarme, hacerme desaparecer”.
También le dijo que sí la habían traído en tren desde Tucumán por lo que que Ana María cree que que, si no hay ahí otra mentira, sus padres biológicos podrían ser tucumanos y estar vivos (66 años debería tener su mamá). “No hay más datos de mi papá biológico, quizás ni siquiera sabe que tiene una hija por ahí”, sigue. Su partida de nacimiento indica que nació el 9 de febrero de 1972 pero tampoco está segura de que la fecha sea cierta, porque el resto del documento fue falsificado.
Dice que es hija de sus padres de crianza, está incompleta, la parte de los testigos está en blanco. ¿Cómo llegaron a ella, si había nacido a 300 kilómetros? “Está firmada por un médico amigo de la familia, ya fallecido. Él fue el intermediario”.

Hay una tercera versión que Ana María obtuvo esta semana, después de rogarle a la mejor amiga de su mamá de crianza que le contara la verdad: después de largos días de silencio, confirmó que sus padres biológicos sí eran de Tucumán pero que su mamá estaba estudiando para recibirse de doctora y su papá de ingeniero.
Dice Ana María que el hecho de haber sido hija única todavía la hace sentir sola y que quiere “saber si tengo hermanos, saber qué se siente tener hermanos, sobrinos, que alguien se parezca a mí”. Desde que le dijeron que sus padres biológicos “están o podrían estar vivos”, Ana María empezó a fantasear con una familia grande.
“Pensé que estas cosas sólo le pasaban a las chicas pobres, me refiero a que te saquen un hijo, a que otro decida por vos. Parece que la clase alta era la peor, ¿no? Tengo la sensación de que mi mamá biológica no debe haber querido darme, que le sacaron a su beba por la fuerza, pero no sé, tal vez es lo que quiero creer. Yo a esta altura de mi vida estoy hecha, estoy por cumplir 50 años, no busco nada, menos nada material. Lo que sí es difícil es vivir sin entender. Sólo me gustaría conocerla para saber su parte de la historia, qué pasó, y poder vivir con la verdad”.
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