
Parado. O sentado en posición de loto en un sillón. Siempre en una tarima alta, desde donde puede ver a las 500 personas que se desparraman con prolijidad por el salón.
El cuerpo brilla por la transpiración que gotea persistente. Solo lleva un diminuto slip de natación (un Speedo), un micrófono inalámbrico fijado a su mejilla y un Rolex de oro.
El público, sus alumnos, lo escuchan con devoción y algo de temor. Cada uno tiene su colchoneta, su toalla y una botella de agua. Cuando se paran y se quedan quietos, en unos pocos segundos dejan en el piso un charco de transpiración alrededor de ellos. Ahí dentro, el clima es infernal. La temperatura oscila entre los 40 y los 45 grados. Hay quienes se desmayan y quienes abandonan. Pero la mayoría persiste y llega al final de la sesión de 90 minutos.
Es un esfuerzo duro, que los transporta al límite de sus posibilidades físicas y mentales. Se parece al infierno y no solo por el calor. Sin embargo, son muchísimos los que están dispuestos a pagar una pequeña fortuna para pasar por eso durante nueve semanas -a veces hasta dos veces al día- junto a Bikram Choudhury.
Bikram Choudory es una celebridad mundial. Una especie de gurú, un yogi que desarrolló el Bikram Yoga. Una disciplina que se asentó en los 80 y luego se convirtió en un boom mundial. Los ricos y famosos la adoptaron y la difundieron. Llegó a haber más de 650 locales con franquicias que enseñaban el Bikram Yoga en todo el mundo.
Esta actividad se debe realizar en una sala altamente calefaccionada. El clima ideal es de 42 grados (aunque se aceptan variaciones entre 40 y 45) y 40% de humedad. El Yoga Hot. Y no solo por la circunstancia climática. El que dirige la sesión, el que imparte la clase solo viste ese pequeño traje de baño. Y sus alumnos y alumnas también. La tensión sexual se palpa en las imágenes que registran algunas de las sesiones.
Fuera de su trabajo, cuando está con ropa, Bikram Choudory se fue alejando de las vestimentas y costumbres hindúes. Es una mezcla entre el Michael Jackson de los 90 (el de pelo más largo) con Carlos Santana, el guitarrista.
Se sospecha que la fortuna de Choudory roza los 75 millones de dólares. Su flota de autos de lujo es enorme, cuenta con más de 50 vehículos.
Un periodista, ante el despliegue (y ostentación) de lujo -autos, joyas, mansiones- le insinuó:
-Este no parece el estilo de vida de un yogi.
-¿Por qué no? -respondió a toda velocidad- Soy un yogi norteamericano.
Un comediante televisivo lo definió como "la mezcla exacta entre Teresa de Calcuta y Howard Stern".
Él siempre se mostró muy seguro de sus dotes y si alguien no percibía su grandeza era por defecto del interlocutor que no se rendía ante lo evidente: “Soy el hombre más espiritual que conociste en tu vida pero aún no sos lo suficientemente viejo, educado, astuto, inteligente, sabio y no tenés la experiencia suficiente para entender quién soy”.

Richard Nixon, Elvis Presley, George Harrison, Barbra Streissand, Shirley McLaine, Michael Jackson, Frank Sinatra y Quincy Jones fueron algunas de las figuras que, según él, probaron su método y sanaron. Es más: afirmaba que la Green Card, el permiso de residencia, la había obtenido directamente de Richard Nixon a modo de devolución de favores.
Su método primero se difundió a través del boca a boca. Los que iban (y resistían) lo recomendaban con fervor. Luego llegaron los grandes medios. Sus apariciones en programas de TV se sucedieron durante décadas.
En sus primeras incursiones, al entrar al estudio con su mínimo traje de baño, provocaba la risa de los conductores que terminaban la nota haciendo algunas posturas con él. Pero Bikram hacía como que no se daba cuenta de que era objeto de burla, jugaba con ellos, hacía bailar sus pectorales, se prestaba gustoso al show y al leve escarnio. No le importaba. Él deseaba ser conocido; ese era el método para poder recaudar más y llegar a millonario.
En esa búsqueda se dio cuenta de que dando clases a alumnos por más que ocupara todo el día y aumentara la cantidad de participantes sería muy complicado acopiar una fortuna. En ese momento fue que diseñó el curso para maestros. Nueve semanas intensivas. 10 mil dólares la matrícula para cada alumno. Pero no era solo lo que pudiera recaudar en esos cursos. El gran negocio empezaba después. Los que lo terminaban podían abrir sus propias escuelas de Bikram Yoga. Eso, el entrenamiento de los maestros, fue lo que extendió y alimentó las franquicias. Y, naturalmente, cada uno de estos emprendedores debía pagarle un canon y un porcentaje de lo facturado a Bikram Choudory.

McYoga lo llamó algún periodista asociándolo con la casa de comidas rápidas. Un emporio global construido con una rutina de 26 posturas y dos técnicas de respiración que Bikram reivindicaba como propias. Lo del calor era para remedar el clima de Calcuta, la ciudad india en la que creció. Allí, siempre según su versión, salió campeón nacional de yoga durante tres años seguidos, de sus 11 a sus 13. Luego ya no lo dejaron participar más para que no monopolizara la competencia.
Viajó a Estados Unidos poco después de cumplir 20. Puso un estudio de yoga en un sótano de Beverly Hills. El crecimiento fue vertiginoso. Carisma, desparpajo y una disciplina que, más allá de las virtudes curativas que propagaba Choudory, fascinaba a quienes la practicaban, una vez superada la prueba de resistencia inicial.
El de sus clases es un mundo desigual y arbitrario. Mientras muchos desfallecían ante su mirada, él tenía unos tubos de aire que refrigeraban su sillón. Nadie en su salón podía usar ninguna prenda verde, ese color estaba erradicado del mundo Bikram. Había que resistir. Los vómitos, las descompensaciones y los desmayos no eran un tema de baja presión, de exceso de calor o siquiera peligrosas para la salud. Para él y sus seguidores solo se trataba de una oportuna liberación de malas energías.
Choudory resultó un mitómano de estudio. Nunca fue campeón nacional de yoga en India (esos campeonatos comenzaron cuando él ya estaba radicado en Estados Unidos), la historia de la Green Card resultó falsa y así con cada dato biográfico que brindó.

En una clase de 90 minutos se le podían escuchar una serie de afirmaciones evidentemente falsas, que solo se entiende que sus alumnas las creyeran por estar bajo un estado de fuerte sugestión o por el embotamiento que el cansancio y el calor producían. Algunas de ellas: que él había ayudado al lanzamiento de la carrera de Michael Jackson, que fue el mejor amigo de Elvis Presley, que con sus ejercicios salvó de la amputación la pierna izquierda de Nixon mientras era presidente del país, que curó el Mal de Parkinson de la ex fiscal general Janet Reno, o que su récord sexual lo había conseguido en una maratón sexual de 72 horas en la que su pareja tuvo 49 orgasmos (la verdadera hazaña, tal vez, reside en el hecho de haberlos contado).
Hasta parece que tampoco es cierto que la serie de 26 asanas que conforman la rutina Bikram fueron de su invención. Hay quienes sostienen en India que él no seleccionó esas entre 500 y les dio un orden tal como sostiene, sino que la misma rutina de 26 había sido diseñada décadas atrás por Bishnu Gosh, su maestro.
Bikram: Yogi, gurú, depredador, el documental recién estrenado por Netflix dirigido por Eva Orner, quien obtuvo ya un Oscar al mejor documental como productora, escruta la figura de este particular gurú y a partir del caso de Bikram Choudory actualiza la cuestión y se pregunta sobre los abusos y violaciones en el ámbito del yoga.
Bikram aparecía en las revistas y en la televisión con frecuencia y su método se propagaba. En cada gran ciudad había varios estudios de Bikram yoga. Un nuevo problema: existían quienes daban esas 26 posturas pero sin la autorización del yogi creador. Ambicioso, Bikram, intentó patentar su método y blindarlo. Que nadie pudiera enseñarlo sin que él facturara.
Su argumento: “El yoga es libre. Pero yo tomé una parte de él y creé algo nuevo. A esas 26 posturas las puse en una secuencia, como una melodía. Esa es mi creación”.

La justicia norteamericana desechó el pedido, dijo que las posturas de yoga no estaban protegidas por el derecho de autor. Uno de los demandados por él, de los que sufrió el intento de cerrar su local, explicó: “Es como si Arnold Schwarzenegger dijera que hay que hacer 10 abdominales, 15 fuerza de brazos, 20 sentadillas y cuatro repeticiones con pesas de 10 kilos, y lo llamara El Método Arnold, quisiera registrarlo y cobrarle un porcentaje a cada uno que hace esa secuencia”. Ese fue el primer traspié, uno menor. Porque el negocio seguía funcionando. Se estima que llegó a tener un millón de alumnos.
Pero en los últimos años su imagen se descascaró. Se derrumbó irremediablemente. Varias denuncias de abuso sexual y violación se presentaron en la justicia. El modus operandi era bastante similar. Las víctimas eran alumnas a las que él distinguía con su atención. En ese mar de 500 personas sudorosas, él honraba a unas pocas con un trato especial. Mientras seguían la extenuante rutina, Bikram hablaba por su micrófono. Corregía, repartía halagos y propinaba fuertes retos y descalificaciones a quienes no daban la talla. Las dosis de humillación y de bendiciones eran similares: todos luchaban para tener de las segundas. También cantaba, impartía lecciones de vida, sentenciaba. Su voz de maestro lograba meterse en la cabeza de sus alumnos: “Me niego a decir que me lavaron el cerebro pero algo así pasó: fue como si una enfermedad tomara todo mi cuerpo”.

Después, apenas terminada la sesión, enviaba a uno de sus asistentes y le informaba a la mujer en cuestión que El Maestro quería hablar con ella. Sabía elegirlas. No solo tenía en cuenta el atractivo físico; reconocía a las mujeres que necesitaban creer en algo, descubría a las más vulnerables y aprovechaba su poder. Se vanagloriaba de poseer el talento de encontrar a las más permeables a sus enseñanzas o influencias.
El encuentro era a solas. A veces pedía un masaje, en otras invitaba a ver una película de Bollywood. También podía preguntarle a la chica “¿Cómo vamos a resolver esto que pasa entre nosotros?”, dando por hecho que existía reciprocidad. O forzando esa reciprocidad. A una mujer la violó en su propia mansión, con la esposa y los hijos de Bikram durmiendo en el piso de arriba. Si era rechazado, no solía tomárselo bien.
La defensa de Choudory ante la ola de acusaciones, convencido de su impunidad, no descansaba en argumentos elaborados ni demasiados jurídicos: “No es cierto lo que dicen. No necesito hacer esas cosas. Hay millones de mujeres en el mundo dispuestas a hacerlo conmigo. Algunas hasta pagarían hasta un millón de dólares por unas gotas de mi semen”. Luego calificó a sus acusadoras como “psicópatas y basuras humanas”.
Luego del #MeToo el mundo del yoga, como tantos otros, debió replantearse algunas situaciones y valores. En algunos estudios en el momento de la inscripción se le proporciona al alumno una ficha en la que debe consentir que el maestro tenga contacto físico para corregir las posturas. Se trata de erradicar los tocamientos indeseados por los participantes. Si el alumno deniega la autorización, el profesor debe desistir de tocarlo. Muchas alumnas se han animado a denunciar situaciones que antes callaban y los profesores deben respetar los límites en los ajustes.

Una de los primeros antecedentes y más difundidos de este tipo de situaciones de abuso con un gurú fue el del Maharishi con Mia Farrow inmortalizado por John Lennon en “Sexy Sadie”. Luego hubo muchos que se aprovecharon de su situación de preeminencia, de su influencia sobre sus discípulos, del poder para propasarse con sus alumnos. La espiritualidad, la devoción por el maestro, la intimidad hacen que sea uno de los ámbitos fértiles para que algún inescrupuloso se aproveche.
Otro caso célebre fue el de Patthabi Jois, inventor del Ashtanga Yoga, que aprovechaba los ajustes para tocar las vaginas y colas de sus alumnas, para frotarlas con sus genitales en medio de las asanas o abusaba de ellas fuera del ámbito de las sesiones. Hay fotos que documentan cuán burdamente actuaba.
En Instagram, una influencer llamada Rachel Brathen, preguntó si alguien había sufrido abusos y situaciones incómodas en el mundo del yoga. Las respuestas fueron abrumadoras. Recibió cientos de denuncias que ayudaron a repensar la situación, a plantearse que debía redefinirse y respetarse la línea del consentimiento.
La caída del imperio
Muchos de los ex alumnos de Choudory comenzaron a sacar su nombre de las marquesinas de los negocios. El Bikram Yoga pasó a ser Hot Yoga o le adosaban alguna otra denominación. El descrédito le llegó al gurú. Las causas se fueron acumulando pero la fiscalía no inició acción penal por ninguna de ellas. Hubo acuerdos extrajudiciales y desistimientos. Sin embargo, la derrota llegó en manos de su ex abogada. Ella fue maltratada y luego despedida cuando enfrentó a Choudory con las denuncias de abuso y violación, cuando solicitó respuestas y la puesta en práctica de un protocolo.
Minakshi Jafa-Bodden, la abogada, accionó por abuso, racismo, despido injustificado y discriminación. Fue difícil poner a Bikram frente a una Corte pero luego de unos años la justicia lo encontró culpable y lo condenó al pago de casi 8 millones de dólares.
A la semana siguiente, Choudory dejó Estados Unidos para no afrontar la deuda. Se fugó. Antes había tomado otra precaución. Se había divorciado de su esposa y en la partición de bienes a ella le había correspondido casi el total del capital y de las propiedades. Muchos creen que ese fue un divorcio fraudulento, que tuvo el único fin de insolventar al yogi ante las posibles condenas.

Bikram Choudory se radicó primero en Calcuta y luego en México donde sigue impartiendo sus cursos, además de los que hace alrededor de Europa. Una corte de Estados Unidos le quitó el control de sus negocios y se los dio a Jafa-Bodden, su abogada, en compensación.
Muchas de sus alumnas aprendieron a separar el yoga del abusador. Afirman que el método, el Bikram Yoga, les cambió la vida, que es una técnica insuperable. Choudory creó (o al menos difundió) una rutina, un método que benefició a miles de personas, pero su conducta también destruyó muchas vidas: abusó de varias mujeres aprovechándose de la asimetría en la relación, de su poder, de su impunidad.
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