De la orfandad en Chuquisaca a teniente coronel del Ejército del Norte: la historia de coraje de Juana Azurduy y su triste final

El 12 de julio de 1780 nacía en Chuquisaca Juana Azurduy, la mujer que se convertiría en teniente coronel del Ejército del Norte y en una de las figuras más emblemáticas de las guerras de independencia. Murió en el olvido, pero con el tiempo su figura se convirtió en símbolo de resistencia

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La estatua de Juana Azurduy,
La estatua de Juana Azurduy, frente al Palacio Libertad

Vivía en una pieza miserable, que compartía con su hija hasta que ella también se fue cuando se casó. Allí, en su Chuquisaca natal, se acercó a conocerla Simón Bolívar quien, al comprobar su estado, le concedió una pensión vitalicia de 60 pesos, que posteriormente el Mariscal Antonio de Sucre aumentó, pero que, burocracia mediante, dejaría de percibir en 1830. Sus antiguos jefes, como Manuel Belgrano o Martín Miguel de Güemes o tantos otros que había conocido, ya habían muerto. No tenía a quien recurrir. Su única compañía era Indalecio Sandi, un niño discapacitado, hijo de un familiar.

Casi nadie la había reconocido cuando, montada en una mula prestada, regresó vencida a su terruño. Muy lejos habían quedado los tiempos cuando era un temible vendaval de furia que electrizaba a sus seguidores en el campo de batalla. Porque montada en su caballo, con su chiripá blanco, casaca y gorro rojos, Juana Azurduy sabía cómo conducir.

Ahora, era un fantasma sumido en el olvido.

Parece que esa rebeldía de chola indómita la había traído desde la cuna en la zona de Chuquisaca, donde nació el 12 de julio de 1780. Aún siendo niña, sintió el dolor de perder a sus padres, gente de haciendas y recursos. Sus tíos la criaron a ella y a su hermana Rosalía y como era una joven rebelde, tuvo destino cantado de convento. Pero las monjas del monasterio de Santa Teresa tampoco pudieron con esa chica indisciplinada y así, a sus 17 años, regresó a la hacienda familiar.

Manuel Ascencio Padilla, el esposo
Manuel Ascencio Padilla, el esposo de Juana. Juntos se involucraron en la lucha por la independencia

Se casó en 1802 con Manuel Ascencio Padilla, cuya familia había sido amiga por años de su padre. En total tendrían cinco hijos, de los cuales solo uno llegaría a la mayoría de edad. El matrimonio hizo suyos los ideales independentistas, cuando aún faltaba para el 25 de mayo de 1810.

La pareja se involucró en la revolución de Chuquisaca, el primer estallido revolucionario ocurrido el 25 de mayo de 1809, un levantamiento popular contra la Real Audiencia de Charcas, que terminó en una violenta represión. Luego de ese primer grito ahogado de libertad, los Padilla pasaron a figurar en la columna de buscados en la agenda de los españoles.

Alojaron en su hacienda a Juan José Castelli y Antonio González Balcarce, los jefes del Ejército Auxiliar, antes del desastre de Huaqui en junio de 1811, que determinaría la pérdida del Alto Perú. Las consecuencias no demoraron en llegar. Los españoles, nuevamente dueños del terreno, confiscaron las propiedades de los Padilla y éstos debieron ocultarse. Manuel ya estaba identificado por los realistas como quien se ocupaba de atacar la ruta de suministros que llegaban para los españoles en Chuquisaca.

Manuel Belgrano se asombró por
Manuel Belgrano se asombró por la valentía y los dotes de liderazgo de Juana

Cuando apresaron a su esposo, Juana reunió a más de 300 indígenas. Entraron a Chuquisaca de a poco, simulando ser lugareños. Y a la noche tomaron por asalto la cárcel del Cabildo, donde un par de guardias somnolientos apenas pudieron reaccionar. Padilla fue liberado.

Estuvieron a las órdenes de Manuel Belgrano. Participaron en el éxodo jujeño; Padilla combatió en Salta y Tucumán y en Vilcapugio, si bien Juana no entró en acción, estuvo en la retaguardia. Luego de Ayohuma, el creador de la bandera le obsequió su sable en señal de respeto y reconocimiento.

Juana no sólo era la esposa de Padilla, sino que su liderazgo fue un imán para que muchas mujeres se le unieran y quisieran seguirla en esas cargas desordenadas, rodeada de indígenas armados como podían, con lanzas, arcos y aún palos.

Juana Azurduy, en una pintura
Juana Azurduy, en una pintura de autor anónimo, que se encuentra en el Salón de Espejos de la Alcaldía de Padilla (Wikipedia)

Esas cargas sorprendían tanto a amigos como a enemigos. El sueco Adam Graaner, que estuvo en el norte entre 1816 y 1817, se encandiló con “esa hermosa señora de veintiséis años que manda un grupo de cuatrocientos indios en la comarca de Chuquisaca”, aunque se decía que había logrado organizar una milicia de diez mil indígenas.

El 10 de febrero de 1816, Chuquisaca, ocupada por los realistas, al mando del coronel José Santos de La Hera, fue atacada sorpresivamente por 3700 hombres al mando del comandante Padilla. Tal era su fama que muchos del pueblo, al verlos, se les unieron.

Desde sus barricadas, los españoles observaban absortos la temeridad de una mujer montada a caballo, armada con sable y pistoleras, que iba de un lado para el otro, animando a la tropa.

La Hera, de escasos 23 años pero que había llegado a coronel por méritos en los campos de batalla, quería tomarla prisionera y de un certero disparo, mató a su caballo. Sin embargo, la mujer fue rescatada por los suyos. La arremetida española hizo que los patriotas huyesen, pero no tanto. Porque la gente de Azurduy les tenía preparada una emboscada, guarnecidos en zanjas protegidas por espinos. Cuando los españoles llegaron fueron recibidos por una descarga de fusilería, mientras que un grupo a caballo los atacó por los flancos.

Juana Azurduy en plena acción,
Juana Azurduy en plena acción, en una ilustración publicada en la revista Caras y Caretas

Un coronel español tomó la bandera para animar a la tropa. Pero Juana se abalanzó sobre él y se la quitó, mientras sus seguidores terminaban con su vida. Los realistas se retiraron.

En el parte que envió a Buenos Aires, un asombrado Manuel Belgrano escribió que “paso a mano de VE el diseño de la bandera que la amazona doña Juana Azurduy tomó en el Cerro de la Plata, como a once leguas al oeste de Chuquisaca. El comandante Padilla calla que esta gloria pertenece a la nombrada, su esposa, por moderación; pero por conductos fidedignos, me consta que ella misma arrancó de las manos del abanderado este signo de tiranía a esfuerzos de su valor y de sus conocimientos de milicia”.

Luego de su desempeño en el ataque del Cerro de Potosí, en agosto de 1816, fue ascendida a teniente coronel en la división Decididos del Perú.

El principio del fin sería la batalla de la Laguna, donde volverían a enfrentarse con los españoles entre el 13 y 14 de septiembre de ese año. Ella sería herida de bala y debió abandonar el campo de batalla, mientras que su esposo era degollado cuando ya agonizaba por dos disparos recibidos en la espalda.

Sin saber a dónde ir

Tardó algunos días en reunir a un grupo que la ayudase a rescatar la cabeza corrompida de su marido, clavada en una pica, y darle sepultura con honores militares. No sabía dónde ir. Luego de estar un tiempo oculta en el Chaco, se acopló a las fuerzas de Martín Miguel de Güemes. Pero cuando éste murió en 1821, volvió a quedar sin rumbo.

Uno de los tantos dibujos
Uno de los tantos dibujos de un rostro que fue tomando diversos rasgos con el correr de los años

Hacía tiempo que sus cuatro hijos habían fallecido víctimas del paludismo y la malaria. Le quedaba la compañía de su quinta hija, Luisa. Deseaba volver a Chuquisaca, pero no tenía cómo. Para vivir, debió pedir limosna. Hasta que en mayo de 1825, el gobierno de Jujuy le cedió cuatro mulas y cincuenta pesos para los gastos del viaje.

Cuando llegó a Chuquisaca, nadie la recibió. Intentó en vano recuperar sus bienes, ahora en manos de otros. Debió malvender su única propiedad y fue inútil luchar contra la burocracia en el reclamo de sus sueldos de oficial.

Quedó sola, acompañada por el niño Indalecio. En una humilde pieza de un barrio de Chuquisaca, aferrada a unos pocos recuerdos, murió el día patrio del 25 de mayo de 1862. Fue enterrada en una fosa común, con la sola presencia de un cura.

Décadas más tarde, sus despojos fueron rescatados, gracias a la memoria de ese niño, ya anciano, quien indicó el lugar preciso donde habían sido sepultados.

Los homenajes vendrían mucho después. Una pequeña ciudad en la provincia boliviana de Tomina lleva el nombre de su esposo -donde tenía su cuartel- mientras que una provincia la recuerda. En 2009 fue ascendida a general post mortem, convirtiéndose en la primera mujer en alcanzar ese grado.

En la Casa de la Libertad en Sucre descansan los huesos de esa joven indómita quien, junto a su marido, dejaron su huella en las guerras de la independencia.

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