Por una iniciativa de Manuel Belgrano se creó la escarapela por una cuestión práctica: evitar que sus soldados, muchos sin uniforme se identificasen en el campo de batalla y no se matasen entre ellos. La solicitó el 13 de febrero de 1812 y el 18 el Primer Triunvirato la autorizó, y así el distintivo celeste y blanco comenzó a lucirse prendida del pecho de los combatientes. Luego la Asamblea del Año XIII aprobó el 12 de marzo de ese año el Escudo Nacional. Dos meses después el mismo cuerpo sancionaba por aclamación la letra del Himno, fruto de la inspiración de una noche sin dormir de Vicente López y Planes.
La bandera era, de los símbolos patrios, la asignatura pendiente.
La primera bandera
Envalentonado por la aprobación de la escarapela, Belgrano se animó a darle forma a una enseña, cosida por la vecina María Catalina Echevarría de Vidal, una mujer de 29 años hermana de Vicente Echevarría, un abogado amigo de Belgrano. La mujer había sido criada por una familia que tenía un almacén de ramos generales en Rosario, y de ahí obtuvo las telas. Esa bandera, Belgrano la hizo jurar a sus soldados frente a las baterías a orillas del río Paraná el 27 de febrero de 1812. La izó por primera vez el vecino Cosme Maciel.

Al conocer la noticia, el Primer Triunvirato, especialmente a Bernardino Rivadavia, no le gustó nada. Es que entonces se contaba con el auxilio de Gran Bretaña para lograr el retiro de las tropas portuguesas de la Banda Oriental, siempre y cuando no haya más tensiones con España, aliada entonces de los ingleses. No era el momento oportuno para tener bandera propia. Rivadavia le pidió a Belgrano que la escondiese.
Pero como las comunicaciones demoraban semanas o meses en llegar, el 25 de mayo Belgrano, aprovechando el segundo aniversario de la Revolución de Mayo, la había hecho bendecir en Jujuy por el cura Juan Ignacio Gorriti. El militar había sido enviado a esa zona para hacerse cargo del Ejército del Norte.
Belgrano mandó hacer una a la que hizo pintar las armas de la Asamblea General Constituyente, y que donó al cabildo local. Luego, le respondió al gobierno que destruiría la enseña.
Pero los vientos políticos estarían a su favor. El 8 de octubre de 1812 por obra de la Logia Lautaro y de la Sociedad Patriótica cayó el gobierno y asumió el Segundo Triunvirato, que dio un nuevo impulso al movimiento independentista. Entonces el abogado devenido en general, a orillas del río Pasaje, la hizo jurar a las tropas el 13 de febrero de 1813. La llevaba el mayor general Díaz Vélez, y cada uno de los soldados la besó. Desde entonces ese río se llama Juramento.
Una semana más tarde, el 20, flamearía por primera vez en el campo de batalla en Salta.
La declaración de la independencia fue un primer paso y brindó las herramientas a José de San Martín para encarar su cruzada libertadora al mando de un ejército de un país debidamente constituido. Pero luego de ese martes 9 de julio de 1816 aguardaban a los diputados un largo temario que incluía qué forma de gobierno debíamos darnos y diversas cuestiones referidas a la economía, al ámbito militar y a la educación. Era el “Plan de materias de primera y preferente atención para las discusiones y deliberaciones del Soberano Congreso”.

Había que discutir un modelo de país.
Fue el diputado del Alto Perú, Esteban Gascón, quien puso en el tapete la cuestión de la bandera. Gascón, cuyo nombre había integrado la lista de candidatos a director supremo, en el que finalmente resultaría electo Juan Martín de Pueyrredón, argumentó que la bandera celeste y blanca ya era utilizada, pero que no existía una norma legal que fundamentase su uso.
Declarada la independencia en Tucumán, era momento para un pronunciamiento sobre la enseña. Como Gascón pretendía que la cuestión se aprobase, puso en consideración el tema de aprobar una bandera menor.
La bandera menor era la de uso civil, que no incluía las armas del país porque hasta entonces no nos habíamos puesto de acuerdo sobre la forma de gobierno que adoptaríamos. ¿Tendría que incluir el escudo de un monarca inca, tal los deseos de Belgrano? Ya habría tiempo de abocarse a la discusión sobre el diseño de una bandera mayor cuando se hayan establecido la forma de gobierno. El 20 de julio Gascón presentó el proyecto que fue aprobado el 25 por unanimidad. “…será su peculiar distintivo la bandera celeste y blanca de que se ha usado hasta el presente, y se usará en lo sucesivo exclusivamente en los ejércitos, buques y fortalezas, en clase de bandera menor, ínterin, decretada al término de las presentes discusiones la forma de gobierno más conveniente al territorio, se fijen conforme á ella los jeroglíficos de la bandera nacional mayor”.
Ese mismo 25 se celebró la independencia en Tucumán y soldados, milicianos y pobladores se reunieron en el campo de batalla donde dos años antes se había derrotado a los españoles.
En cuanto a la bandera mayor sería aprobada el 25 de enero de 1818, cuando se le incluyó el sol de mayo.

Después de la derrota de Ayohuma, en el pueblo de Macha, mientras emprendía la retirada, Belgrano le pidió al cura Juan de Dios Araníbar esconder dos banderas, para que no cayesen en poder del enemigo. Por 1883 un cura, limpiando el lugar las encontró, detrás de un cuadro de Santa Teresa. Una se conserva en el Museo Histórico Nacional y la otra está en la Casa de la Libertad, en Sucre.
El 24 de septiembre de 1816, en ocasión del cuarto aniversario del triunfo sobre los realistas en Tucumán, el creador de la escarapela presentó la enseña patria al Ejército del Norte. Se había hecho justicia, como con María Catalina Echevarría, que quedó inmortalizada en una representación en el Monumento a la Bandera, que parece que tuvo un nacimiento bien argentino.
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