
Para activar una estrategia de manera efectiva, las organizaciones deben dominar el arte de equilibrar la claridad y la especificidad sin volverse prescriptivas ni limitantes. En mi amplia experiencia en adopción del cambio y ejecución de estrategias, he descubierto que la implementación exitosa ocurre cuando la intención estratégica general se traduce en comportamientos tangibles y específicos del contexto que las personas pueden ver, comprender y aplicar en su trabajo diario.
TRES PASOS PRÁCTICOS PARA ESTABLECER UN TERRENO COMÚN
Las organizaciones no necesitan abandonar un lenguaje ambicioso. En cambio, deben darle fundamento. Los líderes deben dar tres pasos deliberados para convertir la retórica en una activación alineada.
1. Crear ilustraciones de definición
En lugar de asumir que existe un entendimiento compartido, los líderes deben demostrar cómo se ven en acción las frases estratégicas. No se trata de elaborar un glosario, sino de proporcionar ilustraciones concretas, basadas en ejemplos que muestren cómo la estrategia cobra vida, conectando términos abstractos con prácticas tangibles pero flexibles.
Por ejemplo, "ágil" podría ilustrarse como probar conceptos con clientes reales antes de un lanzamiento completo, para asegurarse de que las funciones resuelvan problemas reales y evitar esfuerzos de desarrollo desperdiciados. "Centrado en el cliente" podría ilustrarse como simplificar políticas y procesos de aprobación para permitir resoluciones más rápidas y reducir la frustración de ambos lados. Este tipo de ilustraciones crea anclas mentales que ayudan a los empleados a ver, en términos reales, cómo la intención del liderazgo se traduce en ejecución.
2. Aplicar el lenguaje de manera contextual
Una frase que resuena a nivel ejecutivo puede perder significado rápidamente si no se traduce a las realidades departamentales. El lenguaje estratégico como "crecimiento" o "excelencia" puede inspirar, pero sin contexto se vuelve demasiado abstracto para los equipos encargados de la ejecución. Los líderes deben conectar deliberadamente estas aspiraciones generales con las funciones y responsabilidades específicas de los distintos grupos.
Por ejemplo, en finanzas, "crecimiento" podría significar crear fondos flexibles que permitan a los equipos perseguir rápidamente nuevas oportunidades de mercado. En operaciones, podría implicar rediseñar los procesos de la cadena de suministro para manejar una mayor demanda sin comprometer la eficiencia. Para recursos humanos, el crecimiento puede traducirse en ampliar los canales de reclutamiento para construir una base de talento más diversa que impulse la capacidad futura.
Cuando se trata de "excelencia", el significado también varía según las funciones. En finanzas, la excelencia podría significar desarrollar modelos de pronóstico más precisos que reduzcan la variación presupuestaria. En operaciones, podría consistir en mejorar los estándares de control de calidad para superar constantemente las expectativas del cliente. Para recursos humanos, la excelencia puede tomar la forma de crear programas de desarrollo de liderazgo que fortalezcan el desempeño gerencial en toda la organización. Al enmarcar estos términos en su contexto, los líderes ayudan a los departamentos a ver cómo las aspiraciones a nivel empresarial se conectan directamente con el trabajo que realizan todos los días.
3. Establecer comportamientos observables y medibles
En última instancia, el lenguaje estratégico debe traducirse en comportamientos cotidianos de los empleados. Sin este paso, las palabras permanecen como ideales abstractos. Los líderes desempeñan un papel fundamental al aclarar cómo se ven estos términos cuando se ponen en práctica, identificando acciones específicas, observables y medibles que encarnen la intención estratégica.
Por ejemplo, "colaboración" podría significar compartir proactivamente las frustraciones observadas en los clientes, incluso si no entran dentro del ámbito de responsabilidad de una persona, para permitir soluciones más rápidas que mejoren su experiencia. "Innovación" podría significar cuestionar si un proceso existe porque nos sirve a nosotros o al cliente, con el fin de identificar oportunidades para simplificar y mejorar la experiencia.
Estos comportamientos actúan como el tejido conectivo entre la ambición y la ejecución. Garantizan que los empleados no solo asientan ante palabras elevadas como "experiencia del cliente", sino que las practiquen activamente. Al hacerlo, las organizaciones convierten la estrategia en una práctica viva: definida no por aspiraciones, sino por las acciones cotidianas que son más valiosas para diferenciar a la organización ante los ojos de los clientes.
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