
Dora Ocampo, a sus 77 años, finalizó sus estudios secundarios en el C.E.N.M.A (Centro Educativo de Nivel Medio para Adultos) anexo Casa de Gobierno, ubicado en el barrio Patricios de Córdoba. Su historia es un ejemplo de que estudiar a cualquier edad es posible y que la educación puede abrir nuevas oportunidades, incluso después de la jubilación.
“Fue una materia pendiente en mi vida, porque tengo mis hijos que todos son profesionales y yo estaba ahí colgada, no lo podía hacer hasta que tuve la oportunidad. Antes no me uní por problemas de trabajo y demás, pero se me presentó la oportunidad ahora y la aproveché”, relató Dora sobre la decisión que marcó un antes y un después en su vida.
La motivación intacta
La motivación de Dora para retomar los estudios surgió del deseo de completar una etapa que había quedado inconclusa. Cuando le preguntaron cuántas materias le faltaban al regresar a la escuela, respondió con énfasis: “¡Todas! Todas”. “Lo hice entero”, afirmó, dejando claro que su regreso al aula implicó cursar el secundario completo durante tres años.

La experiencia en el secundario resultó transformadora: “Maravilloso. Muy bueno. Los profes no te digo nada, uno mejor que otro. No te puedo decir que uno fue más bueno que el otro porque te miento, todos divinos, tanto los profes como las demás personas que trabajan en el colegio. Me ayudaron muchísimo”.
El ambiente de la institución, orientada especialmente a la educación de adultos, le permitió a Dora compartir el proceso con compañeros que atravesaban situaciones similares. “Lengua es lo que más me gusta. Escribir, escribir muchísimo. Sí, sí, sí. Leer y escribir. Las dos cosas”, contó sobre sus materias preferidas y su pasión por la lectura y la escritura.

Dora reside en barrio Patricios y dedicó gran parte de su vida a su familia. Estuvo casada con Rafael Armoya, ya fallecido. “Vivo en Córdoba y tuve cinco hijos. Me dediqué a criarlos y a cuidarlos. Y, bueno, todo creció de manera normal. Mi esposo falleció y, cuando mis hijos ya tenían su vida hecha, me dediqué a lo que yo quería”, compartió sobre su recorrido personal y familiar.
Durante su juventud trabajó como empleada doméstica y, tras la muerte de su esposo, encontró el momento para priorizar sus propios sueños.
Una historia que explotó en las redes
Su hijo Esteban subió dos fotos a X y la historia explotó. Con el paso de los días, y ya más sereno, vuelve sobre el recorrido familiar. Sus padres llegaron a Córdoba desde el norte: Rafael, catamarqueño; Dora, tucumana. Se instalaron en barrio Patricios, donde construyeron su casa y su vida.
Rafael trabajó durante años en una metalúrgica y luego como albañil. Las dificultades de salud marcaron sus últimos años y lo deterioraron rápidamente. Murió joven, a los 67.

Son cinco hermanos. Orlando, el mayor, es emprendedor. Eugenia es docente y también emprendedora junto a Esteban, con quien lleva adelante un pequeño negocio de venta de mates, sets materos y objetos de decoración. “La remamos para salir adelante”, dice, mientras buscan alternativas para hacerlo crecer. Analía es contadora y trabaja en una empresa. Mariano, el menor, es comerciante y emprendedor; tiene su familia y vive cerca. Todos siguen en Córdoba, cerca unos de otros.
“Todos somos trabajadores, criados por padres que hicieron miles de cosas por nosotros para poder tener lo que tenemos y ser lo que somos”, resume Esteban.
En ese relato, la figura de su madre aparece como un eje. “Mi mamá es una luchadora incansable, nunca bajó los brazos”, afirma. El ejemplo más fuerte fue durante la enfermedad de su padre: un tratamiento costoso que Dora consiguió tras golpear puertas sin descanso, hasta lograr que fuera subsidiado. “Es algo impagable”, dice Esteban. “Cómo iba y volvía mi vieja para que mi viejo estuviera lo mejor posible hasta sus últimos días”.
Un camino recorrido en familia
Desde hacía años, Dora repetía que quería terminar el secundario. Lo decía como una deuda personal, pero también con una dificultad concreta: no sabía cómo conseguir el certificado de finalización de la primaria, que había cursado en Tucumán y que necesitaba para poder inscribirse. El trámite llevó tiempo.
Finalmente, el documento llegó por mail, en un PDF, y permitió destrabar el inicio. Incluso antes de tener todos los papeles completos, comenzó a cursar. La institución contempló la situación y le dio lugar. “Era una materia pendiente”, resume su hijo Esteban. Y ella estaba, simplemente, “chocha”.

En la familia, la decisión despertó algunas dudas. Durante un tiempo se preguntaron si valía la pena invertir tres años en terminar el secundario, si no sería mejor hacer algún curso más corto. Con el tiempo, esas preguntas quedaron atrás. “La recontra felicito”, dice hoy su hijo. No se trataba solo de estudiar, sino de cumplir un objetivo propio, algo que ella necesitaba cerrar. Cuando en octubre una complicación de salud la obligó a faltar, el temor fue que no pudiera terminar. Pero se repuso, presentó los trabajos pendientes y completó el recorrido.
El proceso fue acompañado. En casa, el apoyo fue constante: leer textos juntos, interpretar consignas, ayudar a escribir cuando la mano operada no respondía. En la escuela, también. Compañeros que le pasaban las tareas cuando no podía asistir y un clima de contención que la sostuvo durante los tres años. “Fue un laburo en conjunto”, admite su hijo, aunque enseguida marca la diferencia: “La mayor parte del mérito es de ella. Totalmente de ella”.
Los desafíos que se vienen
Con el secundario finalizado, Dora ya proyecta nuevos desafíos. “Voy a ver si tengo alguna posibilidad de estudiar en la universidad. Hay cursos cortos, así que quiero hacer algo de eso, si Dios quiere”, cuenta. Su interés está puesto en las propuestas breves de la Universidad Nacional de Córdoba, una alternativa que percibe como accesible y estimulante para seguir aprendiendo.

Su paso por el secundario da cuenta del rol que cumplen las instituciones públicas orientadas a la educación de personas adultas. El centro, ubicado en la ciudad de Córdoba, está pensado para quienes no pudieron completar su formación en la edad reglamentaria, con una propuesta que reduce barreras económicas y favorece la integración social. El acompañamiento pedagógico y el trabajo entre pares generan un entorno de contención que habilita nuevas trayectorias educativas.
Convencida de que la edad no define los límites del aprendizaje, Dora alienta a otros a animarse. Su recorrido muestra que retomar un proyecto personal no solo es posible, sino que puede abrir nuevas etapas, incluso cuando la vida ya parece haber marcado todos los caminos.
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