La historia de Roberto Aguirre, el veterano profesor de tango que es puente entre generaciones

Maestro que formó a bailarines que hoy brillan en el mundo, arrancó con el 2x4 sin saber nada, a los 41 años. Ganó concursos con su pareja, que ahora ya no está. Hoy, a los 77, el baile lo mantiene vivo

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Roberto Aguirre y Zulma transformaron
Roberto Aguirre y Zulma transformaron el tango en Colón, Buenos Aires, creando una escuela que prioriza la dignidad y el respeto.

Roberto Aguirre entra al salón antes que todos. No enciende las luces todavía. Prefiere ese momento donde el piso parece respirar, con las marcas de los tacos y el polvo fino que quedó de la noche anterior. Se sienta en una silla de madera, mira el espejo del fondo y acomoda los zapatos. Nunca se enseña igual dos veces. El cuerpo cambia, los alumnos cambian. Y el tango, también.

Cuando los primeros alumnos llegan, él ya está de pie. No los saluda con palabras, sino con una mirada que impone respeto. Antes de aprender a caminar el compás, dice, hay que aprender a estar de pie. Les habla del aseo, del aroma, del cuidado. Les muestra cómo se da la mano, cómo se pide permiso, cómo se dice “gracias”. En ese orden. “El tango no se baila con los pies —repite—. Se baila con los códigos”.

Los pibes de Colón, Buenos Aires, lo escuchan con una mezcla de curiosidad y reverencia. El pueblo de la pampa húmeda está a 270 kilómetros del arrabal porteño, pero las distancias se diluyen cuando el maestro comienza la clase.

Algunos de los jóvenes llegaron porque escucharon que ‘acá se baila de verdad’; otros, porque alguien les dijo que este hombre ‘te enseña a ser alguien’. Roberto no lo dice, pero lo sabe: la clase no es solo un baile, es una forma de construir dignidad.

Además, si hay una actividad que en este país enlaza generaciones es justamente el tango. En las milongas, no hay discriminación por edad; sucede incluso lo contario: los principiantes buscan bailar con veteranos o veteranas para afianzar la técnica.

En un rincón, el espejo devuelve una imagen gastada. El cuerpo de Roberto se mueve con lentitud, pero con precisión. Cada paso parece contener una memoria ajena, una voz que ya no está. A veces, cuando el silencio del salón se vuelve demasiado grande, pronuncia un nombre en voz baja: Zulma.

Zulma y Roberto, foto del
Zulma y Roberto, foto del rodaje del documental 'Querido Doctor'.

Fue por ella que empezó a bailar. Ella le enseñó que el abrazo no es solo una figura del baile, sino un modo de sostenerse. Hoy, cuando toma a una alumna por la espalda y le marca el compás, siente que algo de Zulma sigue ahí, guiando su mano. No la menciona en las clases; no hace falta. Su presencia está en la música, en la forma en que corrige, en el respeto con que pide que los alumnos se miren a los ojos.

En ese salón, Roberto Aguirre no enseña solo pasos. Enseña cómo dejar algo en el otro.

—Yo voy a arrancar por Zulma —dice Roberto, con esa calma de quien ya contó muchas veces la misma historia y todavía la siente en el cuerpo—. Porque si Zulma no hubiera existido, yo no habría bailado tango.

Roberto tenía 41. Se había separado hacía poco. Era 1989, los Scorpions actuaron en el Moscow Music Peace Festival, lo que inspiró la composición de “Wind of Change” tras la caída del Muro de Berlín, en Rosario explotaron los saqueos tras la hiperinflación en el gobierno de Raúl Alfonsín y el lanzamiento de la primera conexión comercial de internet no fue tapa de ningún diario. Roberto, hasta entonces, nunca había bailado tango. “Andaba con Zulma, salíamos, pero el baile no formaba parte de nuestras vidas”, dice. Hasta que un día todo cambió.

A Zulma le detectaron un problema renal. Fueron a ver a una nefróloga.

—Usted va a diálisis en tres años —le dijo la médica—, y a trasplante en cinco.

Roberto escuchó en silencio, con los brazos cruzados. “Salimos de ahí, nos fuimos a una confitería y lloramos los dos. Ahí me di cuenta de que la quería mucho, mucho, y no lo sabía. Fue como un golpe. Como el que tira el cigarrillo y no fuma nunca más.”

El sábado siguiente fueron a un baile popular. Hacía tiempo que no iban a bailar. El salón estaba lleno de gente mayor, parejas que habían nacido con el tango en los pies. “Los del cuarenta”, dice él. Los que crecieron escuchando bandoneones en la radio y se enamoraron girando en la pista.

La enseñanza de Roberto Aguirre
La enseñanza de Roberto Aguirre se basa en la transmisión de valores, códigos y ética, más allá de la técnica del baile.

Roberto los miró un rato largo y, sin pensarlo demasiado, dijo:

—Zulma, ¿qué te parece si empezamos a bailar tango y les mostramos que podemos hacerlo mejor que ellos?

Ella se rió.

—¿Cómo vamos a bailar si no sabemos bailar?

—Vamos a Buenos Aires —respondió él, como quien lanza un desafío que ya sabe que va a cumplir.

Viajaban seguido por trabajo, por un emprendimiento textil. Hasta que aprovecharon uno de esos viajes para meterse en una academia. Aprendieron un par de pasos y volvieron a Rosario creyendo que eran María Nieves y Juan Carlos Copes. La primera vez que entraron a la pista no pudieron dar un paso. “Nos largamos a reír los dos”, recuerda. Y volvieron a Buenos Aires.

—Siempre fui así —dice—. Cuando hago algo, lo hago en serio. Vi en el tango una forma de distinguirme, sin pasar por encima de nadie. Lo que me daba el fútbol o la política, me lo empezó a dar el baile.

Practican, practican, practican. Hasta que un día se anotan en un concurso. Nadie sabía que bailaban. Salieron quintos. “Los grandes se querían morir —dice, riéndose—. Y al público le encantábamos.”

El Ballet de Tango de
El Ballet de Tango de Zulma y Roberto formó generaciones de bailarines y promovió la cultura del 2x4 en la región.

Era la década del noventa. Luego de años de silencio el tango recuperaba su lugar como práctica artística y social, sobre todo en el baile, que funcionó como espacio de reencuentro y pertenencia frente a una sociedad fragmentada. En los noventa, las milongas se multiplicaron en Buenos Aires, y una nueva generación de bailarines —junto a veteranos que habían atravesado los años oscuros— resignificó el tango desde una perspectiva contemporánea.

Roberto y Zulma seguían bailando. Dos meses después, otro concurso: terceros. “Ya nos miraban todos.”Y en el siguiente, la final fue con el mejor de todos, Andrés De Bernardi. Bailaron varios tangos para desempatar. El jurado no pudo decidir y los declaró ganadores a ambos.

Después alguien se les acercó:

—Roberto, ¿por qué no vienen al festival?

“Me puse el saco, la corbata, subí al escenario”, dice. Hace una pausa.

—Y ahí empezó todo. Ahí empezó mi historia del tango con Zulma.

. . .

—Para mí, enseñar tango es la vida —dice Roberto—. Es lo más hermoso que me puede pasar.

Nunca pensó que iba a enseñar, ni Zulma tampoco. “Pero no solamente enseñamos”, aclara, “hicimos docencia”. Y ahí el tono cambia. “Docencia es cuando venían los chicos de escasos recursos, y no cobrábamos. Trabajábamos con lo poquito que sabíamos, lo que aprendíamos en Buenos Aires.”

No tenían filmadora, ni celular, ni nada. “Hasta que pude comprar un video para practicar un poco más.” De a poco, el tango fue ocupando cada rincón del tiempo. “Le empezamos a dedicar horas, horas y horas. Y veíamos que nos nacía, que nos gustaba. Y la enfermedad de Zulma... —hace una pausa— no la teníamos en cuenta. Claro que nos preocupaba, pero no pensábamos en eso. El tango nos mantenía vivos.”

El método de enseñanza artesanal,
El método de enseñanza artesanal, sin tecnología, demostró que todos pueden aprender tango y encontrar pertenencia en la comunidad.

Los primeros alumnos fueron tres o cuatro parejas de jóvenes en Hughes, pueblo limítrofe santafesino de Colón. Los habían visto bailar y se animaron:—¿Por qué no nos enseñan a bailar?

Empezaron con ellos, con los más chicos. Después vinieron los actos del jardín, las fiestas de la escuela, los aniversarios del pueblo, los encuentros de jubilados. “Nos invitaban a todos lados. Y nosotros íbamos con Zulma, felices, con el cariño de la gente”.

Memorias de los inicios del
Memorias de los inicios del ballet de tango.

De a poco, descubrieron algo más profundo: “Nos dimos cuenta de que no había que sacar buenos bailarines. Había que sacar buenas personas. Porque nosotros fuimos criados así, con respeto. Respeto al otro, al profesor, al compañero. Eso también es el tango.”

En la región casi nadie bailaba. “Los que bailaban eran los viejos —corrige enseguida—, la gente mayor. Pero ellos no sabían enseñar. Tenían intuición, y eso era hermoso, pero si te especializás, si practicás, el baile cambia. Se vuelve otra cosa.”

. . .

—La mirada del tango con el tiempo fue evolucionando muchísimo —dice Roberto—. Porque empezaron a incorporarse muchos jóvenes. Y los jóvenes vieron que ahí había una posibilidad de trabajo, de ganarse unos pesos, de vivir de esto.

“Nosotros empezamos a perfeccionarnos, a tomar clases, a buscar otro nivel.” Fueron a estudiar con distintos profesores, aunque no todos los caminos conducían al mismo lugar. “Por tomar clases con un profesor no adelanté demasiado. Pero con el tiempo me di cuenta de que la enseñanza iba por otro lado”, recuerda Roberto.

Hace una pausa. “Además de los maestros que tuvimos —que eran buenos, muy buenos—, la enseñanza pasaba por otro lugar. Hoy, por ejemplo, Colón es uno de los lugares donde más se baila tango y tiene otra calidad. No porque nosotros hayamos sido buenos con Zulma, sino porque la mirada cambió. La mirada hacia el tango.”

El tango, según Roberto Aguirre,
El tango, según Roberto Aguirre, es un modo de amar y de dejar huella, donde cada abrazo construye memoria y comunidad.

“La docencia, la interpretación y la práctica… la práctica es todo. Pero si la hacés correctamente. Nosotros entendimos con Zulma que no bastaba con enseñar pasos. Los pasos los enseña cualquiera. Lo que había que enseñar era el sentimiento.”

Ese sentimiento, dice, se transmite con el cuerpo. “Del cuerpo hacia la otra persona. Así se comunica el tango.” Y eso los llevó a un modo de vida. “Yo tenía un trabajo, sí. Pero con Zulma, de cinco de la tarde a dos de la mañana, nos dedicábamos al cuerpo. A estudiarlo, a entender cómo se mueve, cómo se siente.”

Lo que los distinguía no era la técnica, sino la conexión. “No éramos grandes bailarines, eso está claro. Pero llegábamos a la gente. Y eso cambia la mirada. Eso es lo que te abre puertas, lo que te deja recorrer lugares.”

Con el tiempo, los alumnos crecieron, los grupos se multiplicaron. “Hoy tengo amigos en todas partes —dice, con una sonrisa leve—. Todo empezó con Zulma, con las primeras clases, con esos pasos que no eran perfectos, pero eran nuestros.”

. . .

—Los Juegos Bonaerenses fueron importantísimos. Porque ahí viajaron muchos chicos que después terminaron bailando por todo el mundo. Uno fue campeón del mundo. Otros, hoy están dando clases afuera. Pero sus primeras salidas, sus primeros logros fueron viajar a Mar del Plata.

El equipo completo del ballet
El equipo completo del ballet de tango.

Era 1998, ya llevaban casi una década bailando y enseñando. “Teníamos un grupo chiquito, dos parejas nada más. Clasificamos para Mar del Plata en menores. Los otros grupos, de Pergamino, ya eran más grandes. Nosotros éramos los nuevos, los que veníamos de abajo.” Con el tiempo, el grupo creció. “De dos pasamos a cuatro parejas. Y después vino el primer viaje internacional, a Chile.”

Habla de Iquique como quien abre un álbum de recuerdos. “Fue uno de los primeros viajes en avión. Nos habían invitado y sorprendimos a la gente bailando. De ahí nos llamaron de Antofagasta.”

El legado de Zulma y
El legado de Zulma y Roberto se refleja en campeones mundiales como Diego Ortega y en la expansión del tango por el mundo.

El problema era otro: cómo costear el viaje. “Teníamos que viajar diez personas. Imaginate. ¿Cómo hacés? Pero una de las virtudes que tuve siempre fue esa: rebuscármela. De la nada, sacar algo. Conseguimos la plata. Diez personas: ocho alumnos y nosotros.”

Los chicos tenían entre 14 y 16 años. “En zapatillas, en vaquero… parecían de un jardín de infantes”, dice, riendo. “Cuando nos vieron llegar, los de allá no podían creer. ‘¿Estos van a bailar tango?’, se preguntaban.”

“Bailamos en una fiesta con 800 personas. Después, en el teatro de Antofagasta. Lo llenamos. Llenamos el teatro.”

Misión Chile, el primer viaje
Misión Chile, el primer viaje en avión para muchos de los integrantes del ballet.

En su relato aparece una coreografía de Gonzalo Cuello, otra de las Melli Beltrame. “Cada vez que me cruzo con alguien de Antofagasta, o me escriben por Facebook, se acuerdan de nosotros. Dicen que fuimos pioneros, los primeros jóvenes que llevaron el tango a ese lugar.”

—Eso fue lo que más me quedó. Que esos chicos pudieron conocer el mundo por el tango.

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—Con Zulma teníamos el taller de costura y empezamos a enseñar tango. Los chicos eran humildes, muy humildes. Nunca pensamos que íbamos a tener la trascendencia que tuvimos.

Habla con naturalidad, sin grandilocuencia: “Nosotros ofrecíamos el grupo donde podíamos. Lo llamamos ‘Ballet de Tango de Zulma y Roberto’. ¿Por qué con nuestros nombres? Porque hacíamos todo: comprábamos la ropa, armábamos las coreografías, conseguíamos las actuaciones. No podía quedar en la nada. Y así fue: hoy, vos preguntás por alguno y te dicen: ‘Bailaba con el ballet de Zulma y Roberto’.”

Su voz se quiebra apenas, pero se sostiene. “Zulma hace diez años que no está. Y sin embargo, cuando alguien me pregunta quién soy, yo digo: ‘¿Te acordás de la pareja de Zulma y Roberto?’. Ahí me reconocen. Eso es identidad.”

Esa identidad se forjó en el semillero. La Escuela de Bellas Artes de Colón, los Juegos Bonaerenses, los festivales. “Los chicos venían porque había que presentar algo de tango en la escuela, y después se quedaban. Nosotros hacíamos rifas, festivales, lo que fuera. Juntábamos plata para viajar. El tango era una forma de vida, no un negocio.”

Roberto recuerda los traqueteos de los fines de semana. “Viernes, sábado y domingo teníamos actuaciones. Los chicos aprendían disciplina, compañerismo, respeto. Eran adolescentes, pero arriba del escenario eran artistas. Les enseñábamos que había que presentarse bien, aunque bailáramos en un cumpleaños humilde o en una fiesta de ricos. Lo mismo, con la misma ropa y la misma seriedad.”

—Eso te da valor como persona. Que te reconozcan en la calle, que te digan ‘te vi bailar’. Eso los hacía sentirse importantes. Y eso, para un pibe, es muchísimo.

De los pueblos de la
De los pueblos de la pampa a los teatros de México.

El viaje los llevó lejos: Chile, Uruguay, México, Australia. Cada país fue una escuela.

“En Uruguay el estilo es distinto —dice—, más cerrado, más pausado. En Chile, cuando llegamos, bailaban sin dirección: tres en la pista y parecía lleno. Les faltaba práctica, disciplina. Pero aprendieron.”

México fue otra historia. “Fuimos a Tulancingo, a un encuentro de escritores. Hablaban de poesía, de piedras, de cosas que a los chicos no les interesaban. Entonces les dije: ‘Si quieren ver algo distinto, quédense’. Nadie se movió. Nos sentamos en el piso, hicimos un círculo y bailamos tango. Fue impresionante.”

En Australia, cuenta, bailaron hasta en un supermercado. “Me querían vender un perfume a ochenta dólares. Le dije al tipo: ‘Si le bailo un tango, ¿me lo deja a la mitad?’. Y me dijo que sí. Pusimos música y bailamos ahí, en el medio de las góndolas. La gente se amontonó. El muchacho que estaba conmigo se fue de vergüenza. Pero nosotros no. Bailar tango era llevar nuestra historia al mundo.”

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El tono se vuelve íntimo, casi un susurro.—El tango me cambió la vida. A mí y a Zulma.

Recuerda su enfermedad, la diálisis que nunca llegó. “La doctora no lo podía creer. Decía que el tango podía haberle salvado la vida. Bailó 25 años sin trasplante. Un fenómeno que no entendían ni los médicos.”

El tango como escuela de
El tango como escuela de respeto. En cada clase, los jóvenes aprendían a mirar, agradecer y sostener, antes incluso de aprender a girar.

Hace silencio. Luego continúa:—Zulma era una persona alegre, entradora. Tenía una simpatía única. Nosotros no éramos tangueros, pero el tango nos hizo pareja. Nos dio amigos, respeto, un lugar en el mundo.

Cuenta la historia de La Glorieta, construida en su ciudad natal: “Iba a llamarse Zulma. Pero los alumnos vinieron y dijeron: ‘No, tiene que ser Zulma y Roberto. La pareja era Zulma y Roberto. No vamos a esperar que se muera Roberto para ponerle el nombre’. Imaginate. Ver tu nombre en un lugar así… eso es inmenso.”

La Glorieta del Tango 'Zulma
La Glorieta del Tango 'Zulma y Roberto' en Colón se consolidó como un símbolo de identidad y encuentro para la comunidad tanguera.

Una glorieta es una estructura abierta destinada a actividades culturales y recreativas en plazas o parques públicos. La Glorieta del Tango “Zulma y Roberto” fue inaugurada en 2022 en Pibelandia y se consolidó en poco tiempo como un punto de encuentro para los amantes del 2x4.

—Algún día, mi nieto, mi bisnieto, mi tataranieto van a llegar a Colón, van a ver ese cartel y van a preguntar: ‘¿Quiénes eran Zulma y Roberto?’. Y eso es dejar una enseñanza. Una cultura. Porque si hay algo que nos distingue en el mundo, es el tango.

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Roberto Aguirre nació el 8 de junio de 1948. En su historia, el tango no fue una herencia, sino una elección tardía que se convirtió en destino. Desde aquella tarde en que comenzó a bailar con Zulma, nada volvió a ser igual. Ella murió en la Navidad de 2015, pero su presencia sigue viva en cada tanda de tangos. Allí, entre luces bajas y mate en mano, los más chicos, los jubilados y los que recién empiezan comparten el mismo espacio. No hay jerarquías ni exhibiciones: todos bailan, todos aprenden. Es, como dice el maestro, “la casa abierta de Zulma y Roberto”, un lugar donde el tango vuelve a ser abrazo, comunidad y memoria.

El tango como herramienta de
El tango como herramienta de inclusión social permitió a jóvenes de escasos recursos viajar y triunfar en competencias internacionales.

De esa escuela artesanal —sin celulares, sin tutoriales, con una cámara prestada y una videocasetera— salieron generaciones de bailarines. Entre ellos, Diego Ortega, Campeón Mundial de Tango Escenario en 2010 junto a la japonesa Chizuko Kawamoto y luego, Campeón de Tango Pista con Aldana Silveira. El único en lograr ambos títulos.

Con los campeones del mundo
Con los campeones del mundo en la categoría tango pista 2025: Diego y Aldana en La Glorieta.

Detrás de esos logros hay un método que es más filosofía que técnica: todos pueden aprender tango. Y quienes entran al estudio de Roberto salen bailando, pero sobre todo, entendiendo que el tango no se impone, se comunica. En su enseñanza no hay moldes fijos ni figuras cerradas: hay escucha, respeto, improvisación y códigos que se transmiten como una ética del cuerpo y del alma.

Esa ética se extiende más allá de la pista. Roberto enseña que el tango también se baila en el modo de saludar, de cuidar al otro, de presentarse limpio, de no hablar mientras suena la orquesta, de acompañar de regreso a la mesa después de la tanda.

En Colón, esa forma de entender el tango forjó una comunidad reconocible: alegre, solidaria, respetuosa. Una comunidad donde el aplauso no distingue entre campeones y principiantes. A los 77 años, con la humildad de quien aún se emociona al ver a un chico dar su primer paso de tango, Roberto Aguirre sigue enseñando lo mismo que aprendió de Zulma Jovell: que bailar es un modo de amar, y que cada abrazo —aunque dure apenas una canción— puede dejar una huella para siempre.

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