
En el espejo, una hilera de luces dibuja el contorno de un cuerpo que se busca a sí mismo. Frente a ese reflejo, Yanina Giovannetti habla con calma, casi como si ensayara un gesto antes de salir al escenario. “El burlesque es el arte de la sensualidad”, dice, y en su voz no hay artificio. Lo explica como quien nombra algo que aprendió con el cuerpo: “Conectarnos con lo más profundo de nuestro ser y descubrir cuál es nuestra propia sensualidad, la que habita en cada persona de un modo completamente diferente”.
Giovannetti es una de las referentes del burlesque en Argentina y lo define como un espacio de autodescubrimiento, sobre todo para mujeres adultas. No habla de provocación ni de glamour, sino de autenticidad. “La energía es diferente, los movimientos son diferentes, el modo de mirar, de actuar. Se lo llama el arte de la sensualidad porque, a partir de esa energía, creamos una obra.”
A su lado, un corset cuelga de una silla. La escena podría confundirse con la previa de un striptease, pero Giovannetti aclara la distancia. “En el striptease no es necesario desarrollar un concepto o una teatralidad; no se espera del artista que sorprenda o maraville desde la interpretación, como sí sucede en el burlesque”.
En el primero, dice, el cuerpo se ofrece; en el segundo, se revela. “Lo que predomina es el strip, no el tease”, repite con una sonrisa, como si la diferencia residiera en el misterio.

El viaje de Yanina hacia el burlesque empezó lejos de casa, en Italia. No fue una revelación súbita, sino un encuentro. “Cuando me encontré con mi primera profe, en la primera clase, ya en el momento en que me abrió la puerta y la observé, dije: ‘Acá hay algo que es para mí’”, recuerda. El pasillo del estudio, el perfume del maquillaje, la voz suave de su maestra: todo parece seguir ahí: “Yo creo que nos encontramos porque nos estábamos buscando mutuamente. Fue un gran amor a primera vista.”
El burlesque, para ella, fue una forma de descubrirse sin traducción ni permiso. La posibilidad de ser —como dice— “su propia directora”. De crear una obra con el cuerpo, con la biografía, con la imperfección. “No había algo, no tenía que modificar nada. Así como estaba, estaba perfecto. Mi cuerpo estaba bien, mis capacidades estaban bien. Era simplemente ordenar ideas, madurarlas, estudiarlas bien y llevarlas a la escena”.
Libertad extrema para la generación silver
Hoy, desde su rol de docente, observa algo que se repite: la mayoría de quienes se animan al burlesque son mujeres. Mujeres que llegan con preguntas, con ganas de desarmar el mandato del cuerpo que se muestra y no se habita. “Casi el cien por ciento son mujeres —dice—, son las que se preguntan cosas y las que se ponen en juego para modificarlas”. Entre ellas, cada vez más, hay mujeres de la llamada generación silver. “Cuando empiezan a descubrir que están en un momento de su vida en donde ya todo les interesa muy poco con respecto a lo que la sociedad les exigía, empiezan a encontrarse en una libertad extrema”.

En el salón, las luces son tibias. Una hilera de mujeres acomoda sus cuerpos frente al espejo. Hay corsets, medias de red y, sobre todo, una mezcla de nervios y libertad. Yanina camina entre ellas con la seguridad de quien ya atravesó ese mismo temblor. “Las mujeres que ya pasaron su juventud tienen un desparpajo distinto —dice—. Yo creo que el burlesque se ve mejor y se interpreta mejor en edad adulta”.
Recuerda a su primera maestra, en Italia, y repite sus palabras como un mantra: “No veo la hora de madurar para ser una muy buena artista burlesque”. Hoy entiende esa espera. En cada clase, observa cómo la madurez enciende algo que no tiene que ver con la técnica, sino con la historia que cada cuerpo carga.

Las risas se mezclan con la música y los cuerpos se mueven con la seguridad que da la repetición. Adriana, de 52 años, se detiene y dice: “El burlesque me permitió sentirme más segura, aceptarme tal cual soy y entender que la sensualidad no depende de un cuerpo, sino de una actitud”. Lo dice con la naturalidad de quien descubre algo que siempre estuvo dentro. Señala la guía de Yanina: “Yani nos hace resaltar lo que cada una es, descubrir nuestras fortalezas y trabajarlas para que brillemos. Y al mismo tiempo, nos enseña que lo importante no es solo brillar, sino ayudar a que otros brillen.”
En cada mujer hay una historia
“Ver a alguien en el proceso de sacar afuera lo que tiene para decir, sin límites, es maravilloso”, dice. No hay corrección, hay acompañamiento. Giovannetti toma nota mental de cada gesto, de cada duda. “Me tomo el tiempo de entender la historia de cada mujer, de saber desde dónde puedo acompañarlas. No se trata solo de enseñar, sino de sostener lo que traen y valorar lo que muestran”.

Para ella, el burlesque es también un acto político. “Pone directamente el cuerpo en escena, en una sociedad que intenta todo el tiempo disciplinarnos, mantenernos iguales, calladas, vestidas del mismo modo”, afirma. Su voz se eleva entre el murmullo de risas y el roce de las plumas. “El burlesque viene a romper con eso. Nos propone investigarnos, preguntarnos: ¿Cuál es mi sensualidad? ¿Cómo quiero comunicarla?”.
Graciela Karina, de 56, acompaña con gestos su relato. “El burlesque cambió mi autoestima, me dio seguridad y pisada firme para mostrar algo de mí que permanecía escondido”, dice. Habla de alegría, vitalidad y de un espacio que no solo enseña danza, sino que construye contención: “Encontramos un lugar de descubrimiento, autoconocimiento, reflexión y cuidado. El burlesque cambió mi vida en un antes y un después, sin dudarlo”.
Las mujeres adultas, dice Yanina, se apropian de ese descubrimiento. En ese gesto, en esa coreografía íntima, hay una forma de resistencia: “Van a buscar romper con todo lo que vivieron por tanto tiempo y se dan cuenta de que hay una posibilidad de hablar, de contar, de disfrutar del cuerpo de otra manera”.
El cuerpo como escenario
El cuerpo como regreso. El cuerpo como reconciliación. “No hay muchas disciplinas que te inviten a ser parte sin tener que modificar algo. Eso es lo que creo”, dice Yanina.

Es que burlesque no empieza en la piel sino en la decisión. “Te atrapa inicialmente por alguna necesidad de ser protagonista. Si yo llego al burlesque, es porque tengo que saber que quiero ser protagonista, que me voy a hacer cargo de mi cuerpo, de mis pensamientos, de mis emociones y que con eso voy a hacer algo”. Ese acto de asumir el cuerpo —de habitarlo, más que de mostrarlo— transforma la mirada sobre una misma. “Hace que empiece a tener una muy buena relación con mi imagen, independientemente de la edad”, agrega.
Carolina, otra de las alumnas, describe cómo su relación con el cuerpo se transformó desde la primera clase. “Al principio me criticaba de forma muy dura, pero clase tras clase empecé a abrirme amorosamente a la aceptación de mi singularidad y a la potencia de sensualidad que hay en mí”.
Para ella, el burlesque es “el arte inclusivo por antonomasia, diverso y rebelde”, un espacio donde no se busca unificar cuerpos ni estandarizar movimientos. “Es una experiencia hermosa para regalarse a una misma, seas artista o quieras mejorar la relación con vos misma, con tus deseos y con lidiar con los prejuicios y las miradas ajenas. Es un espacio cuidado y amoroso que todos los seres sensibles necesitamos”.

Una música suave marca el ritmo de los pasos. Las alumnas intentan seguir el compás con los hombros, con las caderas, con el mentón. “Hay que estudiar la música en todos sus detalles. Cada nota puede ser una posibilidad de expresión”, argumenta Yanina. La postura, entonces, deja de ser una cuestión de técnica: “Esto de abrirse, de subir el mentón, de hacerme cargo de que quiero ser vista, te da otra postura”.
Pero lo que sostiene a muchas no es solo la danza, sino la comunidad. El grupo que se forma entre plumas, risas y confesiones. “El sociabilizar, el tener una comunidad que te empuje, es muy importante”. Su método parte de ahí: integrar lo emocional y lo físico, permitir que la técnica y la vulnerabilidad se encuentren: “Había una parte emocional que no se desarrollaba, y yo la llevé a toda Latinoamérica: conectarnos con nosotros mismos, reconocer el cuerpo físico y nuestros pensamientos.”
Antes de entender el burlesque, hay que entenderse. “Cuando vos llegues al burlesque, primero tenés que hacer un proceso personal, empezar a entender qué te pasa con tu imagen”, dice la profesora. Por eso, cada performance nace de una inspiración distinta. “Cada número me lo inspira una mujer diferente. Algunos son delicados, otros más frescos, otros más picantes. Hay cosas que vienen de mis amigas, de mujeres adultas, hasta de mi bisabuela”.
Cuando se le pregunta qué les diría a las mujeres que dudan, no duda: “Las invitaría a tomar una clase. El burlesque las va a llevar a ese lugar que todas tienen: el de ser protagonistas de su propio show y sacar afuera esa sensualidad que siempre estuvo ahí”. Hace una pausa, mira el espejo: “No es obligación hacer un show, pero transitarlo ayuda a conectar con el cuerpo y con la sensualidad en cada edad.”
Fotos: Gentileza de Guille Prat y Julieta Gabriel
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