La vida de Nacha Guevara ha estado marcada por el exilio, los desafíos y una búsqueda constante de libertad. En una nueva entrega de “De esto aprendí”, reflexiona sobre su trayectoria artística y su vida.
La artista ha transitado una existencia atravesada por la resiliencia, la influencia de figuras clave y el impulso vital de su familia. Su historia, signada por la adversidad y la superación, ofrece un testimonio sobre cómo enfrentar los embates de la vida sin perder la esencia ni la autonomía.

El exilio y la resiliencia han sido constantes en la biografía de Nacha Guevara. La artista vivió dos exilios forzados: el primero, motivado por amenazas de la Alianza Anticomunista Argentina, y el segundo, tras un atentado durante el estreno de “Las Mil y Una Nachas”, que dejó víctimas fatales y heridos.
Ante el peligro, Guevara y su familia partieron hacia México en apenas 48 horas, iniciando una etapa de mudanzas frecuentes, cambios de idioma y adaptación a nuevas culturas. “He contado que en mi vida me he mudado unas cuarenta y cinco veces”, relató, subrayando el impacto de esa inestabilidad.

A pesar de la dureza de la experiencia, Guevara reconoce que el exilio fue el periodo de mayor aprendizaje de su vida, tanto en lo personal como en lo artístico. La solidaridad de personas como la actriz española Núria Espert, quien la recibió en México y le brindó apoyo fundamental, resultó decisiva para sobrellevar la adversidad.
“Siempre aparece algún ángel en el momento en que creés que ya no tenés salida por ningún lado”, reflexionó sobre la importancia de las redes de ayuda en contextos de desarraigo.
En el núcleo de su formación y carácter, la figura de su abuela emerge como un ejemplo de independencia y rebeldía. Guevara describe a su abuela como una mujer atípica para su época: se puso de novia a los setenta y tres años, usaba tacones altos, se maquillaba y desafiaba abiertamente las convenciones sociales: “La enseñanza de ella es que le importaba un carajo la opinión ajena”.
Guevara, destaca cómo ese modelo de libertad y autenticidad influyó en su propia visión de la vida y del envejecimiento. La abuela, con su actitud desafiante y su capacidad para hacer lo que deseaba sin temor al ridículo, se convirtió en la primera referencia de Guevara sobre cómo transitar el paso del tiempo con autonomía y sin someterse a los mandatos sociales.
Otra figura fundamental en la infancia de Guevara fue Fausto Vega, un obrero de la construcción y naturista, a quien describe como un sabio y guía espiritual. Vega, vegetariano y predicador de una vida sana, solía ser objeto de burlas en la familia, pero encontró en la pequeña Nacha una oyente atenta. “Él era un sabio. Cuando nos vinimos, nunca más supe de él, pero esa conexión fue muy profunda”, recordó.
Vega curaba sus heridas con remedios naturales y le transmitió enseñanzas que perduraron a lo largo de los años. Incluso en la distancia y el tiempo, Guevara sintió la fuerza de ese vínculo, al punto de experimentar una conexión inexplicable el día de su fallecimiento. La huella de Vega se mantuvo como un recordatorio de la importancia de la sabiduría cotidiana y la conexión espiritual.

La libertad ha sido el eje vital que ha guiado las decisiones y el carácter de Nacha Guevara. Desde su infancia, marcada por episodios de rebeldía frente a la autoridad materna, hasta su adultez, la artista ha defendido la autonomía como valor supremo. “Lo que yo quiero y quise siempre es ser libre. Hoy la palabra está muy malgastada, pero yo sé lo que es la libertad. Aunque no la obtenga todo el tiempo, la libertad es la última frontera de lo humano. Es el bien más preciado. Y eso siempre me ha guiado”, expresó.
Para Guevara, la libertad no implica ausencia de dificultades, sino la capacidad de mantenerse fiel a uno mismo incluso en circunstancias adversas. Su carrera, su vida personal y sus elecciones han estado atravesadas por esa búsqueda constante de autenticidad y autodeterminación.
En los momentos más difíciles, los hijos de Nacha Guevara se convirtieron en el motor que la impulsó a seguir adelante. Madre de tres hijos de diferentes padres, Guevara enfrentó la crianza en contextos de exilio, mudanzas y precariedad. “El motor de todo eso fueron ellos. No fui yo. Siempre les digo que con esas manitos chiquitas me empujaron a otro lugar mío que yo no conocía”, confesó. La responsabilidad de proteger y sacar adelante a sus hijos le otorgó una fuerza inesperada, permitiéndole superar el agotamiento y la desesperanza.
Aunque reconoce que no fue la madre ideal y que las prioridades de la época le impidieron dedicarles todo el tiempo deseado, Guevara valora haberles transmitido honestidad, trabajo y, sobre todo, la capacidad de ser libres. Considera que la independencia de sus hijos y su éxito como adultos son reflejo de una crianza basada en el amor y la libertad, más allá de las dificultades.
A lo largo de su vida, Nacha Guevara ha aprendido que uno de los desafíos más complejos consiste en desprenderse de las creencias y mandatos heredados para descubrir la propia verdad. Solo al cuestionar lo aprendido y soltar lo que no pertenece a la propia esencia es posible alcanzar la autenticidad y vivir plenamente en el presente.
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