9 pasos para vivir bien una vejez en soledad

Quedarse solo después de una vida en familia no debe ser una condena. Puede ser una oportunidad para renovarse y reencontrarse consigo mismo

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De repente todos partieron por
De repente todos partieron por distintos motivos y la persona queda sola. Como convertirlo en una oportunidad

¿Qué pasa cuando uno se queda solo después de una vida en pareja, con hijos, quizás nietos, que de repente partieron por distintas circunstancias? Quizás la pareja falleció, después de una larga convivencia. Los hijos crecieron, formaron sus propias familias. Uno se quedó con una casa grande, muchas fotografías y una rutina vacía. Mucho silencio, y el anhelo de que alguna voz conocida rompa la calma que quizás antes deseábamos.

Estar solo no tiene que ser una condena. Puede ser una oportunidad, un espacio para reconstruirse, para conocerse de nuevo, para reconectar con la vida de un modo distinto, más pausado, más consciente.

¿Correr a intentar llenar ese vacío con una compañía cualquiera? ¿Buscar desesperadamente llenar la vida de actividades sin ton ni son? ¿Por qué no aprovechar esta circunstancia para colmar nuestra vida de un nuevo sentido? Un video del canal Fortaleza Interior propone los siguientes pasos para vivir una soledad plena, creativa, enriquecedora.

Uno: Crear una rutina que sirva para sostenerse, no para quedar prisionero de esta

Cuando uno envejece y se queda solo, los días pueden parecer eternos. La estructura que antes daban el trabajo, la familia o la compañía ya no está. Al principio, esa libertad parece un alivio. Pero pronto, sin una rutina clara, el tiempo se vuelve pesado, desordenado, hasta abrumador. Uno se despierta sin saber qué hacer primero. Se come a deshora y las horas se llenan de televisión o de pensamientos tristes que se repiten. Por eso, una de las primeras cosas que uno debe hacer cuando envejece y está solo es construir una rutina diaria que sostenga emocional y mentalmente. Sin embargo, no se trata de llenar cada hora con tareas mecánicas ni de seguir horarios rígidos que agoten y no ayuden. Una buena rutina no es una prisión, sino una red que a uno lo guía con amabilidad a lo largo del día.

Al principio, el no tener
Al principio, el no tener obligaciones puede causar alivio pero a la larga la falta de rutina hace que el tiempo se vuelva pesado, desordenado, abrumador

Despertarse a una hora razonable, hacer la cama, abrir las ventanas. Preparar un buen desayuno nutritivo. Y luego dedicarse a una actividad para uno mismo: puede ser leer, escribir, meditar, caminar o simplemente observar el cielo. El poder de una rutina bien pensada es que nos devuelve el control. Nos recuerda que aún podemos decidir, que nuestro día no está vacío, sino lleno de pequeñas selecciones que nos mantienen presente.

Establecer un momento para hacer algo que a uno le dé alegría. Escuchar música, regar las plantas, salir a tomar un café o un té. Darle sentido a la vida, darse razones para seguir levantándose. Nadie va a organizar la vida por uno. Si construimos una rutina con sentido, esa rutina se convertirá en una compañía.

No debemos subestimar el poder de lo repetido. Lo que uno hace todos los días termina moldeando cómo uno se va a sentir consigo mismo. Una buena rutina no es aburrida. Es una forma de cuidar la mente, el cuerpo y la dignidad.

Dos: Hablar consigo mismo, en voz alta si hace falta

Cuando uno vive solo, hay días en los que uno puede pasar horas sin intercambiar una sola palabra con otro ser humano. Al principio, puede parecer inofensivo, pero con el tiempo, ese silencio puede convertirse en un abismo. Hablar consigo mismo no solo no es locura, es una necesidad emocional profundamente humana. No importa que no haya nadie más en la habitación. Nuestra propia voz, aunque sea solitaria, sigue siendo un ancla.

Se puede empezar con cosas simples: comentar en voz alta lo que uno va a cocinar, felicitarse cuando uno termina una tarea, preguntarte cómo se siente realmente después de una caminata. Parece un juego, pero no lo es. Muchas veces, hablar consigo mismo es también la mejor manera de ordenar las emociones. A falta de un amigo o pareja con quien desahogarse, uno mismo puede ser ese confidente que necesitamos. “Hoy me siento más solo que ayer, pero también más tranquilo” o “Estoy molesto y no sé por qué”. Esa honestidad es terapéutica. Ayuda a no tragar emociones, a no quedarnos en silencio frente a lo que duele o confunde.

A falta de un amigo
A falta de un amigo o pareja con quien desahogarse, uno mismo puede ser ese confidente que necesitamos (Canva)

Hablar consigo mismo en voz alta, en soledad, es una forma de hacer que el hogar no esté completamente en silencio. Es una manera de llenar los espacios vacíos con palabras de afecto, de ánimo, de comprensión. Al envejecer y quedarse solo, no hay que callar nuestra voz interior. En ella hay sabiduría, hay humor, hay verdad.

Tres: Mantener el cuerpo en movimiento.

Una de las cosas más peligrosas de la soledad en la vejez no es solo el aislamiento emocional, sino la quietud física. Sin nadie que a uno lo motive, sin compromisos ni actividades compartidas, es fácil caer en la tentación de quedarse sentado todo el día frente al televisor. Y así, sin que uno se dé cuenta, el cuerpo empieza a apagarse poco a poco. Uno deja de caminar, de moverse, de salir. Y viene el dolor. Uno se siente más viejo de lo que es.

Al principio, uno puede caminar dos cuadras hasta la panadería. Después tres, luego cinco. No hay que hacerlo como ejercicio formal. Se puede seguir con algún ejercicio suave.

En poco tiempo, el cuerpo comenzará a responder. Se duerme mejor. No es magia. Es constancia. Hay que convencerse, sobre todo, de que el cuerpo no necesita rendir como antes. Solo necesita no rendirse por completo. Moverse en la vejez no es una cuestión de estética. Es supervivencia. Es autonomía. Es salud emocional también. Cuando se mueve el cuerpo, también se mueve la tristeza, la ansiedad, el letargo. Uno se reactiva por dentro y por fuera. No se necesita ir a un gimnasio ni correr una maratón. Basta con no abandonarse, con no quedarse inmóvil esperando que los días pasen. El movimiento es vida.

El movimiento es esencial para
El movimiento es esencial para la supervivencia pero no hace falta que el cuerpo rinda como antes (Imagen Ilustrativa Infobae)

Cuatro: Recuperar una pasión antigua o encontrar una nueva

Dentro de cada uno de nosotros, sigue existiendo algo que una vez nos hacía vibrar. Algo que olvidamos por años mientras cumplíamos con los deberes. Ese algo se llama pasión. Quizás era tocar un instrumento o escribir poemas en cuadernos escondidos. Tal vez tejer, cocinar sin receta, hacer teatro en el centro cultural del barrio o coleccionar postales. Las pasiones no siempre se ven como grandes talentos. Son quizás pequeñas cosas que a uno le daban placer.

A veces no se trata de recobrar una pasión antigua. A veces podemos descubrir una nueva. ¿Algo nos despierta curiosidad? ¿Aprender fotografía, escribir, aprender italiano, cuidar un bonsái? Hagámoslo. No necesitamos ser el mejor. Solo disfrutarlo. Las pasiones son medicina. No depende de horarios, ni de otros, ni del clima. Solo de uno. No nos resignemos a mirar televisión y contar los días. La edad no mata el deseo, lo adormece. Pero si lo despertamos, nos sorprenderemos de todo lo que aún podemos sentir. A veces, en medio de la soledad, una simple pasión basta para que la vida vuelva a tener sentido.

Cinco: Conectar con otros, aunque sea de forma diferente

Una de las verdades más duras de envejecer solo es darse cuenta de que el mundo ya no gira a nuestro alrededor. Éramos el centro de una familia, de un trabajo, de una comunidad. Ahora, muchas veces, uno se siente como una nota al pie de página en la vida de los demás. Y eso duele. Parece que todos están ocupados menos nosotros.

La tecnología permite mantener el
La tecnología permite mantener el contacto con otros (Imagen Ilustrativa Infobae)

Sin embargo, la conexión todavía es posible, aunque no se vea como antes. El error es esperar que las relaciones lleguen solas, como antes sucedía en el trabajo o en casa. Ahora tenemos que salir a buscarlas, aunque sea con pasos pequeños y no necesariamente en grandes grupos. A veces se trata de una conversación con el cajero del supermercado, con la vecina del quinto piso o con un niño en el parque: esto es suficiente para que el corazón se desperece. La conexión humana no siempre necesita profundidad inmediata. A veces basta con presencia, con una mirada, con un gesto amable.

Quizás debemos reaprender a socializar. No esperar a que nos inviten. Ser nosotros los que llamamos, los que proponemos un café. Hay mucha más gente sola de la que imaginamos, esperando que alguien dé el primer paso. Cuando lo hacemos, descubrimos que no estábamos tan solos como pensábamos. También podemos usar la tecnología.

Aunque no hayamos sido amantes de los teléfonos inteligentes o las video llamadas. No hay edad para aprender nuevas formas de comunicarse. Nuestro mundo no tiene por qué reducirse. También podemos reconectar con el pasado. Llamar a ese amigo con el que hemos perdido contacto. Escribir una carta a alguien de nuestra familia. Perdonar a quien podamos perdonar. A veces una simple conversación pendiente puede sanar una herida antigua.

Seis: Cuidar nuestro entorno, porque es un reflejo de nuestro interior

La casa se transforma en un espejo de nuestro estado emocional. Hay quienes mantienen su hogar limpio y en orden, y eso los ayuda a mantenerse enfocados, tranquilos, incluso optimistas. Pero también hay quienes, sin notarlo, empiezan a dejar que el desorden se acumule. Ese abandono del entorno termina reflejando un abandono interior.

Podemos comenzar por lo pequeño. Lavar los platos al terminar de comer, barrer cada mañana, ordenar los cajones. Luego seguir con gestos más significativos. Donar ropa y objetos que ya no usamos. Cambiar los muebles de lugar para renovar la energía del espacio.

Es esencial mantener una actividad
Es esencial mantener una actividad gratificante o buscarse una nueva (Getty Images)

Si logramos convertir el espacio que nos rodea en un lugar cálido, digno y vivo, cada vez que crucemos la puerta sentiremos que hemos vuelto a nosotros mismos. No subestimemos el poder de un entorno cuidado. A veces, empezar por fuera es la forma más efectiva de sanar por dentro.

Siete: Ser radicalmente amables con nosotros mismos

El silencio nos enfrenta con nuestra historia, con nuestros errores, con nuestras decisiones. Y es ahí donde muchas personas se castigan sin compasión, repitiéndose todo lo que hicieron mal, lo que no dijeron a tiempo, lo que no fueron capaces de sostener. Esa actitud solo profundiza el dolor. Por eso, una de las cosas más importantes que podemos hacer por nosotros mismos es tratarnos con amabilidad extrema. No significa engañarnos ni inventarnos una vida perfecta. Significa aceptar nuestra historia con ternura.

Todos cometimos errores, todos decepcionamos a alguien, todos tomamos decisiones de las que ahora dudaríamos. Pero ¿cuánto tiempo más vamos a seguir reprochándonos lo que ya no podemos cambiar? ¿O castigarnos por lo que hicimos o no hicimos hace treinta años?

Podemos comenzar por felicitarnos en voz alta por las pequeñas cosas, por cocinarnos algo rico, por salir a caminar aunque no tuviéramos ganas, por ordenar los papeles. Reconstruir la dignidad interna. Ser radicalmente amable consigo mismo es un acto de justicia emocional. No se trata de volverse egoísta ni de creerse perfecto. Se trata de reconocer que hemos sobrevivido, que seguimos luchando, que aún tenemos amor dentro, que estamos vivos, que seguimos aquí a pesar de todo y que merecemos descanso, comprensión y cariño.

No reprocharse continuamente los errores
No reprocharse continuamente los errores del pasado y ser más auto indulgente: otra calve para convivir bien con uno mismo (Imagen Ilustrativa Infobae)

Ocho: Hacer algo que trascienda, por pequeño que sea

Uno de los pensamientos más recurrentes cuando envejecemos y nos quedamos solos es este: “¿Importa todavía que yo esté aquí?” Ya no tenemos un rol social tan visible, ya no somos el que provee, ni el que organiza, ni el que todos consultan. El silencio de los días puede hacernos creer que nos hemos vuelto invisibles. Pero esa es solo una ilusión, porque incluso en la soledad, incluso sin público ni aplausos, podemos seguir teniendo un impacto, a veces más grande del que imaginamos. Trascender no siempre significa hacer algo grandioso. No es necesario escribir un libro, fundar una organización o aparecer en los diarios.

Trascender es plantar un árbol en el jardín, es escribir una carta a alguien que nunca esperó leerla, es contar tu historia para que no se pierda, es enseñar lo que sabemos a alguien más joven, aunque sea una sola cosa, porque cada pequeño acto que dejamos en el mundo puede tener un eco silencioso y duradero.

Nuestra vida, con sus aciertos y errores, también puede servir de guía, de compañía o de consuelo para otra persona. La soledad nos da tiempo. Si no sabemos por dónde empezar, preguntémonos: ¿qué nos hubiese gustado que alguien nos dijera o nos diera cuando éramos más jóvenes? Eso que nos faltó, ahora podemos dárselo nosotros a otro. Tal vez no podamos cambiar el mundo, pero podemos iluminar un rincón de él. Eso basta.

Nueve: Dejar de esperar que alguien venga a salvarnos

En la soledad, es fácil caer en la trampa de la espera. Esperar que los hijos se den cuenta de cuánto los necesitamos. Esperar que alguien toque a nuestra puerta y nos diga: “Estoy aquí para acompañarte”. Pero esa espera, muchas veces, solo prolonga el sufrimiento, porque en la mayoría de los casos, nadie vendrá a salvarnos. No porque no nos quieran, sino porque están atrapados en sus propias vidas, sus propios ritmos, sus propios problemas. Cuanto antes lo aceptemos, más pronto podremos tomar las riendas de nuestra propia existencia. Este punto puede doler, pero también puede ser profundamente liberador. Cuando dejamos de esperar, empezamos a actuar. “¿Qué puedo hacer hoy por mí?”. Esa pregunta, aunque sencilla, tiene el poder de devolvernos el control que cedimos al quedarnos esperando. Si alguien llama, qué bendición. Si alguien nos visita, qué alegría. Desde ese nuevo lugar, cualquier cosa que llegue desde afuera ya no es necesidad, sino regalo. Y eso cambia todo.

Es uno el que debe
Es uno el que debe dar el paso hacia el encuentro con los demás (Unicef)

En conclusión, envejecer y quedarse solo no es una tragedia inevitable, es una encrucijada. Puede ser el inicio de un declive lento y silencioso, o el momento en que, por fin, empecemos a vivir para nosotros mismos. La soledad en la vejez duele, sí, pero también revela. Nos quita las máscaras, nos deja desnudos frente a lo esencial. ¿Quién soy sin los demás? ¿Qué quiero realmente? ¿Qué me queda por darme a mí mismo?

No busquemos escapar de esa realidad. Pasemos por ella con ojos abiertos y corazón despierto. Usemos esa soledad como herramienta, no como castigo. Si elegimos cuidarnos, hablarnos con respeto, crear belleza a nuestro alrededor y dejar algo que trascienda, entonces no estaremos simplemente sobreviviendo, estaremos viviendo.