Cómo una mujer documentó las orillas olvidadas de Rosario y su mirada se renueva 80 años después

La nueva edición de ‘Las colinas del hambre’ de Rosa Wernicke, con ilustraciones de Julio Vanzo, se presentó en la Feria del Libro de Rosario. La obra rescata la mirada de la escritora sobre los barrios marginados. El trasfondo de una colaboración que desafió los límites de la época y hoy regresa

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'Las colinas del hambre vuelve
'Las colinas del hambre vuelve a la ciudad': La novela, publicada en 1943, se reedita con ilustraciones originales.

Rosario, 1943. Una mujer escribe. Su máquina, su cuaderno y una ventana abierta al barrio Mataderos —hoy Villa Manuelita o Tablada—. Frente a ella, las montañas de basura del vaciadero municipal. A su lado, un hombre con una cámara escondida. Él dispara; ella anota. Juntos documentan un paisaje que el progreso había decidido olvidar. Así nació Las colinas del hambre, la novela con la que Rosa Wernicke retrató la pobreza en una ciudad que prefería no mirarla.

Ochenta años después, esa mirada vuelve. La nueva edición del libro, publicada por las editoriales rosarinas Serapis y EMR, mantiene las ilustraciones originales de Julio Vanzo y suma un prólogo de la profesora Analía Capdevila. La presentación se realizó en la Feria del Libro de Rosario y fue, más que una charla, una puesta en escena de las orillas: las de la ciudad, las del arte, las de la literatura escrita por mujeres.

Soy una mujer más que escribe en lugar de tejer medias. Será menos útil, pero es más divertido”, había dicho Wernicke en una entrevista en 1941. La frase resuena todavía, como una declaración de intenciones. En una época donde el oficio literario parecía reservado a los hombres, ella se dedicó a escribir sobre los descartados. No sobre los salones, sino sobre los baldíos; no sobre la élite, sino sobre quienes vivían de los restos del progreso.

Los dibujos de Vanzo y
Los dibujos de Vanzo y la escritura de Wernicke crean una obra conjunta que refleja la ciudad.

Durante la presentación, Analía Capdevila propuso leer la novela “como una denuncia y un alegato”. Y explicó: “Denuncia, porque hace visible una realidad social urbana que estaba oculta o negada; y alegato, porque reclama a los responsables de esa situación: las clases gobernantes y los que más tienen”. En su análisis, Las colinas del hambre representa “una manifestación tardía del realismo social de Boedo, pero escrita desde otro lugar, desde una mujer que habita el límite entre la literatura y la vida”.

La historia del artista y la escritora: la Rosario de ayer y hoy

Julio Vanzo fue un destacado artista plástico argentino, reconocido por su obra en pintura, grabado y dibujo. A lo largo de su carrera desarrolló un lenguaje visual propio, marcado por la sensibilidad hacia la ciudad de Rosario y su vida cultural. Su trayectoria lo posicionó como una figura central en el arte, integrando movimientos modernos y participando activamente en la escena artística de la ciudad.

La Casa Vanzo Wernicke como
La Casa Vanzo Wernicke como legado: El espacio conserva la memoria de ambos y conecta su obra con la escena artística contemporánea.

Desde 1934, Vanzo compartió su vida con Rosa Wernicke, escritora, poeta y periodista. Su relación, que se mantuvo hasta la muerte de Wernicke en 1971, fue también un vínculo creativo y personal profundo. La pareja vivió en una casa-atelier que se convirtió en un punto de encuentro para artistas de la época, como Lucio Fontana, Erminio Blotta y Gustavo Cochet.

El proceso de producción del libro

Wernicke y Vanzo se instalaron durante meses en el barrio para registrar de cerca aquello que querían narrar. “Rosa y Julio se fueron a vivir a la villa para poder interiorizarse bien”, contó la editora Julia Sabenas. “Ella necesitaba escribir desde adentro y él, dibujar desde lo que veía”. El resultado fue una obra en la que palabra e imagen se confunden: 36 ilustraciones acompañan la trama como si fueran capítulos paralelos de una misma historia.

Una mirada al sur olvidado
Una mirada al sur olvidado de Rosario: Rosa Wernicke documentó la pobreza en los baldíos de Mataderos mientras Julio Vanzo la ilustraba.

Capdevila destacó el carácter exhaustivo del trabajo de campo: “La novela mapea la ciudad con precisión. Los nombres de las calles, los comercios, los recorridos. Todo tiene un correlato real. Hay un travelling inicial del ciruja que camina por avenida Belgrano hasta llegar al vaciadero, y ese trayecto puede seguirse en un mapa de Rosario”.

Pero más allá del documento, lo que vuelve inolvidable a Las colinas del hambre es la humanidad con la que Wernicke aborda la miseria. “En la novela hay algo del orden de lo folletinesco —dijo Capdevila—. Hay víctimas y victimarios, hay culpa y redención, pero también hay una conciencia moral muy fuerte: la de quienes saben que viven en una sociedad dividida en clases”.

El relato transcurre en un solo día, el de la llegada de la primavera, y expone sin rodeos la desigualdad. “Ella está escribiendo antes de la irrupción del peronismo —recordó Capdevila—. Es una novela preperonista, que anticipa el debate sobre la exclusión y el trabajo indigno. La exclusión fue la cuestión social del siglo XX, y esa novela la instala como tema cuando todavía no se hablaba de villas miserias”.

Rosario, un hervidero artístico y
Rosario, un hervidero artístico y político: La novela se inscribe en un contexto de vanguardia que cruzaba arte y conciencia social.

La exhaustividad del texto sorprende: cuánto gana cada recolector, cómo se reparte el trabajo, qué cuesta la comida. “La novela registra hasta cuestiones presupuestarias”, subrayó Capdevila. “Eso la vuelve una obra pionera, casi documental”.

A la par de esa minuciosidad, emerge una sensibilidad que hoy podríamos llamar de género. Wernicke mira el mundo desde las mujeres y los niños del vaciadero: los cuerpos que cocinan, lavan, crían, callan. Sabina Florio, una de las invitadas a la presentación, lo señaló: “En el libro hay dos preocupaciones constantes: mujeres y niños. Ella instala una agenda que todavía nos interpela: la ausencia del Estado, el trabajo invisibilizado y la falta de derechos”.

Florio también subrayó el carácter artístico del proyecto. “No podemos pensar a Vanzo solo como ilustrador, sino como cocreador. Hay que entender esta obra como una sociedad artística. La escritura de Rosa y los dibujos de Julio son parte de una misma mirada crítica sobre la ciudad. Ambos trabajaron con la idea de que el arte debía dar cuenta de las condiciones materiales de existencia”.

En los años treinta, Rosario era un hervidero artístico. El paso de David Alfaro Siqueiros por la ciudad, la Mutualidad Popular de Estudiantes Artistas Plásticos impulsada por Antonio Berni y la creación del Museo Castagnino formaban un entramado donde el arte y la política se cruzaban con fuerza. “En esa escena —explicó Florio—, Las colinas del hambre funciona como un proyecto de vanguardia. Plantea otros modos de ver, otros modos de actuar. Nos muestra una ciudad partida entre un norte opulento y un sur marginado”.

La Feria del Libro se
La Feria del Libro se convirtió en escenario para recuperar la voz de quienes vivían al margen del progreso.

Las palabras de Florio condensaron el sentido de la reedición: “Rosa está diciendo que vivimos en sociedades divididas en clases. Que hay quienes acceden al mundo confortable de la modernización y quienes sobreviven de los restos. Su novela y las imágenes de Vanzo nos obligan a ver lo que preferimos no mirar”.

El rescate del libro no es solo una recuperación editorial: es una restitución simbólica. Una mujer escribió sobre la miseria cuando nadie quería verla. Su mirada regresa en un tiempo en que las desigualdades persisten y las orillas vuelven a ser frontera. Rosa Wernicke murió en Rosario en 1971, pero su voz —esa que eligió la literatura antes que el silencio— sigue señalando el mismo sur.

La Casa Vanzo Wernicke y su legado en Rosario

Un espacio para la experimentación
Un espacio para la experimentación y la reflexión: El centro público funciona como residencia de artistas y promueve prácticas colaborativas en las artes visuales.

El espacio que habitó Vanzo junto a Wernicke se transformó en la Casa Vanzo Wernicke, un centro público dedicado a la investigación y experimentación artística. La institución funciona como laboratorio creativo y residencia para artistas, promueve la práctica colaborativa y la reflexión crítica en las artes visuales. La casa conserva la memoria de ambos, recuperando la sensibilidad y la modernidad de Vanzo y Wernicke, y conectando su legado con la escena contemporánea de Rosario.