
Tras casi un mes de las inundaciones que devastaron Kerr County y otras regiones del centro de Texas el 4 de julio, los sobrevivientes continúan exigiendo respuestas y asistencia ante la inacción de las autoridades.
Mientras los legisladores estatales atendieron una audiencia pública en Kerrville, residentes y líderes comunitarios denuncian la ausencia de apoyo y la falta de información sobre los planes de reconstrucción.
Mike Richards, de 67 años, fue uno de los primeros voluntarios en regresar a la ribera del Río Guadalupe tras el paso de las aguas. Esperaba encontrar sobrevivientes, pero en cambio halló cuerpos, diez en total, entre ellos un hombre que habría fallecido desangrado mientras esperaba auxilio.
La escena no ha cambiado mucho desde entonces: “no ha llegado ni un centavo de mis impuestos a través de esta puerta”, reclamó Richards mientras observaba los restos y escombros en su terreno. “No entiendo por qué”.

El malestar de Richards es compartido por muchos otros residentes que confrontaron a los miembros del comité legislativo estatal este jueves 31 de julio, durante la primera visita oficial de las autoridades a la zona desde que ocurrieron los hechos.
Kerr County registró la mayor parte de las víctimas fatales, con al menos 100 muertos de los 136 reportados en todo el Texas Hill Country, incluyendo al menos 27 consejeros y campistas del Camp Mystic.
Una respuesta insuficiente
Desde el inicio de la tragedia, los funcionarios locales han enfrentado críticas por la debilidad de la respuesta gubernamental y la falta de sistemas de alerta a lo largo del río. Tampoco han podido explicar por qué no se obtuvo financiamiento para instalar un sistema de advertencia de inundaciones.
Las críticas, sin embargo, van en todas direcciones. El gobernador Greg Abbott desestimó la búsqueda de culpables, calificando como “perdedores” a quienes insisten en ello.

El propio W. Nim Kidd, jefe de la División de Manejo de Emergencias de Texas, en un primer momento pareció atribuir la responsabilidad al Servicio Nacional de Meteorología, alegando que los pronósticos iniciales no advirtieron la magnitud del desastre. Esa declaración provocó una reacción oficial del gobierno federal antes de que Kidd redirigiera los señalamientos contra los funcionarios locales.
La ayuda se agota
La preocupación crece entre quienes sienten que la ayuda ya se ha agotado. Con el paso de las semanas, la oleada de voluntarios nacionales e internacionales se ha retirado.
Las autoridades locales y estatales han dejado de ofrecer reportes periódicos y zonas como la localidad de Hunt permanecen cerradas a la prensa y los visitantes. Los planes concretos para la reconstrucción siguen siendo un misterio para la comunidad.
“Entiendo que la gente tenga que volver a sus vidas, pero no puedes evitar sentirte abandonado”, expresó Richards. En el mismo sentido se manifiestan habitantes como Abby Walston, responsable de un programa juvenil en la Trinity Church de Center Point.

Para ella, lo primordial es la colaboración vecinal: “puedes jugar el juego de las culpas todo el día, pero al final fue una situación horrible... Ahora toca unirse y reconstruir“. Esta semana, Walston está coordinando el reparto de suministros esenciales, como pañales y fórmula, para madres jóvenes damnificadas. “Muchos no saben que la ayuda sigue disponible”, lamentó.
Buena parte del foco mediático se ha concentrado en Kerrville y Hunt, pero otras comunidades siguen padeciendo las consecuencias sin atención ni recursos suficientes. Walston identifica barrios donde los damnificados continúan viviendo en casas rodantes o en viviendas de familiares, sin previsión de regreso a sus hogares.
En la propiedad de Carol y Woody Chambless, junto al Guadalupe River, hasta hace poco se veía trabajar a decenas de voluntarios. Hoy, Carol, de 71 años, y Woody, de 73, se enfrentan solos a la recuperación. “Podríamos usar la atención de los funcionarios estatales y cualquier idea sobre cómo ayudar a la gente”, solicitó Carol. Woody, por su parte, recordó: “Fuimos los afortunados: vivimos. Muchos no lo lograron”.
El drama golpea de modo especial a quienes perdieron seres queridos. Graciela Reyes, de 70 años, se quebranta al recordar a miembros de su iglesia arrastrados por el agua y a los niños fallecidos mientras intentaban huir en el Camp Mystic. “Mis nietos tienen esa edad. Me parte el corazón”. Reyes considera necesario aprender de la catástrofe: “Dicen que no había modo de predecir esto, pero tal vez debieron hacerlo”.
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