
En una señal clara del cambio generacional en los hábitos de consumo, el 32% de los compradores de la Generación Z—nacidos entre 1997 y 2012—dijo temer ser juzgado o “cancelado” por apoyar a las marcas equivocadas. Este dato contrasta de forma contundente con apenas un 6% de los baby boomers, revelando una nueva dimensión en la forma en que los jóvenes enfrentan sus decisiones de compra.
El hallazgo proviene de una encuesta realizada por Lightspeed Commerce, que consultó a más de 2.000 consumidores en América del Norte. El resultado deja ver una tendencia que va más allá de lo económico: el acto de comprar se ha transformado en una declaración pública de principios y valores, especialmente entre los más jóvenes.
En este nuevo escenario, cada ticket de compra se vuelve potencialmente un acto político, una expresión moral y una oportunidad —o un riesgo— frente al tribunal implacable de las redes sociales.
Los jóvenes compran con intención y quieren que sus valores se reflejen en sus decisiones de consumo
El mismo informe de Lightspeed Commerce apunta que el 96% de los encuestados de la Generación Z afirma que compra con intención, es decir, que su elección de marcas no es espontánea ni únicamente funcional. Un 66% sostuvo que sus compras deberían reflejar sus valores personales.
Entre esos valores, la sostenibilidad y el impacto ambiental lideran el ranking con un 37% de menciones. Le siguen el orgullo local o el nacionalismo con 29%, y la alineación cultural o religiosa con 26%. De forma reveladora, el 15% de los consultados señaló que incluso toman en cuenta las opiniones políticas del CEO de la empresa antes de decidir si comprar un producto.
Este patrón indica que las motivaciones de los jóvenes no están exclusivamente vinculadas al precio o la calidad—aunque siguen siendo factores clave, con 78% y 67% de menciones respectivamente—sino que incorporan una capa ideológica que pone a las marcas bajo una lupa constante.

Cancel culture, vigilancia social y miedo a la complicidad: los motores invisibles de la ansiedad de marca
El estudio se enmarca en una realidad marcada por el auge de la cancel culture (cultura de la cancelación) y la presión pública por parte de los consumidores más jóvenes. Las empresas enfrentan ahora la posibilidad real de perder mercado si sus prácticas, declaraciones o afiliaciones políticas no se alinean con el criterio ético de este sector.
“Cada foto etiquetada. Cada video de unboxing. Cada ‘me gusta’ es vigilancia entre pares”, explicó Michael Ryan, experto en finanzas y fundador de MichaelRyanMoney.com. Según él, el temor de la Generación Z no es sólo ser criticado por una compra, sino que esa crítica quede grabada de forma permanente en el entorno digital, afectando su imagen personal.
Para Bryan Driscoll, consultor de recursos humanos especializado en diferencias generacionales, el asunto va más allá: “No creo que la Generación Z tema ser cancelada. Teme ser cómplice”, afirmó. El enfoque está puesto en no avalar indirectamente prácticas empresariales cuestionables, como la explotación laboral, la evasión fiscal o el lavado de imagen verde (greenwashing).
En palabras de Driscoll, “ya no separan la empresa del producto”, y no están dispuestos a comprar café de una marca que desmantela sindicatos, ni ropa de una firma cuyos empleados necesitan campañas en GoFundMe para cubrir sus gastos médicos.
La presión hacia las marcas: autenticidad, transparencia y el futuro del capitalismo consciente
El escenario no deja mucho margen de maniobra a las marcas que desean mantener o conquistar el segmento joven del mercado. Según Kevin Thompson, CEO de 9i Capital Group y conductor del pódcast 9innings, “la autenticidad no es opcional; es un requisito”. Thompson sugiere que este tipo de presión podría conducir hacia una nueva era de capitalismo consciente, donde rentabilidad y responsabilidad social vayan de la mano.
Esa misma visión es compartida por Driscoll, quien asegura que lo que está en juego no es solo la imagen de una marca, sino el poder mismo en la relación entre consumidores y empresas. “Esto se trata de rendición de cuentas. Y eso asusta a las generaciones mayores, porque desplaza el poder de las corporaciones hacia la voz colectiva de los consumidores jóvenes”, declaró.
En un contexto donde algunas compañías han comenzado a abandonar programas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI), la postura de los consumidores más jóvenes cobra mayor relevancia. Su nivel de exigencia puede operar como contrapeso ante estos retrocesos, obligando a las marcas a demostrar con hechos su compromiso ético.

La imagen importa: redes sociales, valores y presión entre pares como detonantes de una nueva lógica de mercado
La exposición constante y el escrutinio público que implica la vida digital también explican en parte esta ansiedad. Alex Beene, instructor de alfabetización financiera en la Universidad de Tennessee en Martin, lo resume así: “Cuando eres joven y estás más tiempo en redes sociales, es más probable que te preocupe tu imagen y la percepción que otros tienen de ti”.
Ya no se trata sólo de ropa, automóviles o destinos turísticos: cada producto puede ser examinado por su significado simbólico y sus implicaciones sociales. En este marco, un error de compra no es un tropiezo pasajero, sino una afrenta pública que puede tener consecuencias sociales reales.
“¿Se desvanecerá esto con el tiempo?”, se preguntó Michael Ryan, para responder: “Sí. Las hipotecas, los presupuestos familiares y las carreras profesionales obligarán a hacer concesiones. La Generación Z aprenderá que a veces la camisa más barata es la única opción viable. No hace falta una auditoría ética”.
Sin embargo, hasta que ese día llegue, las marcas deberán actuar con una conciencia más aguda que nunca. Porque el juicio no vendrá solo desde el mercado o los reguladores: vendrá del celular de un joven que decide no comprar. Y que decide, además, contarlo.
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