
El cardenal Robert Prevost, un niño que usaba la tabla de planchar como altar en su casa de Dolton, Illinois, fue elegido este jueves 8 de mayo como el papa número 267 de la Iglesia Católica, convirtiéndose en el primer pontífice estadounidense en la historia.
La escena, que comenzó como un juego de infancia, se ha materializado seis décadas después, en una elección que su familia describe como conmovedora, inesperada y profundamente simbólica.
La elección del nuevo papa fue anunciada tras la tradicional humareda blanca en la Capilla Sixtina. Leo XIV, como ha decidido llamarse, tiene 69 años y un largo historial como misionero en Perú y como colaborador cercano de la Curia Vaticana.
Según su hermano mayor, John Prevost, el ahora pontífice siempre tuvo claro su destino. “Él lo supo desde el principio. Nunca lo cuestionó. Nunca pensó en otra cosa”, dijo a ABC News.

“Jugábamos a policías y ladrones. Él jugaba a dar la comunión”
Robert era el menor de tres hermanos. En la casa familiar, mientras John y Louis, el mayor, jugaban a policías y ladrones, él se vestía como sacerdote y repartía la comunión con galletas Necco, una golosina estadounidense con forma de hostia. “Siempre jugó a ser cura. La tabla de planchar era el altar”, recordó John.
La devoción infantil no pasó desapercibida en el vecindario. “Un vecino me dijo una vez que Rob sería el primer papa estadounidense”, contó su hermano. Años después, esa profecía resonó en los pasillos del Vaticano.
John asegura que, pocos días antes del cónclave, habló con Robert y le expresó su convicción: “Le dije que podría ser él. Me respondió: ‘Tonterías. No van a elegir a un papa estadounidense’”.
Pero la realidad superó el escepticismo. “Creo que no lo quería creer”, reflexionó John. La elección de su hermano marcó un momento que la familia vivió con euforia. Desde su casa en Florida, Louis —el mayor de los Prevost— estaba enfermo en cama cuando recibió la noticia.

“Mi esposa me llamó para decir que había humo blanco”, relató. Encendió la televisión justo cuando empezaban a pronunciar el nombre del elegido. “Cuando escuché ‘Roberto’, supe que era él. Me sentí agradecido de estar acostado, porque si no me hubiera caído”.
Un papa de barrio con alma misionera
Robert Prevost nació en 1955 y creció en una comunidad obrera del sur de Chicago. Su pasión por el béisbol lo convirtió en fanático de los Chicago White Sox, pero su verdadero llamado lo llevó al sacerdocio. Pasó años como misionero agustino en Perú, donde se empapó de las problemáticas sociales y la espiritualidad de América Latina.
“Creo que él y el papa Francisco eran almas afines”, dijo John. “Estuvieron al mismo tiempo en Sudamérica —uno en Perú, el otro en Argentina— y compartieron esa experiencia de trabajar con los pobres y marginados”.
Esa cercanía con la periferia de la Iglesia podría marcar el estilo pastoral de Leo XIV. En Roma, su trabajo en la Congregación para los Obispos lo convirtió en una figura influyente en la estructura vaticana.

Su hermano Louis considera que esa combinación entre formación intelectual, experiencia misionera y sencillez personal fue clave para su elección. “Tiene una inteligencia brillante, un gran sentido del humor, y es muy humano”, dijo.
Una familia que siempre lo supo
La familia Prevost asegura que desde muy temprano notó que Robert tenía una vocación especial. “Tenía 4 o 5 años y ya todos sabíamos que sería alguien importante en la Iglesia”, dijo Louis. Las bromas entre hermanos eran frecuentes: “Le decíamos ‘vas a ser papa algún día’. Los vecinos también lo decían. Han pasado sesenta y tantos años... y aquí estamos”.
Pese al prestigio de su nuevo cargo, la familia insiste en que Robert sigue siendo el mismo. “Es una persona común y corriente. Le encantan los White Sox, la pizza y caminar por el vecindario cuando puede”, comentó John.
En la historia de la Iglesia, la elección de un papa estadounidense rompe con una tradición eurocentrista que ha prevalecido durante siglos. Pero para los hermanos Prevost, más allá del simbolismo histórico, se trata de la culminación de una vida guiada por la fe.
“Es simplemente increíble”, dijo Louis. “Nunca lo vi tan feliz como cuando estuvo con la gente en Perú. Ahora, esa alegría la llevará al mundo entero”.
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