
Cuando Vanessa Abraham, patóloga del habla en California, despertó una madrugada de 2019 sin poder respirar ni sostenerse en pie, no sabía que enfrentaba una condición tan poco frecuente que pasaría meses sin diagnóstico. Días antes, pensó que tenía una simple gripe: estaba exhausta, con dolor corporal y la voz ronca. Pero los antibióticos no hicieron efecto. Su situación se agravó rápidamente y fue ingresada en una unidad de cuidados intensivos, donde permaneció intubada e incapaz de hablar o moverse. Los médicos no lograban identificar la causa de su deterioro, mientras la paciente perdía progresivamente el control de su cuerpo.
Dos días después de su ingreso, Abraham fue trasladada al hospital de UC San Diego Health, donde conoció a Jared Rosen, entonces estudiante de medicina. Aunque las pruebas no ofrecían respuestas, su cuadro clínico empeoraba: la parálisis afectaba tanto sus extremidades como su cuello y su capacidad de deglución. En palabras de Rosen, su cuello era tan débil que no podía levantar la cabeza sin que cayera como la de un recién nacido. Durante semanas, la paciente luchó por sobrevivir sin un diagnóstico, enfrentando una combinación de inmovilidad total, silencio forzado y una angustia persistente. La experiencia, dijo Abraham a CBS News, fue “más allá de lo peor que podía imaginar”.
En medio de ese vacío clínico, el único alivio venía de la presencia constante de Rosen, quien, por tener menos responsabilidades que el resto del equipo médico, pasaba horas junto a su cama. Juntos desarrollaron métodos rudimentarios para que Abraham pudiera comunicarse. Aunque su recuperación fue lenta, tras un mes logró salir de la UCI, sin que los especialistas hubieran determinado qué había desencadenado la parálisis.
El extraño y peligroso síndrome de Guillain-Barré

Fue hasta cuatro meses después cuando los médicos diagnosticaron a Abraham con una variante rara del síndrome de Guillain-Barré, una enfermedad neurológica en la que el sistema inmunológico ataca los nervios periféricos. En la mayoría de los casos, la debilidad empieza en las piernas y se extiende hacia el torso, pero ella había desarrollado la variante faringo-cervico-braquial, que afecta los músculos del cuello, los brazos y el diafragma.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el síndrome de Guillain-Barré puede volverse mortal si compromete la respiración y requiere atención inmediata en cuidados intensivos. Es una enfermedad poco común, más frecuente en adultos y varones, y puede estar precedida por infecciones virales o bacterianas. La variante que afectó a Abraham representa apenas el 3 % de los casos, según datos de la Cleveland Clinic, y su detección es compleja por la ausencia de pruebas específicas.
El neurólogo Kiril Kiprovski, del centro médico NYU Langone, explicó a CBS News que esta forma del síndrome es “muy difícil de diagnosticar”. Los médicos deben basarse en la presentación clínica, ya que no hay exámenes que confirmen de forma definitiva la enfermedad o sus variantes. En el caso de Abraham, la falta de familiaridad con la variante específica retrasó el inicio del tratamiento.
El tratamiento y la lenta recuperación

Una vez confirmado el diagnóstico, Abraham recibió inmunoglobulina intravenosa, una terapia que administra anticuerpos donados para reforzar el sistema inmunológico del paciente. Según la OMS, este tratamiento es efectivo en la fase aguda de la enfermedad y suele iniciarse entre los 7 y 14 días posteriores a los primeros síntomas. Aunque no existe cura para el síndrome, la terapia puede acortar su duración y aliviar los síntomas más graves.
El proceso de recuperación fue lento. Durante meses, Abraham necesitó atención especializada para reaprender a tragar, hablar y mover su cuerpo. También recibió terapia psicológica para tratar la depresión severa y el estrés postraumático derivados de su paso por la UCI. En conversación con CBS News, confesó que en los momentos más difíciles pensó en quitarse la vida. El reencuentro por correo con Rosen, meses después, le devolvió algo de esperanza.
Las secuelas físicas persistieron. A seis años del episodio, Abraham aún presenta debilidad neuromuscular. No obstante, ha retomado su trabajo como patóloga del habla, donde su experiencia como paciente la sensibilizó especialmente con quienes han perdido la capacidad de comunicarse. También asiste a grupos de apoyo para personas que han pasado por estancias prolongadas en unidades de cuidados intensivos.
Además de escribir un libro autobiográfico sobre su experiencia, Abraham participa activamente en la promoción de redes de apoyo para sobrevivientes de UCI. La OMS reconoce que el seguimiento integral es clave para la recuperación de pacientes con enfermedades neurológicas como el Guillain-Barré, no solo por sus secuelas físicas, sino por las afectaciones psicológicas duraderas.
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