
Dos debates televisados, tres candidatos y ciento ochenta minutos han alterado la elección presidencial de Estados Unidos de manera fundamental por dos simples motivos: la autenticidad es un capital político indispensable para ganar (y perder) una elección, y la televisión sigue siendo el medio clave para comunicar este atributo a la ciudadanía.
El debate entre Joe Biden y Donald Trump de junio 27 dejó una primera conclusión: buena parte de la audiencia entendió que Biden no estaba en condiciones de ganar la elección producto de su evidente falta de energía vital.
Noventa minutos en cámara fueron suficientes para que el electorado tuviera acceso directo a las limitaciones de Biden como candidato. Esto llevó al presidente en ejercicio a renunciar a la reelección y de esta manera alterar el curso de una campaña que había puesto al Partido Demócrata al borde del abismo electoral.
El debate entre Kamala Harris y Donald Trump de ayer dejó una segunda conclusión: buena parte de la audiencia comprendió que Harris, mucho menos conocida para el electorado que su contrincante, está en condiciones de ganar la elección por haberse desempeñado como la opción más presidencial de los dos.

Un poco más de noventa minutos en cámara alcanzaron para que la ciudadanía tuviera acceso directo a las cualidades de Harris como candidata. Previo al debate, había muchas dudas acerca de la capacidad de Harris para responder preguntas abiertas y confrontar con un contrincante experto en el arte de los debates y la televisión.
Sin embargo, fue Trump quien durante largos pasajes del debate dio la impresión de estar contrariado, disperso y frustrado, mientras que Harris estuvo focalizada en sus fortalezas y en control de la interacción. En este primer encuentro entre ambos, Harris fue más presidencial que Trump.
Esto no significa que el debate asegure a Harris el triunfo electoral, lo que es imposible en una contienda tan cerrada y con un electorado tan polarizado. Pero sí significa que Harris culminó el debate como una opción con posibilidad de triunfo para el Partido Demócrata, lo cual era impensable tan solo un par de meses atrás.
La autenticidad en la comunicación política es como la creatividad en el jazz: hay que dedicar largas horas de trabajo previo para improvisar de manera auténtica (o creativa) en escena. La televisión, en especial en los programas de formato extenso y no editado, como el debate de ayer, tiene mejor capacidad que las redes y la gráfica en brindarle a la ciudadanía un buen acceso al desempeño de la autenticidad en los candidatos políticos.

Si algo quedó claro en el debate de ayer, es que Harris hizo una preparación superior y aprovechó las características distintivas de la televisión para comunicar sus fortalezas y exponer las debilidades de su contrincante. Lo mismo no puede decirse de Trump, quien desaprovechó numerosas ocasiones para hacer algo similar.
La autenticidad se manifiesta más claramente en la forma de la comunicación que en su contenido: es más fácil ocultar lo que se piensa recitando algunas frases de memoria que actuando de ciertas maneras. Es por eso que vale la pena analizar algunos gestos claves acontecidos en el debate de ayer.
El saludo inicial mostró a Harris intentando ocupar el centro de la escena desde el minuto uno: fue ella quien en un acto claramente premeditado tomó la iniciativa e ingresó en el espacio de Trump en el escenario para presentarse. Más allá de las formalidades, esta fue una manera de comunicar no solo autoridad, sino también una civilidad que hace tiempo falta en la política norteamericana y que buena parte del electorado indeciso valora.
El lenguaje no verbal tuvo un rol clave en la comunicación de la autenticidad de ambos candidatos. Por un lado, Trump tuvo una postura física hacia los moderadores y evitó mirar a Harris, incluso cuando ella hablaba. Por el otro, Harris alternó mirar a los moderadores y a Trump, sobre todo cuando este hablaba.

Dado que en una conversación entre cuatro personas el mirar a quien tiene la palabra es un gesto de respeto, la actitud de Trump comunicó desdén por su interlocutora. Lo cual, a su vez, no lo mostró a la altura de las circunstancias, sobre todo para el electorado indeciso que suele apreciar la moderación de criterio por parte de los gobernantes.
Por último, las diferencias en la emotividad de ambos candidatos también fueron marcadas. Mientras el enojo fue la emoción dominante en el caso de Trump (el nivel de animosidad respecto de los inmigrantes fue particularmente llamativo), Harris exhibió un rango mayor de emociones, desde la severidad al hablar de temas como el aborto hasta la hilaridad al escuchar algunos de los ataques a su persona.
La mayor versatilidad emocional de Harris contribuyó a mostrarla como la opción más presidencial. Un líder necesita de este atributo dada la variedad de situaciones que confronta y personajes con los que interactúa.
Faltan menos de dos meses para el día de la elección. Gracias a la televisión, el electorado conoció un poco mejor a Harris y volvió a ver a Trump ser Trump. El tiempo dirá cuál de las dos opciones prefiere para habitar la Casa Blanca en los próximos cuatro años.
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