
La creciente ola migratoria hacia los Estados Unidos, caracterizada por millones de migrantes no autorizados, ha generado un impacto económico significativo al expandir y acelerar el crecimiento del país, aunque no exento de desafíos en cuanto a salarios y productividad.
Según un informe de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO), divulgado el 7 de febrero de 2024, se espera que el aumento de trabajadores potenciales alcance los 1,7 millones para este año y los 5,2 millones (aproximadamente un 3% más) hacia 2033. Este incremento en la fuerza laboral, acompañado por una proyección de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) en un 2,1%, representa un dinamismo económico inducido por la inmigración que difiere de las olas migratorias anteriores.
La importancia de este fenómeno radica en la contribución de los nuevos trabajadores no solo a la expansión económica sino también a la recaudación de impuestos, derivada tanto de sus salarios como de la actividad económica que generan. Phillip Swagel, director de la CBO, destacó en una entrevista con The Wall Street Journal (WSJ), que “más trabajadores significa más producción, lo que a su vez conduce a ingresos fiscales adicionales”. Este factor resulta esencial en la previsión de una reducción del déficit federal al 6,4% del PIB para 2033, contrastando con una estimación previa del 7,3 por ciento.

No obstante, el perfil de estos nuevos migrantes sugiere que, si bien contribuyen al crecimiento económico, podrían ejercer una presión moderada a la disminución en los salarios y en la productividad a corto plazo.
El Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos señaló que más de 2,5 millones de migrantes cruzaron la frontera suroeste en 2023, registro que ha incrementado la inmigración neta a 3,3 millones de personas durante el último año, una cifra significativamente superior al promedio anual de 919.000 registrado en la década de 2010.
No es un fenómeno nuevo
Los migrantes que solicitan asilo en la frontera sur de Estados Unidos, se están dirigiendo especialmente hacia ciudades grandes como Nueva York y Chicago. Las leyes locales en estas urbes exigen que se les ofrezca alojamiento a los solicitantes de asilo, desencadenando un proceso legal que frecuentemente se extiende por años, durante los cuales los migrantes pueden vivir y trabajar en el país.
Ante este panorama, “son millones y millones de personas, se están vertiendo en nuestro país”, afirmó el ex presidente Donald Trump en un acto en Carolina del Sur, subrayando que “los mayores perjudicados son los afroamericanos, hispanoamericanos, asiáticoamericanos... Se están viendo diezmados en sus salarios por hora”.

En la década de los 90, el presidente Bill Clinton compartió preocupaciones similares, comprometiéndose a luchar contra la entrada de “extranjeros ilegales” en el país. En su discurso sobre el estado de la Unión de 1995, Clinton enfatizó: “Los empleos que ocupan podrían de otro modo ser ocupados por ciudadanos o inmigrantes legales; los servicios públicos que utilizan imponen cargas a nuestros contribuyentes”.
Una mano de obra necesaria
La ola de inmigración en Estados Unidos está marcada por un incremento de individuos provenientes de comunidades más pobres en Latinoamérica, generando significativos cambios en la dinámica laboral del país. Una porción considerablemente menor de estos nuevos inmigrantes posee la autorización legal para trabajar en comparación con aquellos que llegaron en la década anterior.
Este hecho tiene implicaciones directas en la composición del mercado de trabajo, orientando a estos inmigrantes hacia empleos de baja remuneración debido a la limitada accesibilidad a un amplio espectro de ocupaciones.
La Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO) advierte que el incremento de trabajadores en sectores de baja remuneración podría ejercer una presión descendente modesta sobre los salarios promedio, proyectando una reducción del 1,7% en el índice de costo laboral para 2033.

Este fenómeno no solo afecta los salarios sino que también podría impactar la productividad media del trabajador, evidenciando una posible disminución del Producto Interno Bruto (PIB) per cápita en un 0,8% en una década, en comparación a lo que hubiera sido sin este aumento de la inmigración.
Economistas destacan, sin embargo, el impacto positivo a largo plazo de la inmigración en la economía. Giovanni Peri, economista laboral de la Universidad de California en Davis, dijo al WSJ que “si tienes más gente, y más gente produce más, eso crea una economía más grande”. A pesar de las preocupaciones a corto plazo, la inmigración aporta trabajadores en sus años más productivos, contribuyendo significativamente al sistema fiscal más de lo que consumen en términos de beneficios federales.
Este panorama se ve complementado por la experiencia durante la pandemia, cuando una disminución abrupta en la inmigración llevó a escasez de mano de obra y aumentos de salario en sectores como el de servicios de alimentos y hospitalidad, los cuales emplean una proporción considerable de trabajadores nacidos en el extranjero.
Tom Barkin, Presidente del Banco de la Reserva Federal de Richmond, señaló que el reciente rebote en la inmigración ha “ayudado a aliviar las presiones del mercado laboral” post pandemia y, por ende, la inflación.
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