
En el corazón de Praga, la Navidad se despliega en cada rincón con un encanto único. El aroma a canela y salchichas al fuego envuelve las calles, mientras los villancicos, como el popular “Vánoce Na Míru”, acompañan los días más cortos del año. Las plazas y avenidas se llenan de mercadillos decorados con esmero, convirtiendo la ciudad en un escenario de cuento que hechiza a quien la recorre. Bajo el resplandor de los tranvías iluminados y con el mantel blanco de la nieve cubriendo los adoquines, Praga invita a sumarse a una celebración que combina tradición, historia y pequeñas sorpresas en cada esquina.
Entre los planes imprescindibles destaca contemplar el gran árbol de Navidad de la plaza de la Ciudad Vieja, un imponente abeto natural que este año supera los 20 metros de altura y proviene de la región de Decín (Bohemia del Norte). Decorado con miles de luces, el encendido diario se acompaña de música en directo, como fragmentos de la sinfonía Moldava, creando una atmósfera mágica. Contemplar el espectáculo desde la terraza del hotel U Prince se ha convertido en uno de los secretos mejor guardados de la ciudad. Fotografiar la plaza, la torre y el reloj astronómico desde este enclave privilegiado es casi un ritual, aunque acceder requiere hacer una consumición en su azotea.
La vista desde lo alto del Antiguo Ayuntamiento, con su famoso reloj astronómico, completa la panorámica imprescindible. Allí, cada hora en punto, el Paseo de los doce Apóstoles atrae a decenas de turistas que se agolpan para ver cómo las figuras se asoman a la multitud. Las torres asimétricas de la iglesia de Nuestra Señora de Týn sirven de fondo a una estampa navideña inconfundible y llena de historia. Tampoco hay que olvidarse de su imponente castillo, el cual cuenta con una imagen única durante estas fechas
Volver al pasado en el puente de Carlos

La Navidad recupera en Praga una de sus tradiciones más pintorescas: el rito diario del farolero. Cada tarde, durante el Adviento, el farolero recorre el Puente de Carlos para encender, uno a uno, los faroles de gas que iluminan este emblemático paso sobre el río Moldava. Es un espectáculo que se remonta al siglo XIX y que se interrumpió durante años, hasta ser rescatado solo para estos días especiales. Turistas y locales acompañan con admiración al farolero a lo largo de más de 500 metros de piedra flanqueados por estatuas barrocas, aguardando ese momento mágico en mitad del puente para verle encender las luminarias y hacerse fotos junto a él.
Tras vivir el espíritu de la Navidad en pleno corazón histórico, la recomendación es subirse al tranvía 22, especialmente si se tiene la Praga Visitor Pass que permite trayectos ilimitados y acceso prioritario a varias atracciones. El trayecto lleva hasta la plaza de la Paz (Námestí Míru), donde aguarda un mercadillo diferente, menos concurrido y con fuerte presencia local. Aquí, los tranvías decorados de luces hacen incluso del trayecto una pequeña celebración.
A los pies de la iglesia de Santa Ludmila, los visitantes encuentran puestos repletos de dulces y adornos tradicionales. El vino caliente y especiado, el svarak, es indispensable para combatir el frío, igual que llevar efectivo pues muchos comerciantes rechazan la tarjeta. Cambiar coronas checas se convierte en parte de la experiencia para quienes deseen llevarse recuerdos originales y probar especialidades únicas.
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